Debatieron sobre la posibilidad de pedir refuerzos mientras salían a toda velocidad del garaje de la compañía de agua y electricidad. Walling quería esperar refuerzos. Bosch no.
—Mira, lo único que tenemos es una furgoneta blanca —dijo—. Podría estar en esa casa, pero podría no estar. Si irrumpimos ahí con las tropas, podemos perderlo. Así que lo único que quiero es asegurarme desde más cerca. Podemos pedir refuerzos cuando estemos allí. Si los necesitamos.
Bosch creía que su punto de vista era ciertamente razonable, pero también lo era el de Walling.
—¿Y si está allí? —preguntó—. Nosotros dos podríamos meternos en una emboscada. Necesitamos al menos un equipo de refuerzo, Harry, para hacer esto de forma correcta y segura.
—Llamaremos cuando lleguemos allí.
—Entonces será demasiado tarde. Sé lo que estás haciendo. Quieres a este tipo para ti y no te importa poner en peligro a la chica ni a nosotros para conseguirlo.
—¿Quieres quedarte, Rachel?
—No, no quiero quedarme.
—Bien, porque yo quiero que estés ahí.
Decisión tomada, zanjaron la discusión. Figueroa Street discurría por detrás del edificio de la compañía de agua y electricidad. Bosch la tomó hacia el este por debajo de la autovía 101, cruzó Sunset y continuó en la misma calle, que serpenteaba en dirección este por debajo de la autovía 101. Figueroa Street se convirtió en Figueroa Terrace, y siguieron hasta donde terminaba y Figueroa Lane se curvaba trepándose a la cresta de la ladera. Bosch aparcó el coche antes de iniciar el ascenso por Figueroa Lane.
—Subimos caminando y nos mantenemos cerca de la línea de garajes hasta que lleguemos al 710 —dijo—. Si nos quedamos cerca, no tendrá ángulo para vernos desde la casa.
—¿Y si no está dentro? ¿Y si está esperándonos en el garaje?
—Pues nos ocuparemos de eso. Primero descartamos el garaje y luego subimos por la escalera hasta la casa.
—Las casas están en la ladera. Hemos de cruzar la calle de todas todas.
Bosch la miró por encima del techo del coche al salir.
—Rachel, ¿estás conmigo o no?
—Te he dicho que estoy contigo.
—Entonces vamos.
Bosch bajo del Mustang y empezaron a trotar por la acera hacia la colina. Sacó el móvil y lo apagó para que no vibrara cuando estuvieran colándose en la casa.
Estaba resoplando cuando llegaron a la cima. Rachel estaba justo detrás de él y no mostraba el mismo nivel de falta de oxígeno. Bosch no había fumado en años, pero el daño de veinticinco años de nicotina ya estaba hecho.
El único momento en que quedaban expuestos a la casa rosa del final de la calle llegó cuando alcanzaron la cima y tuvieron que cruzar a los garajes que se extendían en el lado este de la calle. Caminaron ese tramo. Bosch agarró a Walling del brazo y le susurró al oído.
—Te estoy usando para taparme la cara —dijo—. A mí me ha visto, pero a ti no.
—No importa —dijo ella cuando cruzaron—. Si nos ve, puedes contar con que sabe lo que está pasando.
Bosch no hizo caso de la advertencia y empezó a avanzar por delante de los garajes, que estaban construidos a lo largo de la acera. Llegaron rápidamente al 710 y Bosch se acercó al panel de ventanas que estaba encima de una de las puertas. Ahuecando las manos contra el cristal sucio, miró y vio que en el interior estaban la furgoneta y cajas apiladas, barriles y otros trastos. No percibió movimiento ni sonido alguno. Había una puerta cerrada en la pared del fondo del garaje.
Se acercó a la puerta de peatones del garaje e intentó abrirla.
—Cerrada —susurró.
Retrocedió y miró las dos puertas abatibles. Rachel estaba ahora junto a la puerta más alejada, inclinándose para oír ruidos del interior. Miró a Bosch y negó con la cabeza. Nada. Bosch miró hacia abajo y vio un tirador en la parte inferior de cada puerta abatible, pero no había un mecanismo exterior de cierre. Se agachó, agarró el primer tirador y trató de abrir la puerta. Esta cedió un par de centímetros y luego se detuvo. Estaba cerrada por dentro. Lo intentó con la segunda puerta y obtuvo el mismo resultado. La puerta cedió unos centímetros, pero se detuvo. Por el mínimo movimiento que permitía cada puerta, Bosch supuso que estaban aseguradas por dentro con candados.
