Bosch entró corriendo en la sala de urgencias enseñando la placa. Había una recepcionista de admisiones detrás del mostrador, anotando la información que le proporcionaba un hombre inclinado sobre una silla, enfrente de ella. Cuando Bosch se acercó, vio que el hombre estaba acunando su brazo izquierdo como si friera un bebé. La muñeca estaba torcida en un ángulo antinatural.
—¿La agente de policía que ha traído el helicóptero? —dijo, sin que le importara interrumpir.
—No tengo información, señor —respondió la mujer del mostrador—. Si quiere sen…
—¿Dónde puedo conseguir información? ¿Dónde está el médico?
—El médico está con la paciente, señor. Sí le pido que venga a hablar con usted, entonces no podrá ocuparse de la agente.
—Entonces ¿sigue viva?
—Señor, no puedo darle información en este momento. Si…
Bosch se alejó del mostrador y se dirigió a unas puertas dobles. Pulsó un botón en la pared que las abrió de manera automática. A su espalda oyó que la mujer del mostrador le gritaba. No se detuvo. Pasó a través de las puertas a la zona de tratamiento de urgencias. Vio ocho sets con cortinas en los que había pacientes, cuatro a cada lado de la sala. Los puestos de las enfermeras y los médicos estaban en medio. La sala bullía de actividad. Fuera de uno de los sets de la derecha, Bosch vio a uno de los auxiliares médicos del helicóptero. Fue hacia él.
—¿Cómo está?
—Está resistiendo. Ha perdido mucha sangre y… —Se detuvo al volverse y ver que era Bosch quien estaba a su lado—. No estoy seguro de que tenga que estar aquí, agente. Creo que es mejor que vaya a la sala de espera y…
—Es mi compañera y quiero saber qué está pasando.
—Tiene a uno de los mejores equipos de urgencias de la ciudad tratando de mantenerla con vida. Mi apuesta es que lo conseguirán. Pero no puede quedarse aquí mirando.
—¿Señor?
Bosch se volvió. Un hombre vestido con el uniforme de una empresa de seguridad privada se estaba acercando con la mujer del mostrador. Bosch levantó las manos.
—Sólo quiero que me digan lo que está pasando.
—Señor, tendrá que acompañarme, por favor —dijo el vigilante.
Puso una mano en el brazo de Bosch. Este la sacudió.
—Soy detective de policía. No hace falta que me toque. Sólo quiero saber qué está pasando con mi compañera.
—Señor, le dirán lo que tengan que decirle a su debido tiempo. Si hace el favor de acompa…
El vigilante cometió el error de intentar coger a Bosch por el brazo otra vez. En esta ocasión Bosch no intentó sacudirse el brazo, sino que apartó la mano del vigilante.
—He dicho que no me…
—Calma, calma —dijo el auxiliar médico—. Le diré el qué, detective, vayamos a las máquinas a tomar un café o algo, y le contaré todo lo que está pasando con su compañera, ¿de acuerdo?
Bosch no respondió. El auxiliar médico endulzó la oferta.
—Hasta le traeré una bata limpia para que pueda quitarse esa ropa manchada de barro y de sangre. ¿Le parece bien?
Bosch transigió, el vigilante de seguridad mostró su aprobación con un gesto de la cabeza y el auxiliar médico encabezó la marcha, primero hasta un armario de material, donde miró a Bosch y supuso que necesitaría una talla mediana. Sacó una bata azul pálido y unas botas de los estantes y se las pasó a Bosch. Recorrieron un pasillo hasta la sala de descanso de las enfermeras, donde había máquinas expendedoras de café, refrescos y tentempiés. Bosch eligió un café solo. No tenía monedas, pero el auxiliar médico sí.
—¿Quiere lavarse y cambiarse antes? Puede usar el lavabo de ahí.
—Dígame primero lo que sabe.
—Siéntese.
Se sentaron en torno a una mesa redonda. El auxiliar médico tendió la mano por encima de la mesa.
—Dale Dillon.
Bosch rápidamente le estrechó la mano.
—Harry Bosch.
—Encantado, detective Bosch. Lo primero que he de hacer es darle las gracias por su esfuerzo en el barrizal. Usted y los demás probablemente han salvado la vida de su compañera. Ha perdido mucha sangre, pero es una luchadora. Están reanimándola y con fortuna se pondrá bien.
