Recordar lo que Waits les había gritado cambiaba las cosas. Para Bosch significaba que había algo en marcha en Beachwood Canyon, y era algo de lo cual no tenía ni la menor pista. Su primera idea fue retirarse y considerarlo todo antes de hacer un movimiento. Pero la cita con la UIT le había dado un motivo para estar en el Parker Center y planeaba sacar el máximo provecho antes de irse.
Entró en la sala 503, las oficinas de la unidad de Casos Abiertos, y se dirigió hacia la zona donde se hallaba su escritorio. La sala de la brigada estaba casi vacía. Echó un vistazo al puesto de trabajo que compartían Marcia y Jackson y vio que habían salido. Puesto que tenía que pasar por delante de la puerta abierta del despacho de Pratt para ir a su propio lugar de trabajo, Bosch decidió ir de frente. Asomó la cabeza y vio a su jefe arrellanado en su escritorio. Estaba comiendo pasas de una cajita roja. Se mostró sorprendido de ver a Bosch.
—Harry, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó.
—La UIT me ha llamado para ver el vídeo que el tipo de O’Shea grabó en la expedición de Beachwood.
—¿Tiene el tiroteo grabado?
—No del todo. Asegura que la cámara estaba apagada.
Pratt enarcó las cejas.
—¿Randolph no le cree?
—Es difícil. El tipo se guardó la cinta hasta esta mañana y parece que puede estar alterada. Randolph va a pedir a los técnicos que la examinen. En cualquier caso, escuche, pensaba que mientras estaba aquí podía llevarme unos cuantos expedientes y material a Archivos para que no se queden por aquí. Kiz también tiene algunos expedientes fuera y pasará un tiempo hasta que pueda volver a ellos.
—Probablemente es buena idea.
Bosch asintió.
—Eh —dijo Pratt con la boca llena de pasas—. Acabo de tener noticias de Tim y Rick. Acaban de salir de Mission ahora mismo. La autopsia ha sido esta mañana y tienen la identificación: Marie Gesto. Lo han confirmado por la dentadura.
Bosch asintió de nuevo mientras consideraba lo definitivo de la noticia. La búsqueda de Gesto había concluido.
—Supongo que ya está, pues.
—Decían que tú ibas a hacer la notificación. Que querías hacerlo.
—Sí, pero probablemente esperaré hasta esta noche, cuando Dan Gesto vuelva de trabajar. Será mejor que los dos padres estén juntos.
—Como quieras manejarlo. Mantendremos esto oculto de momento. Llamaré al forense y le diré que no lo hago público hasta mañana.
—Gracias. ¿Tim o Rick dijeron si tenían la causa de la muerte?
—Parece estrangulación manual. El hioides estaba fracturado.
Se tocó la parte delantera del cuello por si acaso Bosch no recordaba dónde estaba situado el frágil hueso hioides. Bosch sólo había trabajado alrededor de un centenar de casos de estrangulamiento, pero no se molestó en decir nada.
—Lo siento, Harry. Ya sé que este te toca de cerca. Cuando empezaste a sacar el expediente cada par de meses, supe que significaba algo para ti.
Bosch asintió más para sí mismo que para Pratt. Fue a su escritorio, pensando en la confirmación de la identificación del cadáver, y recordó cómo trece años antes había estado convencido de que nunca encontrarían a Marie Gesto. Siempre resultaba extraño el devenir de los acontecimientos. Empezó a recoger todas las carpetas relacionadas con la investigación Waits. Marcia y Jackson tenían el expediente del homicidio de Gesto, pero eso no le importaba a Bosch porque él disponía de su propia copia en el coche.
Se acercó al escritorio de su compañera para recoger las carpetas de Rider sobre Daniel Fitzpatrick, el prestamista de Hollywood al que Waits había asesinado durante los disturbios de 1992, y reparó en dos cajas de plástico en el suelo. Abrió una y vio que contenía los registros de empeño recuperados de la tienda arrasada por el fuego. Bosch recordó que Rider los había mencionado. El olor a moho de los documentos que habían estado húmedos le impactó y enseguida cerró la tapa de la caja. Decidió que también se los llevaría, aunque eso supondría hacer dos viajes por delante de la puerta abierta de Pratt para meter todo en su coche, y eso le daría al jefe dos oportunidades para despertar su curiosidad acerca de lo que Bosch pretendía realmente.
