Bosch había perdido la noción del tiempo en la biblioteca. Llegaba tarde. Rachel ya estaba sentada y esperándolo. Tenía un gran menú de una página que oscurecía la expresión de enfado de su rostro cuando un camarero condujo a Bosch a la mesa.
—Lo siento —dijo Bosch al sentarse.
—Está bien —replicó ella—, pero ya he pedido. No sabía si ibas a aparecer o no.
Rachel le pasó el menú y él inmediatamente se lo devolvió al camarero.
—Tomaré lo mismo que ella —dijo—, y con el agua está bien.
Bebió del vaso que ya le habían servido mientras el camarero se alejaba. Rachel le sonrió, pero no de manera agradable.
—No te va a gustar. Será mejor que vuelvas a llamarlo.
—¿Por qué? Me gusta el pescado.
—Porque he pedido sashimi. La otra noche me dijiste que te gusta el pescado cocinado.
La noticia le dio que pensar un momento, pero decidió que se merecía pagar por su error de llegar tarde.
—Todo va al mismo sitio —dijo, descartando la cuestión—. Pero ¿por qué llaman a este sitio Water Grill si sirven la comida cruda?
—Buena pregunta.
—Olvídalo. Hemos de hablar. Necesito tu ayuda, Rachel.
—¿Con qué? ¿Qué pasa?
—No creo que Raynard Waits matara a Marie Gesto.
—¿Qué quieres decir? Te condujo a su cadáver. ¿Estás diciendo que no era Marie Gesto?
—No, la identificación se ha confirmado esta mañana en la autopsia. Definitivamente es Marie Gesto la que estaba en esa rumba.
—¿Y Waits fue quien os llevó allí?
—Sí.
—¿Y Waits fue quien confesó haberla matado?
—Sí.
—¿En la autopsia la causa de la muerte coincidía con la confesión?
—Sí, por lo que he oído sí.
—Entonces, Harry, lo que dices es absurdo. Con todo eso, ¿cómo puede no ser el asesino?
—Porque está pasando algo que no sabemos, que yo no sé. Olivas y O’Shea tenían alguna jugada en marcha. No estoy seguro de cuál era, pero todo se fue al traste en Beachwood Ganyon.
Ella levantó ambas manos para pedirle que parara.
—¿Por qué no empiezas por el principio? Cuéntame sólo los hechos. No teorías ni conjeturas. Sólo dime lo que tienes.
Le contó todo, empezando con la alteración del expediente del caso por Olivas y concluyendo con el relato detallado de lo que había ocurrido cuando Waits empezó a subir por la escalera en Beachwood Canyon. Le dijo lo que Waits había gritado a O’Shea y lo que se había eliminado de la cinta de vídeo de la expedición.
Tardó quince minutos y durante ese tiempo sirvieron la comida. Bosch pensó que era lógico que llegara deprisa. ¡No tenían que cocinarla! Se sentía afortunado de ser el que estaba llevando la conversación. Eso le daba una buena excusa para no comer el pescado crudo que le pusieron delante.
Cuando hubo terminado de recontar la historia, vio que la mente de Rachel se había puesto a pensar en todo ello. Estaba dándole vueltas a todas las posibilidades.
—Poner a Waits en el expediente no tiene sentido —dijo ella—. Lo conecta con el caso, sí, pero ya está conectado a través de su confesión y al llevaros al cadáver. Así que ¿por qué preocuparse por el expediente del caso?
Bosch se inclinó por encima de la mesa para responder.
—Dos cosas. Una: Olivas pensó que podría necesitar vender la confesión. No tenía ni idea de si yo podría encontrar lagunas en ella, así que quiso asegurarse. Poner a Waits en el expediente era también una forma de condicionarme a creer la confesión.
—Vale ¿y dos?
—Aquí es donde se pone peliagudo —dijo—. Poner a Waits en el expediente era una forma de condicionarme, pero también se trataba de eliminarme de la caza.
Ella lo miró, pero no registró lo que él estaba diciendo.
—Será mejor que expliques eso.
—Es aquí donde salimos de los hechos conocidos y empezamos a hablar de lo que podrían significar. La teoría, la conjetura, como quieras llamarlo. Olivas puso esa línea en la cronología y me la tiró a la cara. Sabía que si la veía y la creía, también tendría que creer que mi compañero y yo la habíamos cagado bien en el noventa y tres, que había muerto gente por culpa de nuestro error. El peso de todas esas mujeres que Waits había matado desde entonces caería sobre mí.
—Vale.
—Y me conectaría con Waits en un plano emocional de puro odio. Sí, yo he perseguido al hombre que mató a Marie Gesto durante trece años. Pero añadir a esas otras mujeres y poner sus muertes sobre mí llevaría las cosas a una situación explosiva cuando finalmente me encontrara cara a cara con el tipo. Me distraería.
—¿De qué?
