De nuevo en Casos Abiertos, se sentaron en el despacho de su supervisor y lo pusieron al corriente de los acontecimientos del día. Abel Pratt estaba a cuatro semanas de la jubilación después de veinticinco años de trabajo, así que les prestó atención, pero no demasiada. En un lado de su mesa había una pila de guías de viaje Fodor de islas del Caribe. Su plan era entregar la placa, dejar la ciudad y encontrar una isla donde vivir con su familia. Era un sueño de jubilación común a muchos agentes de las fuerzas del orden: dejar atrás toda la oscuridad de la que habían sido testigos durante tanto tiempo en el trabajo. La realidad, no obstante, era que, después de seis meses en la playa, la isla se volvía muy aburrida.
Un detective de grado tres de Robos y Homicidios llamado David Lambkin iba a ser el jefe de la brigada tras la marcha de Pratt. Era un experto en crímenes sexuales reconocido en todo el país y lo habían elegido para el trabajo porque muchos de los casos antiguos que estaban investigando en la unidad respondían a una motivación sexual. Bosch tenía ganas de trabajar con Lambkin y habría preferido departir con él en lugar de hacerlo con Pratt, pero las fechas eran esas.
Trabajaban con quien les tocaba, y una de las cosas positivas de Pratt era que iba a darles rienda suelta hasta que se marchara. Simplemente no quería ninguna onda expansiva, nada que le explotara en la cara. Quería un último mes en el trabajo tranquilo y sin acontecimientos.
Como la mayoría de los polis con veinticinco años de servicio en el departamento, Pratt era un vestigio del pasado, de la vieja escuela, y prefería trabajar con máquina de escribir que con ordenador. Enrollada hasta la mitad en una IBM Selectric que tenía junto al escritorio, había una carta que Pratt estaba redactando cuando llegaron Bosch y Rider. Bosch había echado un vistazo al sentarse y vio que estaba dirigida a un casino de las Bahamas. Pratt estaba intentando conseguir un empleo de seguridad en el paraíso, y eso dejaba muy claro dónde tenía la cabeza en esos días.
Después de escuchar el informe, Pratt dio su aprobación para que trabajaran con O’Shea y sólo se animó cuando emitió una advertencia sobre el abogado de Raynard Waits, Maury Swann.
—Dejad que os hable de Maury —dijo Pratt—. Hagáis lo que hagáis cuando os reunáis con él, no le deis la mano.
—¿Por qué no? —preguntó Rider.
—Una vez tuve un caso con él. Fue hace mucho. El acusado era un pandillero metido en un 187[1]. Cada día, cuando empezaba la vista, Maury hacía ostentación de estrecharme la mano y luego la del fiscal. Probablemente habría estrechado también la mano del juez si hubiera tenido ocasión.
—¿Y?
—Después de haber sido condenado, el acusado trató de conseguir una sentencia reducida delatando al resto de los implicados en el homicidio. Una de las cosas que me dijo durante el informe era que pensaba que yo era corrupto, pues, a lo largo del el juicio, Maury le había dicho que podía comprarnos a todos. A mí, al fiscal, a todos. Así que el pandillero pidió a su chica que le consiguiera efectivo y Maury le explicó que cada vez que nos daba la mano nos estaba pagando, pasando billetes de palma a palma. Además, siempre da esos apretones con las dos manos. Estaba vendiéndole eso a su cliente mientras él se guardaba la pasta.
—¡Joder! —exclamó Rider—. ¿No lo acusaron?
Pratt rechazó la idea con un gesto de la mano.
—Fue a posteriori, y además era uno de esos casos de mierda de «yo dije, él dijo». No habría llegado a ninguna parte, y menos teniendo en cuenta que Maury es un miembro de la judicatura que tiene buenas relaciones con todo el mundo. Pero desde entonces siempre he oído que Maury da mucho la mano. Así que cuando entréis en esa sala con él y Waits no le deis la mano.
Dejaron a Prat sonriendo en su despacho tras contar la anécdota y volvieron a su lugar de trabajo. La distribución de tareas la habían acordado en el camino de vuelta desde el tribunal. Bosch se ocuparía de Waits y Rider de Fitzpatrick. Conocerían perfectamente los expedientes en el momento en que se sentaran frente a Waits en la sala de interrogatorios al día siguiente.
