En el pasillo de la unidad de cuidados intensivos, Bosch pasó junto a una mujer que acababa de salir de la habitación de Kiz Rider. La reconoció como la antigua amante de esta. Se habían conocido brevemente unos años antes, cuando Bosch se encontró con Rider en el Playboy Jazz Festival, en el Hollywood Bowl.
Saludó con la cabeza a la mujer al pasar, pero ella no se detuvo a hablar. Llamó una vez en la puerta de Rider y entró. Su compañera tenía mucho mejor aspecto que el día anterior, pero todavía le faltaba mucho para estar al ciento por ciento. Estaba consciente y alerta cuando Bosch entró en la habitación y siguió a su compañero con la mirada hasta que este se sentó junto a su cama. Rider ya no tenía ningún tubo en la boca, pero el lado derecho de su rostro estaba flácido y Bosch inmediatamente temió que hubiera sufrido un ataque durante la noche.
—No te preocupes —dijo ella, arrastrando las palabras—. Me han entumecido el cuello y me afecta a la mitad de la cara.
Él le apretó la mano.
—Vale —dijo—. Aparte de eso, ¿cómo te sientes?
—No muy bien. Duele. Duele de verdad.
Bosch asintió.
—Sí.
—Me van a operar la mano por la tarde. Eso también va a doler.
—Pero entonces estarás en el camino de la recuperación. La rehabilitación irá bien.
—Eso espero.
Rider sonaba deprimida y Bosch no sabía qué decir. Catorce años antes, cuando tenía aproximadamente la edad de ella, Bosch se había despertado en un hospital después de recibir un balazo en el hombro izquierdo. Todavía recordaba el dolor desgarrador que había sentido cada vez que el efecto de la morfina empezaba a remitir.
—He traído los diarios —dijo—. ¿Quieres que te los lea?
—Sí. Nada bueno, supongo.
—No, nada bueno.
Sostuvo la primera página del Times para que Rider viera la imagen de ficha policial de Waits. A continuación leyó el artículo principal y luego el despiece. Cuando hubo terminado, la miró. Parecía afligida.
—¿Estás bien?
—Deberías haberme dejado, Harry, y haber ido a por él.
—¿De qué estás hablando?
—En el bosque. Podrías haberlo cogido. En cambio, me salvaste la vida. Ahora mira la mierda en la que estás metido.
—Gajes del oficio, Kiz. La única cosa en la que podía pensar allí era en llevarte al hospital. Me sentía realmente culpable por todo.
—¿De qué exactamente has de sentirte culpable?
—De mucho. Cuando el año pasado volví al departamento te hice salir de la oficina del jefe y ser otra vez mi compañera. No habrías estado ahí ayer si yo…
—¡Por favor! ¿Puedes callar la puta boca?
Bosch no recordaba haberla oído usar nunca semejante lenguaje. Obedeció.
—Calla —dijo Rider—. Basta de eso. ¿Qué más me has traído?
Bosch levantó la copia del expediente del caso Gesto.
—Oh, nada. He traído esto para mí. Para leer mientras estabas durmiendo o algo. Es la copia del expediente Gesto que hice cuando me retiré la primera vez.
—¿Y qué vas a hacer con ella?
—Ya te lo he dicho, sólo voy a leerla. No dejo de pensar que se nos ha pasado algo.
—¿Nos?
—A mí. Se me ha pasado algo. Últimamente he estado escuchando mucho una grabación de Coltrane y Monk tocando juntos en el Carnegie Hall. La tuvieron ahí delante, en los archivos del Carnegie, durante unos cincuenta años hasta que alguien la encontró. La cuestión es que el tipo que encontró la grabación tenía que conocer su sonido para saber lo que tenían en la caja de los archivos.
—¿Y eso cómo se relaciona con el expediente?
Bosch sonrió. Ella estaba en la cama del hospital con dos heridas de bala y aún le tomaba el pelo.
—No lo sé. No dejo de pensar que hay algo aquí y que soy el único que puede encontrarlo.
—Buena suerte, ¿por qué no te sientas en esa silla y lees tu expediente? Yo voy a dormir un rato.
