Los medios y la policía fueron abandonando poco a poco la sala de espera de Urgencias. En cierto modo, Kiz Rider constituía una decepción porque no había muerto. Si hubiese muerto, todo se habría convertido en un fragmento de noticias inmediato. Entrar, conectar en directo y luego pasar al siguiente sitio y a la siguiente conferencia de prensa. Pero ella resistía y la gente no podía quedarse esperando. Al ir pasando las horas, el número de personas en la sala de espera fue menguando hasta que sólo quedó Bosch. Rider no mantenía en ese momento ninguna relación sentimental y sus padres se habían marchado de Los Angeles después de la muerte de su hermana, así que sólo quedaba Bosch esperando la oportunidad de verla.
Poco antes de las cinco de la tarde, el doctor Kim salió por las puertas dobles buscando al jefe de policía o al menos a alguien de uniforme o por encima del rango de detective. Tuvo que conformarse con Bosch, que se levantó para recibir las noticias.
—Está bien. Está consciente y la comunicación no verbal es buena. No está hablando por el trauma en el cuello y porque la hemos intubado, pero todos los indicadores iniciales son positivos. Ni ataque, ni infección; todo son buenas señales. La otra herida está estabilizada y nos ocuparemos de ella mañana. Ya ha tenido suficiente cirugía por un día.
Bosch asintió con la cabeza. Sintió un tremendo alivio inundando su interior. Kiz iba a salvarse.
—¿Puedo verla?
—Unos pocos minutos, pero, como he dicho, ahora no va a hablar. Acompáñeme.
Bosch siguió al jefe de cirugía uno vez más por las puertas dobles. Atravesaron Urgencias hasta la unidad de cuidados intensivos. Kiz estaba en la segunda habitación de la derecha. Su cuerpo parecía pequeño en la cama, rodeada de todo el equipo de monitores y tubos. Tenía los ojos entreabiertos y no mostró ningún cambio cuando Bosch entró en su campo focal. Bosch se dio cuenta de que Rider apenas estaba consciente.
—Kiz —dijo Bosch—, ¿cómo estás, compañera?
Se estiró para cogerle la mano ilesa.
—No intentes contestar. No debería haberte preguntado nada. Sólo quería verte. El jefe de cirugía acaba de decirme que te pondrás bien. Tendrás que hacer rehabilitación, pero quedarás como nueva.
Rider no podía hablar ni emitir ningún sonido por culpa del tubo que le bajaba por la garganta, pero le apretó la mano y Bosch lo tomó como una respuesta positiva.
Acercó una silla y se sentó para poder mantenerle la mano cogida. A lo largo de la siguiente media hora no le dijo casi nada. Sólo le sostenía la mano y se la apretaba de vez en cuando.
A las cinco y media entró una enfermera y le dijo a Bosch que dos hombres habían preguntado por él en la sala de espera de Urgencias. Bosch le dio un último apretón en la mano a Rider y le dijo que volvería por la mañana.
Los dos hombres que lo esperaban eran investigadores de la UIT. Se llamaban Randolph y Osani. Randolph era el teniente a cargo de la unidad. Llevaba tanto tiempo verificando tiroteos en los que había participación policial que había supervisado las investigaciones las últimas cuatro veces que Bosch había disparado su arma.
Se lo llevaron al coche para poder hablar en privado. Con una grabadora a su lado en el asiento, Bosch les contó su historia, empezando con el inicio de su participación en la investigación. Randolph y Osani no hicieron preguntas hasta que Bosch empezó a recontar la expedición de esa mañana con Waits. En un punto ellos formularon muchas preguntas obviamente destinadas a obtener respuestas que encajaran con el plan preconcebido por el departamento para afrontar el desastre del día. Estaba claro que querían establecer que las decisiones importantes, por no decir rodas las decisiones, las había tomado la oficina del fiscal del distrito en la persona de Rick O’Shea. Eso no equivalía a decir que el departamento planeaba anunciar que el desastre debería colocarse a las puertas del despacho de O’Shea. Pero la policía se estaba preparando para defenderse de los ataques.
Así que cuando Bosch recontó el momentáneo desacuerdo sobre si había que quitar las esposas a Waits para que este bajara por la escalera, Randolph presionó en busca de citas textuales de lo que se dijo y de quién lo dijo. Bosch sabía que él era el último interrogado. Presumiblemente ya habían hablado con Cal Cafarelli, Maury Swann y O’Shea y su videógrafo.
