Después de emerger del túnel, Bosch fue sacado del garaje por dos agentes del SWAT equipados con máscaras de gas. Fue puesto en manos de los miembros de la fuerza especial que esperaban y de otros agentes vinculados con el caso. Randolph y Osani de la UIT también estaban presentes, así como Abel Pratt de la unidad de Casos Abiertos. Bosch miró a su alrededor en busca de Rachel Walling, pero no la vio en la escena.
A continuación sacaron del túnel a la última víctima de Waits. La joven fue conducida a una ambulancia que estaba esperando e inmediatamente transportada al centro médico County-USC para ser evaluada y tratada. Bosch estaba convencido de que su propia imaginación no podría igualar los horrores reales por los que había pasado la joven. Pero sabía que lo importante era que estaba viva.
El jefe de la fuerza especial quería que Bosch se sentara en una furgoneta y contara su historia, pero Harry dijo que no quería estar en un espacio cerrado. Ni siquiera al aire libre de Figueroa Lane podía quitarse de la nariz el olor del túnel y se fijó en que los miembros de la fuerza especial que se habían congregado en torno a él al principio retrocedían uno o dos pasos. Vio una manguera de jardín enganchada a un grifo junto a la escalera de la casa contigua a la 710. Se acercó, abrió el grifo y se inclinó mientras dejaba que el agua le corriera por el pelo, la cara y el cuello. Se empapó la ropa, pero no le importó. El agua arrastró buena parte de la suciedad, el sudor y el hedor, y Bosch sabía que de todas formas la ropa era para tirar.
El jefe de la fuerza especial era un sargento llamado Bob McDonald, que había sido reclutado de la División de Hollywood. Afortunadamente, Bosch lo conocía de días pasados en la división y eso sentaba las bases para un informe cordial. Bosch se dio cuenta de que era sólo un calentamiento. Tendría que someterse a una entrevista formal con Randolph y la UIT antes de que terminara el día.
—¿Dónde está la agente del FBI? —preguntó Bosch—. ¿Dónde está Rachel Walling?
—La están interrogando —dijo McDonald—. Estamos usando la casa de un vecino para ella.
—¿Y la anciana de la casa?
—Está bien —dijo McDonald—. Es ciega y va en silla de ruedas. Todavía están hablando con ella, pero resulta que Waits vivía aquí cuando era niño. Lo tuvieron acogido y su nombre real es Robert Foxworth. Ella no puede valerse por sí misma, así que básicamente se queda ahí arriba. La asistencia del condado le lleva comida. Foxworth la ayudaba económicamente alquilándole el garaje. Él guardaba material para limpiar ventanas ahí dentro. Y una vieja furgoneta. Tiene un ascensor de silla de ruedas dentro.
Bosch asintió con la cabeza. Suponía que Janet Saxon no tenía ni idea de para qué más usaba el garaje su antiguo hijo acogido.
McDonald le dijo a Bosch que era el momento de que contara su historia, y así lo hizo, ofreciendo un relato paso a paso de los movimientos que había llevado a cabo después de descubrir la conexión entre Waits y el prestamista Fitzpatrick.
No hubo preguntas. Todavía no. Nadie le preguntó por qué no había llamado a la fuerza especial, ni a Randolph ni a Pratt ni a nadie. Escucharon y simplemente cerraron su historia. Bosch no estaba demasiado preocupado. Él y Rachel habían salvado la vida de la chica y habían matado al criminal. Estaba seguro de que esos dos éxitos le permitirían alzarse por encima de todas las transgresiones al protocolo y las regulaciones para salvar su empleo.
Tardó veinte minutos en contar su historia, y luego McDonald le dijo que deberían tomar un descanso. Cuando el grupo que los rodeaba se disgregó, Bosch vio a su jefe esperándole. Sabía que esta conversación no sería fácil.
Pratt finalmente vio una oportunidad y se acercó. Parecía ansioso.
—Bueno, Harry ¿qué te dijo ahí dentro?
Bosch estaba sorprendido de que Pratt no saltara sobre él por actuar por su cuenta, sin autoridad. Pero no iba a quejarse por eso. De manera abreviada explicó lo que había averiguado por Waits de la trampa en Beachwood Canyon.
—Me dijo que todo fue orquestado a través de Swann —explicó—. Swann era el intermediario. Llevó el acuerdo de Olivas y O’Shea a Waits. Waits no mató a Gesto, pero aceptó cargar con la culpa. Era parte de un acuerdo para evitar la pena de muerte.
—¿Eso es todo?
—Es bastante, ¿no?
—¿Por qué iban a hacer esto Olivas y O’Shea?
—Por la razón más antigua del mundo. Dinero y poder. Y la familia Garland tiene bastante de ambas cosas.