—Vale, Kiz. No haré ruido.
Apartó la silla de la pared y la acercó a la cama. Al sentarse, ella habló otra vez.
—No voy a volver, Harry.
Bosch la miró. No era lo que quería oír, pero no iba a protestar. No en ese momento, al menos.
—Lo que tú quieras, Kiz.
—Sheila, mi exnovia, acaba de visitarme. Vio las noticias y vino. Dice que me cuidará hasta que esté mejor, pero no quiere que vuelva a la poli.
Lo cual explicaba por qué no había querido hablar con Bosch en el pasillo.
—Siempre fue un motivo de discusión entre nosotras, ¿sabes?
—Recuerdo que me lo dijiste. Mira, no has de decirme nada de esto ahora.
—Pero no se trata sólo de Sheila. Se trata de mí. No debería ser policía. Lo demostré ayer.
—¿De qué estás hablando? Eres una de las mejores polis que conozco.
Bosch vio resbalar una lágrima por la mejilla de su compañera.
—Me quedé paralizada ahí, Harry. Me quedé paralizada y dejé que él… simplemente me disparara.
—No te hagas esto, Kiz.
—Esos hombres están muertos por mi culpa. Cuando él agarró a Olivas yo no pude moverme. Sólo observé. Debería haberle disparado, pero sólo me quedé allí. Me quedé allí y dejé que disparara a continuación. En lugar de levantar mi pistola, levanté la mano.
—No, Kiz. No tenías ángulo sobre él. Si hubieras disparado, podías haberle dado a Olivas. Después era demasiado tarde.
Esperaba que ella entendiera que le estaba diciendo lo que tenía que declarar cuando llegara la UIT.
—No, he de asumirlo. Yo…
—Kiz, si quieres dejarlo, está bien. Te apoyaré al máximo. Pero no te voy a apoyar con esta otra mierda, ¿entiendes?
Rider se volvió para mirarlo, pero los vendajes le impidieron girar el cuello.
—Vale —dijo.
Brotaron más lágrimas y Bosch comprendió que ella tenía heridas mucho más profundas que las del cuello y la mano.
—Tendrías que haber subido tú —dijo.
—¿De qué estás hablando?
—En la escalera. Si hubieras estado tú arriba en lugar de mí, nada de esto habría ocurrido. Porque no habrías dudado, Harry. Le habrías volado los sesos.
Bosch negó con la cabeza.
—Nadie sabe cómo va a reaccionar en una situación hasta que está metido en ella.
—Me quedé paralizada.
—Duerme, Kiz. Recupérate y luego toma tu decisión. Si no vuelves, lo entenderé. Pero yo siempre te voy a apoyar, Kiz. No importa lo que ocurra ni adónde vayas.
Ella se limpió la cara con la mano izquierda.
—Gracias, Harry.
Rider cerró los ojos y Bosch observó hasta que ella finalmente se rindió. Murmuró algo que Bosch no pudo entender y se quedó dormida. Bosch la observó un rato y pensó en cómo sería no tenerla más de compañera. Habían trabajado bien juntos, como una familia. La echaría de menos.
No quería pensar en el futuro en ese momento. Abrió el expediente del caso y decidió empezar a leer acerca del pasado. Empezó por la primera página, el informe inicial del homicidio.
Al cabo de unos minutos lo había leído y estaba a punto de comenzar con los informes de los testigos cuando empezó a vibrarle el móvil en el bolsillo. Salió de la habitación para responder la llamada en el pasillo. Era el teniente Randolph de la Unidad de Investigación de Tiroteos.
—Lo siento, vamos a mantenerlo fuera de servicio hasta que nos tomemos nuestro tiempo con esto —dijo.
—Está bien. Ya sé por qué.
—Sí, mucha presión.
—¿En qué puedo ayudarle, teniente?
—Esperaba que pudiera pasarse por el Parker Center y ver esta cinta que hemos conseguido.
—¿Tienen la cinta del cámara de O’Shea?
Hubo una pausa antes de que respondiera Randolph.
