Por la mañana Bosch estaba preparando café para Rachel y para él cuando recibió la llamada. Era su jefe, Abel Pratt.
—Harry, no has de venir. Acabo de recibir la noticia.
Bosch medio lo esperaba.
—¿De quién?
—De la sexta planta. La UIT no lo ha cerrado y, como la cuestión está tan caliente con los medios, quieren que te mantengas al margen un par de días hasta que vean cómo va a ir esto.
Bosch no dijo nada. En la sexta planta estaba la administración del departamento. Pratt se estaba refiriendo al colectivo de cabezas pensantes que se quedaba paralizado cuando un caso impactaba con fuerza en la televisión o en el terreno político, y ese lo había hecho en ambos. Bosch no estaba sorprendido por la llamada, sólo decepcionado. Cuanto más cambiaban las cosas, más permanecían iguales.
—¿Viste las noticias anoche? —preguntó Pratt.
—No, no veo las noticias.
—Quizá deberías empezar. Ahora tenemos a Irvin Irving en todos los canales criticando este desastre, y se ha concentrado en ti específicamente. Anoche dio un discurso en el lado sur diciendo que contratarte de nuevo era un ejemplo de la ineptitud del jefe y de la corrupción moral del departamento. No sé qué le hiciste al tipo, pero la tiene tomada contigo. «Corrupción moral»; no se anda con chiquitas.
—Sí, pronto me estará culpando por sus hemorroides. ¿La sexta planta me está marginando por culpa suya o de la UIT?
—Vamos, Harry, ¿crees que yo sé algo de esa conversación? Sólo he recibido una llamada y me han dicho que hiciera otra, ¿entiendes?
—Sí.
—Pero míralo de este modo: con Irving tirándote mierda, la última cosa que haría el jefe sería darte la espalda, porque eso equivaldría a darle la razón. La forma en que yo interpreto esto es que quieren seguir el reglamento a rajatabla y dejarlo todo bien atado antes de cerrarlo. Así que disfruta de la suspensión y permanece en contacto.
—Sí. ¿Qué ha oído de Kiz?
—Bueno, no han de preocuparse por suspenderla a ella. No va a ir a ninguna parte.
—No me refiero a eso.
—Sé a qué te refieres.
—¿Y?
Era como pelar la etiqueta de una botella de cerveza. Nunca sale entera.
—Y creo que Kiz puede tener algún problema. Ella estaba allí arriba con Olivas cuando Waits actuó. La cuestión es, ¿por qué no le voló los sesos cuando tuvo ocasión? Parece que se quedó paralizada, Harry, y eso significa que puede verse perjudicada con este asunto.
Bosch asintió con la cabeza. La interpretación política de la situación que había hecho Pratt parecía enfocada. Le hizo sentir mal. En ese momento, Rider tenía que luchar para salvar su vida. Después tendría que luchar para salvar su empleo. Sabía que no importaba de qué lucha se tratara, él permanecería a su lado hasta el final.
—De acuerdo —dijo—. ¿Algo nuevo sobre Waits?
—Nada, ni rastro. Probablemente ahora esté en México. Si ese tipo sabe lo que le conviene, no volverá a sacar la cabeza del suelo.
Bosch no estaba tan seguro al respecto, pero no expresó su desacuerdo. Algo, el instinto, le decía que Waits había enterrado la cabeza, sí, pero que no se había ido muy lejos. Pensó en el metro de la línea roja en el que aparentemente había desaparecido Waits y en sus numerosas paradas entre Hollywood y el centro. Recordó la leyenda de Reynard el Zorro y el castillo secreto.
—Harry, he de colgar —dijo Pratt—. ¿Estás bien?
—Sí, bien, genial. Gracias por la información, jefe.
—Vale, Harry. Técnicamente has de llamarme o presentarte todos los días hasta que recibamos la noticia de que vuelves a estar en activo.
—Entendido.
Bosch colgó el teléfono. Al cabo de unos minutos, Rachel entró en la cocina y vertió café en una taza aislante que venía con el Lexus que ella había adquirido en leasing cuando la transfirieron a Los Angeles. Se había traído la taza la noche anterior.
