Bosch y Rider llegaban diez minutos tarde por culpa de la cola de gente que esperaba los ascensores. Bosch detestaba ir al edificio de los tribunales precisamente por los ascensores. La espera y los empujones que hacían falta para entrar en uno de ellos le generaba una ansiedad de la que prefería prescindir.
En la recepción de la oficina del fiscal, en la decimosexta planta, les dijeron que esperaran a un escolta que los llevaría al despacho de O’Shea. Al cabo de un par de minutos, un hombre franqueó el umbral y señaló el maletín de Bosch.
—¿Lo ha traído? —preguntó.
Bosch no lo reconoció. Era un hombre latino de tez oscura y vestido con un traje gris.
—¿Olivas?
—Sí. ¿Ha traído el expediente?
—He traído el expediente.
—Entonces pase, campeón.
Olivas se dirigió de nuevo hacia la puerta por la que había entrado. Rider hizo ademán de seguirlo, pero Bosch puso la mano en el brazo de su compañera. Cuando Olivas miró atrás y vio que no le estaban siguiendo, se detuvo.
—¿Vienen o no?
Bosch dio un paso hacia él.
—Olivas, dejemos algo claro antes de ir a ninguna parte: si me vuelve a llamar campeón, voy a meterle el expediente por el culo sin sacarlo del maletín.
Olivas levantó las manos en ademán de rendición.
—Lo que usted diga.
Sostuvo la puerta y accedieron a un recibidor interno. Recorrieron un largo pasillo y giraron dos veces a la derecha antes de llegar al despacho de O’Shea. Era amplio, especialmente según los criterios de la fiscalía. Las más de las veces, los fiscales comparten despacho, con dos o cuatro en cada uno, y celebran sus reuniones en salas de interrogatorios situadas al final de cada pasillo y utilizadas según un horario estricto. En cambio, la oficina de O’Shea era de tamaño doble, con espacio para un escritorio grande como un piano de cola y una zona de asientos separada. Ser el jefe de Casos Especiales obviamente tenía sus ventajas. Y ser el heredero aparente del cargo principal también.
O’Shea les dio la bienvenida desde detrás de su escritorio, levantándose para estrecharles las manos. Rondaba los cuarenta años y tenía un porte atractivo, con el pelo negro azabache. Era de corta estatura, como Bosch ya sabía, aunque no lo había visto nunca en persona. Al ver las noticias del preliminar del caso Waits se había fijado en que la mayoría de periodistas que se concentraban en torno a O’Shea, en el pasillo exterior de la sala, eran más altos que el hombre al que señalaban con sus micrófonos. Personalmente, a Bosch le gustaban los fiscales bajos. Siempre estaban tratando de reivindicarse y normalmente era el acusado el que acababa pagando el precio.
Todo el mundo tomó asiento, O’Shea detrás del escritorio, Bosch y Rider en sillas situadas enfrente del fiscal, y Olivas en el lado derecho, en una silla posicionada delante de una pila de carteles que decían Rick O’Shea hasta el final apoyados contra la pared.
—Gracias por venir, detectives —dijo O’Shea—. Empecemos por aclarar un poco la situación. Freddy me dice que ustedes dos han tenido un inicio complicado.
Estaba mirando a Bosch mientras hablaba.
—No tengo ningún problema con Freddy —dijo Bosch—. Ni siquiera le conozco lo suficiente para llamarlo Freddy.
—Debería decirle que cualquier reticencia por su parte para ponerle al día de lo que tenemos aquí es responsabilidad mía y se debe a la naturaleza sensible de lo que estamos haciendo. Así que, si está enfadado, enfádese conmigo.
—No estoy enfadado —dijo Bosch—. Estoy feliz. Pregúntele a mi compañera… Soy así cuando estoy feliz.
Rider asintió con la cabeza.
—Está feliz —dijo—. Segurísimo.
—Muy bien, pues —dijo O’Shea—. Todo el mundo es feliz. Así que vamos al trabajo.
O’Shea se estiró y puso la mano encima de un grueso archivador de acordeón situado en el lado derecho de su escritorio. Estaba abierto, y Bosch vio que contenía varias carpetas individuales con etiquetas azules. Bosch estaba demasiado lejos para leerlas, sobre todo sin ponerse las gafas que había empezado a llevar recientemente.