—¿Está muy grave?
—Está mal, pero es uno de esos casos en que no se sabe hasta que el paciente se estabiliza. La bala lesionó una de las arterias carótidas. En eso están trabajando ahora, preparándola para llevarla al quirófano y reparar la arteria. Entretanto ha perdido mucha sangre y el riesgo de una apoplejía es grande. Así que todavía no está fuera de peligro, pero si no tiene un ataque, saldrá bien de esta. «Bien» quiere decir viva y funcional, con un montón de rehabilitación por delante.
Bosch asintió con la cabeza.
—Esta es la versión no oficial. No soy médico y no debería haberle dicho nada de esto.
Bosch sintió que el móvil le vibraba en el bolsillo, pero no hizo caso.
—Se lo agradezco —dijo—. ¿Cuándo podré verla?
—No tengo ni idea. Yo sólo los traigo aquí. Le he dicho todo lo que sé, y probablemente es demasiado. Si va a quedarse esperando por aquí, le sugiero que se lave la cara y se cambie de ropa. Probablemente está asustando a la gente con ese aspecto.
Bosch asintió con la cabeza y Dillon se levantó. Había desactivado una situación potencialmente explosiva en Urgencias y su trabajo estaba hecho.
—Gracias, Dale.
—De nada. Tranquilícela, y si ve al vigilante de seguridad quizá quiera…
Lo dejó así.
—Lo haré —dijo Bosch.
Después de que el auxiliar médico se marchara, Bosch se metió en el lavabo y se quitó la camiseta. Como la bata hospitalaria no tenía bolsillos ni lugar alguno para guardar el arma, teléfono, placa y otras cosas, decidió dejarse puestos los tejanos sucios. Se miró en el espejo y vio que tenía la cara manchada de sangre y suciedad. Pasó los siguientes cinco minutos lavándose, pasándose agua y jabón por las manos hasta que por fin vio que el agua bajaba clara hasta el desagüe.
Al salir del lavabo se fijó en que alguien había entrado en la sala de descanso y o bien se había tomado su café o lo había retirado. Volvió a buscar monedas, pero tampoco las encontró.
Bosch volvió a la zona de recepción de urgencias y ahora la encontró atestada de policía, tanto uniformada como de paisano. Su supervisor, Abel Pratt, estaba entre estos últimos. Tenía el rostro completamente lívido. Vio a Bosch y se acercó de inmediato.
—Harry, ¿cómo está? ¿Qué ha ocurrido?
—No me han dicho nada oficial. El auxiliar médico que la trajo aquí dice que parece que se recuperará, a no ser que ocurra algún imprevisto.
—¡Gracias a Dios! ¿Qué ocurrió allí?
—No estoy seguro. Waits cogió un arma y empezó a disparar. ¿Alguna pista de él?
—Dejó el coche que robó en la estación de la línea roja de Hollywood Boulevard. No saben dónde coño está.
Bosch pensó en ello. Sabía que si se había metido en el metro en la línea roja, podía haber salido en cualquier parte desde North Hollywood al centro. La línea del centro tenía una parada cerca de Echo Park.
—¿Están buscando en Echo Park?
—Están buscando en todas partes. La UIT ha mandado un equipo aquí para hablar contigo. Pensaba que no querrías irte al Parker.
—No.
—Bueno, ya sabes cómo manejarlos. Sólo diles lo que pasó.
—Sí.
La Unidad de Investigación de Tiroteos no sería problema. Por lo que alcanzaba a ver, él personalmente no había hecho nada mal en el manejo de Waits. La UIT en cualquier caso era una brigada para cumplir el expediente.
—Tardarán un rato —dijo Pratt—. Ahora mismo están en Sunset Ranch, interrogando a los otros. ¿Cómo coño consiguió un arma?
Bosch negó con la cabeza.
—Olivas se acercó demasiado a él cuando estaba subiendo por una escalera. Le arrebató el arma y empezó a disparar. Olivas y Kiz estaban arriba. Todo ocurrió muy deprisa y yo estaba debajo de ellos.
—¡Dios santo!