Bosch se levantó y miró a Rachel. Negó con la cabeza y señaló hacia arriba, dando a entender que era hora de subir a la casa.
Se acercaron a la escalera de hormigón y empezaron a subir en silencio. Bosch iba delante y se detuvo a cuatro peldaños del final. Se agachó y trató de contener la respiración. Miró a Rachel. Sabía que estaban improvisando. Él estaba improvisando. No había forma de acercarse a la casa, salvo ir directamente a la puerta delantera.
Dio la espalda a Rachel y estudió las ventanas una por una. No vio movimiento, pero le pareció oír el ruido de una televisión o una radio en el interior. Sacó la pistola —era una de repuesto que había sacado del armario del pasillo esa mañana— y abordó los peldaños finales, sosteniendo el arma a un costado mientras cruzaba en silencio el porche hasta la puerta delantera.
Bosch sabía que no era precisa una orden de registro. Waits había raptado a una mujer y la naturaleza de vida o muerte de la situación sin duda justificaba entrar sin llamar. Puso la mano en el pomo y lo giró. La puerta no estaba cerrada.
Bosch abrió lentamente, fijándose en que había una rampa de cinco centímetros colocada encima del umbral para subir una silla de ruedas. Cuando la puerta se abrió, el sonido de la radio se hizo más alto. Era una emisora evangelista, un hombre que hablaba del éxtasis inminente.
Entraron en el recibidor de la casa. A la derecha se abría un salón comedor. Directamente delante, a través de una abertura en arco, se hallaba la cocina. Un pasillo situado a la izquierda conducía al resto de las dependencias de la casa. Sin mirar a Rachel, Bosch señaló a la derecha, lo cual significaba que ella fuera hacia allí mientras él avanzaba y confirmaba que no había nadie en la cocina antes de tomar el pasillo hacia a la izquierda.
Al llegar a la entrada en arco, Bosch miró a Rachel y la vio avanzando por la sala de estar, con el arma levantada y sujetada con las dos manos. Él entró en la cocina y vio que estaba limpia y pulida, sin un plato en el fregadero. La radio estaba en la encimera. El predicador estaba diciendo a sus oyentes que aquellos que no creyeran quedarían atrás.
Había otro arco que conducía de la cocina al comedor. Rachel pasó a través de él, levantó el cañón de la pistola hacia el techo cuando vio a Bosch y negó con la cabeza.
Nada.
Eso dejaba el pasillo que conducía a las habitaciones y al resto de la casa. Bosch se volvió y regresó al recibidor pasando bajo el paso en arco. Al volverse hacia el pasillo se sorprendió al ver en el umbral a una mujer anciana en una silla de ruedas. En su regazo tenía un revólver de cañón largo. Parecía demasiado pesado para que su brazo frágil lo empuñara.
—¿Quién anda ahí? —dijo la anciana con energía.
Tenía la cabeza torcida. Aunque tenía los ojos abiertos, estos no estaban enfocados en Bosch, sino en el suelo. Era su oído el que estaba aguzado hacia él y el detective comprendió que era ciega.
Bosch levantó la pistola y la apuntó con ella.
—¿Señora Saxon? Tranquila. Me llamo Harry Bosch. Estoy buscando a Robert.
Las facciones de la anciana mostraron una expresión de desconcierto.
—¿Quién?
—Robert Foxworth. ¿Está aquí?
—Se ha equivocado, y ¿cómo se atreve a entrar sin llamar?
—Yo…
—Bobby usa el garaje. No le dejo usar la casa. Con todos esos químicos, huele fatal.
Bosch empezó a avanzar hacia ella, sin apartar la mirada de la pistola en ningún momento.
—Lo siento, señora Saxon. Pensaba que estaría aquí. ¿Ha estado aquí últimamente?
—Viene y va. Sube a pagarme el alquiler, nada más.
—¿Por el garaje? —Se estaba acercando.
—Eso es lo que he dicho. ¿Qué quiere de él? ¿Es amigo suyo?
—Sólo quiero hablar con él.
Bosch se inclinó y le cogió la pistola de la mano a la anciana.
—¡Eh! Es mi protección.
—No se preocupe, señora Saxon. Se la devolveré. Sólo creo que hay que limpiarla un poco. Y engrasarla. De esa forma será más seguro que funcione en caso de que alguna vez la necesite de verdad.
—La necesito.
—La voy a llevar al garaje y le diré a Bobby que la limpie. Luego se la devolveré.
—Más le vale.
