Desde el punto de vista de las fuerzas policiales, Raynard Waits era una singularidad como sospechoso de homicidio. Cuando pararon su furgoneta en Echo Park, el Departamento de Policía de Los Angeles capturó a un asesino al que ni siquiera estaban buscando. En efecto, ningún departamento o agencia iba a por Waits. No había archivo sobre él en ningún cajón ni en ordenador alguno. No había perfil del FBI ni informe de antecedentes al que remitirse. Tenían un asesino y tenían que empezar de cero con él.
Esto presentaba un ángulo de investigación completamente nuevo para el detective Freddy Olivas y su compañero Ted Colbert. El caso les llegó con un impulso que simplemente los arrastró. De lo único de lo que se trataba era de avanzar hacia la acusación. Había poco tiempo o inclinación para ir hacia atrás. Waits fue detenido en posesión de bolsas que contenían restos de dos mujeres asesinadas. El caso era pan comido y eso excluía la necesidad de saber exactamente a quién habían detenido y qué le había llevado a estar en esa furgoneta en esa calle en ese momento.
En consecuencia, había poco en el archivo del caso que ayudara a Bosch. El expediente contenía registros del trabajo de investigación relacionado con los intentos de identificar a las víctimas y reunir las pruebas físicas para la inminente acusación.
La información de historial del expediente se limitaba a datos básicos sobre Waits que o bien habían sido proporcionados por el propio sospechoso u obtenidos por Olivas y Colbert durante búsquedas informáticas rutinarias. La conclusión era que sabían poco acerca del hombre al que iban a acusar, pero les bastaba con eso.
Bosch completó la lectura del expediente en veinte minutos. Cuando hubo terminado, una vez más tenía menos de media página de notas en su bloc. Había construido un sucinto cronograma que mostraba las detenciones y admisiones del sospechoso, así como el uso de los nombres Raynard Waits y Robert Saxon.
30-4-92 Daniel Fitzpatrick asesinado, Hollywood.
18-5-92 Raynard Waits, f/n 3-11-71, carné de conducir emitido en Hollywood
1-2-93 Robert Saxon, f/n 3-11-75, detenido por merodear identificado como Raynard Waits, f/n 3-11-71, a través de huella dactilar
9-9-93 Marie Gesto raptada, Hollywood
11-5-06 Raynard Waits, f/n 11-3-71, detenido 187 Echo Park
Bosch estudió el cronograma. Encontró dos elementos dignos de mención. Waits supuestamente no sacó una licencia de conducir hasta que tenía veinte años y, no importa qué nombre usara, siempre daba el mismo día y mes de nacimiento. Si bien una vez ofreció 1975 como su año de nacimiento en un intento de ser considerado un menor, uniformemente dijo 1971 en otras ocasiones. Bosch sabía que la última era una práctica frecuentemente utilizada por la gente que cambiaba de identidad: cambiar el nombre pero mantener algunos otros detalles personales para evitar confundirse u olvidar información básica, algo que delata de manera obvia, sobre todo si quien hace las preguntas es policía.
Bosch sabía por la búsqueda en los registros de esa misma semana que no había partida de nacimiento de Raynard Waits o Robert Saxon con la correspondiente fecha del 3-11 en el condado de Los Angeles. La conclusión a la que habían llegado él y Kiz Rider era que ambos nombres eran falsos. Sin embargo, ahora Bosch consideró que quizá la fecha de nacimiento del 3-11-1971 no fuera falsa. Quizá Waits, o quienquiera que fuese, mantenía su fecha de nacimiento real pese a cambiar su nombre.
Bosch ahora empezaba a sentirlo. Como un surfista que espera la ola buena antes de empezar a remar, sentía que su momento estaba llegando. Pensó que lo que estaba contemplando era el nacimiento de una nueva identidad. Dieciocho días después de asesinar a Daniel Fitzpatrick a resguardo de los disturbios, el hombre que lo mató entró en una oficina de Tráfico de Hollywood y solicitó una licencia de conducir. Dio la fecha de nacimiento del 3 de noviembre de 1971 y el nombre de Raynard Waits. Tendría que proporcionar un certificado de nacimiento, pero eso no habría sido difícil de conseguir si conocía a la gente apropiada. No en Hollywood. No en Los Angeles. Conseguir un certificado de nacimiento falso habría sido una tarea fácil y casi exenta de riesgo.