—Anthony Garland era tu sospechoso, ¿no? El tipo que tenía órdenes judiciales para mantenerte alejado.
—Sí, hasta que Olivas y O’Shea usaron a Waits para convencerme de lo contrario.
—¿Tienes alguna otra cosa además de lo que Waits dijo ahí dentro?
Bosch negó con la cabeza.
—No mucho. He rastreado veinticinco mil dólares en contribuciones a la campaña de O’Shea hasta los abogados de T. Rex Garland y de la compañía petrolera. Pero todo se hizo legalmente. Prueba una relación, nada más.
—Veinticinco me parece barato.
—Lo es. Pero veinticinco mil es todo cuanto sabemos. Si escarbamos un poco, probablemente habrá más.
—¿Has contado todo esto a McDonald y su equipo?
—Sólo lo que Waits me dijo ahí dentro. No les hablé de las contribuciones, sólo de lo que dijo Waits.
—¿Crees que irán a por Maury Swann por esto?
Bosch pensó un momento antes de responder.
—Ni hablar. Lo que se dijeran entre ellos era información privilegiada. Además, nadie irá tras él basándose en la palabra de un psicópata muerto como Waits.
Pratt pateó el suelo. No tenía nada más que decir o preguntar.
—Mire, jefe, lo siento —dijo Bosch—. Siento no haber sido sincero con usted sobre lo que estaba haciendo, la suspensión de empleo y todo.
Pratt desestimó la disculpa con un gesto de la mano.
—Está bien, Harry. Has tenido suerte. Has terminado haciendo bien y acabando con el criminal. ¿Qué voy a decir a eso?
Bosch asintió para darle las gracias.
—Además, yo me largo —continuó Pratt—. Otras tres semanas y serás el problema de otro. Él decidirá qué hacer contigo.
Tanto si Kiz Rider volvía como si no, Bosch no quería dejar la unidad. Había oído que David Lambkin, el próximo supervisor, procedente de Robos y Homicidios, era un buen jefe. Bosch confiaba en que cuando todo se aposentara él todavía formaría parte de la unidad de Casos Abiertos.
—¡Ahí está! —susurró Pratt.
Bosch siguió su mirada hasta un coche que acababa de aparcar en el perímetro, cerca de donde se hallaban los camiones de los medios y donde los periodistas se estaban preparando para tomar declaraciones y conseguir cortes de audio. Rick O’Shea estaba saliendo del asiento del pasajero. Bosch sintió que la bilis le subía inmediatamente a la garganta. Hizo ademán de ir hacia el fiscal, pero Pratt lo agarró del brazo.
—Tranquilo, Harry.
—¿Qué coño está haciendo aquí?
—Es su caso, tío. Puede venir si quiere. Y será mejor que actúes con calma. No le muestres la mano o nunca podrás llegar a él.
—¿Y qué, entretanto hace su numerito delante de las cámaras y convierte esto en otro anuncio de campaña? Es todo mentira. Lo que debería hacer es ir allí y patearle el culo delante de las cámaras.
—Sí, eso sería muy inteligente, Harry. Muy sutil. Facilitaría un montón la situación.
Bosch se liberó de la mano de Pratt, pero simplemente caminó y se apoyó en uno de los coches de policía. Dobló los brazos y mantuvo la cabeza baja hasta que estuvo más calmado. Sabía que Pratt tenía razón.
—Sólo manténgalo alejado de mí.
—Eso será difícil porque viene directo hacia ti.
Bosch levantó la cabeza justo cuando O’Shea y los dos hombres que formaban su comitiva llegaron hasta él.
—Detective Bosch, ¿está usted bien?
—Mejor que nunca.
Bosch mantuvo los brazos doblados delante del pecho. No quería que una de sus manos se soltara e involuntariamente le diera un puñetazo a O’Shea.
—Gracias por lo que ha hecho aquí hoy. Gracias por salvar a esa joven.
Bosch se limitó a asentir mientras miraba al suelo.
O’Shea se volvió hacia los hombres que lo acompañaban y Pratt, que se había quedado cerca por si acaso tenía que separar a Bosch del fiscal.
—¿Puedo hablar a solas con el detective Bosch?
Los adláteres de O’Shea se alejaron. Pratt dudó hasta que Bosch le hizo una señal con la cabeza para decirle que todo estaba bien. Bosch y O’Shea se quedaron a solas.
—Detective, me han informado de lo que Waits, o debería decir Foxworth, le ha revelado en el túnel.
—Bien.
—Espero que no dé ningún crédito a lo que un asesino en serie confeso y confirmado pueda decir de los hombres que lo estaban acusando, especialmente de uno que ni siquiera puede estar aquí para defenderse.
Bosch se apartó del guardabarros del coche patrulla y finalmente dejó caer los brazos a los costados. Tenía los puños apretados.
—¿Está hablando de su amigo Olivas?