—¿Está familiarizado con el procesamiento de Raynard Waits? —preguntó O’Shea.
Bosch y Rider asintieron con la cabeza.
—Habría sido difícil no enterarse —contestó Bosch.
O’Shea ofreció una leve sonrisa.
—Sí, lo hemos puesto delante de las cámaras. Ese tipo es un carnicero, un hombre muy malvado. Desde el principio hemos dicho que vamos a ir a por la pena de muerte.
—Por lo que he visto y oído, Waits tiene todos los números —dijo Rider, animándolo.
O’Shea asintió sombríamente.
—Esa es una de las razones de que estén ustedes aquí. Antes de que explique lo que tenemos, permítanme que les pida que me hablen sobre su investigación del caso Marie Gesto. Freddy dijo que sacaron el expediente de Archivos tres veces el pasado año. ¿Hay algo activo?
Bosch se aclaró la garganta, decidiendo dar primero y recibir después.
—Podría decir que yo tengo el caso desde hace trece años. Me tocó en 1993, cuando la chica desapareció.
—Pero ¿no surgió nada?
Bosch negó con la cabeza.
—No teníamos cadáver. Lo túnico que encontramos fue el coche, y eso no era suficiente. Nunca acusamos a nadie.
—¿Hubo algún sospechoso?
—Investigarnos a mucha gente, y a un tipo en particular, pero nunca pudimos establecer las conexiones, así que nadie se elevó a la categoría de sospechoso activo. Luego yo me retiré en 2002 y el caso fue a parar a Archivos. Pasaron un par de años, las cosas no fueron como pensé que irían en la jubilación y volví al trabajo. Eso fue el año pasado.
Bosch no consideró necesario decirle a O’Shea que había copiado el expediente del caso Gesto y se lo había llevado, junto con otros casos abiertos, cuando entregó la placa y abandonó el departamento de Policía de Los Angeles en 2002. Copiar los expedientes había sido una infracción de las normas y cuanta menos gente lo supiera mejor.
—Este último año he sacado el expediente Gesto cada vez que he tenido un rato para estudiarlo —continuó—. Pero no hay ADN ni huellas. Sólo es trabajo de calle. He hablado otra vez con los implicados, con todo el mundo que he podido encontrar. Hay un tipo del que siempre pensé que podría ser el asesino, pero nunca he conseguido nada. Incluso hablé con él dos veces este año, presionándole muy duro.
—Nada.
—¿Quién es?
—Se llama Anthony Garland. Dinero de Hancock Park. ¿Ha oído hablar de Thomas Rex Garland, el industrial del petróleo?
O’Shea asintió.
—Bueno, pues T. Rex, como se le suele llamar, es el padre de Anthony.
—¿Cuál es la conexión de Anthony con Gesto?
—«Conexión» puede que sea una palabra demasiado fuerte. El coche de Marie Gesto se encontró en un garaje de una plaza de un edificio de apartamentos de Hollywood. El apartamento correspondiente estaba vacío. Nuestra sensación en ese momento fue que no era coincidencia que el coche terminara allí; pensamos que quien lo ocultó sabía que el piso estaba vacante y que esconder allí el cadáver le daría cierto tiempo.
—Bien. ¿Anthony Garland conocía el garaje o conocía a Marie?
—Conocía el garaje. Su exnovia había vivido en el apartamento. Ella había roto con Garland y se había trasladado a Texas. Así que Garland conocía el apartamento y sabía que el garaje estaba vacío.
—Eso es muy poca cosa. ¿Es lo único que tiene?
—Casi. Nosotros también pensamos que era poco, pero luego sacamos la foto del carnet de conducir de la exnovia y resultó que ella y Marie se parecían mucho. Empezamos a pensar que quizá Marie había sido una especie de víctima sustituta. No podía abordar a su exnovia porque se había ido, así que abordó a Marie.
—¿Fueron a Texas?
—Dos veces. Hablamos con la ex, y ella nos dijo que el principal motivo de su ruptura con Anthony fue su temperamento.
—¿Fue violento con ella?
—Declaró que no. Dijo que le dejó antes de que llegara a ese punto.
O’Shea se inclinó hacia delante.
—Así pues, ¿Anthony Garland conocía a Marie? —preguntó.
—No lo sabemos. No estamos seguros. Hasta que su padre le mandó a su abogado y él dejó de hablar con nosotros, negó haberla conocido.