Puesto que Rider tenía menos que leer en el caso Fitzpatrick, ella también terminaría con la acusación de Matarese. Eso significaba que Bosch quedaba eximido y podría dedicar todo su tiempo a estudiar el universo de Raynard Waits. Después de sacar el expediente Fitzpatrick para Rider, eligió llevarse a la cafetería el archivo de acordeón que le había dado O’Shea. Sabía que la aglomeración de la hora del almuerzo estaría disminuyendo y que podría esparcir las carpetas y trabajar sin las distracciones constantes del teléfono y la charla en la sala de brigada de Casos Abiertos. Tuvo que usar una servilleta para limpiar una mesa de la esquina, pero enseguida pudo ponerse con la revisión del material.
Había tres carpetas sobre Waits: el expediente de homicidios del departamento de Policía de Los Angeles compilado por Olivas y Ted Colbert, su compañero en la brigada de la división de Homicidios del noreste; una carpeta sobre una detención anterior, y el archivo de la acusación compilado por O’Shea.
Bosch decidió leer primero el expediente de homicidio. Pronto se familiarizó con Raynard Waits y los detalles de su detención. El sospechoso tenía treinta y cuatro años y vivía en un edificio de planta baja en Sweetzer Avenue, en West Hollywood. No era un hombre grande, medía un metro sesenta y cinco y pesaba sesenta y cinco kilos. Era el dueño y operario de un negocio de una sola persona: una empresa de limpieza de ventanas llamada Clear View Residential Glass Cleaners. Según los informes policiales, a la 1.50 de la noche del 11 de mayo llamó la atención de dos agentes, un novato llamado Arnolfo González y su agente de instrucción, Ted Fennel. Los agentes estaban asignados a un Equipo de Respuesta ante Delitos (ERD) que estaba vigilando un barrio de las colinas en Echo Park, a raíz de una reciente racha de robos en domicilios acaecidos en las noches en que había partido de los Dodgers. Aunque vestían de uniforme, González y Fennel se hallaban en un coche sin identificar cerca de la intersección de Stadium Way y Chavez Ravine Place. Bosch conocía el sitio. Estaba en un extremo del complejo del estadio de los Dodgers, y encima del barrio de Echo Park que el ERD estaba vigilando. Bosch también sabía que estaban siguiendo una estrategia estándar de este tipo de equipos: permanecer en el perímetro del barrio objetivo y seguir a cualquier vehículo o persona de aspecto sospechoso o que pareciera fuera de lugar.
Según el informe redactado por González y Fennel, estos sospecharon de que una furgoneta marcada en los laterales con carteles que decían Clear View Residential Glass Cleaners estuviera en la calle a las dos de la mañana. La siguieron a cierta distancia y González usó los binoculares de visión nocturna para leer el número de matrícula. A continuación, González utilizó el terminal digital móvil del coche, pues los agentes prefirieron usar el ordenador de a bordo en lugar de la radio por si el ladrón que trabajaba en el barrio iba equipado con un escáner de radio policial. El ordenador reveló una irregularidad. La matrícula estaba registrada a un Ford Mustang con dirección en Claremont. Creyendo que la placa de matrícula de la furgoneta era robada y que disponían de una causa probable para parar al conductor, Fennel aceleró, puso las luces de emergencia y detuvo a la furgoneta en Figueroa Terrace, cerca del cruce con Beaudry Avenue.
«El conductor del vehículo parecía agitado y se asomó por la ventanilla para hablar con el agente González, en un intento por impedir que el agente llevara a cabo una revisión visual del vehículo —se leía en el informe de la detención—. El agente Fennel se acercó al lado del pasajero e iluminó la furgoneta con su linterna. Sin entrar en el vehículo, el agente Fennel se fijó en lo que parecían varias bolsas de plástico de basura en el suelo, delante del asiento del pasajero del vehículo. Una sustancia que parecía sangre goteaba desde el nudo de una de las bolsas».
Según el informe, «al preguntar al conductor si aquello era sangre, este respondió que se había cortado antes, cuando uno de los ventanales que estaba limpiando se hizo añicos. Afirmó que había usado varios trapos de limpiar cristales para empapar la sangre. Al solicitársele que mostrara dónde se había cortado, el conductor sonrió y de repente hizo ademán de girar la llave de contacto del vehículo. El agente González metió la mano por la ventanilla para impedirlo. Después de una breve lucha, el conductor fue sacado del vehículo y colocado en el suelo para ser esposado. Luego fue situado en el asiento de atrás del vehículo sin identificar. El agente Fennel abrió la furgoneta e inspeccionó las bolsas. Al hacerlo, descubrió que la primera que abrió contenía restos humanos. Las unidades de investigación fueron convocadas inmediatamente a la escena».