Walling estaba vestida y lista para irse a trabajar.
—No tengo aquí nada para desayunar —dijo Bosch—. Podemos ir a Du-par’s si tienes tiempo.
—No importa. He de irme.
Rachel abrió un sobre rosa de edulcorante y vertió el contenido en el café. Abrió la nevera y sacó un bric de leche que había traído asimismo la noche anterior. Se hizo un cortado y puso la tapa en el vaso.
—¿Qué era esa llamada que acabas de recibir? —preguntó.
—Mi jefe. Acaban de marginarme mientras dure todo esto.
—Oh, chico… —Se acercó y lo abrazó.
—En cierto modo es rutina. Los medios y la política del caso lo han convertido en una necesidad. Estoy suspendido de empleo hasta que la UIT empaquete las cosas y me exima de cualquier actuación irregular.
—¿Vas a estar bien?
—Ya lo estoy.
—¿Qué vas a hacer?
—No lo sé. Suspensión de empleo no significa que tenga que quedarme en casa. Así que iré al hospital a ver si puedo quedarme un rato con mi compañera. Después ya veré.
—¿Quieres comer conmigo?
—Sí, claro, eso pinta bien.
Rápidamente se habían deslizado a una comodidad doméstica que a Bosch le gustaba. Era casi como si no tuvieran que hablar.
—Mira, estoy bien —dijo Bosch—. Ve a trabajar e intentaré pasarme a la hora de comer. Te llamaré.
—Vale. Ya hablaremos.
Ella le besó en la mejilla antes de salir al garaje por la puerta de la cocina. Harry le había dicho que usara ese espacio los días que viniera a quedarse con él.
Bosch tomó una taza de café en la terraza de atrás mientras miraba el paso de Cahuenga. El cielo seguía claro por la lluvia de dos días antes. Sería otro hermoso día en el paraíso. Bosch decidió ir a Du-par’s por su cuenta y desayunar allí antes de dirigirse al hospital a ver cómo estaba Kiz. Podía coger los periódicos, ver qué se había escrito sobre los acontecimientos del día anterior y llevárselos a Kiz y quizá leérselos si a ella le apetecía.
Volvió a entrar y decidió dejarse el traje y la corbata que se había puesto esa mañana antes de recibir la llamada de Pratt. Suspendido o no, iba a tener el aspecto de un detective y a actuar como tal. No obstante, fue al armario del dormitorio y sacó del estante superior la caja que contenía las copias de expedientes de varios casos que había hecho cuatro años antes, al retirarse. Buscó entre la pila hasta que encontró la del homicidio de Marie Gesto, Jackson y Marcia tenían el original porque ahora se ocupaban de la investigación. Decidió llevarse la copia consigo por si necesitaba leer algo mientras visitaba a Rider o por si Jackson y Marcia llamaban con alguna pregunta.
Bajó en coche por la colina y tomó Ventura Boulevard en dirección oeste hasta Studio City. En Du-par’s compró ejemplares del Los Angeles Times y del Daily News del expositor de fuera del restaurante, luego entró y pidió tostadas y café en el mostrador.
El artículo sobre Beachwood Canyon estaba en primera página de ambos periódicos. Ambos mostraban fotografías en color de la ficha policial de Raynard Waits y los artículos hablaban de la caza del desquiciado asesino, así como de la formación de una fuerza especial del Departamento de Policía de Los Angeles. Se proporcionaba un número de teléfono gratuito para aportar información que condujera a encontrar a Waits. Los directores de los periódicos al parecer consideraban ese ángulo más importante para los lectores y un mejor argumento de ventas que la muerte de dos policías en acto de servicio y el estado grave de una tercera.
Los artículos contenían información proporcionada durante las numerosas conferencias de prensa celebradas el día anterior, pero muy pocos detalles acerca de lo que verdaderamente había ocurrido en el bosque situado en la cima de Beachwood Canyon. Según los artículos, todo estaba bajo investigación en curso y la información era celosamente guardada por quienes se hallaban al mando. Las notas biográficas de los agentes implicados en el tiroteo y del ayudante del sheriff Doolan eran a lo sumo esbozos. Ambas víctimas de Waits eran hombres de familia. La detective herida, Kizmin Rider, se había separado recientemente de su «compañera en la vida», un código periodístico para decir que era homosexual. Bosch no reconoció los nombres de los autores de los artículos y pensó que quizá serían nuevos en la sección policial y sin fuentes lo suficientemente cercanas a la investigación para desvelar detalles internos.