Bosch creía que el homicidio de Fitzpatrick y el cambio de identidad estaban relacionados. Eran causa y efecto. Algo en el crimen hizo que el asesino cambiara de identidad. Esto contradecía la confesión proporcionada por Raynard Waits dos días antes. Había caracterizado el asesinato de Daniel Fitzpatrick como un crimen de impulso, una oportunidad de regalarse una fantasía largo tiempo anhelada. Se había esforzado en mostrar a Fitzpatrick como una víctima elegida al azar, elegida únicamente porque estaba allí.
Pero si realmente era ese el caso y si el asesino no tenía relación previa con la víctima, entonces ¿por qué el asesino iba a actuar casi de inmediato para reinventarse con una nueva identidad? En el plazo de dieciocho días el asesino se procuró un certificado de nacimiento falso y obtuvo un carné de conducir. Raynard Waits había nacido.
Bosch sabía que existía una contradicción en lo que estaba considerando. Si el asesinato se había producido como Waits había confesado, entonces no existiría una razón para que él rápidamente creara una nueva identidad. Pero los hechos —el cronograma del asesinato y la emisión de la licencia de conducir— lo ponían en tela de juicio. La conclusión era obvia para Bosch. Había una conexión. Fitzpatrick no era una víctima casual. De hecho, podía relacionarse de algún modo con su asesino. Y ese era el motivo de que el asesino hubiera cambiado de nombre.
Bosch se levantó y se llevó su botella vacía a la cocina. Decidió que dos cervezas eran suficientes. Necesitaba mantenerse agudo y en la cresta de la ola. Volvió al equipo de música y puso el mejor disco: Kind of Blue. Siempre le daba una inyección de energía. «All Blues» era la primera canción del aleatorio y era como sacar un blackjack en una mesa de apuestas altas. Era su favorita y la dejó sonar.
De nuevo en la mesa abrió el expediente del caso Fitzpatrick y empezó a leer. Kiz Rider lo había visto antes, pero solamente había llevado a cabo una revisión para preparar la toma de la confesión de Waits. No estaba atenta a la conexión oculta que Bosch estaba buscando.
La investigación de la muerte de Fitzpatrick había sido conducida por dos detectives temporalmente asignados a la fuerza especial de Crímenes en Disturbios. Su trabajo era a lo sumo superficial. Se siguieron pocas pistas, en primer lugar porque no había muchas que seguir, y en segundo lugar por el pesado velo de futilidad que cayó sobre todos los casos relacionados con los disturbios. Casi todos los actos de violencia acaecidos en los tres días de inquietud generalizada fueron aleatorios. La gente robó, violó y asesinó de manera indiscriminada y a su antojo, simplemente porque podía hacerlo.
No se encontraron testigos de la agresión homicida a Fitzpatrick. No había pruebas forenses salvo la lata de combustible de mechero, y la habían limpiado. La mayoría de los registros de la tienda quedaron destruidos por el fuego o el agua. Lo que se salvó se puso en dos cajas y se olvidó. El caso se trató como un caso sin pistas desde el primer momento. Estaba huérfano y archivado.
El expediente del caso era tan delgado que Bosch terminó de leerlo en menos de veinte minutos. No había tomado notas, no se le habían ocurrido ideas, no había visto relaciones. Sentía que la marea refluía. Su cabalgada sobre la ola estaba llegando a su fin.
Pensó en sacar otra cerveza de la nevera y abordar el caso otra vez al día siguiente. En ese momento se abrió la puerta delantera y entró Rachel Walling con cajas de comida de Chínese Friends. Bosch apiló los informes en la mesa para hacer sitio a la cena. Rachel trajo platos de la cocina y abrió las cajas, y Bosch sacó las dos últimas Anchor Steam del refrigerador.