La licencia de conducir del hombre que sacaron de la furgoneta lo identificaba como Raynard Waits. Lo metieron en el calabozo de la división noreste mientras esa misma noche, en Figueroa Terrace, se llevaba a cabo una investigación de su furgoneta y de las bolsas de basura. Sólo después de que los detectives Olivas y Colbert, el equipo de guardia esa noche, asumieran la investigación y retrasaran algunos de los pasos tomados por González y Fennel, se supo que el agente novato había escrito mal el número de matrícula en el terminal digital, marcando una F por una E y obteniendo el registro de matrícula del Mustang de Claremont.
En términos de las fuerzas policiales era «un error de buena fe», lo que significaba que la causa probable pava obligar a detenerse al conductor de la furgoneta todavía podría sostenerse, porque los agentes habían actuado de buena fe al cometer el error. Bosch supuso que esa era la base de la apelación que había mencionado O’Shea.
Bosch dejó a un lado el expediente de la investigación del asesinato y abrió la carpeta de la acusación. Revisó rápidamente los documentos hasta que vio una copia de la apelación. La examinó por encima y encontró lo que había esperado: Waits denunciaba que escribir mal el número de matrícula era una práctica común en el departamento de Policía de Los Angeles y que se empleaba con frecuencia cuando los agentes de brigadas especializadas querían detener y registrar un vehículo sin contar con una causa legítima probable para ello. Aunque un juez del Tribunal Superior falló que González y Fennel habían actuado de buena fe y sostuvo la legalidad del registro, Waits había apelado la decisión al Tribunal de Apelación del Distrito.
Bosch retornó al archivo de la investigación. Al margen de la cuestión de la legalidad de la detención de tráfico, la investigación de Raynard Waits había avanzado con rapidez. La mañana siguiente a la detención, Olivas y Colbert obtuvieron una orden de registro para el apartamento en el que Waits vivía solo. Tras un registro de cuatro horas y el examen forense del mismo se hallaron varias muestras de pelo y sangre humanos obtenidas de los sifones del lavabo y de la bañera, así como un espacio oculto bajo el suelo que contenía varias piezas de joyería y múltiples fotos Polaroid de mujeres jóvenes desnudas que parecían dormidas, inconscientes o muertas. En un lavadero había un congelador industrial que estaba vacío, salvo por dos muestras de vello púbico halladas por un técnico de la policía científica.
Entretanto, las tres bolsas de plástico halladas en la furgoneta fueron transportadas a la oficina del forense. Se descubrió que contenían restos de dos mujeres jóvenes, cada una de las cuales había sido estrangulada y desmembrada después de la muerte del mismo modo. Un hecho digno de mención era que las partes de uno de los cadáveres mostraban signos de haber sido descongeladas después de una congelación.
Aunque no se hallaron herramientas de corte en el apartamento ni en la furgoneta de Waits, las pruebas recopiladas dejaban claro que, buscando un ladrón, los agentes González y Fennel se habían topado con lo que parecía ser un asesino en serie en pleno trabajo. La hipótesis era que Waits ya había desechado o escondido sus herramientas y que estaba en el proceso de desembarazarse de los cadáveres de las dos víctimas cuando atrajo la atención de los oficiales del ERD. Había indicios de que podría haber más víctimas. Los informes del archivo detallaban los esfuerzos realizados en las varias semanas siguientes para identificar los dos cuerpos, así como a las otras mujeres que aparecían en las fotografías Polaroid halladas en el apartamento. Waits, por supuesto, no ofreció ninguna ayuda en este sentido, contratando los servicios de Maury Swann la mañana de su detención y eligiendo permanecer en silencio mientras proseguía el trabajo policial y Swann montaba una defensa basada en la causa probable de la parada de tráfico.