—¿Cuándo fue eso? El abogado, me refiero.
—Entonces y ahora. Yo volví a él un par de veces este año. Le presioné y él recurrió otra vez a sus abogados. Consiguieron una orden de alejamiento contra mí. Convencieron a un juez para que me ordenara permanecer alejado de Anthony a no ser que tuviera a un letrado a su lado. Mi suposición es que convencieron al juez con dinero. Es la forma de hacer de T. Rex Garland.
O’Shea se echó atrás en la silla, asintiendo reflexivamente.
—¿Este Anthony Garland tiene algún tipo de historial delictivo antes o después de Gesto?
—No, no tiene historial delictivo. No ha sido un miembro muy productivo de la sociedad, vive de lo que le da su papi, por lo que sé. Se ocupa de la seguridad en varias empresas de su padre. Pero nunca ha habido nada delictivo que yo haya podido encontrar.
—¿No sería lógico que alguien que ha raptado y matado a una mujer joven tuviera otra actividad criminal en su historial? Normalmente estas cosas no son aberraciones, ¿no?
—Si se basa en los porcentajes, es cierto. Pero siempre hay excepciones a la regla. Además, está el dinero del papá. El dinero suaviza muchas cosas, hace que desaparezcan.
O’Shea asintió de nuevo, como si estuviera recibiendo su primera clase acerca del crimen y los criminales. Era una mala actuación.
—¿Cuál iba a ser su próximo movimiento? —preguntó.
Bosch negó con la cabeza.
—No lo había pensado. Envié el expediente a Archivos, y eso fue todo. Luego, hace un par de semanas, bajé y lo retiré de nuevo. No sé lo que iba a hacer; quizá hablar con algunos de los amigos más recientes de Garland y ver si mencionó alguna vez a Marie Gesto o alguna cosa sobre ella. De lo único de lo que estaba seguro era de que no iba a rendirme.
O’Shea se aclaró la garganta, y Bosch supo que iba a ocuparse del motivo por el que los habían llamado.
—¿El nombre Ray o Raynard Waits apareció alguna vez en todos estos años de investigación acerca de la desaparición de Gesto?
Bosch lo miró un momento y sintió un nudo en el estómago.
—No. ¿Debería haber aparecido?
O’Shea sacó una de las carpetas del archivo de acordeón y la abrió en la mesa. Levantó un documento que parecía una carta.
—Como he dicho, hemos hecho público que vamos a por la pena de muerte en el caso Waits —dijo—. Después del preliminar creo que se dio cuenta de que la condena está cantada. Tiene una apelación por la causa probable de la detención de tráfico, pero no llegará a ninguna parte y su abogado lo sabe. Una defensa por demencia tampoco tiene la más mínima posibilidad: este tipo es el más calculador y organizado de los asesinos que he acusado. Así que la semana pasada respondieron con esto. Antes de que se lo muestre he de saber que comprende que es una carta de un abogado. Es un compromiso legal. No importa lo que ocurra, tanto si seguimos adelante con esto como si no, la información contenida en esta carta es confidencial. Si decidimos rechazar esta oferta, no puede surgir ninguna investigación de la información de esta carta. ¿Lo entiende?
Rider asintió con la cabeza. Bosch no.
—¿Detective Bosch? —le instó O’Shea.
—Entonces quizá no debería verla —dijo Bosch—. Quizá no debería estar aquí.
—Usted era el que no iba a darle el expediente a Freddy. Si el caso significa tanto para usted, entonces creo que debería estar aquí.
Bosch asintió finalmente.
—De acuerdo —dijo.
O’Shea deslizó el papel por la mesa y Bosch y Rider se inclinaron para leerlo al mismo tiempo. Antes, Bosch desdobló las gafas y se las puso.
12 de septiembre de 2006
Richard O’Shea, ayudante del fiscal del distrito
Oficina del fiscal del distrito del condado de Los Angeles
Despacho 16-11
210 West Temple Street
Los Angeles, CA 90012-3210
Re: California vs. Raynard Waits
Estimado señor O’Shea:
Esta carta pretende abrir discusiones relativas a una disposición sobre el caso arriba referenciado. Todas las afirmaciones realizadas en lo sucesivo en relación con estas discusiones se hacen en el conocimiento de que son inadmisibles según la ley de pruebas de California, párr. 1153, Código Penal de California, párr. 1192.4 y Estado vs. Tanner, 45 Cal. App. 3d 345m 350,119 Cal. Rptr. 407 (1975).