Bosch estaba considerando dejar las cajas, pero tuvo suerte. Pratt salió de su oficina y lo miró.
—No sé quién decidió que las pasas son un buen aperitivo —dijo—. Todavía tengo hambre. ¿Quieres algo de abajo, Harry? ¿Un donut?
—No, gracias. Voy a llevarme este material y me voy.
Bosch se fijó en que Pratt sostenía una de las guías normalmente apiladas en su escritorio. Decía Indias occidentales en la tapa.
—¿Investigando? —preguntó.
—Sí, comprobando cosas. ¿Has oído hablar de un lugar llamado Nevis?
—No.
Bosch había oído nombrar pocos de los sitios a los que se refería Pratt durante sus investigaciones.
—Aquí dice que puedes comprar un viejo molino de azúcar con tres hectáreas de terreno por menos de cuatrocientos mil. Mierda, sacaría más que eso sólo de mi casa.
Probablemente era cierto. Bosch no había estado nunca en la casa de Pratt, pero sabía que tenía una propiedad en Sun Valley que era lo bastante grande para mantener un par de caballos. Vivía allí desde hacía casi veinte años y estaba asentado en una mina de oro en valor inmobiliario. Aunque había un problema. Unas semanas antes, Rider había escuchado desde su escritorio una conversación telefónica de Pratt en la que planteaba cuestiones sobre custodia de niños y propiedad común. Habló a Bosch de la llamada y ambos supusieron que Pratt estaba hablando con un abogado de divorcios.
—¿Quiere refinar azúcar? —preguntó Bosch.
—No, Harry, sólo es para lo que se usaba en un tiempo la propiedad. Ahora la compras, la arreglas y montas una casa rural.
Bosch se limitó a asentir. Pratt se estaba trasladando a un mundo que él no conocía nada y que le importaba aún menos.
—En fin —dijo Pratt, sintiendo que no tenía audiencia—. Nos veremos. Y, por cierto, está muy bien que te hayas vestido para la UIT. La mayoría de los tipos suspendidos de empleo se habrían presentado en tejanos y camiseta, con más pinta de sospechoso que de poli.
—Sí, no hay problema.
Pratt salió de la oficina y Bosch esperó treinta segundos a que cogiera el ascensor. Luego puso una pila de carpetas en una de las cajas de pruebas y se dirigió a la puerta con todo. Tuvo tiempo de bajarlo hasta su coche y volver antes de que Pratt regresara de la cafetería. Entonces cogió la segunda caja y se fue. Nadie le preguntó qué estaba haciendo ni adónde iba con ese material.
Después de salir del aparcamiento, Bosch miró el reloj y vio que contaba con menos de una hora libre antes de encontrarse para comer con Rachel. No había tiempo suficiente para conducir hasta casa, dejar los documentos y volver, además, habría sido una pérdida de tiempo y gasolina. Pensó en cancelar la comida para poder ir directamente a casa y empezar con la revisión de los registros, pero descartó la idea porque sabía que Rachel sería una buena caja de resonancia y que incluso podría proporcionarle algunas ideas acerca de lo que quería decir Waits al gritar durante el tiroteo.
También podía llegar pronto al restaurante y empezar su revisión mientras esperaba a Rachel en la mesa, aunque eso podía suponer un problema si un cliente o un camarero atisbaba algunas de las fotos del expediente.
La principal biblioteca de la ciudad se hallaba en la misma manzana del restaurante y decidió que iría allí. Podía trabajar un poco con los archivos en uno de los cubículos privados y luego reunirse con Rachel a tiempo en el restaurante.