Sólo se identificó a una de las dos víctimas conocidas. Las huellas dactilares extraídas de una de las mujeres descuartizadas coincidían con las de una ficha de la base de datos del FBI. Fue identificada como una fugada de diecisiete años de Davenport, Iowa. Lindsey Mathers había salido de casa dos meses antes de ser hallada en la furgoneta de Waits y sus padres no habían tenido ninguna noticia suya en ese tiempo. Mediante fotos proporcionadas por su madre, los detectives lograron reconstruir su pista en Los Angeles. Fue reconocida por consejeros juveniles en varios albergues de Hollywood. Había utilizado diversos nombres para evitar ser identificada y presumiblemente enviada a casa. Había claros indicios de que estaba involucrada en el consumo de droga y la prostitución callejera. Las marcas de agujas encontradas en su cuerpo durante la autopsia eran aparentemente el resultado de una larga práctica de inyectarse drogas. Un análisis de sangre llevado a cabo durante la autopsia halló heroína y PCP en su flujo sanguíneo.
A los consejeros del albergue que ayudaron a identificar a Lindsey Mathers también les mostraron las fotografías de Polaroid halladas en el apartamento de Waits y fueron capaces de proporcionar una serie de nombres diferentes de, al menos, tres de las jóvenes. Sus historias eran similares a la de Mathers. Eran fugadas, posiblemente implicadas en la prostitución como medio de ganar dinero para comprar droga.
Para Bosch estaba claro por las pruebas e información recopiladas que Waits era un depredador que se centró en mujeres jóvenes que no fueron echadas en falta de inmediato, moradoras de los márgenes que no contaban para la sociedad y cuyas desapariciones, por consiguiente, pasaron inadvertidas.
Las fotografías del espacio oculto en el apartamento de Waits estaban en el archivo, metidas en hojas de plástico, cuatro por página. Había ocho páginas con múltiples instantáneas de cada mujer. Un informe de análisis adjunto afirmaba que la colección fotográfica contenía imágenes de nueve mujeres diferentes: las dos mujeres cuyos restos se hallaron en la furgoneta de Waits y siete desconocidas. Bosch sabía que las desconocidas probablemente eran las siete mujeres de las que Waits se ofrecía a hablar a las autoridades además de Marie Gesto y el hombre de la casa de empeños. De todos modos, estudió las fotos en busca del rostro de Marie Gesto.
No estaba allí. Las caras de las fotos pertenecían a mujeres que no habían causado el mismo revuelo que Marie Gesto. Bosch se sentó y se quitó las gafas de lectura para descansar la vista unos segundos. Recordó a uno de sus primeros maestros en Homicidios. El detective Ray Vaughn tenía una compasión especial por los llamados «don nadies asesinados», las víctimas que no contaban. Enseguida le enseñó a Bosch que en la sociedad no todas las víctimas eran iguales, pero que debían serlo para un verdadero detective.
«Cada una de ellas era la hija de alguien —le había dicho Ray Vaughn—. Todas cuentan».
Bosch se frotó los ojos. Pensó en la oferta de Waits de resolver nueve asesinatos, incluidos los de Marie Gesto y Daniel Fitzpatrick, así como los de las siete mujeres que nunca habían importado a nadie. Había algo que no encajaba. Fitzpatrick era una anomalía porque era un varón y el crimen no parecía tener una motivación sexual. Él siempre había asumido que el de Gesto era un crimen sexual. Pero ella no era una víctima olvidada: Gesto había aparecido en las noticias de máxima audiencia. ¿Waits había aprendido de ella? ¿Había afilado su habilidad después de ese crimen para asegurarse de que nunca volvería a atraer semejante atención policial y de los medios? Bosch pensó que quizás el revuelo que él mismo había generado en el caso Gesto había provocado que Waits mutara, que se convirtiera en un asesino más habilidoso y astuto. Si era así, tendría que tratar con esa culpa posteriormente. Por el momento debía concentrarse en lo que tenía delante.
Volvió a ponerse las gafas y retornó a los archivos. Las pruebas contra Waits eran sólidas. No hay nada como hallar a alguien en posesión de partes de dos cadáveres. Era la pesadilla de un abogado defensor y el sueño de un fiscal. El caso había superado la vista preliminar en cuatro días y la oficina del fiscal había subido las apuestas con el anuncio de O’Shea de que solicitaría la pena capital.
Bosch tenía una libreta a un lado de la carpeta abierta para poder escribir preguntas para O’Shea, Waits u otros. Estaba en blanco cuando llegó al final de su revisión de los archivos de la investigación y la acusación. Ahora anotó las únicas preguntas que se le ocurrieron.