Bosch verificó el estado de la pistola. Estaba cargada y parecía operativa. Se la puso en la cinturilla de la parte de atrás de los pantalones y miró a Rachel. La agente del FBI estaba de pie en la entrada, un metro detrás de él. Hizo un movimiento con la mano, haciendo el gesto de mover una llave. Bosch comprendió.
—¿Tiene una llave del garaje, señora Saxon? —preguntó.
—No. Vino Bobby y se la llevó.
—Vale, señora Saxon. Lo veré con él.
Bosch se dirigió a la puerta de la calle. Rachel se unió a él y ambos salieron. A medio camino de la escalera que conducía al garaje, Rachel le agarró el brazo y susurró.
—Hemos de pedir refuerzos. ¡Ahora!
—Llámalos, pero yo voy al garaje. Si está ahí dentro con la chica, no podemos esperar.
Bosch se desembarazó del brazo de Rachel y continuó bajando. Al llegar al garaje, miró una vez más por la ventana a los paneles superiores y no apreció movimiento en el interior. Tenía la mirada concentrada en la pared de atrás. Todavía estaba cerrada.
Se acercó a la entrada de a pie y abrió el filo de una navaja plegable que tenía atada al aro de las llaves.
Bosch empezó a ocuparse de la cerradura de la puerta y consiguió forzarla con la navaja. Hizo una señal a Rachel para que estuviera preparada y tiró de la puerta, pero esta no cedió. Tiró una vez más con más fuerza, pero la puerta siguió sin ceder.
—Hay un cierre interior —susurró—. Eso significa que está ahí dentro.
—No. Podría haber salido por una de las puertas del garaje.
Bosch negó con la cabeza.
—Están cerradas por dentro —susurró—. Todas las puertas están cerradas por dentro.
Rachel comprendió y asintió con la cabeza.
—¿Qué hacemos? —respondió en otro susurro.
Bosch reflexionó un momento y luego le pasó sus llaves.
—Vuelve al coche. Cuando llegues aquí, aparca con la parte de atrás justo ahí. Luego abre el maletero.
—¿Qué estás…?
—Hazlo. ¡Vamos!
Walling corrió por la acera de delante de los garajes y luego cruzó la calle y se perdió de vista colina abajo. Bosch se colocó ante la puerta basculante que parecía cerrada de manera extraña. Estaba desalineada y sabía que era la mejor opción para intentar entrar.
Oyó el potente motor del Mustang antes de ver su coche coronando la colina. Rachel condujo con velocidad hacia él, que retrocedió contra el garaje para darle el máximo espacio para maniobrar. Rachel hizo casi un giro completo en la calle y retrocedió hacia el garaje. El maletero estaba abierto y Bosch inmediatamente buscó la cuerda que guardaba en la parte de atrás. No estaba. Recordó que Osani se la había llevado después de descubrirla en el árbol de Beachwood Canyon.
—¡Mierda!
Buscó rápidamente y encontró un tramo más corto de cuerda que había usado en una ocasión para cerrar el maletero cuando trasladaba un mueble al Ejército de Salvación. Rápidamente ató un extremo de la cuerda al gancho de acero para remolcar el vehículo que había debajo del parachoques y a continuación ató el otro extremo al tirador situado en la parte inferior de la puerta del garaje. Sabía que algo tendría que ceder: la puerta, el tirador o la cuerda. Tenía una posibilidad entre tres de conseguir su objetivo.
Rachel había salido del coche.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
Bosch cerró silenciosamente el maletero.
—Vamos a abrirlo. Métete en el coche y avanza. Despacio. Un tirón rompería la cuerda. Adelante, Rachel. Date prisa.
Sin decir palabra, ella se metió en el coche, lo puso en marcha y empezó a avanzar. Rachel observó por el espejo retrovisor y Bosch hizo girar un dedo para indicarle que siguiera avanzando. La cuerda se tensó y Bosch oyó el sonido de la puerta del garaje crujiendo al aumentar la presión. Retrocedió al tiempo que desenfundaba una vez más su pistola.
La puerta del garaje cedió de repente y se levantó hacia fuera un metro.
—¡Basta! —gritó Bosch, consciente de que ya no tenía sentido seguir hablando en susurros.
Rachel paró el Mustang, pero la cuerda permaneció tensa y la puerta del garaje se mantuvo abierta. Bosch avanzó con rapidez y usó su impulso para agacharse y rodar por debajo de la puerta. Se levantó en el interior del garaje con la pistola en alto y preparada. Barrió el espacio con la mirada, pero no vio a nadie. Sin perder de vista la puerta situada en la pared de atrás, caminó hacia la furgoneta. Abrió de un tirón una de las puertas laterales y miró en el interior. Estaba vacía.