Después de aparcar en el garaje que había debajo de la bibloteca se llevó los expedientes de los casos Gesto y Fitzpatrick al ascensor. Una vez dentro de los confines de la biblioteca encontró un cubículo abierto en una sala de consulta y se puso a trabajar en la revisión de los documentos que había traído. Como había empezado a releer los archivos de Gesto en el hospital, decidió continuar y terminar su revisión.
Al avanzar por el expediente en el orden en que los documentos e informes fueron archivados, no alcanzó la cronología de la investigación —normalmente archivada al final del expediente— hasta el final. Leyó rutinariamente los formularios 51, y nada en los movimientos de la investigación realizados, los sujetos interrogados o las llamadas recibidas le parecieron más importantes que cuando fueron añadidos originariamente a la cronología.
Sin embargo, de repente se quedó impactado por lo que no había visto en la cronología. Pasó rápidamente las páginas hacia atrás hasta que llegó al 51 del 29 de septiembre de 1993 y buscó la anotación de la llamada que Robert Saxon le había hecho a Jerry Edgar.
No estaba allí.
Bosch se inclinó hacia delante para leer el documento con más claridad. Eso no tenía sentido. En el expediente oficial, la anotación estaba allí. El alias de Raynard Waits, Robert Saxon. La fecha de la entrada era el 29 de septiembre de 1993 y la hora las 18:40. Olivas la había encontrado en su revisión del caso y al día siguiente Bosch lo había visto claramente en el despacho de O'Shea. Había examinado la anotación, sabiendo que era la confirmación de un error que permitió a Waits otros trece años de libertad para matar.
Pero la entrada no estaba en la copia de Bosch del expediente.
¿Qué diablos?
Al principio, Bosch no lo entendió. La copia de la cronología que tenía delante se había hecho cuatro años antes, cuando Bosch había decidido retirarse. Había fotocopiado en secreto los expedientes de un puñado de casos abiertos que todavía le carcomían por dentro. Eran los casos de su jubilación. Su plan consistía en trabajarlos por su cuenta en su tiempo libre para resolverlos antes de poder abandonar finalmente la misión e irse a una playa de México con una caña de pescar en una mano y una cerveza en la otra.
Pero no funcionaba de ese modo. Bosch descubrió que la misión se cumpliría mejor con una placa y regresó al trabajo. Después de ser asignado con Rider a la unidad de Casos Abiertos, uno de los primeros expedientes que sacó era el registro vivo, el archivo de la investigación que se actualizaba cada vez que él o algún otro lo trabajaba. Lo que tenía delante era una copia que había permanecido en un estante de su armario y que no se había actualizado en cuatro años. Aun así ¿cómo uno de los expedientes podía tener una nota en un formulario 51 de 1993 y el otro no?
La lógica dictaba una única respuesta.
El archivo oficial de la investigación había sido falsificado. La entrada del nombre de Robert Saxon en el expediente fue añadida después de que Bosch hiciera su copia del mismo. Por supuesto, esto dejaba un margen de cuatro años en los cuales podía haberse añadido la nota falsa, pero el sentido común le decía a Bosch que no se trataba de años sino de días.
Freddy Olivas le había llamado solo unos días antes buscando el expediente. Olivas tomó posesión del expediente y luego fue él mismo quien descubrió la entrada de Robert Saxon. Fue Olivas quien lo había sacado a la luz.
Bosch repasó la cronología. Casi todas las páginas correspondientes a las fechas de los primeros días de la investigación inicial estaban completamente llenas de anotaciones indicadas con fecha y hora. Solo la página del 29 de septiembre tenía espacio en la parte inferior. Eso habría permitido a Olivas retirar la página de la carpeta, escribir la anotación de Saxon y devolverla a su sitio, preparando el escenario para su supuesto descubrimiento de esa conexión entre Waits y Gesto. En 1993, Bosch y Edgar cumplimentaban los 51 en una máquina de escribir de la sala de brigada de Hollywood. Ahora todo se hacía con ordenador, pero todavía había muchas máquinas de escribir en la mayoría de las salas de brigada para los polis de la vieja escuela —como Bosch— que no conseguían hacerse a la idea de trabajar en un ordenador.