—Del hecho de que Waits no la mató. Él estaba confesando el asesinato de Marie Gesto, pero no la mató. Llegó a algún tipo de acuerdo con Olivas y probablemente con O’Shea para cargar con eso, porque ya iba a pagar por los demás casos. Yo estaba tan superado por mi odio que no tenía los ojos en mi presa. No estaba prestando atención a los detalles, Rachel. Lo único que quería era saltar por encima de la mesa y asfixiarlo.
—Estás olvidando algo.
—¿Qué?
Ahora ella se inclinó sobre la mesa, manteniendo la voz baja para no molestar al resto de los clientes.
—Él te condujo al cadáver. Si no la mató, ¿cómo sabía adónde ir en el bosque? ¿Cómo os guio directo a ella?
Bosch asintió con la cabeza. Era una buena pregunta, pero ya había pensado en ella.
—Podía hacerse. Olivas pudo haberle enseñado en su celda. Pudo ser un truco de Hansel y Gretel, un sendero marcado de tal manera que sólo lo notaran quienes lo marcaron. Esta tarde voy a volver a Beachwood Canyon. Mi intuición es que esta vez, cuando vuelva a recorrer el camino, encontraré las señales.
Bosch se estiró, cogió el plato vacío de Rachel y lo cambió por el suyo sin tocar. Ella no protestó.
—Estás diciendo que toda la expedición era una trampa para convencerte —dijo ella—. Que a Waits le hicieron tragar la información fundamental del asesinato de Marie Gesto y que él simplemente la regurgitó toda en la confesión y luego os llevó felizmente como Caperucita Roja por el bosque hasta el lugar donde estaba enterrada la víctima.
Bosch asintió.
—Sí, eso es lo que estoy diciendo. Cuando lo reduces a esto, suena un poco rocambolesco, lo sé, pero…
—Más que un poco.
—¿Qué?
—Más que un poco rocambolesco. En primer lugar, ¿cómo conocía Olivas los detalles para explicárselos a Waits? ¿Cómo sabía dónde estaba enterrada para poder marcar un camino para que Waits lo siguiera? ¿Estás diciendo que Olivas mató a Marie Gesto?
Bosch negó enfáticamente con la cabeza. Pensaba que ella se estaba pasando de la raya en su lógica de abogado del diablo y se estaba enfadando.
—No, no estoy diciendo que Olivas fuera el asesino. Estoy diciendo que fue llevado allí por el asesino. Él y O’Shea. El verdadero asesino acudió a ellos y les propuso una especie de trato.
—Harry, esto suena tan…
Ella no terminó. Movió el sashimi de su plato con los palillos, pero apenas comió. El camarero aprovechó el momento para acercarse a la mesa.
—¿No le ha gustado su sashimi? —le dijo con voz temblorosa.
—No, yo…
Rachel se detuvo al darse cuenta de que tenía una porción casi completa en el plato.
—Creo que no tenía mucha hambre.
—No sabe lo que se pierde —dijo Bosch, sonriendo—. Estaba fantástico.
El camarero se llevó los platos de la mesa y dijo que volvería con los menús de postres.
—«Estaba fantástico» —dijo Walling con voz socarrona—. Capullo.
—Lo siento.
El camarero volvió con los menús de postres y ambos se lo devolvieron y pidieron café. Walling se quedó en silencio y Bosch decidió esperarla.
—¿Por qué ahora? —preguntó ella al fin.
Bosch negó con la cabeza.
—No lo sé exactamente.
—¿Cuándo fue la última vez que sacaste el caso y trabajaste en él activamente?
—Hace cinco meses. El último vídeo que te mostré la otra noche, esa fue la última vez que lo revisé. Sólo quería repasarlo otra vez.
—¿Qué hiciste además de llevar a Garland a comisaría otra vez?
—Todo. Hablé con todo el mundo. Llamé otra vez a las mismas puertas. Sólo interrogué a Garland al final.
—¿Crees que fue Garland quien contactó con Olivas?
—Para que Olivas y quizás O’Shea hicieran un trato tendría que haber alguien con pasta. Mucho dinero y poder. Los Garland tienen las dos cosas.
El camarero llegó con el café y la cuenta. Bosch puso una tarjeta de crédito en la mesa, pero el camarero ya se había marchado.
—¿Quieres que al menos paguemos a medias? —preguntó Rachel—. Ni siquiera has comido.
—Está bien. Oír lo que tenías que decirme ha hecho que mereciera la pena.
—Apuesto a que se lo dices a todas las chicas.
—Sólo a las que son agentes federales.
Ella negó con la cabeza. Bosch vio que la duda se abría paso de nuevo en su mirada.
—¿Qué?
—No sé, es sólo…
—Sólo ¿qué?
—¿Y si lo miras desde el punto de vista de Waits?
—¿Y?