Charlaron durante un rato y entonces Bosch le habló de lo que había estado haciendo desde la hora de comer y lo que había averiguado. Sabía por los comentarios reservados de Rachel que no estaba convencida por su descripción de la pista que había encontrado en Beachwood Canyon. En cambio, cuando le mostró el cronograma que había elaborado, ella coincidió de buena gana con sus conclusiones acerca de que el asesino había cambiado de identidad después del asesinato de Fitzpatrick. Rachel Walling también estaba de acuerdo en que, aunque no tenían el verdadero nombre del asesino, podrían tener su fecha de nacimiento.
Bosch bajó la mirada a las dos cajas del suelo.
—Entonces supongo que vale la pena intentarlo.
Rachel se inclinó hacia un lado para poder ver lo que Bosch estaba mirando.
—¿Qué es eso?
—Sobre todo, recibos de empeños. Todos los documentos salvados del incendio. En el noventa y dos estaban empapados. Los dejaron en esas cajas y se olvidaron de ellos. Nadie los miró siquiera.
—¿Es eso lo que vamos a hacer esta noche, Harry?
Él la miró y sonrió. Asintió con la cabeza.
Una vez que terminaron de cenar decidieron que cogerían una caja cada uno. Bosch propuso que se las llevaran a la terraza de atrás para mitigar el olor a moho que desprenderían una vez que las abrieran. Rachel aceptó de inmediato. Bosch sacó las cajas y llevó dos arcas de cartón vacías del garaje. Se sentaron en las sillas de la terraza y empezaron a trabajar.
Enganchada en la parte superior de la caja que eligió Bosch había una tarjeta de 8 x 13 que decía «Archivador principal». Bosch levantó la tapa y la usó para tratar de dispersar el olor que se desprendió. La caja contenía básicamente recibos de empeños de color rosa y tarjetas de 8 x 13 que habían sido metidos allí de cualquier manera, como si lo hubieran hecho con una pala. No había nada ordenado o limpio en los registros.
El daño causado por el agua era elevado. Muchos de los recibos se habían pegado cuando estaban húmedos y la tinta de otros se había corrido y resultaba ilegible. Bosch miró a Rachel y vio que lidiaba con los mismos problemas.
—Esto está fatal, Harry —dijo.
—Lo sé. Pero haz lo que puedas. Podría ser nuestra última esperanza.
No había otra forma de empezar que no fuera zambullirse en la tarea. Bosch sacó un puñado de recibos, se los puso en el regazo y empezó a repasarlos, tratando de entender el nombre, dirección y fecha de nacimiento de cada cliente que había empeñado algo a través de Fitzpatrick. Cada vez que miraba un recibo, hacía una marca en la esquina superior con un bolígrafo rojo, que había sacado del cajón de la mesa del comedor, y lo dejaba en la caja de cartón que tenía al otro lado de su silla.
Llevaban una buena media hora trabajando sin conversación cuando Bosch oyó sonar el teléfono en la cocina. Pensó en dejarlo estar, pero sabía que podía ser una llamada de Hong Kong. Se levantó.
—Ni siquiera sabía que tuvieras un fijo —dijo Walling.
—Poca gente lo sabe.
Cogió el teléfono al octavo tono. No era su hija. Era Abel Pratt.
—Sólo quería controlarte —dijo—. Supongo que si te encuentro en tu teléfono de casa y dices que estás en casa, entonces de verdad estás en casa.
—¿Qué pasa, estoy bajo arresto domiciliario ahora?
—No, Harry sólo estoy preocupado por ti, nada más.
—Mire, no habrá reacción por mi parte, ¿vale? Pero suspensión de empleo no significa que tenga que estar en casa veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Lo he preguntado en el sindicato.
—Lo sé, lo sé. Pero significa que no participas en ninguna investigación relacionada con el trabajo.
—Bien.
—¿Qué estás haciendo ahora entonces?
—Estoy sentado en la terraza con una amiga. Estamos tomando una cerveza y disfrutando del aire de la noche. ¿Le parece bien, jefe?
—¿Alguien que conozca?
—Lo dudo. No le gustan los polis.
Pratt se rio y pareció que Bosch finalmente había conseguido tranquilizarlo respecto a lo que estaba haciendo.
—Entonces te dejaré en paz. Pásalo bien, Harry.
—Lo haré si deja de sonar el teléfono. Le llamaré mañana.
—Allí estaré.
—Y yo estaré aquí. Buenas noches.