—¿Han mirado el vídeo? —preguntó Bosch cuando hubo terminado de contar su visión de las cosas.
—Todavía no. Lo haremos.
—Bueno, debería contenerlo todo. Creo que el tipo estuvo grabando desde que empezamos. De hecho, a mí también me gustaría ver esa cinta.
—Bueno, para ser sinceros, tenemos un pequeño problema con eso —dijo Randolph—. Corvin dice que debió de perder la cinta en el bosque.
—¿Corvin es el tipo de la cámara?
—Exacto. Dice que debió de caérsele del bolsillo cuando llevaban a Rider en la escalera. No la hemos encontrado.
Bosch asintió e hizo los cálculos políticos. Corvin trabajaba para O’Shea. La cinta mostraría a O’Shea ordenando a Olivas que quitara las esposas a Waits.
—Corvin miente —dijo Bosch—. Llevaba esos pantalones con un montón de bolsillos para meter material. Pantalones militares de faena. Vi perfectamente cómo sacaba la cinta de la cámara y se la guardaba en uno de esos bolsillos con solapa de la pierna. Fue cuando era el último que quedaba abajo. Sólo yo lo vi. Pero no se le podía caer. Cerró la solapa. Él tiene la cinta.
Randolph se limitó a asentir como si hubiera supuesto en todo momento que lo que Bosch acababa de decir era la realidad, como si el hecho de que les mintieran fuera el pan de cada día en la UIT.
—En la cinta sale O’Shea diciéndole a Olivas que le quite las esposas —dijo Bosch—. No es la clase de vídeo que O’Shea quiere ver en las noticias o en manos del departamento en un año de elecciones ni en ningún año. Así que la cuestión es si Corvin se ha quedado la cinta para tener un as sobre O’Shea o si este le ha dicho que guarde la cinta. Yo apostaría por O’Shea.
Randolph no se molestó ni siquiera en asentir.
—Vale, volvamos sobre todo una vez más y ya se podrá ir —dijo en cambio.
—Claro —dijo Bosch, comprendiendo que le estaban diciendo que la cinta no era asunto suyo—. Lo que haga falta.
Bosch terminó su segundo relato completo de la historia antes de las siete en punto y preguntó a Randolph y Osani si podía ir con ellos hasta el Parker Center para recuperar su coche. En el viaje de regreso, los hombres de la UIT no discutieron acerca de la investigación. Randolph puso la KFWB a la hora en punto y escucharon la versión de los medios de los hechos de Beachwood Canyon, así como la última hora sobre la búsqueda de Raynard Waits.
Había un tercer informe sobre las crecientes secuelas políticas de la fuga. Si las elecciones necesitaban un tema, Bosch y compañía sin duda lo habían proporcionado. Todos, desde los candidatos a concejalías hasta el oponente de Rick O’Shea, valoraban de manera crítica la forma en que el Departamento de Policía de Los Angeles y la oficina del fiscal del distrito habían manejado la fatal expedición. O’Shea buscaba distanciarse de la catástrofe potencialmente letal para su candidatura al emitir una declaración que lo caracterizaba como un simple observador en el viaje, un observador que no tomó decisiones relativas a la seguridad y el transporte del prisionero. Dijo que confió en el departamento para todo ello. La noticia concluía con una mención a la valentía de O’Shea al contribuir a salvar a una detective de policía herida, ayudando a ponerla a salvo mientras el fugitivo armado estaba suelto en el cañón boscoso.
Randolph, habiendo oído suficiente, apagó la radio.
—Ese tipo, O’Shea —dijo Bosch—, lo tiene claro. Va a ser un gran fiscal del distrito.
—Sin duda —dijo Randolph.
Bosch les dio las buenas noches a los hombres de la UIT en el garaje de detrás del Parker Center y luego caminó hasta un aparcamiento de pago cercano para recuperar su vehículo. Estaba agotado por los acontecimientos del día, pero todavía quedaba casi una hora de luz. Se dirigió de nuevo a la autovía hacia Beachwood Canyon. Por el camino conectó su teléfono móvil sin batería al cargador y llamó a Rachel Walling. Ella ya estaba en su casa.
—Tardaré un rato —dijo—. Voy a volver a Beachwood.
—¿Por qué?
—Porque es mi caso y están trabajando allí arriba.
—Sí. Deberías estar allí.
No respondió. Sólo escuchó el silencio que siguió. Era tranquilizador.
