Bosch dudó un momento en la entrada del túnel para ajustar la visión y empezó a avanzar. No tenía que reptar. El túnel era lo bastante grande para recorrerlo en cuclillas. Con la linterna en la mano derecha y la pistola en la izquierda, Bosch mantenía la mirada en la tenue luz de delante. El sonido de la mujer llorando se hacía más audible a medida que avanzaba.
Tres metros en el interior del túnel, el olor mustio que había percibido fuera se convertía en un profundo hedor a descomposición. Por rancio que fuera, no era nuevo para él. Casi cuarenta años antes había sido una rata de los túneles en el ejército estadounidense, participando en más de un centenar de misiones en las galerías de Vietnam. El enemigo a veces enterraba a sus muertos en las paredes de arcilla de sus túneles. Eso los ocultaba de la vista, pero el hedor de la descomposición era imposible de ocultar. Una vez que se te metía en la nariz era igualmente imposible de olvidar.
Bosch sabía que se dirigía hacia algo terrorífico, que las víctimas desaparecidas de Raynard Waits estaban más adelante en el túnel. Ese había sido su destino en la noche en que pararon a Waits en su furgoneta de trabajo. Y Bosch no podía evitar pensar que quizás era también su propio destino. Habían transcurrido muchos años y había recorrido muchos kilómetros, pero le pareció que nunca había dejado atrás los túneles, que su vida siempre había sido un avance lento a través de espacios oscuros y reducidos hacia una luz parpadeante. Sabía que todavía era, y lo sería para siempre, una rata de los túneles.
Los músculos de los muslos le dolían por la tensión de avanzar en cuclillas. Los ojos empezaban a escocerle por el sudor. Y al acercarse al giro en el túnel, vio que la luz cambiaba y volvía a cambiar y supo que eso lo causaba la ondulación de una llama. La luz de una vela.
A un metro y medio de la curva, Bosch se detuvo, se apoyó sobre los talones y escuchó. Le pareció oír sirenas a su espalda. Los refuerzos estaban en camino. Trató de concentrarse en lo que oía por delante en el túnel, pero sólo era el sonido intermitente del llanto de la mujer.
Se enderezó y empezó a avanzar de nuevo. Casi inmediatamente la luz de delante se apagó y el lloriqueo cobró renovada energía y urgencia.
Bosch se quedó inmóvil. Luego oyó una risa nerviosa delante seguida por la familiar voz de Raynard Waits.
—¿Es usted, detective Bosch? Bienvenido a mi zorrera.
Hubo más risas, pero luego nada. Bosch esperó diez segundos. Waits no dijo nada más.
—¿Waits? Suéltela. Mándamela.
—No, Bosch. Ahora está conmigo. Al que entre aquí, lo mato. Me he guardado la última bala para mí.
—No, Waits. Escuche. Sólo déjela salir y entraré yo. Haremos un canje.
—No, Bosch. Me gusta la situación tal y como está.
—Entonces, ¿qué estamos haciendo? Hemos de hablar y ha de salvarse. No queda mucho tiempo. Suelte a la chica.
Al cabo de unos segundos surgió la voz de la oscuridad.
—¿Salvarme de qué? ¿Para qué?
Los músculos de Bosch estaban a punto de acalambrarse. Cuidadosamente descendió hasta quedar sentado con la espalda apoyada en el lado derecho del túnel. Estaba seguro de que la luz de vela procedía de la izquierda. El túnel se doblaba hacia la izquierda. Mantuvo la pistola levantada, pero ahora la empuñaba con las muñecas cruzadas y con la linterna igualmente levantada y a punto.
—No hay escapatoria —dijo—. Ríndase y salga. Su trato sigue en pie. No ha de morir. Y la chica tampoco.
—No me importa morir, Bosch. Por eso estoy aquí. Porque no me importa una mierda. Sólo quería que fuera en mis propios términos. No en los del estado ni en los de nadie. Sólo en los míos.
Bosch se fijó en que la mujer se había quedado en silencio. Se preguntó qué habría pasado. ¿La había silenciado Waits? ¿O la habría…?
—¿Qué pasa, Waits? ¿Está ella bien?
—Se ha desmayado. Demasiada excitación, supongo.
El asesino rio y luego se quedó en silencio. Bosch decidió que tenía que mantener a Waits hablando. Si estaba entretenido con Bosch, estaría distraído respecto a la mujer y a lo que sin duda se estaba preparando fuera del túnel.