Les notifico que el señor Waits estaría dispuesto, en los términos y condiciones abajo señalados, a compartir con ustedes y con investigadores de su elección información relacionada con nueve homicidios, excluidos los dos del caso arriba referenciado, así como a declararse culpable de los cargos en el caso arriba referenciado, a cambio de un compromiso del estado de no solicitar la pena de muerte en los actuales cargos de homicidio y no presentar cargos en relación con los homicidios acerca de los cuales proporcionaría información.
Asimismo, a cambio de la cooperación e información que el señor Waits aportaría, deben aceptar que todas y cada una de las declaraciones del señor Waits, así como cualquier información derivada de ellas, no serán usadas contra él en ningún caso penal; ninguna información proporcionada conducente a este acuerdo puede divulgarse a ningún otro cuerpo de seguridad estatal o federal, a no ser y hasta que dichas agencias, a través de sus representantes, accedan a considerarse constreñidos por los términos y condiciones de este acuerdo; ninguna declaración u otra información proporcionada por el señor Waits durante cualquier compromiso legal confidencial podría ser usada contra él en el caso de referencia de la fiscalía; ni puede hacerse un uso derivativo o seguimiento de cualquier pista de investigación sugerida por cualquier declaración hecha o información proporcionada por el acusado.
En el supuesto de que el caso arriba referenciado fuera a juicio, si el señor Waits ofreciera testimonio sensiblemente diferente de cualquier declaración realizada o de otra información proporcionada en cualquier compromiso legal o discusión, entonces la fiscalía, podría, por supuesto, acusarlo en relación con tales declaraciones anteriores o información inconsistente.
Considero que las familias de ocho jóvenes mujeres y de un varón hallarán algún tipo de cierre con el conocimiento de lo que se desvele en relación con sus seres queridos y, en ocho de estas instancias, podrán llevar a cabo ceremonias religiosas apropiadas y sepulturas después de que el señor Waits guíe a sus investigadores a los lugares en los que ahora descansan esas víctimas. De manera adicional, estas familias hallarán, quizás, algún consuelo al saber que el señor Waits está cumpliendo una sentencia de cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
El señor Waits ofrece proporcionar información en relación con nueve homicidios conocidos y desconocidos cometidos entre 1992 y 2003. Como oferta inicial de credibilidad y buena fe, sugiere que los investigadores revisen la investigación de la muerte de Daniel Fitzpatrick, de sesenta y tres años, que fue quemado vivo en su casa de empeños de Hollywood Boulevard el 30 de abril de 1992. Los informes de investigación revelarán que el señor Fitzpatrick estaba armado y se encontraba detrás de la persiana de seguridad situada en la puerta de su tienda cuando un asaltante le prendió fuego usando combustible de mechero y un encendedor de butano. La lata de combustible de mechero EasyLight se abandonó allí, de pie delante de la persiana de seguridad. Esta información nunca se hizo pública.
Asimismo, el señor Waits sugiere que se revisen los archivos de la investigación policial en relación con la desaparición en 1993 de Marie Gesto como muestra adicional de su colaboración y buena fe. Los registros revelarán que, aunque el paradero de la señorita Gesto nunca se determinó, su coche fue localizado por la policía en el garaje de un complejo de apartamentos de Hollywood conocido como High Tower. El coche contenía la ropa y el equipo ecuestre de Gesto, además de una bolsa de comida con un paquete de medio kilo de zanahorias. La señora Gesto pretendía usar las zanahorias para alimentar a los caballos que ella cepillaba a cambio de cabalgar en los establos de Sunset Ranch, en Beachwood Canyon. Una vez más, esta información nunca se hizo pública.
Considero que si puede alcanzarse un acuerdo de disposición, tal acuerdo se encuadraría en las excepciones a la prohibición del estado de California de los acuerdos con el fiscal en delitos graves puesto que, sin la cooperación del señor Waits, no hay suficientes pruebas ni testigos materiales para probar la tesis del Estado en relación con estos nueve homicidios. Además, la indulgencia del estado en relación con la pena de muerte es completamente discrecional y no representa un cambio sustancial en la sentencia (Código Penal de California, párr. 1192.7a).