Bosch sintió que una pesada mezcla de alivio y rabia empezaba a superarle. La carga de la culpa por el error que él y Edgar habían cometido se estaba desvaneciendo. Estaban a salvo y necesitaba contárselo a Edgar lo antes posible. Pero Bosch no podía abrazar esa sensación —todavía no— por la creciente rabia que sentía al haber sido víctima de Olivas. Se levantó y salió del cubículo. Abandonó la sala de consulta y accedió a la rotonda principal de la biblioteca, donde un mosaico circular en lo alto de las paredes contaba la historia de los fundadores de la ciudad.
Bosch tenía ganas de gritar, de exorcizar el demonio, pero se mantuvo en silencio. Un vigilante de seguridad pasó a toda prisa por aquella estructura oscura, quizá de camino a detener a un ladrón de libros o a un exhibicionista. Bosch observó cómo se alejaba y volvió a su trabajo.
De vuelta en el cubículo, intentó pensar en lo ocurrido. Olivas había alterado el expediente escribiendo una entrada de dos líneas en la cronología que haría creer a Bosch que había cometido un error garrafal en las primeras etapas de la investigación. La anotación decía que Robert Saxon había llamado para informar de que había visto a Gesto en el supermercado Mayfair la tarde de su desaparición.
Eso era todo. No era el contenido de la llamada lo que era importante para Olivas. Era su autor. Olivas había querido meter de alguna manera a Raynard Waits en el expediente. ¿Por qué? ¿Para causar a Bosch algún tipo de complejo de culpa que le permitiera tener ventaja y controlar la investigación en curso?
Bosch descartó esta posibilidad. Olivas ya llevaba ventaja y tenía el control. Era el investigador jefe en el caso Waits y el hecho de que Bosch fuera propietario del caso Gesto no alteraría eso. Bosch iba a bordo, sí, pero no manejaba el timón. Olivas dirigía el rumbo y por consiguiente introducir el nombre de Robert Saxon no era necesario.
Tenía que existir otra razón.
Bosch reflexionó durante un rato, pero sólo se le ocurrió la débil conclusión de que Olivas necesitaba conectar a Waits con Gesto. Al poner el alias del asesino en el expediente, se remontaba trece años en el tiempo y vinculaba firmemente a Raynard Waits con Marie Gesto.
Pero Waits estaba a punto de reconocer que había asesinado a Gesto. No podía haber mayor vínculo que una confesión sin coerción. Incluso iba a conducir a las autoridades hasta el cadáver. La anotación en la cronología sería una conexión menor comparada con estas dos. Entonces, ¿por qué ponerla?
En última instancia, Bosch estaba confundido por el riesgo que había corrido Olivas. Había alterado el expediente oficial de una investigación de asesinato sin aparentemente ninguna razón ni beneficio. Había corrido el riesgo de que Bosch descubriera el engaño y lo acusara. Había corrido el riesgo de que algún día el engaño fuera posiblemente revelado en el tribunal por un abogado listo como Maury Swann. E hizo todo ello sabiendo que no tenía necesidad de hacerlo, sabiendo que Waits estaría sólidamente ligado al caso con una confesión.
Ahora Olivas estaba muerto y no podía ser confrontado. No había nadie para responder por qué.
Salvo quizá Raynard Waits.
«¿Qué pinta tiene ahora tu chanchullo?».
Y quizá Rick O’Shea.
Bosch pensó en ello y de repente lo comprendió todo. De repente supo por qué Olivas había corrido el riesgo y había puesto el espectro de Raynard Waits en el expediente de Marie Gesto. Lo vio con una claridad que no dejaba espacio para la duda.
Raynard Waits no mató a Marie Gesto.
Se levantó de un salto y empezó a recoger los archivos. Agarrándolos con ambas manos, se apresuró por la rotonda hacia la salida. Sus pisadas hicieron eco detrás de él en la gran sala como una multitud que lo persiguiera. Miró hacia atrás, pero no había nadie.