—Sé quién es —dijo en voz baja.
Waits no mordió el anzuelo. Bosch lo intentó otra vez.
—Robert Foxworth. Hijo de Rosemary Foxworth. Educado por el condado. Casas de acogida, orfanatos. Vivió aquí con los Saxon. Durante un tiempo vivió en el orfanato McLaren en El Monte. Yo también, Robert.
La información de Bosch fue recibida con un largo silencio. Pero al cabo de unos segundos surgió una voz calmada de la oscuridad.
—Yo ya no soy Robert Foxworth.
—Entiendo.
—Odiaba ese sitio. McLaren. Los odiaba todos.
—Lo cerraron hace un par de años. Después de que muriera un chico allí.
—Que se jodan y a la mierda ese sitio. ¿Cómo encontró a Robert Foxworth?
Bosch sintió que la conversación iba tomando ritmo. Comprendió el pie que Waits le estaba dando al hablar de Robert Foxworth en tercera persona. Ahora era Raynard Waits.
—No fue muy difícil —respondió Bosch—. Lo descubrimos por el caso Fitzpatrick. Encontramos el recibo de empeño en los registros y coincidía con las fechas de nacimiento. ¿Qué era ese medallón que empeñó?
Un largo silencio precedió a la respuesta.
—Era de Rosemary. Era lo único que Robert tenía de ella. Tuvo que empeñarlo, y cuando volvió a recuperarlo ese cerdo de Fitzpatrick ya lo había vendido.
Bosch asintió con la cabeza. Waits estaba respondiendo preguntas, pero no había mucho tiempo. Decidió saltar al presente.
—Raynard, hábleme de la trampa. Hábleme de Olivas y O’Shea.
Sólo hubo silencio. Bosch lo intentó otra vez.
—Lo utilizaron. O’Shea lo utilizó y va a salir airoso. ¿Es lo que quiere? ¿Usted muere en este agujero y él se va tan campante?
Bosch dejó la linterna en el suelo para poder enjugarse el sudor de los ojos. Acto seguido tuvo que palpar en el suelo para encontrarla.
—No puedo darle a O’Shea ni a Olivas —dijo Waits en la oscuridad.
Bosch no lo entendió. ¿Se había equivocado? Volvió sobre sus pasos en su mente y empezó desde el principio.
—¿Mató a Marie Gesto?
Hubo un largo silencio.
—No —dijo finalmente Waits.
—Entonces, ¿cómo lo organizaron? ¿Cómo podía saber dónde…?
—Piénselo, Bosch. No son estúpidos. No iban a comunicarse directamente conmigo.
Bosch asintió. Lo comprendió.
—Maury Swann —dijo—. Él se ocupó del trato. Cuéntemelo.
—¿Qué quiere que le cuente? Era una trampa, Bosch. Dijo que todo estaba montado para que usted creyera. Dijo que estaba molestando a la gente equivocada y había que convencerlo.
—¿Qué gente?
—Eso no me lo dijo.
—¿Fue Maury Swann quien lo dijo?
—Sí, pero no importa. No podrá cogerlo tampoco a él. Esto es comunicación entre un abogado y su cliente. No puede tocarlo. Es privilegiado. Además, sería mi palabra contra la suya. No iría a ninguna parte y lo sabe.
Bosch lo sabía. Maury Swann era un abogado duro y un miembro respetado de la judicatura. También era encantador con los medios. No había forma de ir tras él sólo con la palabra de un cliente criminal, un asesino en serie por si fuera poco. Había sido una jugada maestra de O’Shea y Olivas usarlo a él de intermediario.
—No me importa —dijo Bosch—. Quiero saber cómo se hizo todo. Cuéntemelo.
Hubo un largo silencio antes de que Waits respondiera.
—Swann fue a verlos con la idea de hacer un trato. Yo aclaraba los casos a cambio de mi vida. Lo hizo sin mi conocimiento. Si me lo hubiera preguntado, le habría dicho que no se molestara. Prefiero la inyección que cuarenta años en una celda. Usted lo entiende, Bosch. Es un tipo de ojo por ojo. Me gusta eso de usted, lo crea o no.
Lo dejó ahí, y Bosch tuvo que incitarlo otra vez.
—Entonces, ¿qué ocurrió?