—Tenemos una cinta suya, sí. No estoy seguro de que sea la cinta completa y por eso quiero que la mire. Ya sabe, para que nos diga lo que falta. ¿Puede venir?
—Tardaré cuarenta y cinco minutos.
—Bien. Estaré esperando. ¿Cómo está su compañera?
Bosch se preguntó si Randolph sabría dónde estaba.
—Todavía resiste. Estoy en el hospital ahora, pero ella está inconsciente.
Esperaba retrasar el interrogatorio de Rider por la UIT lo más posible. Dentro de unos días, cuando estuviera sin calmantes y con la mente despejada, Rider quizá se pensaría mejor lo de declarar voluntariamente que se había quedado paralizada cuando Waits actuó.
—Estamos esperando para ver cuándo podremos interrogarla —dijo Randolph.
—Probablemente dentro de unos días, diría.
—Probablemente. En cualquier caso nos vemos enseguida. Gracias por venir.
Bosch cerró el teléfono y volvió a entrar en la habitación. Cogió el expediente del caso de la silla donde lo había dejado y miró a su compañera. Estaba dormida. Salió en silencio de la habitación.
Llegó en poco tiempo al Parker Center y llamó a Rachel para decirle que la comida pintaba bien. Accedieron en ir de lujo y ella dijo que haría una reserva en el Water Grill para las doce. Bosch dijo que la vería allí.
La brigada de la UIT se hallaba en la tercera planta del Parker Center. Estaba en el extremo opuesto del edificio desde la División de Robos y Homicidios. Randolph tenía una oficina privada con equipo de vídeo. Estaba sentado detrás del escritorio mientras Osani trabajaba con el equipo y poniendo a punto la cinta. Randolph señaló a Bosch el único asiento que quedaba.
—¿Cuándo consiguieron la cinta? —preguntó Bosch.
—La entregaron esta mañana. Corvin dijo que tardó veinticuatro horas en recordar que la había puesto en uno de los bolsillos que usted mencionó. Esto, por supuesto, fue después de que le recordara que tenía un testigo que vio cómo se guardaba la cinta en el bolsillo.
—¿Y cree que está manipulada?
—Lo sabremos seguro después de que se la demos a los técnicos, pero sí, ha sido editada. Encontramos su cámara en la escena del crimen y Osani tuvo la buena idea de anotar el número del contador. Cuando pones esta cinta, el contador no coincide. Faltan unos dos minutos de la cinta. ¿Por qué no la pones, Reggie?
Osani puso en marcha la cinta y Bosch observó que empezaba con la reunión de investigadores y técnicos en el aparcamiento de Sunset Ranch. Corvin se había quedado cerca de O’Shea en todo momento y había un flujo ininterrumpido de imágenes que siempre parecía mantener al candidato a fiscal del distrito en el centro. Esto continuó cuando el grupo siguió a Waits al bosque y hasta que todos se detuvieron en lo alto del terraplén. Entonces quedó claro que había un corte donde presuntamente Corvin había apagado la cámara y la había vuelto a encender. En la cinta no se veía ninguna discusión sobre si las esposas tenían que retirarse de las muñecas de Waits. El vídeo cortaba desde donde Kiz Rider decía que podían usar la escalera de la policía científica hasta que Cafarelli volvía allí con esta.
Osani detuvo la cinta para poder discutir al respecto.
—Es probable que detuviera la cámara mientras esperábamos la escalera —dijo Bosch—. Eso duró diez minutos a lo sumo. Pero seguramente no la paró antes de la discusión por las esposas de Waits.
—¿Está seguro?
—No, sólo son hipótesis. Pero yo no estaba mirando a Corvin. Estaba mirando a Waits.
—Claro.
—Lo siento.
—No lo sienta. No quiero que me dé nada que no estuviera allí.
—¿Alguno de los otros testigos me respalda en esto? ¿Dijeron que oyeron la discusión sobre quitarle las esposas?
—Cafarelli, la técnica forense, la oyó. Corvin dijo que no la oyó y O’Shea dijo que nunca ocurrió. Así que tenemos a dos del departamento diciendo que sí y a dos de la fiscalía diciendo que no. Y ninguna cinta que lo respalde en un sentido o en otro. Clásica pelea de a ver quién mea más lejos.