Ruego contacte conmigo lo antes que sea posible si lo precedente es aceptable.
Sinceramente,
Maurice Swann, abogado público
101 Broadway
Suite 2
Los Angeles, CA 90013
Bosch se dio cuenta de que había leído casi toda la carta sin respirar. Tragó un poco de aire, pero este no desplazó la tensión que se estaba acumulando en su pecho.
—No va a aceptar esto, ¿verdad? —preguntó.
O’Shea le sostuvo la mirada un momento antes de responder:
—De hecho, estoy negociando con Swann ahora mismo. Este fue el compromiso inicial. He mejorado sustancialmente la parte del estado desde que llegó.
—¿De qué forma?
—Tendrá que declararse culpable de todos los casos. Tendrá once condenas de asesinato.
«Y usted conseguirá más titulares para la elección», pensó Bosch, aunque no lo dijo.
—Pero ¿aun así se libra? —preguntó.
—No, detective, no se libra. Nunca más verá la luz del día. ¿Ha estado alguna vez en Pelican Bay, el lugar al que envían a los condenados por crímenes sexuales? De bonito sólo tiene el nombre.
—Pero no hay pena de muerte. Le concede eso.
Olivas hizo una mueca como si Bosch no viera la luz.
—Sí, eso es lo que le concedemos —dijo O’Shea—. Es lo único que le concedemos. No hay pena de muerte, pero desaparece para siempre.
Bosch negó con la cabeza, miró a Rider y luego otra vez a O’Shea. No dijo nada porque sabía que la decisión no era suya.
—Pero antes de acceder a ese trato —dijo O’Shea— hemos de asegurarnos de que es culpable de esos nueve crímenes. Waits no es un bobo. Esto podría ser un truco para evitar la inyección letal, o ser la verdad. Quiero que ustedes dos colaboren con Freddy en descubrir de qué se trata. Haré unas llamadas y tendrán carta blanca. Ese será su cometido.
Ni Bosch ni Rider respondieron. O’Shea insistió.
—Es obvio que conoce cosas sobre los dos casos-cebo citados en la carta. Freddy confirmó lo de Fitzpatrick. Lo mataron durante los disturbios después de que se conociera el veredicto de Rodney King, quemado vivo detrás de la persiana de su casa de empeños. Iba fuertemente armado en ese momento y no está claro cómo el asesino logró acercarse tanto para prenderle fuego. La lata de EasyLight se encontró tal y como dijo Waits, de pie delante de la persiana de seguridad.
»La mención del caso Gesto no pudimos confirmarla porque no teníamos el archivo, detective Bosch. Ya ha confirmado la parte del garaje. ¿Tenía razón en lo de la ropa y las zanahorias?
Bosch asintió a regañadientes.
—El coche era información pública —dijo—. Los medios estaban en todas partes. Pero la bolsa de zanahorias era nuestro as en la manga. No lo sabía nadie excepto yo, mi compañero de entonces y el técnico de pruebas que abrió la bolsa. No lo hicimos público porque al final creímos que era el sitio donde ella se había cruzado en su camino. Las zanahorias eran de un supermercado Mayfair de Franklin, al pie de Beachwood Canyon. Resultó que la víctima tenía la costumbre de parar allí antes de subir a los establos. El día que desapareció, Gesto siguió su rutina. Salió con las zanahorias y posiblemente con el asesino tras ella. Encontramos testigos que la situaban en la tienda. Nada más, después de eso. Hasta que encontramos el coche.
O’Shea asintió. Señaló la carta, que todavía estaba en el escritorio, delante de Bosch y Rider.
—Entonces esto pinta bien.
—No, no pinta bien —dijo Bosch—. No haga esto.
—¿No haga qué?
—No haga el trato.
—¿Por qué no?
—Porque si es quien raptó a Marie Gesto y la mató, y mató a esas otras ocho personas, quizás incluso las despedazó como a los dos cuerpos con los que lo pillaron, entonces no debería permitírsele vivir ni siquiera en una celda. Deberían atarlo, clavarle la aguja y enviarlo al agujero al que pertenece.
O’Shea asintió con la cabeza como si fuera una consideración válida.