Bosch avanzó hasta la pared del fondo, abriéndose paso en una carrera de obstáculos de barriles boca arriba, rollos de plástico, pacas de toallas y otros elementos para limpiar ventanas. Se percibía un intenso olor a amoniaco y otros productos químicos. A Bosch empezaban a llorarle los ojos.
Las bisagras de la puerta de la pared de atrás estaban a la vista y Bosch sabía que bascularía hacia él cuando la abriera.
—¡FBI! —gritó Walling desde fuera—. ¡Entrando!
—¡Despejado! —gritó Bosch.
Oyó que Walling pasaba por debajo de la puerta del garaje, pero mantuvo su atención en la pared del fondo. Avanzó hacia ella, escuchando en todo momento por si oía algún sonido.
Tomando posición a un lado de la puerta, Bosch puso la mano en el pomo y lo giró. Estaba abierto. Miró atrás a Rachel por primera vez. Ella se encontraba en posición de combate, de perfil respecto a la puerta. Rachel le hizo una señal con la cabeza y en un rápido movimiento Bosch abrió la puerta y traspuso el umbral.
El cuarto carecía de ventanas y estaba oscuro. Bosch no vio a nadie. Sabía que de pie a la luz del umbral era como una diana y rápidamente entró en el cuarto. Vio una cuerda que encendía la luz del techo y tiró de ella. La cuerda se rompió en su mano, pero la bombilla del techo se balanceó ligeramente y se encendió. Estaba en una atestada sala de trabajo y almacenamiento de unos tres metros de profundidad. No había nadie en la sala.
—¡Despejado!
Rachel entró y se quedaron de pie examinando la estancia. A la derecha vieron una mesa de trabajo repleta de latas de pintura viejas, herramientas caseras y linternas. Había cuatro bicicletas oxidadas apiladas contra la pared de la izquierda, junto con sillas plegables y una pila de cajas de cartón que se había derrumbado. La pared del fondo era de cemento. Colgada de ella estaba la vieja y polvorienta bandera del mástil del patio delantero. En el suelo, delante de la bandera, había un ventilador eléctrico de pie, con las palas llenas de polvo y porquería. Parecía que en algún momento alguien había intentado sacar el olor fétido y húmedo de la sala.
—¡Mierda! —dijo Bosch.
Bajó la pistola y pasó junto a Rachel de nuevo en dirección al garaje. Ella lo siguió.
Bosch negó con la cabeza y se frotó los ojos para intentar eliminar parte del escozor producido por los productos químicos. No lo entendía. ¿Habían llegado demasiado tarde? ¿Habían seguido una pista equivocada?
—Comprueba la furgoneta —dijo—. Mira si hay señal de la chica.
Rachel cruzó por detrás de él hacia la furgoneta y Bosch fue a la puerta de peatones en busca de algún error en su razonamiento de que había alguien en el garaje.
No podía haberse equivocado. Había un candado en la puerta, lo cual significaba que había sido cerrada por dentro. Se acercó a las puertas del garaje y se agachó para mirar los mecanismos de cierre. Acertaba de nuevo. Ambas tenían candados en los cierres interiores.
Trató de desentrañarlo. Las tres puertas habían sido cerradas desde el interior. Eso significaba que o bien había alguien dentro del garaje o había un punto de salida que todavía no había identificado. Pero eso parecía imposible. El garaje estaba excavado directamente en la ladera del terraplén. No había posibilidad de una salida posterior.
Estaba comprobando el techo, preguntándose si era posible que hubiera un pasadizo que condujera a la casa, cuando Rachel le llamó desde el interior de la furgoneta.
—Hay un rollo de cinta aislante —dijo ella—. Hay trozos usados en el suelo con pelo.
El dato disparó la convicción de Bosch de que estaban en el lugar adecuado. Se acercó a la puerta lateral abierta de la furgoneta. Miró en el interior mientras sacaba el teléfono. Se fijó en el ascensor de silla de ruedas en la furgoneta.
—Pediré refuerzos y el equipo de Forense —dijo—. Se nos ha escapado.
Tuvo que volver a encender el teléfono y mientras esperaba que se pusiera en marcha se dio cuenta de algo. El ventilador de pie de la sala de atrás no estaba orientado hacia la puerta del garaje. Si quieres airear una estancia, orientas el ventilador hacia la puerta.