Pratt negó con la cabeza y Bosch comprendió que quería formular más preguntas sobre lo que había ocurrido y cómo había podido ocurrir. Probablemente estaba preocupado por su propia situación además de estar preocupado porque Rider lo superara. Bosch decidió que necesitaba hablarle de la cuestión que podía suponer un problema de contención.
—No iba esposado —dijo en voz baja—. Tuvimos que quitarle las esposas para que pudiera bajar por la escalera. Las esposas iban a estar fuera treinta segundos a lo sumo, y fue entonces cuando hizo su movimiento. Olivas dejó que se le acercara demasiado. Así es como empezó.
Pratt parecía anonadado. Habló lentamente, como si no lo entendiera.
—¿Tú le quitaste las esposas?
—O’Shea nos lo dijo.
—Bien. Que lo culpen a él. No quiero que nada de esto rebote a Casos Abiertos. No quiero que me rebote nada. No es mi idea de cómo marcharme después de veinticinco putos años.
—¿Y Kiz? No la va a dejar sola, ¿no?
—No, la voy a apoyar. Voy a apoyar a Kiz, pero no voy a apoyar a O’Shea. Que le den.
El teléfono de Bosch vibró otra vez, y en esta ocasión lo sacó del bolsillo para mirar la pantalla. Decía «número desconocido». Respondió de todos modos para huir de las preguntas, juicios y estrategias para salvar el cuello de Pratt. Era Rachel.
—Harry acabamos de recibir la orden de búsqueda y captura de Waits. ¿Qué ha pasado?
Bosch se dio cuenta de que iba a tener que recontar la historia una y otra vez a lo largo del resto del día y posiblemente del resto de su vida. Se disculpó y se metió en una sala donde había teléfonos de pago y una fuente, y donde podría hablar con más intimidad. De la manera más concisa posible le contó lo que había ocurrido en lo alto de Beachwood Canyon y cuál era el estado de Rider. Al contar la historia repasó los recuerdos visuales del momento en que vio a Waits correr a por el arma. Rebobinó sus intentos para detener la hemorragia de su compañera y salvarle la vida.
Rachel se ofreció a pasar por Urgencias, pero Bosch la disuadió diciendo que no estaba seguro de cuánto tiempo estaría allí y recordándole que probablemente los investigadores de la UIT se lo llevarían para una entrevista privada.
—¿Te veré esta noche? —preguntó Rachel.
—Si he terminado con todo y Kiz está estable, sí. Si no, puede que me quede aquí.
—Voy a ir a tu casa. Llámame y cuéntame lo que sepas.
—Lo haré.
Bosch salió de la zona de teléfonos públicos y vio que la sala de espera de Urgencias estaba empezando a llenarse no sólo de policías, sino también de periodistas. Bosch supuso que esto probablemente significaba que se había corrido la voz de que el jefe de policía estaba en camino. A Bosch no le importaba. Quizá la presión de tener al jefe de policía en Urgencias haría que el hospital divulgara alguna información sobre el estado de su compañera.
Se acercó a Pratt, que estaba de pie junto a su superior, el capitán Norona, jefe de la División de Robos y Homicidios.
—¿Qué va a pasar con la exhumación? —les preguntó a ambos.
—Tengo a Rick Jackson y Tim Marcia en camino —dijo Pratt—. Ellos se ocuparán.
—Es mi caso —dijo Bosch con una leve protesta en su voz.
—Ya no —dijo Norona—. Ahora está con la UIT hasta que zanjen este asunto. Usted es el único con placa que estuvo allí y que todavía puede hablar de ello. Esto es prioritario. La exhumación de Gesto es secundaria, y Marcia y Jackson se ocuparán.
Bosch sabía que no tenía sentido discutir. El capitán tenía razón. Aunque había otras cuatro personas presentes en el tiroteo que no habían resultado heridas, sería la descripción y el recuerdo de Bosch lo que contaría más.
Se produjo un revuelo en la entrada de Urgencias cuando varios hombres con cámaras de televisión al hombro se empujaron para ocupar una mejor posición a ambos lados de las puertas dobles. Cuando estas se abrieron, entró una comitiva con el jefe de policía en el centro. El jefe caminó a grandes zancadas hasta el mostrador de recepción, donde lo recibió Norona. Hablaron con la misma mujer que había rechazado a Bosch antes. Esta vez era la viva imagen de la cooperación e inmediatamente cogió el teléfono e hizo una llamada. Obviamente sabía quién contaba y quién no.