En las páginas interiores de ambos diarios, Bosch encontró artículos complementarios centrados en la respuesta política al tiroteo y a la fuga de Waits. Ambos periódicos citaban a diversos expertos locales que en su mayoría aseguraban que aún era pronto para decir si el incidente de Beachwood ayudaría o dificultaría la candidatura de O’Shea a la fiscalía del distrito. Aunque era su caso el que se había torcido horriblemente, la noticia de sus desinteresados esfuerzos para ayudar a salvar a la agente del orden herida mientras un asesino armado estaba suelto en el mismo bosque podía ser un contrapeso positivo.
Un experto declaraba: «En esta ciudad, la política es como la industria del cine; nadie sabe nada. Esto podría ser lo mejor que podía ocurrirle a O’Shea. O podría ser lo peor».
Por supuesto, el oponente de O’Shea, Gabriel Williams, citado profusamente en ambos diarios, calificaba el incidente de desgracia imperdonable y cargaba la culpa a O’Shea. Bosch pensó en la cinta desaparecida y en lo útil que sería para la campaña de Williams. Pensó que quizá Corvin, el cámara, ya lo había descubierto.
En ambos diarios Irvin Irving asestaba sus golpes, y al hacerlo se centraba especialmente en Bosch por ser la personificación de los males del departamento de policía, algo que Irving solucionaría como concejal. Decía que Bosch nunca debería haber sido recontratado en el departamento el año anterior y que él, entonces subdirector, se había manifestado abiertamente en contra de esa decisión. Los periódicos aseguraban que Bosch estaba bajo investigación por la brigada UTT del departamento y que no se había podido contactar con él para que comentara la noticia. Ninguno señalaba que la U1T llevaba a cabo por rutina una investigación de todos los tiroteos en los que estaba involucrado un agente de policía, de manera que lo que se presentaba al público parecía inusual y por tanto sospechoso.
Bosch se fijó en que el artículo lateral del Times lo había escrito Keisha Russell, que había trabajado en la sección policial durante muchos años antes de quemarse hasta el punto de pedir el traslado a una nueva sección. Había aterrizado en política, una sección que no iba a la zaga en cuanto a quemar profesionales. Había llamado a Bosch y le había dejado un mensaje la noche anterior, pero Harry no estaba de humor para hablar con una periodista, ni siquiera con una en la que confiaba.
Todavía conservaba los números de ella en la agenda de su móvil. Cuando Russell trabajaba en la sección policial del Times, Bosch había sido su fuente en diversas ocasiones, y ella se lo había pagado con ayuda en varias ocasiones más. Bosch apartó los periódicos y dio los primeros bocados a las tostadas. Su desayuno contenía azúcar en polvo y jarabe de arce y sabía que la inyección de glucosa le cargaría para afrontar la jornada.
Después de dar cuenta de la mitad del desayuno, sacó su teléfono móvil y llamó al número de la periodista. Ella respondió enseguida.
—Keisha. Soy Harry Bosch.
—Harry Bosch —dijo ella—. Bueno, cuánto tiempo sin verte.
—Bueno, ahora que eres un pez gordo de la escena política…
—Ah, pero ahora se trata de la política uniéndose a lo policial en una violenta colisión, ¿no? ¿Cómo es que no me llamaste ayer?
—Porque sabes que no puedo hacer comentarios sobre una investigación en curso, especialmente una investigación que me concierne. Además de eso, llamaste después de que se me apagara el teléfono. No recibí tu mensaje hasta que llegué a casa y probablemente ya había pasado la hora de cierre.
—¿Cómo está tu compañera? —dijo ella, dejando de lado la charla y cambiando a un tono serio.
—Aguantando.