El teléfono zumbó en su mano y le distrajo. Miró la pantalla. Decía que tenía un mensaje en espera. Pulsó el botón para verificarlo y vio que acababa de perderse una llamada de Jerry Edgar. La atendería después. Pulsó el número de la central de comunicaciones y pidió al operador que le conectara con la fuerza especial de búsqueda de Raynard Waits. Contestó un oficial que se identificó como Freeman.
—Soy el detective Harry Bosch. Tengo…
—¡Harry! ¡Fuego!
Era Rachel quien había gritado. El tiempo transcurrió en cámara lenta. En un segundo, Bosch la vio en el umbral de la furgoneta, con la mirada fija por encima del hombro de él hacia la parte de atrás del garaje. Sin pensárselo, saltó hacia Rachel, abrazándola y tirándola al suelo de la furgoneta en un placaje. Sonaron cuatro disparos detrás de él seguidos instantáneamente por el sonido de balas incrustándose en el metal y rompiendo cristal. Bosch rodó de debajo de Rachel y surgió pistola en mano. Atisbó a una figura que se agazapaba en la sala posterior de almacenamiento. Disparó seis tiros a través del umbral y los estantes de la pared de su derecha.
—¿Estás bien, Rachel?
—Estoy bien. ¿Te han herido?
—¡Creo que no! ¡Era él! ¡Waits!
Hicieron una pausa y observaron la puerta de la sala de atrás. Nadie volvió a salir.
—¿Le has dado? —susurró Rachel.
—No creo.
—Pensaba que no había nadie en esa habitación.
—Yo también lo pensaba.
Bosch se levantó, manteniendo su atención en el umbral. Se fijó en que la luz del interior estaba ahora apagada.
—Se me ha caído el teléfono —dijo—. Pide refuerzos.
Empezó a avanzar hacia la puerta.
—Harry, espera. Podría…
—¡Pide refuerzos! Y no te olvides de decirles que estoy aquí dentro.
Se echó a su izquierda y se aproximó a la puerta desde un ángulo que le daría la visión más amplia del espacio interior. Sin embargo, sin la luz del techo, la habitación estaba poblada de sombras y no vio ningún movimiento. Empezó a dar pequeños pasos pisando primero con su pie derecho y manteniendo una posición de disparo. Detrás de él oyó a Rachel al teléfono identificándose y pidiendo que le pasaran con el Departamento de Policía de Los Angeles.
Bosch llegó al umbral e hizo un movimiento de barrido con la pistola para cubrir la parte de la habitación sobre la cual no disponía de ángulo. Entró y se pegó a la pared de la derecha. No había movimiento ni rastro de Waits. El cuarto estaba vacío.
Miró el ventilador y confirmó su error. Estaba orientado hacia la bandera que colgaba en la pared de atrás. No se utilizaba para sacar aire húmedo. El ventilador se había usado para introducir aire.
Bosch dio dos pasos hacia la bandera. Se estiró hacia delante, la agarró por el borde y tiró hacia abajo.
En la pared, a un metro del suelo, vio la entrada a un túnel. Habían retirado una docena de bloques de cemento para crear una abertura cuadrada de un metro veinte de lado. La excavación en la ladera continuaba desde allí.
Bosch se agachó para mirar por la abertura desde la seguridad del lado derecho. El túnel era profundo y oscuro, pero vio un destello de luz diez metros más adelante. Se dio cuenta de que el pasadizo se doblaba y que había una fuente de luz al otro lado de la curva.
Bosch se inclinó más cerca y se dio cuenta de que podía oír un sonido procedente del túnel. Era un lloriqueo grave, un sonido terrible, pero hermoso a la vez. Significaba que al margen de los horrores que hubiera experimentado a lo largo de la noche, la mujer que Waits había raptado seguía viva.
Bosch se estiró hacia la mesa de trabajo y cogió la linterna más limpia que vio. Trató de encenderla, pero se habían agotado las pilas. Probó con otra y obtuvo un débil haz de luz. Tendría que bastar con eso.
Orientó la luz al túnel y confirmó que el primer tramo estaba despejado. Dio un paso hacia el interior del túnel.
—¡Harry, espera!
Se volvió y vio a Rachel en el umbral.
—¡Vienen refuerzos! —susurró.
Bosch negó con la cabeza.
—Ella está dentro. Está viva.
Se volvió de nuevo hacia el túnel y lo alumbró una vez más con la linterna. Todavía estaba despejado hasta la curva. Apagó la luz para conservarla. Miró a Rachel y se adentró en la oscuridad.