Colgó, miró en la nevera por si había alguna cerveza olvidada o perdida y volvió a la terraza con las manos vacías. Rachel lo estaba esperando con una sonrisa y una tarjeta de 8 x 13 manchada de humedad en la mano. Unida a esta con un clip había un recibo rosa de empeño.
—Lo tengo —dijo.
Rachel se lo pasó a Bosch y volvió a meterse en la casa, donde la luz era mejor. Primero leyó la tarjeta. Estaba escrita con tinta azul parcialmente corrida por el agua, pero todavía legible.
Cliente insatisfecho, 12-02-92
Cliente se queja de que la propiedad se vendió antes de que expirara el periodo de 90 días. Mostrado recibo y corregido. Cliente se queja de que los 90 días no deberían haber incluido fines de semana y festivos. Maldijo; portazo.
DGF
El recibo de empeño rosa que estaba unido a la tarjeta de queja llevaba el nombre de Robert Foxworth, f/n 03-11-71 y una dirección en Fountain, Hollywood. El artículo empeñado el 8 de octubre de 1992 era un «medallón familiar». Foxworth había recibido ochenta dólares por él. Había un cuadrado para huellas dactilares en la esquina inferior derecha del recibo. Bosch veía los caballones de la huella dactilar, pero la tinta o bien se había borrado o se había filtrado del papel a causa de la humedad contenida en la caja de almacenamiento.
—La fecha de nacimiento coincide —dijo Rachel—. Además el nombre lo conecta en dos niveles.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, recurrió otra vez al Robert al usar el nombre de Robert Saxon y se llevó el Fox[3] al usar Raynard. Quizá de aquí parte todo este asunto de Raynard. Si su verdadero apellido era Foxworth, quizá cuando era niño sus padres le contaban historias de un zorro llamado Reynard.
—Si su verdadero apellido es Foxworth —repitió Bosch—. Quizás acabamos de encontrar otro alias.
—Quizá. Pero al menos es algo que no tenías antes.
Bosch asintió. Sentía que su excitación crecía. Rachel tenía razón. Finalmente tenían un nuevo ángulo de investigación. Bosch sacó el móvil.
—Voy a comprobar el nombre a ver qué pasa.
Llamó a la central y pidió a un operador de servicio que comprobara el nombre y la fecha de nacimiento que habían encontrado en el recibo de empeño. Salió limpio y sin registro de una licencia de conducir actual. Le dio las gracias al operador y colgó.
—Nada —dijo—. Ni siquiera un carné de conducir.
—Pero eso es bueno —dijo Rachel—. ¿No lo ves? Robert Foxworth estaría a punto de cumplir treinta y cinco años ahora mismo. Si no hay historial ni licencia actual, es una confirmación de que ya no existe. O bien murió o se convirtió en otra persona.
—Raynard Waits.
Ella asintió.
—Creo que esperaba una licencia de conducir con una dirección en Echo Park —dijo Bosch—. Supongo que eso era demasiado pedir.
—Quizá no. ¿Hay alguna forma de comprobar las licencias de conducir caducadas en este estado? Robert Foxworth, si es su verdadero nombre, probablemente se sacó el carné cuando cumplió dieciséis años en el ochenta y siete. Cuando cambió de identidad, este caducó.
Bosch lo consideró. Sabía que el estado no había empezado a solicitar una huella dactilar a los conductores con licencia hasta principios de los noventa. Significaba que Foxworth podía haberse sacado una licencia de conducir a finales de los ochenta y no habría forma de relacionarlo con su nueva identidad como Raynard Waits.
—Puedo preguntar a Tráfico por la mañana. No es algo que pueda obtener de la central de comunicaciones esta noche.
—Hay algo más que puedes comprobar mañana —dijo ella—. ¿Recuerdas el perfil torpe y rápido que hice la otra noche? Dije que esos primeros crímenes no eran aberraciones. Evolucionó hasta ellos.
Bosch comprendió.
—Una ficha de menores.
Rachel asintió con la cabeza.
—Podrías encontrar un historial juvenil de Robert Foxworth, siempre y cuando sea su verdadero nombre. Tampoco habrían podido acceder desde la central.