—¿Y esos casos abiertos? —contraatacó—. Mire, no me gusta la idea de este tipo viviendo su vida en una celda privada de Pelican Bay más de lo que le gusta a usted. Pero tenemos la responsabilidad de resolver esos casos y proporcionar respuestas a las familias de esa gente. Además, ha de recordar que hemos anunciado que buscamos la pena de muerte. Eso no significa que sea algo automático. Hemos de ir a juicio y ganar y luego hemos de repetirlo todo para convencer al jurado de que recomiende la pena capital. Estoy seguro de que sabe que hay un buen número de cosas que pueden torcerse. Sólo hace falta un miembro del jurado para perder un caso. Y sólo hace falta uno para detener la pena de muerte. En última instancia sólo hace falta un juez débil que no haga caso de la recomendación del jurado.
Bosch no respondió. Sabía cómo funcionaba el sistema, que podía manipularse y que nada era seguro. Aun así, le molestaba. También sabía que una sentencia de cadena perpetua no siempre significaba una cadena perpetua. Cada año gente como Charlie Manson y Sirhan Sirhan tenían su oportunidad. Nada dura para siempre, ni siquiera una cadena perpetua.
—Además, está el factor coste —continuó O’Shea—. Waits no tiene dinero, pero Maury Swann aceptó el caso por el valor publicitario. Si llevamos esto a juicio, él estará preparado para la batalla. Maury es un abogado excelente. Hemos de esperar encontrarnos expertos que rebatan a nuestros expertos, análisis científicos que rebatan nuestros análisis… El juicio durará meses y costará una fortuna al condado. Sé que no quiere oír que el dinero es una consideración en esto, pero esa es la realidad. Ya tengo a la oficina de control presupuestario encima con este caso. Este compromiso podría ser la manera más segura y mejor de asegurarnos de que este hombre no haga daño a nadie más en el futuro.
—¿La mejor manera? —preguntó Bosch—. No la correcta, si me lo pregunta.
O’Shea cogió una pluma y tamborileó ligeramente en la mesa antes de responder:
—Detective Bosch, ¿por qué ha sacado tantas veces el expediente Gesto?
Bosch sintió que Rider se volvía a mirarlo. Ella le había preguntado lo mismo en más de una ocasión.
—Se lo he dicho. Lo saqué porque había sido mi caso. Me molestaba que nunca culpáramos a nadie por eso.
—En otras palabras, le ha atormentado.
Bosch asintió de manera vacilante.
—¿La víctima tenía familia?
Bosch asintió otra vez.
—Tenía a sus padres en Bakersfield, y ellos tenían un montón de sueños para su hija.
—Piense en ellos. Y piense en las familias de los otros. No podemos decirles que fue Waits hasta que lo sepamos seguro. Mi suposición es que querrán saber y que están dispuestos a cambiar ese conocimiento por la vida del asesino. Es mejor que se declare culpable de todos ellos a que lo pillemos sólo por dos.
Bosch no dijo nada. Había dejado constancia de su protesta.
Sabía que había llegado el momento de ponerse a trabajar. Rider estaba en la misma onda.
—¿De cuánto tiempo disponemos? —preguntó ella.
—Quiero trabajar deprisa —dijo O’Shea—. Si esto es verdadero, quiero aclararlo y terminar.
—Hay que presentarlo antes de las elecciones, ¿no? —dijo Bosch.
Lo lamentó de inmediato. Los labios de O’Shea formaron una línea apretada. La sangre pareció acumulársele bajo la piel y en torno a los ojos.
—Detective —dijo—. Le concederé esto: me presento a las elecciones y solucionar once asesinatos podría ser útil para mi causa. Pero no insinúe que las elecciones son mi única motivación aquí. Cada noche que esos padres que tenían sueños para su hija se van a dormir sin saber dónde está o qué le ocurrió es una noche de terrible dolor por lo que a mí respecta. Incluso después de trece años. Así que quiero avanzar deprisa y con seguridad, y puede guardarse para usted sus especulaciones sobre cualquier otra cosa.
—Bien —dijo Bosch—. ¿Cuándo hablamos con ese tipo?
O’Shea miró a Olivas y luego otra vez a Bosch.
—Bueno, creo que primero deberíamos hacer un intercambio de expedientes. Ustedes han de coger velocidad con Waits y a mí me gustaría que Freddy se familiarice con el expediente Gesto. Hecho esto, prepararemos algo con Maury Swann. ¿Qué le parece mañana?