—¿Y Maury Swann?
—Él desequilibraría la balanza, salvo que no va a hablar con nosotros. Dice que permanecerá callado por interés de su cliente.
Eso no sorprendió a Bosch, viniendo de un abogado defensor.
—¿Hay algún otro corte que quiera mostrarme?
—Posiblemente. Adelante, Reggie.
Osani puso de nuevo en marcha el vídeo y se vio el descenso de la escalera y luego la acción en el calvero, donde Cafarelli usó metódicamente la sonda para marcar la ubicación del cadáver. La grabación era ininterrumpida. Corvin simplemente encendió la cámara y lo grabó todo, probablemente con la idea de editar la cinta después por si en algún momento se necesitaba en un tribunal. O posiblemente como documental de campaña.
La cinta continuó y documentó el regreso del grupo a la escalera. Rider y Olivas subieron y Bosch le quitó las esposas a Waits. Pero en cuanto el prisionero iniciaba su ascenso por la escalera, la cinta se cortaba cuando alcanzaba los últimos peldaños y Olivas se inclinaba hacia él.
—¿Es todo? —preguntó Bosch.
—Todo —dijo Randolph.
—Recuerdo que después del tiroteo, cuando le dije a Corvin que dejara la cámara y subiera por la escalera para ayudar con Kiz, la tenía en el hombro. Estaba grabando.
—Sí, bueno, le preguntamos por qué paró la grabación y aseguró que pensaba que se estaba quedando corto de cinta. Quería guardar para la exhumación del cadáver. Así que apagó la cámara cuando Waits estaba subiendo la escalera.
—¿Eso tiene sentido para usted?
—No lo sé, ¿para usted?
—No. Creo que es mentira. Creo que lo tiene todo grabado.
—Eso es sólo una opinión.
—Lo que sea —dijo Bosch—. La cuestión es ¿por qué cortar la cinta en este punto? ¿Qué había en ella?
—Dígamelo. Usted estaba allí.
—Le he dicho todo lo que podía recordar.
—Bueno, será mejor que recuerde más. No queda muy bien aquí.
—¿De qué está hablando?
—En la cinta no hay discusión sobre si al hombre hay que quitarle las esposas o no. Lo que se ve en la cinta es a Olivas quitándoselas para bajar y a usted quitándoselas para volver a subir.
Bosch se dio cuenta de que Randolph tenía razón y que la cinta hacía parecer que él le había quitado las esposas a Waits sin discutirlo siquiera con los demás.
—O’Shea me está tendiendo una trampa.
—No sé si nadie le está tendiendo una trampa a nadie. Deje que le pregunte algo. Cuando todo se fue al cuerno y Waits cogió la pistola y empezó a disparar, ¿recuerda si vio a O’Shea?
Bosch negó con la cabeza.
—Yo terminé en el suelo con Olivas encima de mí. Me preocupaba dónde estaba Waits, no O’Shea. Lo único que puedo decirles es que no estaba en mi campo visual. Estaba en algún sitio detrás.
—Quizás era eso lo que Corvin tenía en la cinta. O’Shea corriendo como un cobarde.
El uso de la palabra «cobarde» despertó algo en Bosch.
Ahora lo recordó. Desde lo alto del terraplén Waits había llamado cobarde a alguien, presumiblemente a O’Shea. Bosch recordó oír que alguien echaba a correr detrás de él. O’Shea había corrido.
Bosch pensó en ello. Para empezar, O’Shea no tenía ningún arma con la que protegerse del hombre al que iba a mandar a prisión de por vida. Sin lugar a dudas, huir de la pistola no sería inesperado ni poco razonable. Habría sido un acto de supervivencia, no de cobardía. Pero puesto que O’Shea era candidato a máximo fiscal del condado, echar a correr bajo cualquier circunstancia probablemente no se vería demasiado bien, especialmente si aparecía en vídeo en las noticias de las seis.
—Ahora lo recuerdo —dijo Bosch—. Waits llamó cobarde a alguien por correr. Tuvo que ser a O’Shea.