¿Si Waits mató a Gesto, por qué no había ninguna foto suya en el apartamento?
Waits vivía en West Hollywood. ¿Qué estaba haciendo en Echo Park?
La primera pregunta podía explicarse fácilmente: Bosch sabía que los asesinos evolucionaban. Waits podría haber aprendido del asesinato de Gesto que necesitaba guardar recuerdos de su trabajo. Las fotos podían haber empezado después de Gesto.
La segunda pregunta era más inquietante. No había ningún informe en el archivo que tratara esa cuestión. Se había pensado simplemente que Waits iba camino de desembarazarse de los cadáveres, posiblemente enterrándolos en la zona verde que rodeaba el Dodger Stadium. No se había llevado a cabo ninguna investigación posterior sobre este particular. Sin embargo, a juicio de Bosch, era algo a considerar. Echo Park se encontraba a, al menos, media hora de coche desde el apartamento de Waits en West Hollywood. Eso era mucho tiempo para conducir con cadáveres desmembrados metidos en sacos. Además, Griffith Park, que era más grande y tenía más áreas de terreno aislado y dificultoso que la zona que rodeaba el estadio, estaba mucho más cerca del apartamento de West Hollywood y habría sido la mejor elección para deshacerse de un cadáver.
A juicio de Bosch, eso significaba que Waits tenía un destino específico en mente en Echo Park. Eso había sido pasado por alto o desestimado como poco importante en la investigación original.
A continuación anotó dos palabras:
perfil psicológico.
No se había llevado a cabo un examen psicológico del acusado y Bosch estaba levemente sorprendido de ello. Pensó que quizás había sido una decisión estratégica de la fiscalía. O’Shea podría haber decidido no seguir ese camino porque no sabía adónde podía llevar exactamente. Quería juzgar a Waits en base a los hechos y enviarlo a la cámara de gas. No deseaba ser responsable de abrir una puerta a una posible defensa por demencia.
Aun así, pensó Bosch, un examen psicológico habría resultado útil para la comprensión del acusado y de sus crímenes. Debería haberse llevado a cabo. Tanto si el sujeto cooperaba como si no, debería haberse trazado un perfil de los crímenes en sí, así como de lo que se sabía de Waits mediante su historia, aspecto, los hallazgos en su apartamento y los interrogatorios llevados a cabo con aquellos con quienes trabajaba y a quienes conocía. Tal perfil también habría proporcionado a O’Shea una posición ventajosa contra una estrategia de la defensa para alegar demencia.
Ahora era demasiado tarde. El departamento tenía un equipo psicológico reducido y Bosch no tendría forma de que se hiciera nada antes del interrogatorio de Waits al día siguiente. Y enviar una solicitud al FBI supondría una espera de dos meses en el mejor de los casos.
A Bosch, de repente, se le ocurrió una idea, pero decidió madurarla un poco antes de hacer nada. Aparcó las preguntas por el momento y se levantó a rellenar su taza de café. Usaba una taza de café de verdad que se había bajado de la unidad de Casos Abiertos porque la prefería a las de papel. Se la había dado un famoso escritor y productor de televisión llamado Stephen Cannell, que había pasado tiempo en la unidad mientras investigaba para uno de sus proyectos. Impresa en un lado de la taza estaba la frase favorita de Cannell. Decía «¿Qué pretende el malo?». A Bosch le gustaba, porque pensaba que era una buena pregunta que un detective de verdad también debería considerar siempre.
Volvió a la mesa de la cafetería y miró el último archivo. Era el más delgado y el más viejo de los tres. Apartó las ideas de Echo Park y de los perfiles psicológicos y abrió la carpeta. Contenía los informes de investigación relacionados con la detención de Waits en febrero de 1993 por merodear con intenciones ilícitas. Era la única señal en el radar relacionada con Waits hasta su detención en la furgoneta con restos humanos trece años después.