Al cabo de tres minutos, el jefe de cirugía del hospital apareció por las puertas de Urgencias e invitó al jefe de policía a pasar para una consulta privada. Al franquear las puertas, Bosch les dio alcance y se unió al grupo de capitostes de la sexta planta que seguían la estela del jefe.
—Disculpe, doctor Kim —llamó una voz detrás del grupo.
Todos se detuvieron y se volvieron. Era la mujer del mostrador. Señaló a Bosch y dijo:
—Él no va en ese grupo.
El jefe se fijó en Bosch por primera vez y la corrigió.
—Por supuesto que va en el grupo —dijo en un tono que no invitaba al menor desacuerdo.
La mujer del mostrador pareció escarmentada. El grupo avanzó y el doctor Kim los condujo a un set de pacientes desocupado. Se reunieron en torno a una cama vacía.
—Jefe, su agente está siendo…
—Detective. Es una detective.
—Lo siento. Los doctores Patel y Worthing la están tratando en la UCI. No puedo interrumpir su trabajo para que le informen, así que yo estoy preparado para responder las preguntas que puedan tener.
—Bien. ¿Va a salvarse? —preguntó el jefe a bocajarro.
—Creemos que sí. Esa no es la cuestión. La cuestión son los daños permanentes y eso no lo sabremos hasta que pase cierto tiempo. Una de las balas lesionó una de las arterias carótidas. La carótida proporciona sangre y oxígeno al cerebro. En este punto no sabemos cuál fue o es la interrupción de flujo sanguíneo al cerebro ni qué daños pueden haberse producido.
—¿No se pueden llevar a cabo pruebas?
—Sí señor, se pueden hacer pruebas, y de manera preliminar estamos observando actividad rutinaria del cerebro en este momento. Hasta el momento es una muy buena noticia.
—¿Puede hablar?
—Ahora no. Fue anestesiada durante la cirugía y pasarán varias horas hasta que quizá pueda hablar. Resalto lo de quizá. No sabremos con qué nos encontramos hasta esta noche o mañana, cuando se despierte.
El jefe asintió.
—Gracias, doctor Kim.
El jefe empezó a moverse hacia la abertura en la cortina y todo el mundo se volvió asimismo para salir. De pronto, el jefe del departamento de policía se dirigió al jefe de cirugía del hospital.
—Doctor Kim —dijo en voz baja—, en cierto momento esta mujer trabajó directamente para mí. No quiero perderla.
—Estamos haciendo todo lo posible, jefe. No la perderemos.
El jefe de policía asintió. Cuando el grupo se encaminó entonces hacia las puertas de la sala de espera, Bosch notó que una mano le agarraba por el hombro. Al volverse vio que se trataba del jefe. Este apartó a Bosch para hablar con él en privado.
—Detective Bosch, ¿cómo está?
—Estoy bien, jefe.
—Gracias por traerla aquí tan deprisa.
—No me pareció tan deprisa en ese momento y no fui sólo yo. Había varios de nosotros. Trabajamos juntos.
—Correcto, sí, ya lo sé. O’Shea ya está en las noticias contando que la sacaron del bosque. Sacando provecho a su parte.
A Bosch no le extrañó oírlo.
—Acompáñeme un momento, detective —dijo el jefe.
Atravesaron la sala de espera y se dirigieron a la zona de acceso de las ambulancias. El jefe de policía no habló hasta que estuvieron fuera del edificio y lejos del alcance auditivo de los demás.
—Vamos a tener presión con esto —dijo al fin—. Tenemos a un asesino en serie reconocido corriendo suelto por la ciudad. Quiero saber qué ocurrió en esa montaña detective. ¿Por qué las cosas fueron tan terriblemente mal?
Bosch puso una expresión de arrepentimiento. Sabía que lo ocurrido en Beachwood Canyon sería como una bomba que detonaría y enviaría una onda expansiva a través de la ciudad y el departamento.
—Es una buena pregunta, jefe —replicó—. Estuve allí, pero no estoy seguro de lo que ocurrió.
Una vez más, Bosch empezó a contar la historia.