—Llegaré a casa en cuanto pueda —dijo finalmente.
Bosch cerró el teléfono al salir de la autovía en Gower y al cabo de unos minutos estaba ascendiendo por Beachwood Drive. Cerca de la cima giró en una curva justo cuando un par de furgonetas enfilaban la bajada. Las reconoció como una furgoneta fúnebre seguida por la furgoneta de la policía científica con la escalera encima. Sintió un espacio abierto en su pecho. Sabía que venían de la exhumación. Marie Gesto iba en esa primera furgoneta.
Al llegar al aparcamiento vio a Marcia y Jackson, los dos detectives asignados a hacerse cargo de la exhumación, quitándose los monos que habían llevado encima de la ropa y arrojándolos en el maletero abierto de su coche. Habían concluido la jornada. Bosch aparcó al lado de ellos y salió.
—Harry, ¿cómo está Kiz? —preguntó Marcia de inmediato.
—Dicen que se pondrá bien.
—Gracias a Dios.
—Vaya desastre, ¿eh? —dijo Jackson.
Bosch se limitó a asentir.
—¿Qué habéis encontrado?
—La hemos encontrado a ella —dijo Marcia—. O debería decir que hemos encontrado un cuerpo. Va a ser una identificación dental. Tienes registros dentales, ¿no?
—En el archivo de encima de mi mesa.
—Los cogeremos y lo enviaremos a Mission.
La oficina del forense estaba en Mission Road. Un forense con experiencia en análisis dentales compararía una radiografía de la dentadura de Gesto con las piezas sacadas del cadáver exhumado en el lugar al que Waits los había conducido esa mañana.
Marcia cerró el maletero y él y su compañero miraron a Bosch.
—¿Estás bien? —preguntó Jackson.
—Ha sido un día largo —dijo Bosch.
—Y por lo que he oído, podría ser más largo —dijo Marcia—. Hasta que cojan a este tipo.
Bosch asintió con la cabeza. Sabía que querían saber cómo podía haber ocurrido. Dos polis muertos y otro en la UCI. Pero él estaba cansado de contar la historia.
—Escuchad —dijo—. No sé cuánto tiempo me voy a quedar colgado con esto. Voy a tratar de quedar libre mañana, pero obviamente no va a depender de mí. En cualquier caso, si conseguís la identificación, me gustaría que me dejarais hacer la llamada a los padres. Llevo trece años hablando con ellos. Querrán saberlo por mí. Quiero ser yo quien se lo diga.
—Concedido, Harry —dijo Marcia.
—Nunca me he quejado por no tener que hacer una notificación —agregó Jackson.
Hablaron unos momentos más y Bosch levantó la mirada y contempló la luz agonizante del día. En el bosque, el camino ya estaba sumido en sombras profundas. Preguntó si tenían una linterna en el coche que pudieran prestarle.
—Os la devolveré mañana —prometió, aunque todos sabían que probablemente no volvería al día siguiente.
—Harry, la escalera ya no está en el bosque —dijo Marcia—. Se la ha llevado la policía científica.
Bosch se encogió de hombros y miró sus botas manchadas de barro y sus pantalones.
—Puedo ensuciarme un poco —dijo.
Marcia sonrió al abrir el maletero para sacar la Maglite.
—¿Quieres que nos quedemos? —preguntó al darle a Bosch la pesada linterna—. Si te metes ahí y te rompes un tobillo, estarás solo con los coyotes toda la noche.
—No me pasará nada. De todos modos llevo el móvil. Y, además, me gustan los coyotes.
—Ten cuidado.
Bosch se quedó de pie mientras los dos detectives se metían en el coche y se alejaban. Miró una vez más el cielo y enfiló el camino por el que los había llevado Waits esa mañana. Tardó cinco minutos en llegar al terraplén donde se había producido el tiroteo. Encendió la linterna y durante unos momentos enfocó la zona con el haz de luz. El lugar había sido pisoteado por los investigadores de la UIT y los técnicos forenses. No quedaba nada por ver. Finalmente, se deslizó por la pendiente usando la misma raíz que había usado para trepar esa mañana. Al cabo de otros dos minutos llegó al final del descampado, ahora delimitado por cinta policial amarilla atada de árbol a árbol en los bordes. En el centro había un agujero rectangular de no más de metro veinte de hondo.
Bosch se metió bajo la cinta y entró en el terreno sagrado de los muertos ocultos.