Los informes explicaban que Waits fue detenido en el patio de atrás de una casa del distrito de Fairfax después de que una vecina con insomnio mirara por la ventana mientras caminaba por su casa a oscuras. Ella lo vio mirando por las ventanas de atrás de la casa de al lado. La mujer despertó a su marido y este rápidamente salió en silencio de la vivienda, saltó sobre el hombre y lo retuvo hasta que llegó la policía. El sospechoso fue hallado en posesión de un destornillador y acusado de merodear con intenciones ilícitas. No llevaba ninguna identificación y dio el nombre de Robert Saxon a los agentes que lo detuvieron. Dijo que tenía sólo diecisiete años, pero su treta fracasó y poco después fue identificado como Raynard Waits, de veintiún años, cuando una huella de pulgar obtenida durante el proceso de fichado coincidió con la de una licencia de conducir emitida nueve meses antes a nombre de Raynard Waits. Esa licencia contenía el mismo día y mes de nacimiento, pero había un cambio. Decía que Raynard Waits era cuatro años mayor de lo que aseguraba ser con el nombre de Robert Saxon.
Una vez identificado, Waits reconoció ante la policía durante su interrogatorio que había estado buscando una casa para robar. No obstante, se señaló en el informe que la ventana a través de la cual había estado mirando correspondía a la del dormitorio de una chica de quince años que vivía en la casa. Aun así, Waits evitó cualquier tipo de acusación sexual en un acuerdo negociado por su abogado, Mickey Haller. Fue sentenciado a dieciocho meses de libertad vigilada, la cual, según los informes, cumplió con buenas notas y sin cometer ninguna infracción de las normas.
Bosch se dio cuenta de que el incidente era una temprana advertencia de lo que estaba por venir. Pero el sistema estaba demasiado sobrecargado y era ineficiente para reconocer el peligro que encarnaba Waits. Bosch estudió las fechas y se dio cuenta de que mientras Waits completaba con éxito el periodo de libertad condicional también se graduaba de merodeador a asesino. Marie Gesto fue raptada antes de que él finalizara la condicional.
—¿Cómo va?
Bosch levantó la cabeza y enseguida se quitó las gafas para poder enfocar a distancia. Rider había bajado a buscar café. Llevaba una taza vacía de «¿Qué pretende el malo?». El autor había regalado una a cada miembro de la brigada.
—Casi he terminado —dijo—. ¿Y tú?
—He terminado con lo que nos dio O’Shea. He llamado a Almacenamiento de Pruebas para pedir la caja de Fitzpatrick.
—¿Qué hay allí?
—No estoy segura, pero el libro del inventario sólo enumera el contenido como registros de empeños. Por eso quiero sacarlo. Y mientras espero voy a terminar con Matarese y dejarlo listo para presentarlo mañana. Depende de cuándo hablemos con Waits, entregaré lo de Matarese a primera o a última hora. ¿Has comido?
—Se me ha olvidado. ¿Qué has visto en el expediente de Fitzpatrick?
Rider cogió la silla opuesta a la de Bosch y se sentó.
—El caso lo llevó la efímera Fuerza de Crímenes en Disturbios, ¿los recuerdas?
Bosch asintió con la cabeza.
—Tenían un porcentaje de resolución de más o menos el diez por ciento —dijo Rider—. Básicamente, cualquiera que hiciese algo durante esos tres días se salvó a no ser que lo pillaran en cámara, como ese chico que le lanzó ladrillos al conductor de un camión mientras tenía un helicóptero de las noticias justo encima.
Bosch recordó que hubo más de cincuenta muertos durante los tres días de disturbios en 1992 y muy pocos casos se resolvieron o explicaron. Había sido un periodo sin ley, de libertad para todos en la ciudad. Recordó haber caminado por Hollywood Boulevard y haber visto edificios en llamas a ambos lados de la calle. Uno de esos edificios probablemente era la casa de empeños de Fitzpatrick.
—Era una tarea imposible —dijo.
—Lo sé —dijo Rider—. Construir casos a partir de aquel caos… Por el expediente de Fitzpatrick me doy cuenta de que no gastaron mucho tiempo con él. Trabajaron la escena del crimen con un equipo de antidisturbios custodiando el lugar. Todo se descartó enseguida como violencia aleatoria, aunque había algunas cosas que deberían haber estudiado rutinariamente.
—¿Como qué?
—Bueno, para empezar, parece que Fitzpatrick era un tipo cabal. Tomaba huellas de los pulgares a todos los que llevaban material a empeñar.
—Para no aceptar propiedad robada.