—Una noche que estaba en la celda me llevaron a la sala de abogados y allí estaba Maury. Me contó que había un trato sobre la mesa. Pero dijo que sólo funcionaría si me comía otro marrón, si admitía haber cometido otro crimen. Me dijo que habría una expedición y que tendría que conducir a cierto detective hasta el cadáver. Había que convencer a ese detective y la única forma de hacerlo era llevarlo hasta el cadáver. Ese detective era usted, Bosch.
—Y dijo que sí.
—Cuando dijo que habría una expedición dije que sí. Esa era la única razón. Significaba luz del día. Vi una ocasión en la luz del día.
—¿Y le hicieron creer que esta oferta, este trato, procedía directamente de Olivas y O’Shea?
—¿De quién si no?
—¿Maury Swann los mencionó alguna vez en relación con el trato?
—Dijo que era lo que querían que hiciera. Dijo que procedía directamente de ellos. Que no harían un trato si no me comía el marrón. Tenía que añadir a Gesto y llevarle a usted hasta ella o no había trato. ¿Lo entiende?
Bosch asintió con la cabeza.
—Sí.
Sintió que se le calentaba la cara de ira. Trató de canalizarla, de dejarla a un lado para que estuviera lista para usarla, pero no en ese momento.
—¿Cómo supo los detalles que me dio durante la confesión?
—Swann. Los obtuvo de ellos. Dijo que tenían el expediente de la investigación original.
—¿Y le dijo cómo encontrar el cadáver en el bosque?
—Swann me dijo que había señales en el bosque. Me enseñó fotos y me explicó cómo conducir a todo el mundo hasta allí. Era fácil. La noche antes de mi confesión lo estudié todo.
Bosch se quedó en silencio mientras pensaba en la facilidad con que lo habían manipulado. Había querido algo con tanta fuerza y durante tanto tiempo que se había cegado.
—¿Y usted qué iba a sacar supuestamente de esto, Raynard?
—¿Se refiere a qué había para mí desde mi punto de vista? Mi vida, Bosch. Me estaban ofreciendo mi vida. Lo tomas o lo dejas. Pero la verdad es que eso no me importaba. Se lo he dicho, Bosch, cuando Maury dijo que habría una expedición supe que habría una oportunidad de escapar… y de visitar mi zorrera una última vez. Con eso me bastaba. No me importaba nada más. Tampoco me importaba morir en el intento.
Bosch trató de pensar en qué preguntar a continuación. Pensó en usar el móvil para llamar al fiscal del distrito o a un juez y que Waits confesara al teléfono. Volvió a bajar la linterna y buscó en su bolsillo, pero recordó que se le había caído el teléfono al saltar para placar a Rachel cuando se desató el tiroteo en el garaje.
—¿Sigue ahí, detective?
—Aquí estoy. ¿Y Marie Gesto? ¿Le dijo Swann por qué tenía que confesar el asesinato de Marie Gesto?
Waits rio.
—No tenía que hacerlo. Era bastante obvio. Quien matara a Gesto estaba tratando de quitárselo a usted de encima.
—¿No se mencionó ningún nombre?
—No, ningún nombre.
Bosch negó con la cabeza. No tenía nada. Nada contra O’Shea y nada contra Anthony Garland ni ningún otro. Miró por el túnel en dirección al garaje. No vio nada, pero sabía que habría gente allí. Habían oscurecido aquel extremo para evitar un alumbrado de fondo. Entrarían en cualquier momento.
—¿Y su fuga? —preguntó para mantener el diálogo en marcha—. ¿Estaba planeada o estaba improvisando?
—Un poco de cada. Me reuní con Swann la noche anterior a la expedición. Me explicó cómo conducirle hasta el cadáver. Me mostró las fotos y me habló de las señales en los árboles y de cómo empezarían cuando llegáramos a un desprendimiento de barro. Dijo que tendríamos que bajar escalando. Fue entonces cuando lo supe. Supe que podría tener una ocasión entonces. Así que le pedí que hiciera que me quitaran las esposas si tenía que escalar. Le dije que no mantendría el trato si tenía que escalar con las manos esposadas.
Bosch recordó a O’Shea imponiéndose a Olivas y diciéndole que le quitara las esposas. La reticencia de Olivas había sido una representación a beneficio de Bosch. Todo había sido un número dedicado a él. Todo era falso y le habían engañado a la perfección.
