En el camino de salida del centro de la ciudad, Bosch tomó por Hill Street hasta Cesar Chavez y dobló a la izquierda. Pronto se convirtió en Sunset Boulevard y condujo por esta avenida hasta Echo Park. No es que esperara ver a Raynard Waits cruzando el semáforo o saliendo de una clínica hispana o de una de las oficinas de la migra que se alineaban en la calle. Pero Bosch estaba siguiendo su instinto en el caso y este le decía que Echo Park seguía en juego. Cuanto más conducía por el barrio, más le tomaba la medida a este y mejor sería en su búsqueda. Instinto al margen, estaba seguro de una cosa: Waits había sido detenido la primera vez cuando iba de camino a un destino específico en Echo Park. Bosch iba a encontrarlo.
Se metió en una zona de estacionamiento prohibido cerca de Quintero Street y caminó hasta el grill Pescado Mojado. Pidió camarones a la diabla y mostró la foto de ficha policial de Waits al hombre que le atendió y a los clientes que esperaban en la cola. Recibió la habitual negativa con la cabeza de cada cliente y la conversación en castellano entre ellos se apagó. Bosch se llevó el marisco a una mesa y se terminó rápidamente el plato.
Desde Echo Park se dirigió a casa para quitarse el traje y ponerse unos tejanos y un jersey. Luego puso rumbo a Beachwood Canyon y recorrió su camino hasta la cima de la colina. El descampado que se utilizaba de aparcamiento debajo de Sunset Ranch estaba vacío, y Bosch se preguntó si toda la actividad y la atención de los medios del día anterior habían mantenido alejados a los paseantes. Salió del coche y abrió el maletero. Sacó una cuerda enrollada de diez metros y se dirigió a los arbustos por el mismo camino que había tomado detrás de Waits el día anterior.
Sólo había avanzado unos pasos por el sendero cuando su teléfono móvil empezó a vibrar. Se detuvo, sacó el teléfono de los tejanos y vio en la pantalla que quien llamaba era Jerry Edgar. Bosch le había dejado antes un mensaje mientras se dirigía a casa.
—¿Cómo está Kiz?
—Mejor. Deberías visitarla, tío. Superar lo que tengas que superar con ella y visitarla. Ni siquiera llamaste ayer.
—No te preocupes, lo haré. De hecho, estaba pensando en salir temprano y pasarme. ¿Vas a estar allí?
—Tal vez. Llámame cuando vayas y trataré de reunirme contigo. En cualquier caso, no llamaba por eso. Hay un par de cosas que quería contarte. En primer lugar, tenían una confirmación de la identificación en la autopsia hoy. Era Marie Gesto.
Edgar se quedó un momento en silencio antes de responder.
—¿Has hablado con sus padres?
—Todavía no. Dan trabaja ahora vendiendo tractores. Pensaba llamar esta noche cuando él haya vuelto a casa y los dos estén juntos.
—Eso es lo que yo haría. ¿Qué más tienes, Harry? Hay un tipo aquí en una sala por violación y homicidio y voy a entrar a partirle el culo.
—Lamento interrumpir. Pensaba que me habías llamado tú.
—Lo he hecho, tío, pero te estaba contestando la llamada muy deprisa por si acaso era importante.
—Es importante. Pensaba que te gustaría saberlo. Creo que esa anotación que encontraron en los 51 de este caso era falsa. Creo que cuando todo se aclare, estaremos a salvo.
Esta vez no hubo vacilación en la respuesta de su antiguo compañero.
—¿Qué estás diciendo, que Waits no nos llamó entonces?
—Exacto.
—Entonces, ¿cómo llegó esa anotación a la crono?
—Alguien la añadió. Recientemente. Alguien que me quería joder.
—¡Maldita sea! —exclamó Edgar. Bosch percibió la rabia y el alivio en la voz de su antiguo compañero—. No he dormido desde que me llamaste y me contaste esta mierda, Harry. No sólo te han jodido a ti, tío.
—Eso es lo que suponía. Por eso he llamado. No lo he averiguado todo, pero es lo que parece. Cuando sepa toda la historia, te la contaré. Ahora vuelve a la sala de interrogatorios y acaba con ese tipo.
—Harry, eres mi hombre, acabas de alegrarme el día. Voy a ir a esa sala a crujirle los huesos a ese capullo.
—Me alegro de oírlo. Llámame si vas a ir a ver a Kiz.
—Lo haré.