—Exacto. ¿A qué prestamista de esa época conoces capaz de hacer eso voluntariamente? También tenía una lista de ochenta y seis clientes que eran persona non grata por varios motivos y clientes que se quejaron o lo amenazaron. Aparentemente no es raro que vuelva gente para comprar la mercancía que ha empeñado y se encuentre con que ha pasado el periodo de almacenamiento y ha sido vendida. Se ponen furiosos, a veces amenazan al prestamista y etcétera etcétera. La mayoría de esta información la proporcionó un tipo que trabajaba en la tienda con él. No estaba presente la noche del incendio.
—¿Revisaron la lista de los ochenta y seis?
—Parece que estaban revisando la lista cuando ocurrió algo. Se detuvieron y descartaron el caso como violencia aleatoria relacionada con los disturbios. A Fitzpatrick lo quemaron con combustible de mechero. La mitad de los incendios en tiendas del bulevar empezaron de la misma manera. Así que dejaron de devanarse los sesos y pasaron al siguiente. Había dos tipos en el caso: uno se ha retirado y el otro trabaja en Pacífico. Ahora es sargento de patrulla, turno de tarde. Le he dejado un mensaje.
Bosch sabía que no tenía que preguntarle si Raynard Waits estaba en la lista de los ochenta y seis. Eso habría sido lo primero que Rider le habría dicho.
—Seguramente será más fácil que contactes con el tipo retirado —propuso Bosch—. Los tipos retirados siempre quieren hablar.
Rider asintió.
—Buena idea —dijo.
—La otra cosa es que Waits usó un alias cuando lo detuvieron por merodear en 1993: Robert Saxon. Ya sé que has buscado a Waits en la lista de los ochenta y seis. Quizá deberías buscar también a Saxon.
—Entendido.
—Mira, ya sé que tienes todo eso en marcha, pero ¿sacarás tiempo para buscar a Waits en AutoTrack hoy?
La distribución de quehaceres de la pareja de detectives le dejaba a Rider todo el trabajo con el ordenador. AutoTrack era una base de datos informatizada que podía proporcionar el historial de direcciones de un individuo a través de contratos de servicios públicos y servicios de cable, registros de tráfico y otras fuentes. Era tremendamente útil para seguir la pista a las personas a través del tiempo.
—Creo que podré ocuparme.
—Sólo quiero ver dónde vivía. No se me ocurre por qué estaba en Echo Park y parece que nadie se lo ha pensado mucho.
—Para deshacerse de las bolsas, supongo.
—Sí, claro, eso lo sabernos. Pero ¿por qué Echo Park? Vivía más cerca de Griffith Park y probablemente sea un mejor lugar para enterrar o deshacerse de cadáveres. No lo sé, algo falta o no encaja. Creo que iba a algún sitio que conocía.
—Podría haber buscado la distancia. Quizá pensó que cuanto más lejos, mejor.
Bosch asintió, pero no estaba convencido.
—Creo que voy a irme para allí.
—¿Y qué? ¿Crees que vas a descubrir dónde iba a enterrar esas bolsas? ¿Te me estás volviendo médium, Harry?
—Todavía no. Sólo quiero ver sí puedo tener una sensación de Waits antes de hablar con el tipo.
Decir el nombre hizo que Bosch hiciera una mueca y negara con la cabeza.
—¿Qué? —preguntó Rider.
—¿Sabes lo que estamos haciendo aquí? Estamos ayudando a que este tipo siga vivo. Un tipo que descuartiza mujeres y las guarda en el congelador hasta que se le acaba el sitio y ha de deshacerse de ellas como de basura. Nuestro trabajo es encontrar la forma de dejarle vivir.
Rider frunció el entrecejo.
—Sé cómo te sientes, Harry, pero he de decirte que coincido con O’Shea en esto. Creo que es mejor que todas las familias lo sepan y que resolvamos todos los casos. Es como lo de mi hermana. Queríamos saber.
Cuando Rider era adolescente, su hermana mayor fue asesinada en un tiroteo. El caso se resolvió y tres pandilleros pagaron por ello. Fue la principal razón de que se hiciera policía.
—Probablemente a ti te pasó lo mismo con tu madre —añadió.
Bosch la miró. Su madre había sido asesinada siendo él un niño. Más de tres décadas después, él mismo resolvió el caso porque quería saber.
—Tienes razón —dijo—. Pero no puedo tragármelo ahora mismo.
—¿Por qué no vas a dar esa vuelta y te despejas un poco? Te llamaré si sale algo en AutoTrack.
—Supongo que lo haré.
Empezó a cerrar las carpetas y a apartarlas.