—¿Y tú saliste ileso como dicen?
—En el sentido físico.
—Que no en el político.
—Exacto.
—Bueno, el artículo ya se ha publicado. Llamarme para comentar y defenderte no funciona.
—No llamo para comentar ni para defenderme. No me gusta que mi nombre salga en el periódico.
—Ah, ya entiendo. Quieres ir off the record y ser mi garganta profunda en esto.
—No exactamente.
Oyó que ella exhalaba el aire por la frustración.
—Entonces, ¿para qué llamas, Harry?
—En primer lugar, siempre me gusta oír tu voz, Keisha. Ya lo sabes. Y en segundo lugar, en la sección política probablemente tienes las líneas directas de todos los candidatos. Para poder conseguir un comentario rápido sobre cualquier cuestión que surja a lo largo del día, ¿no? Como ayer.
Ella vaciló un momento antes de responder, tratando de interpretar lo que estaba ocurriendo.
—Sí, somos capaces de contactar con la gente cuando hace falta. Salvo con los detectives de policía cascarrabias. Esos pueden ser un problema.
Bosch sonrió.
—A eso iba —dijo él.
—Lo cual nos lleva al motivo de tu llamada.
—Exacto. Quiero el número que me conecte directamente con Irvin Irving.
Esta vez la pausa fue más larga.
—Harry, no puedo darte ese número. Me lo confiaron a mí y si sabe que te lo he dado yo…
—Vamos. Te lo confiaron a ti y a todos los demás periodistas que cubren la campaña, y lo sabes. Él no sabrá quién me lo ha dado a no ser que se lo diga, y no se lo voy a decir. Sabes que puedes confiar en mí.
—Aun así, no me siento a gusto dándolo sin su permiso. Si quieres que le llame y le pregunte si puedo…
—Él no querrá hablar conmigo, Keisha. Esa es la cuestión. Si quisiera hablar conmigo, podría dejarle un mensaje en el cuartel general de su campaña que… ¿dónde está, por cierto?
—En Broxton y Westwood. Todavía no me siento cómoda dándote el número sin más.
Bosch cogió rápidamente el Daily News, que estaba doblado por la página de la catástrofe política. Leyó la firma.
—Vale, bueno quizá a Sarah Weinman o Duane Swierczynski no les importe dármelo. Quizá querrán tener en deuda a alguien que está en medio de esto.
—Muy bien, Bosch, de acuerdo, no has de acudir a ellos. No puedo creerte.
—Quiero hablar con Irving.
—De acuerdo, pero no digas de dónde has sacado el número.
—Por supuesto.
Russell le dio el número y él lo memorizó. Prometió llamarla cuando hubiera algo relacionado con el incidente de Beachwood Canyon que pudiera darle.
—Mira, no ha de ser político —le urgió ella—. Cualquier cosa que tenga relación con el caso. Todavía puedo escribir un artículo en la sección policial si soy yo quien consigue la historia.
—Entendido, Keisha. Gracias.
Cerró el teléfono y dejó en la barra dinero para pagar la cuenta y para la propina. Al salir del restaurante, volvió a abrir el teléfono y marcó el número que acababa de darle la periodista. Después de seis tonos, Irving respondió sin identificarse.
—¿Irvin Irving?
—Sí, ¿quién es?
—Sólo quería darle las gracias por confirmar todo lo que siempre había pensado de usted. No es más que un oportunista político. Eso es lo que era en el departamento y es lo que es fuera.
—¿Es Bosch? ¿Es Harry Bosch? ¿Quién le ha dado este número?
—Uno de su propia gente. Supongo que a alguien de su bando no le gusta el mensaje que está dando.
—No se preocupe por eso, Bosch. No se preocupe por nada. Cuando me elijan, puede empezar a contar los días hasta que…
Mensaje entregado, Bosch cerró el teléfono. Le sentó bien decir lo que había dicho y no tener que preocuparse. Irving ya no era un superior que podía decir y hacer lo que quería sin que aquellos a los que desairaba pudieran responderle.
Satisfecho con su respuesta a los artículos del periódico, Bosch se metió en su coche y se dirigió al hospital.