—Misterio resuelto —dijo Randolph.
Bosch se volvió hacia el monitor.
—¿Podemos retroceder y ver otra vez esa última parte? —preguntó—. Antes de que se corte, me refiero.
Osani puso en marcha el vídeo y los tres observaron en silencio desde el momento en que le retiraban las esposas a Waits por segunda vez.
—¿Puede pararlo antes del corte? —pidió Bosch.
Osani congeló la imagen en la pantalla. Mostraba a Waits más allá de la mitad de la escalera y a Olivas estirándose para cogerlo. El ángulo del cuerpo de Olivas había provocado que se le abriera el impermeable. Bosch vio la pistola en una cartuchera en la cadera izquierda de Olivas, con la empuñadura hacia fuera, de manera que podía sacar el arma cruzando el brazo derecho por delante del cuerpo.
Bosch se levantó y caminó hasta el monitor. Sacó un bolígrafo y tamborileó en la pantalla.
—¿Se han fijado en eso? —dijo—. Parece que tiene el cierre de la cartuchera abierto.
Randolph y Osani estudiaron la pantalla. El cierre de seguridad era algo en lo que obviamente no habían reparado antes.
—Puede que quisiera estar preparado por si el prisionero intentaba algo —dijo Osani—. Está dentro del reglamento.
Ni Bosch ni Randolph respondieron. Tanto si estaba dentro de las regulaciones del departamento como si no, era una curiosidad que no podría explicarse, porque Olivas estaba muerto.
—Puedes apagarlo, Reg —dijo finalmente Randolph.
—No, ¿puede mostrarlo una vez más? —pidió Bosch—. Sólo esta parte de la escalera.
Randolph dio su aprobación a Osani con un gesto de la cabeza y la cinta fue rebobinada y reproducida. Bosch trató de usar las imágenes del monitor para cobrar impulso y aplicarlo a su propio recuerdo de lo que ocurrió cuando Waits llegó arriba. Recordó que levantó la mirada y vio a Olivas girando sobre sí mismo, dando la espalda a los de abajo y bloqueando un disparo claro sobre Waits. Recordó que se preguntó dónde estaba Kiz y por qué no había reaccionado.
Entonces se produjeron disparos y Olivas cayó de espaldas por la escalera hacia él. Bosch levantó las manos para tratar de amortiguar el impacto. En el suelo, con Olivas encima de él, oyó más disparos y luego los gritos.
Los gritos. Lo había olvidado por el subidón de adrenalina y el pánico. Waits se había acercado al borde del terraplén y les había disparado. Y había gritado. Había llamado a O’Shea cobarde por correr. Pero había dicho algo más que eso.
«Corre, cobarde. ¿Qué pinta tiene ahora tu chanchullo?».
Bosch había olvidado la pulla en la conmoción, la confusión del tiroteo, la fuga y el intento de salvar a Kiz Rider. En la carga de miedo que conllevaron aquellos momentos.
—¿Qué significaba eso? ¿Qué estaba diciendo Waits al hablar de chanchullo?
—¿Qué pasa? —preguntó Randolph.
—Nada. Sólo trataba de concentrarme en lo que ocurrió en los momentos en que no hay cinta.
—Parecía que había recordado algo.
—Acabo de recordar lo cerca que estuve de que me mataran como a Olivas y Doolan. Olivas aterrizó encima de mí. Terminó siendo mi escudo.
Randolph asintió con la cabeza.
Bosch quería salir de ahí. Quería coger ese hallazgo «¿qué pinta tiene ahora tu chanchullo?», y trabajarlo. Quería reducirlo a polvo y analizarlo bajo el microscopio.
—Teniente, ¿me necesitan para algo más ahora mismo?
—No ahora mismo.
—Entonces me voy. Llámenme si me necesitan.
—Llámeme cuando recuerde lo que no puede recordar.
Miró a Bosch con ironía. Este aparró su mirada.
—Bien.
Bosch salió de la oficina de la UIT y accedió a la zona de los ascensores. Tendría que haber salido del edificio entonces, pero en cambió pulsó el botón de subir.