Pero Bosch sabía que Edgar sólo iba a hacerlo de boquilla. No visitaría a Kiz, y menos si estaba a punto de resolver un caso como había dicho. Después de cerrar el teléfono y guardárselo en el bolsillo, Bosch miró a su alrededor y asimiló el entorno. Miró arriba y abajo, desde el suelo a la bóveda arbórea, y no vio ninguna señal obvia. Supuso que no había necesidad de un sendero de Hansel y Gretel mientras Waits permaneciera en el camino claramente definido. Si había señales, estas se hallarían al pie de la pendiente fangosa del terraplén. Se dirigió hacia allí.
En la parte de arriba del terraplén ató la cuerda en torno al tronco de un roble blanco y consiguió bajar haciendo rapel. Dejó la cuerda en su sitio y de nuevo examinó el área desde el suelo a la bóveda arbórea. No vio nada que señalara de manera inmediata el camino al emplazamiento de la fosa en la que se había hallado a Marie Gesto. Empezó a caminar hacia la tumba, buscando marcas en los troncos de los árboles, cintas en las ramas, cualquier cosa de la que Waits pudiera haberse valido para encontrar el camino.
Bosch llegó al emplazamiento de la tumba sin ver una sola indicación de sendero señalizado. Estaba decepcionado. Esta falta de hallazgos topaba con la teoría que había perfilado para Rachel Walling. Sin embargo, Bosch estaba convencido de haber acertado y se negaba a creer que no había camino. Pensó que era posible que las marcas hubieran sido destruidas por la horda de investigadores y técnicos que habían acudido al bosque el día anterior.
Negándose a rendirse, regresó al terraplén y miró el emplazamiento de la tumba. Trató de poner su mente en la posición en la que estaba Waits. Él nunca había estado antes allí, sin embargo, enseguida eligió una dirección hacia donde ir mientras todos los demás observaban.
«¿Cómo lo hizo?».
Bosch se quedó inmóvil, pensando y mirando al bosque en la dirección de la tumba. No se movió durante cinco minutos. Después de eso tenía la respuesta.
A media distancia de la línea de visión hacia la tumba había un alto eucalipto. Se dividía a ras de suelo y dos troncos plenamente maduros se alzaban al menos quince metros a través de las copas de otros árboles. En la partición, a unos tres metros del suelo, una rama caída se había atascado horizontalmente entre los troncos. La formación del tronco partido y la rama creaban una «A» invertida que era claramente reconocible y que podía percibirse rápidamente por alguien que mirara al bosque buscando exactamente eso.
Bosch se dirigió hacia el eucalipto, convencido de que tenía la primera señal que había visto Waits. Cuando alcanzó la posición, miró una vez más en dirección a la sepultura. Inspeccionó cuidadosamente con la mirada hasta que detectó una anomalía que era obvia y única en términos de las inmediaciones. Caminó hacia ella.
Era un roble californiano joven. Lo que lo hacía distinguible desde cierta distancia era que había perdido su equilibrio natural. Había perdido la simetría porque faltaba una de las ramas inferiores. Bosch se acercó y miró el afloramiento quebrado del tronco donde debía de haber estado una rama de diez centímetros de grosor. Tras agarrarse de una rama inferior para trepar al árbol y examinar la rotura más de cerca, descubrió que no era una fractura natural. El afloramiento mostraba un corte suave en la mitad superior de la rama. Alguien la había serrado en ese punto y luego había tirado de ella para romperla. Bosch no era especialista en botánica, pero pensaba que el corte y la rotura parecían recientes. La madera interna expuesta era de color claro y no había indicación de regeneración o de reparación natural.
Bosch saltó al suelo y miró a su alrededor en los arbustos. La rama caída no estaba a la vista. Se la habían llevado para que no se avistara y causara sospecha. Para él era una prueba más de que habían dejado un camino de Hansel y Gretel para que Waits lo siguiera.
Se volvió y miró en la dirección de la explanada final. Estaba a menos de veinte metros de la tumba y localizó fácilmente la que creía que era la última señal. En lo alto del roble que hacía sombra sobre la tumba había un nido que parecía el hogar de un ave de grandes dimensiones, un búho o un halcón.
Caminó hasta la explanada y levantó la mirada. La banda elástica para el pelo que según Waits marcaba el lugar había sido retirada por el equipo forense. Mirando hacia más arriba, Bosch no veía el nido desde justo debajo. Olivas lo había planeado bien. Había usado tres señales reconocibles sólo desde cierta distancia. Nada que pudiera atraer una segunda mirada de aquellos que seguían a Waits, y aun así tres señales que podían conducirle fácilmente hasta la tumba.