—Mañana está bien —dijo Bosch—. ¿Swann estará ahí durante el interrogatorio?
O’Shea dijo que sí con la cabeza.
—Maury va a llevar este caso de principio a fin. Aprovechará todos los ángulos, probablemente terminará con un contrato para un libro y una película antes de que termine. Quizás incluso un puesto de comentarista en Court TV.
—Sí, bueno —dijo Bosch—, al menos entonces estará fuera del tribunal.
—Nunca lo había pensado de esa manera —dijo O’Shea—. ¿Ha traído el expediente del caso Gesto?
Bosch abrió el maletín sobre su regazo y sacó el expediente de la investigación, que estaba en el interior de una carpeta azul de ocho centímetros de grosor. Se lo pasó a O’Shea, quien a su vez se lo entregó a Olivas.
—Yo le daré esto a cambio —dijo O’Shea.
Guardó la carpeta en el archivador de acordeón y se lo pasó por encima de la mesa.
—Disfruten de la lectura —dijo—. ¿Están seguros acerca de lo de mañana?
Bosch miró a Rider para ver si ella tenía alguna objeción. Disponían de un día más antes de entregar el pliego de cargos de Matarese a la fiscalía. Pero el trabajo estaba casi acabado y sabía que Rider podría ocuparse del resto. Al ver que Rider no decía nada, Bosch miró a O’Shea.
—Estaremos listos —dijo.
—Entonces llamaré a Maury y lo prepararé.
—¿Dónde está Waits?
—Aquí mismo, en el edificio —dijo O’Shea—. Lo tenemos en alta seguridad y en celda de aislamiento.
—Bien —comentó Rider.
—¿Y los otros siete? —preguntó Bosch.
—¿Qué pasa con ellos?
—¿No hay expedientes?
—El compromiso legal, así como Maury Swann, indica que fueron mujeres que nunca se encontraron y cuya desaparición probablemente nunca se denunció —dijo O’Shea—. Waits está dispuesto a conducirnos a ellas, pero no hay trabajo previo que podamos hacer al respecto.
Bosch asintió.
—¿Alguna pregunta más? —preguntó O’Shea, señalando que la reunión había terminado.
—Se lo haremos saber —dijo Bosch.
—Ya sé que me estoy repitiendo, pero siento la necesidad de hacerlo —dijo O’Shea—. Toda esta investigación es confidencial. Ese expediente es un compromiso que forma parte de una negociación de acuerdo. Nada en ese archivo ni nada que les diga podrá usarse jamás en un caso contra él. Si esto se va a pique, no podrán usar la información para perseguirle. ¿Se entiende con claridad?
Bosch no respondió.
—Está claro —dijo Rider.
—Hay una excepción que he negociado —continuó O’Shea—. Si miente, si pueden cogerlo en algún momento en una mentira o si cualquier elemento de información que les da durante este proceso se demuestra falso, se rompe la baraja y podemos ir tras él por todo. Él también es plenamente consciente de esto.
Bosch asintió. Se levantó. Rider también lo hizo.
—¿Necesitan que llame a alguien para que los libere a los dos? —preguntó O’Shea—. Puedo hacerlo si hace falta.
Rider negó con la cabeza.
—No lo creo —dijo—. Harry ya estaba trabajando en el caso Gesto. Las siete mujeres pueden ser víctimas desconocidas, pero en Archivos tiene que haber un expediente sobre el hombre de la casa de empeños. Todo ello implica a Casos Abiertos. Podemos manejarlo con nuestro supervisor.
—Vale, pues. En cuanto tenga la entrevista preparada, les llamaré. Entretanto, todos mis números están en el expediente. Los de Freddy también.
Bosch saludó a O’Shea con la cabeza y lanzó una mirada a Olivas antes de volverse hacia la puerta.
—¿Detectives? —dijo O’Shea.
Bosch y Rider se volvieron hacia él. Ahora estaba de pie. Quería estrecharles la mano.
—Espero que estén de mi lado en esto —dijo O’Shea.
Bosch le estrechó la mano, sin estar seguro de si O’Shea se estaba refiriendo al caso o a las elecciones. Dijo:
—Si Waits puede ayudarme a llevar a Marie Gesto con sus padres, entonces estoy de su lado.
No era un resumen preciso de sus sentimientos, pero le sirvió para salir del despacho.