—Sí. Y diría por su postura que realmente cree lo que supuestamente le dijo Foxworth.
—¿Supuestamente? ¿Qué, ahora soy yo el que está inventando?
—Alguien lo está haciendo.
Bosch se inclinó unos centímetros hacia él y habló en voz baja.
—O’Shea, apártese de mí. Podría pegarle.
El fiscal dio un paso atrás como si ya hubiera recibido un puñetazo.
—Se equivoca, Bosch. Waits estaba mintiendo.
—Estaba confirmando lo que ya sabía antes incluso de meterme en ese túnel. Olivas era corrupto. Metió esa entrada en el expediente que relacionaba falsamente a Raynard Waits con Gesto. Marcó una pista para que Waits la siguiera y nos condujera al cadáver. Y no habría hecho nada de eso sin alguien que se lo pidiera. No era esa clase de tipo. No era lo bastante listo.
O’Shea lo miró durante un largo momento. La implicación en las palabras de Bosch era clara.
—No puedo disuadirle de esa mentira ¿no?
Bosch lo miró y luego apartó la mirada.
—¿Disuadirme? Ni hablar. Y no importa cómo afecte o no afecte a la campaña, señor fiscal. Estos son los hechos indisputables y no necesito a Foxworth o le que dijo para probarlos.
—Entonces supongo que tendré que apelar a una autoridad superior a la suya.
Bosch dio medio paso para acercarse. Esta vez invadió claramente su espacio personal.
—¿Huele esto? ¿Huele esto en mí? Es el puto hedor de la muerte. Lo llevó en todas partes, O’Shea. Pero al menos yo puedo lavarme.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Lo que usted quiera que signifique. ¿Quién es su autoridad superior? ¿Va a llamar a T. Rex Garland en su oficina deslumbrante?
O’Shea respiró profundamente y negó con la cabeza, confundido.
—Detective, no sé lo que le ocurrió en ese túnel, pero no está hablando con mucho sentido.
Bosch asintió.
—Sí, bueno, tendrá sentido muy pronto. Antes de las elecciones, eso seguro.
—Ayúdeme, Bosch. ¿Qué es exactamente lo que me estoy perdiendo?
—No creo que se esté perdiendo nada. Lo sabe todo, O’Shea, y antes de que esto termine, también lo sabrá todo el mundo. De alguna forma, de alguna manera, voy a acabar con usted y los Garland, y con cualquier otro que haya participado en esto. Cuente con ello.
Ahora O’Shea dio un paso hacía Bosch.
—¿Está diciendo que yo hice esto, que preparé todo esto para T. Rex Garland?
Bosch se echó a reír. O’Shea era un actor consumado hasta el final.
—Es bueno —dijo—. Eso se lo concedo. Es bueno. T. Rex Garland es un contribuyente válido de mi campaña. Directo y legal. ¿Cómo puede relacionar eso con…?
—Entonces, ¿por qué coño no mencionó que era un contribuyente válido y legal cuando yo saqué a relucir a su hijo el otro día y le dije que era mi sospechoso en Gesto?
—Porque eso habría complicado las cosas. Nunca he conocido ni he hablado con ninguno de los Garland. T. Rex contribuyó a mi campaña, ¿y qué? El tipo reparte dinero en todas las elecciones del condado. Haberlo sacado a relucir en ese punto habría sido alimentar sus sospechas. No quería eso. Ahora veo que sospecha de todos modos.
—Es un farsante. Usted…
—Váyase al cuerno, Bosch. No hay ninguna conexión.
—Entonces no tenemos nada más que decirnos.
—Sí. Yo tengo algo que decir. Inténtelo lo mejor que pueda con esta mentira y veremos quién termina en pie al final.
Se volvió y se alejó, ladrando una orden a sus hombres. Quería un teléfono con una línea segura. Bosch se preguntó quién sería el destinatario de su primera llamada, T. Rex Garland o el jefe de policía.
Bosch tomó una decisión rápida. Llamaría a Keisha Russell y le daría rienda suelta. Le diría que podía investigar esas contribuciones de campaña que Garland había canalizado a O’Shea. Metió la mano en el bolsillo y entonces recordó que su teléfono todavía estaba en el garaje. Caminó en esa dirección y se detuvo ante la cinta amarilla tendida en la puerta abierta de detrás de la furgoneta blanca, ahora completamente abierta.
Cal Cafarelli estaba en el garaje, dirigiendo el análisis forense de la escena. Se había bajado la mascarilla con filtro al cuello. Bosch vio en su cara que había estado en la macabra escena del final del túnel. Y nunca volvería a ser la misma. Le pidió que se acercara con un gesto.
—¿Cómo va, Cal?
—Va todo lo bien que se puede esperar después de ver algo como eso.
—Sí, lo sé.