Al bajar la mirada a la fosa abierta a sus pies, recordó que había percibido una alteración del suelo el día anterior. Lo había achacado a animales que hurgaban la tierra. Ahora creía que la alteración había sido dejada por la primera excavación para comprobar el emplazamiento de la fosa. Olivas había estado allí antes que ninguno de ellos. Había salido a marcar el sendero y a confirmar la tumba. O bien le habían contado dónde encontrarla o le había llevado allí el verdadero asesino.
Bosch llevaba varios segundos mirando la tumba y entendiendo el sentido del escenario antes de darse cuenta de que estaba oyendo voces. Al menos dos hombres conversaban, y las voces se estaban aproximando. Bosch oyó movimiento entre los arbustos, el sonido de pasos pesados en el barro y en el lecho de hojas caídas. Llegaban de la misma dirección por la que había llegado Bosch.
Harry recorrió con rapidez el pequeño descampado y se colocó detrás del gran tronco de roble. Esperó y enseguida se dio cuenta de que los hombres habían llegado al mismo claro del bosque.
—Aquí mismo —dijo la primera voz—. Estuvo aquí mismo trece años.
—No, mierda. Es aterrador.
Bosch no se atrevía a asomarse por el tronco y arriesgarse a exponerse. No importaba quién fuera —medios, polis o incluso turistas—, no quería que lo vieran allí.
Los dos hombres se quedaron en la explanada y conversaron de manera intrascendente durante unos momentos. Por fortuna, ninguno se acercó al tronco del roble y a la posición de Bosch. Finalmente, Bosch oyó que la primera voz decía:
—Bueno, terminemos y salgamos de aquí.
Los hombres se alejaron siguiendo la misma dirección por la que habían venido. Bosch se asomó por detrás del árbol y atisbo a ambos justo antes de que desaparecieran entre los arbustos. Vio a Osani y al otro hombre que suponía que también era de la UIT. Después de darles cierta ventaja, Bosch salió de detrás del tronco y cruzó el descampado. Ocupó una posición a cubierto de un viejo eucalipto y observó a los hombres de la UIT regresando al lugar que el deslizamiento de barro había cortado a pico.
Osani y su compañero hicieron tanto ruido caminando por los arbustos que para Bosch fue fácil elegir el rumbo hacia el terraplén. Protegido por el ruido llegó al eucalipto que constituía la primera señal para Waits y observó a los dos hombres cuando estos se disponían a tomar medidas desde abajo hasta lo alto del terraplén. Bosch vio ahora una escalera colocada de manera muy similar a como lo había estado la del día anterior. Se dio cuenta de que los dos hombres estaban puliendo el informe oficial. Estaban tomando medidas que o bien se habían olvidado o se habían considerado innecesarias el día anterior. A la luz de la hecatombe política causada, todo era necesario.
Osani subió por la escalera mientras su compañero permanecía abajo. Sacó una cinta métrica de su cinturón y soltó una longitud considerable, pasando el extremo a su compañero. Tomaron medidas con Osani gritando las longitudes y su compañero anotándolas en una libreta. A Bosch le dio la impresión de que estaban midiendo diversas distancias desde el sitio en el suelo donde él había estado el día anterior a las posiciones en las que habían estado Waits, Olivas y Rider. Bosch no tenía ni idea de la importancia que tales medidas tendrían para la investigación.
El teléfono de Bosch empezó a vibrar en su bolsillo y él rápidamente lo sacó y lo apagó. Al apagarse la pantalla vio que el número de entrada tenía un prefijo 485, lo cual significaba Parker Center.
Al cabo de unos segundos, Bosch oyó sonar un teléfono móvil en el descampado donde Osani y el otro hombre estaban trabajando. Bosch se asomó por detrás del árbol y vio que Osani sacaba un teléfono de su cinturón. Escuchó y luego echó un vistazo por el bosque haciendo un giro de 360 grados. Bosch volvió a esconderse.
—No, teniente —dijo Osani—, no lo vemos. El coche está en el aparcamiento, pero no lo vemos. No vemos a nadie aquí.
Osani escuchó un rato más y dijo que sí varias veces antes de cerrar el teléfono y volver a guardárselo en el cinturón. Continuó con la cinta métrica y al cabo de aproximadamente un minuto los dos hombres de la UIT ya tenían lo que necesitaban.