Ella tenía razón. La ley estatal impedía seguir la pista de un delincuente juvenil en la edad adulta. El nombre podría haber surgido limpio cuando Bosch llamó para comprobarlo, pero eso no significaba completamente limpio. Igual que con la información de la licencia de conducir, Bosch tendría que esperar hasta la mañana, cuando podría ir a los registros de menores del departamento de Condicional.
Pero en cuanto se levantaron sus esperanzas él mismo volvió a derribarlas.
—Espera un momento, eso no funciona —dijo—. Sus huellas deberían haber coincidido. Cuando miraron las huellas de Raynard Waits, estas tendrían que haber coincidido con las huellas tomadas a Robert Foxworth cuando era menor. Su registro podría no estar disponible, pero sus huellas estarían en el sistema.
—Quizá, quizá no. Son dos sistemas separados. Dos burocracias separadas. El cruce no siempre funciona.
Eso era cierto, pero era más una expresión de deseo que otra cosa. Bosch ahora reducía el ángulo del historial juvenil a una posibilidad remota. Era más probable que Robert Foxworth no hubiera estado nunca en el sistema de menores. Bosch estaba empezando a pensar que el nombre era sólo otra identidad falsa en una cadena de ellas.
Rachel trató de cambiar de tema.
—¿Qué opinas de ese medallón familiar que empeñó? —preguntó.
—No tengo ni idea.
—El hecho de que quisiera recuperarlo es interesante. Me hace pensar que no era robado. Quizá pertenecía a alguien de su familia y necesitaba recuperarlo.
—Eso explicaría que maldijera y diera portazos, supongo.
Rachel asintió con la cabeza.
Bosch bostezó y enseguida se dio cuenta de lo cansado que estaba. Había estado corriendo todo el día para llegar a ese nombre y a las incertidumbres que lo acompañaban. El caso le estaba embotando el cerebro. Rachel pareció darse cuenta.
—Harry, propongo que lo dejemos mientras vamos ganando y tomemos otra cerveza.
—No sé en qué vamos ganando, pero me vendría bien otra cerveza —dijo Bosch—. Sólo hay un problema con eso.
—¿Cuál?
—No hay más.
—Harry, ¿invitas a una chica a hacerte el trabajo sucio y a ayudarte a resolver el caso y lo único que le das es una cerveza? ¿Qué pasa contigo? ¿Y vino? ¿Tienes vino?
Bosch negó con la cabeza con tristeza.
—Voy a la tienda.
—Bien. Yo me voy a la habitación. Te esperaré allí.
—Entonces no me retrasaré.
—Yo quiero vino tinto.
—Estoy en ello.
Bosch se apresuró a salir de la casa. Había aparcado antes en la calle para que Rachel pudiera usar el garaje si venía. Al salir se fijó en un vehículo situado en el otro lado de la calle, dos casas más allá. El vehículo, un todoterreno plateado, le llamó la atención porque estaba en una zona roja. En ese bordillo estaba prohibido aparcar porque estaba demasiado cerca de la siguiente curva. Un coche podía doblar la curva y fácilmente colisionar con cualquier coche aparcado allí.
Al mirar calle arriba, el todoterreno arrancó de repente con las luces apagadas y aceleró hacia el norte doblando la curva y desapareciendo.
Bosch corrió a su coche, se metió en él y se dirigió hacia el norte detrás del todoterreno. Condujo lo más rápido que pudo sin riesgo de chocar. Al cabo de dos minutos había recorrido la calle de curvas y la encrucijada de Mulholland Drive. No había rastro del todoterreno y podía haber ido en cualquiera de las tres direcciones desde el stop.
—¡Mierda!
Bosch se quedó en el cruce durante unos segundos, pensando en lo que acababa de ver y en lo que podía significar. Decidió que o bien no significaba nada o significaba que alguien estaba vigilando su casa y por consiguiente vigilándolo a él. Pero en ese momento no había nada que hacer. Lo dejó estar. Se volvió y circuló por Mulholland a velocidad segura hasta Cahuenga. Sabía que había una tienda de licores cerca de Lankershim. Se dirigió hacia allí, sin dejar de mirar el espejo retrovisor por si lo estaban siguiendo.