Bosch oyó el sonido de hombres que reptaban detrás de él en el túnel. Encendió la linterna y los vio. Era el equipo del SWAT. Kevlar negro, rifles automáticos, gafas de visión nocturna. Estaban viniendo. En cualquier momento lanzarían una granada de luz en el túnel. Bosch apagó la linterna. Pensó en la mujer. Sabía que Waits la mataría en el momento en que ellos actuaran.
—¿Estuvo realmente en McLaren? —preguntó Waits.
—Estuve allí. Fue antes que usted, pero estuve allí. Estaba en el barracón B. Estaba más cerca del campo de béisbol, así que siempre llegábamos los primeros a la hora del recreo y conseguíamos el mejor material.
Era una historia de pertenencia, la mejor que se le ocurrió a Bosch en el momento. Había pasado la mayor parte de su vida tratando de olvidarse de McLaren.
—Quizás estuvo allí, Bosch.
—Estuve.
—Y mírenos ahora. Usted siguió su camino y yo el mío. Supongo que alimenté al perro equivocado.
—¿Qué quiere decir? ¿Qué perro?
—¿No lo recuerda? En McLaren siempre nos decían que todos los hombres tienen dos perros dentro. Uno bueno y el otro malo. Luchan todo el tiempo porque sólo uno puede ser el perro alfa, el que manda.
—¿Y?
—Y el que gana es siempre el perro que tú has elegido alimentar. Yo alimenté al malo. Usted alimentó al bueno.
Bosch no sabía qué decir. Oyó un clic detrás de él en el túnel. Iban a lanzar la granada. Se incorporó rápidamente, con la esperanza de que no le dispararan por la espalda.
—Waits, voy a entrar.
—No, Bosch.
—Le daré mi pistola. Mire la luz. Le daré mi pistola.
Encendió la linterna y pasó el haz de luz por la curva que tenía delante. Avanzó y cuando llegó a la curva extendió la mano izquierda en el cono de luz. Sostuvo la pistola por el cañón para que Waits viera que no constituía ninguna amenaza.
—Ahora voy a entrar.
Bosch dobló la curva y entró en la cámara final del túnel. El espacio tenía al menos tres metros y medio de ancho, pero no era lo suficientemente alto para permanecer de pie. Se dejó caer de rodillas e hizo un movimiento de barrido con la linterna por toda la cámara. El tenue haz ámbar reveló una visión espantosa de huesos, calaveras y carne y cabello en descomposición. El hedor era insoportable y Bosch tuvo que contener las náuseas.
El haz de luz enfocó el rostro del hombre que Bosch había conocido como Raynard Waits. Estaba apoyado en la pared más alejada de su zorrera, sentado en lo que parecía un trono excavado en roca y arcilla. A la izquierda, la mujer que había raptado yacía desnuda e inconsciente en una manta. Waits sostuvo el cañón de la pistola de Freddy Olivas en la sien de su rehén.
—Tranquilo —dijo Bosch—. Le daré mi pistola. No le haga más daño.
Waits sonrió, sabiendo que tenía el control absoluto de la situación.
—Bosch, es usted un insensato hasta el final.
Bosch bajó el brazo y arrojó la pistola al lado derecho del trono. Cuando Waits se agachó a recogerla, levantó el cañón de la pistola con la que había estado apuntando a la mujer. Bosch dejó caer la linterna en ese mismo momento y echó la mano atrás, encontrando la empuñadura del revólver que le había quitado a la mujer ciega.
El largo cañón aseguró el tiro. Disparó dos veces, impactando en el centro del pecho de Waits con ambas balas.
Waits cayó de espaldas contra la pared. Bosch vio que sus ojos se abrían desmesuradamente y luego perdían la luz que separa la vida de la muerte. La barbilla de Waits se desplomó y su cabeza se inclinó hacia delante.
Bosch reptó hasta la mujer y le buscó el pulso. Seguía viva. La tapó con la manta sobre la que estaba tumbada. Enseguida gritó a los policías del túnel.
—Soy Bosch, ¡Robos y Homicidios! ¡No disparen! ¡Raynard Waits está muerto!
Una luz brillante destelló alrededor de la esquina en el túnel de la entrada. Era una luz cegadora y sabía que los hombres armados estarían esperando al otro lado.
No importaba, ahora se sentía seguro. Avanzó lentamente hacia la luz.