El compañero de Osani subió por la escalera y ambos hombres tiraron de ella hasta el terraplén. Fue en ese momento cuando Osani se fijó en la cuerda atada en torno al tronco del roble blanco en el borde del terraplén. Dejó la escalera en el suelo y se acercó al árbol. Sacó la cuerda de alrededor del tronco y empezó a enrollarla. Miró al bosque al hacerlo y Bosch se ocultó detrás de uno de los dos troncos del eucalipto.
Al cabo de unos minutos se habían ido, regresando ruidosamente por el bosque hasta el descampado del aparcamiento y cargando con la escalera entre los dos. Bosch se acercó al terraplén, pero esperó hasta que dejó de oír a los hombres de la UIT antes de subir utilizando las raíces como asideros en su escalada.
Cuando llegó al descampado del aparcamiento no había rastro de Osani ni de su compañero. Bosch encendió otra vez el teléfono y esperó a que se pusiera en marcha. Quería ver si quien había llamado del Parker Center le había dejado un mensaje. Antes de poder escuchar, el teléfono empezó a vibrarle en la mano. Reconoció el número como una de las líneas de Casos Abiertos. Respondió la llamada.
—Soy Bosch.
—Harry, ¿dónde estás?
Era Abel Pratt y Bosch percibió un tono de urgencia en su voz.
—En ningún sitio. ¿Por qué?
—¿Dónde estás?
Algo le decía a Bosch que Pratt sabía exactamente dónde estaba.
—Estoy en Beachwood Canyon. ¿Qué está pasando?
Hubo un momento de silencio antes de que Pratt respondiera, con el tono de urgencia sustituido por uno de enfado.
—Lo que está pasando es que acabo de recibir una llamada del teniente Randolph de la UIT. Dice que hay un Mustang registrado a tu nombre en el aparcamiento de ahí arriba. Le he dicho que es realmente extraño, porque Harry Bosch está en casa, suspendido de servicio y se supone que a un millón de kilómetros de la investigación de Beachwood Canyon.
Pensando con rapidez, a Bosch se le ocurrió una escapatoria.
—Mire, no estoy investigando nada. Estoy buscando algo. Perdí mi moneda de la suerte ayer. Sólo la estoy buscando.
—¿Qué?
—Mi ficha de Robos y Homicidios. Debió de caérseme del bolsillo cuando me deslicé por el terraplén. Al llegar a casa anoche no estaba en mi bolsillo.
Al hablar, Bosch metió la mano en su bolsillo y sacó el objeto que reclamaba haber perdido. Era una pesada pieza de metal de aproximadamente el tamaño y el diámetro de una ficha de casino. Un lado mostraba la placa de detective y el otro la caricatura de un detective —traje, sombrero y mentón prominente— sobre una bandera americana de fondo. Se conocía como moneda o ficha de la suerte y era un remanente de la práctica de las unidades militares especializadas y de élite. Después de ser aceptado en una unidad, un soldado recibe una moneda de la suerte y se espera que la lleve siempre. En todo momento y lugar un compañero de unidad puede pedirle que le muestre la moneda. Esto suele ocurrir en un bar o una cantina. Si el soldado no lleva la moneda, ha de pagar la cuenta. La tradición se había observado durante muchos años en la División de Robos y Homicidios. A Bosch le habían dado su ficha al regresar de la jubilación.
—Al cuerno la moneda, Harry —dijo Pratt enfadado—. Puedes conseguir otra por diez pavos. Aléjate de la investigación. Vete a casa y quédate allí hasta que tengas noticias mías. Está claro.
—Muy claro.
—Además, ¿qué coño? Si perdiste la moneda allí, entonces la gente de Forense ya la habrá encontrado. Fueron a la escena con un detector de metales buscando cartuchos.
Bosch asintió.
—Sí, olvidé eso.
—Sí, Harry lo olvidaste. ¿Me estás tomando el pelo?
—No, jefe, no. Lo olvidé. Estaba aburrido y decidí venir a echar un vistazo. Vi a la gente de Randolph y decidí mantenerme escondido. No pensaba que llamaran para comprobar mi matrícula.
—Bueno, lo hicieron. Y luego yo recibí la llamada. No quiero que me salpique esto, Harry. Lo sabes.
—Me voy a casa ahora mismo.
—Bien. Y quédate allí.
Pratt no esperó la respuesta de Bosch. Colgó y Bosch cerró su teléfono. Lanzó la pesada moneda al aire y cayó en su palma, con la placa boca arriba. Se la guardó y caminó hasta su coche.