—Está muy pillado por los pelos, Harry. Es como una de esas conspiraciones famosas. Coges todos los hechos después de que ocurran y los mueves para que encajen en una teoría rocambolesca. Marilyn Monroe no murió de sobredosis, los Kennedy recurrieron a la mafia para matarla. Algo así.
—Entonces, ¿qué pasa con el punto de vista de Waits?
—Sólo estoy diciendo que por qué lo haría. ¿Por qué iba a confesar un asesinato que no cometió?
Bosch hizo un gesto despreciativo con las manos, como si estuviera apartando algo.
—Esto es fácil, Rachel. Lo haría porque no tenía nada que perder. Ya iba a caer por ser el Asesino de las Bolsas de Echo Park. Si iba a juicio, sin duda iban a condenarlo a muerte, como Olivas le recordó ayer. Así que su única oportunidad de vivir era confesar sus crímenes; si resulta que el investigador y el fiscal quieren que añada otro asesinato más, ¿qué iba a decir Waits al respecto? ¿No hay trato? No te engañes, ellos tenían la posición de fuerza y si le hubieran dicho a Waits que saltara, él habría asentido con la cabeza y habría dicho: «¿Sobre quién?».
Rachel asintió.
—Y había algo más —añadió Bosch—. Sabía que habría una expedición, que saldría de prisión, y apuesto a que eso le dio esperanza. Sabía que quizá tuviera una oportunidad para escapar. Una vez le dijeron que nos conduciría por el bosque, esa posibilidad se hizo un poco más grande y seguro que su cooperación mejoró. Probablemente toda su motivación estaba en la expedición.
Ella asintió otra vez. Bosch no sabía si la había convencido de algo. Se quedaron un buen rato en silencio. Vino el camarero y se llevó la tarjeta de crédito de Bosch. La comida había terminado.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó ella.
—Como te he dicho, la siguiente parada es Beachwood Canyon. Después de eso, voy a encontrar al hombre que puede explicármelo todo.
—¿O’Shea? Nunca hablará contigo.
—Lo sé. Por eso no voy a ir a hablar con él. Al menos todavía no.
—¿Vas a encontrar a Waits?
Bosch percibió la duda en la voz de Rachel.
—Exacto.
—Se ha largado, Harry. ¿Crees que se quedaría aquí? Mató a dos polis. Su expectativa de vida en Los Angeles es cero. ¿Crees que se quedaría aquí con todas las personas con pistola y placa del condado buscándolo y con licencia para matar?
Harry Bosch asintió lentamente.
—Sigue aquí —dijo con convicción—. Todo lo que has dicho está bien, salvo que olvidas una cosa. Ahora él tiene el poder. Cuando escapó, el poder pasó a Waits. Y si es listo, y parece que lo es, lo usará. Se quedará y exprimirá a O’Shea al máximo.
—¿Te refieres al chantaje?
—Lo que sea. Waits conoce la verdad. Sabe lo que ocurrió. Si puede hacer creíble que es un peligro para O’Shea y para toda su maquinaria electoral, y si puede contactar con O’Shea, ahora puede ser él quien obligue a saltar al candidato.
Ella asintió.
—El control es una buena cuestión —dijo ella—. ¿Y si esa conspiración tuya hubiera ido como estaba planeada? A ver, Waits carga con Gesto y con todas las demás y se va derecho a Pelican Bay o San Quintín a cumplir perpetua sin condicional. Entonces los conspiradores tienen a este tipo sentado en una celda y resulta que conoce todas las respuestas, y tiene el control. Sigue siendo un peligro para O’Shea y toda su maquinaria política. ¿Por qué iba a ponerse en semejante posición el futuro fiscal del distrito del condado de Los Angeles?
El camarero le devolvió la tarjeta de crédito y la factura final. Bosch añadió una propina y firmó. Debía de ser la comida más cara que no había probado.
Miró a Rachel cuando estaba terminando de garabatear su rúbrica.
—Buena pregunta, Rachel. No conozco la respuesta exacta, pero supongo que O’Shea u Olivas o alguien tenía un plan para terminar el juego. Y quizá por eso Waits decidió huir.
Ella arrugó el entrecejo.
—No puedo convencerte de lo contrario, ¿no?
—Todavía no.
—En fin, buena suerte. Creo que vas a necesitarla.
—Gracias, Rachel.
Se levantó y lo mismo hizo ella.
—¿Tienes aparcacoches? —preguntó ella.
—No, he dejado el coche en el garaje de la biblioteca.
Eso significaba que saldrían del restaurante por puertas diferentes.
—¿Nos veremos esta noche? —preguntó Bosch.
—Si no me retraso… Corre el rumor de que nos llegará un caso desde Washington. ¿Y si te llamo?
Él le dijo que le parecía bien y salió con Rachel hasta la puerta que conducía al garaje donde esperaban los aparcacoches. Bosch la abrazó y le dijo adiós.