—Vamos a quedarnos aquí hasta bien entrada la noche. ¿Qué puedo hacer por ti, Harry?
—¿Has encontrado un teléfono móvil ahí dentro? Perdí mi móvil cuando empezó todo.
Cafarelli señaló al suelo cerca del neumático delantero de la furgoneta.
—¿Es ese de allí?
Bosch miró y vio su teléfono en el suelo. La luz roja de los mensajes estaba parpadeando. Se fijó en que alguien había trazado un círculo con tiza en torno a él sobre el cemento. Mala señal. Bosch no quería que su teléfono fuera inventariado como prueba. Podría no recuperarlo nunca.
—¿Puedo recuperarlo? Lo necesito.
—Lo siento, Harry. Todavía no. Este sitio no ha sido fotografiado. Estamos empezando por el túnel e iremos saliendo. Tardaremos un rato.
—Entonces, ¿por qué no me lo das y lo uso aquí mismo y luego os lo devuelvo para que hagáis fotos? Parece que tengo mensajes.
—Vamos, Harry.
Sabía que su propuesta quebrantaba unas cuatro reglas del manejo de pruebas.
—Vale, dime cuándo podré recuperarlo. Con un poco de suerte antes de que se apague la batería.
—Claro, Harry.
Se volvió de espaldas al garaje y vio a Rachel Walling pasando por debajo de la cinta amarilla que delineaba el perímetro de la escena del crimen. Había un coche patrulla federal allí y un hombre con traje y gafas de sol esperándola. Aparentemente había llamado para pedir que la pasaran a recoger.
Bosch trotó hacia la cinta llamándola. Ella se detuvo y le esperó.
—Harry —dijo ella—, ¿estás bien?
—Ahora sí. ¿Y tú, Rachel?
—Estoy bien. ¿Qué ha pasado contigo?
Señaló su ropa mojada con la mano.
—Tenía que darme un manguerazo. Apestaba. Necesitaré una ducha de dos horas. ¿Te vas?
—Sí, han terminado conmigo por el momento.
Bosch señaló con la cabeza hacia el hombre con gafas de sol que estaba tres metros detrás de ella.
—¿Tienes problemas? —preguntó en voz baja.
—Todavía no lo sé. Debería estar bien. Acabaste con el malo y salvaste a la chica. ¿Cómo puede eso ser algo malo?
—Acabamos con el malo y salvamos a la chica —la corrigió Bosch—. Pero en todas las instituciones y burocracias hay gente que puede encontrar una forma de convertir algo bueno en mierda.
Ella lo miró a los ojos y asintió.
—Lo sé —dijo.
Su mirada lo dejó helado y supo que había algo diferente entre ellos.
—¿Estás enfadada conmigo, Rachel?
—¿Enfadada? No.
—Entonces, ¿qué?
—Entonces nada. He de irme.
—¿Me llamarás entonces?
—Cuando pueda. Adiós, Harry.
Walling dio dos pasos hacia el coche que la esperaba, pero finalmente se detuvo y se volvió hacia él.
—Era O’Shea el que estaba hablando contigo al lado del coche, ¿no?
—Sí.
—Ten cuidado, Harry. Si dejas que las emociones te gobiernen como hoy, O’Shea te va a hacer sufrir.
Bosch sonrió levemente.
—Sabes lo que dicen del sufrimiento, ¿no?
—No, ¿qué?
—Dicen que el sufrimiento no es más que la debilidad que abandona el cuerpo.
Ella negó con la cabeza.
—Estás como una cabra. No lo pongas a prueba si puedes evitarlo. Adiós, Harry.
—Nos vemos, Rachel.
Observó mientras el hombre de las gafas de sol sostenía la cinta para que ella pasara por debajo. Walling se metió en el asiento del pasajero y el hombre de las gafas de sol arrancó. Bosch sabía que algo había cambiado en la forma en que ella lo veía. La opinión que Rachel tenía de él había cambiado por sus acciones en el garaje y el hecho de que se metiera en el túnel. Bosch lo aceptó y supuso que quizá no volvería a verla. Decidió que eso sería una cosa más de las que culparía a Rick O’Shea.
Se volvió hacia la escena, donde Randolph y Osani estaban de pie esperándolo. Randolph estaba apartando su teléfono móvil.
—Otra vez vosotros dos —dijo Bosch.
—Va a ser una sensación de déjà vu otra vez —dijo Randolph.
—Algo así.
—Detective, vamos a tener que ir al Parker Center y llevar a cabo un interrogatorio más formal en esta ocasión.
Bosch asintió. Sabía de qué iba. En esta ocasión no se trataba de disparar a los árboles del bosque. Había matado a alguien, así que esta vez sería diferente. Necesitarían establecer con certeza cada detalle.
—Estoy preparado —dijo.