O’Shea se abalanzó hacia el pasillo en primer lugar y consiguió pasear adelante y atrás dos veces antes de que todos salieran de la sala de interrogatorios. Entonces ordenó a los ayudantes que entraran en la sala y no perdieran de vista a Waits. La puerta quedó cerrada.
—¿Qué coño es esto, Maury? —espetó O’Shea—. No vamos a pasar el tiempo ahí dentro abonando el terreno para una defensa por demencia. Esto es una confesión, no una maniobra de la defensa.
Swann levantó las palmas de las manos en un gesto de qué puedo hacer.
—El tipo obviamente tiene sus cosas —dijo.
—Mentira. Es un asesino de sangre fría y está ahí haciéndose el Hannibal Lecter. Esto no es una película, Maury. Es real. ¿Has oído lo que ha dicho de Fitzpatrick? Estaba más preocupado por una pequeña quemadura en la mano que por el hombre al que le escupió llamas en la cara. Así que te diré el qué: vuelve ahí dentro y pasa cinco minutos con tu cliente. Ponlo firme o dejamos esto y que cada uno corra sus riesgos.
Bosch estaba asintiendo de manera inconsciente. Le gustaba la rabia en la voz de O’Shea. También le gustaba cómo iba yendo.
—Veré qué puedo hacer —dijo Swann.
Volvió a la sala de interrogatorios y los ayudantes salieron para dar confidencialidad al abogado y su cliente. O’Shea continuó paseando mientras se calmaba.
—Lo siento —dijo a nadie en particular—, pero no voy a dejarles que controlen esto.
—Ya lo están haciendo —dijo Bosch—. Al menos Waits.
O’Shea lo miró, listo para una batalla.
—¿Qué está diciendo?
—Quiero decir que todos estamos aquí por él. La conclusión es que estamos metidos en un esfuerzo para salvar su vida, a petición suya.
O’Shea negó con la cabeza enfáticamente.
—No voy a volver a ir y venir sobre este asunto con usted otra vez, Bosch. La decisión está tomada. En este punto, si no está en el barco, el ascensor está en el pasillo de la izquierda. Me ocuparé de su parte del interrogatorio. O lo hará Freddy.
Bosch esperó un poco antes de responder.
—No he dicho que no estuviera en el barco. Gesto es mi caso y me ocuparé hasta el final.
—Me gusta oírlo —dijo O’Shea con pleno sarcasmo—. Lástima que no estuviera tan atento en el noventa y tres.
Se estiró y llamó bruscamente a la puerta de la sala de interrogatorios. Bosch miró a la espalda del fiscal con la rabia brotando desde algún lugar muy profundo. Swann abrió la puerta casi inmediatamente.
—Estamos listos para continuar —dijo al retirarse para dejarlos pasar.
Después de que cada uno recuperara sus asientos y la grabadora se volviera a encender, Bosch se sacudió la rabia que sentía contra O’Shea y clavó de nuevo la mirada en Waits. Repitió la pregunta.
—¿Dónde está?
Waits sonrió levemente, como si estuviera tentado de dinamitarlo todo otra vez, pero finalmente la sonrisa se transformó en una mueca al responder.
—En las colinas.
—¿En qué sitio de las colinas?
—Cerca de los establos. Allí es donde la rapté, justo cuando estaba bajando del coche.
—¿Está enterrada?
—Sí, está enterrada.
—¿Dónde está enterrada exactamente?
—Tendría que enseñárselo. Es un sitio que conozco, pero que no puedo describir… Tendría que enseñárselo.
—Trate de describirlo.
—Es un sitio en el bosque, cerca de donde ella aparcó. Al entrar en el bosque hay un sendero y luego te separas del camino. Es bastante lejos del camino. Pueden ir a mirar y pueden encontrarla enseguida o no encontrarla nunca. Hay un montón de terreno allí. Recuerde que buscaron en ese lugar, pero nunca la encontraron.
—¿Y trece años después cree que puede conducirnos a ese sitio?
—No han pasado trece años.
Bosch se sintió de repente abofeteado por una sensación de horror. La idea de qué la hubiera mantenido cautiva era demasiado aborrecible para contemplarla.
—No es lo que piensa, detective —dijo Waits.
—¿Cómo sabe lo que estoy pensando?
—Lo sé. Pero no es lo que piensa. Marie lleva trece años enterrada, pero no han pasado trece años desde que estuve allí. Eso es lo que estoy diciendo. La visité, detective. La he visitado con mucha frecuencia. Así que puedo conducirles con certeza.
Bosch hizo una pausa, sacó un bolígrafo y escribió una nota en la solapa interna del expediente Gesto. No era una nota de importancia. Era sólo una forma de darse un momento para separarse de las emociones que estaban bullendo en su interior.
—Volvamos al principio —dijo—. ¿Conocía a Marie Gesto antes de septiembre de 1993?
—No.
—¿La había visto alguna vez antes del día que la raptó?
—No que recuerde.
—¿Dónde cruzó su camino con ella por primera vez?
—En el Mayfair. La vi comprando allí y era mi tipo. La seguí.
—¿Adónde?
—Se metió en el coche y fue hasta Beachwood Canyon. Aparcó en el estacionamiento de gravilla que hay debajo de los establos. Creo que lo llaman Sunset Ranch. No había nadie alrededor cuando ella estaba saliendo, así que decidí llevármela.
—¿No estaba planeado antes de verla en la tienda?
—No, entré a comprar Gatorade. Era un día de mucho calor. La vi y justo entonces decidí que tenía que ser mía. Fue un impulso, ¿sabe? No podía hacer nada al respecto, detective.
—¿Se acercó a ella en el aparcamiento de debajo de los establos?
Waits asintió.
—Aparqué mi furgoneta justo al lado de su coche. Ella no sospechó nada. La zona de aparcamiento está bajo de la colina desde el rancho, desde los establos. No había nadie alrededor, nadie que pudiera verlo. Era perfecto. Era como si Dios dijera que podía tenerla.
—¿Qué hizo?
—Me metí en la parte de atrás de la furgoneta y abrí la puerta corredera del lado donde estaba ella. Yo tenía un cuchillo y simplemente bajé y le ordené que entrara. Ella lo hizo. Realmente fue una operación simple. No representó ningún problema.
Habló como si fuera una canguro informando del comportamiento del niño cuando los padres vuelven a casa.
—¿Y luego qué? —preguntó Bosch.
—Le pedí que se quitara la ropa y ella obedeció. Me dijo que haría lo que yo quisiera, pero que no le hiciera daño. Accedí al acuerdo. Ella dobló la ropa muy bien, como si pensara que podría tener la ocasión de volvérsela a poner.
Bosch se frotó la boca con la mano. La parte más difícil de su trabajo eran las veces en que estaba cara a cara con el asesino, cuando veía de primera mano la intersección de su mundo retorcido y espeluznante con la realidad.
—Continúe —le dijo a Waits.
—Bueno, ya conoce el resto. Tuvimos sexo, pero ella no era buena. No podía relajarse. Así que hice lo que tenía que hacer.
—¿Que era qué?
Waits sostuvo la mirada a Bosch.
—La maté, detective. Puse las manos en torno a su cuello y apreté y luego apreté más fuerte y observé que sus ojos se quedaban quietos. Entonces terminé.
Bosch lo miró, pero no pudo evitar abrir la boca. Eran momentos como esos los que le hacían considerarse inadecuado como detective, momentos en que se sentía acobardado por la depravación que era posible bajo forma humana. Se miraron el uno al otro durante un largo momento hasta que habló O’Shea.
—¿Tuvo sexo con su cadáver? —preguntó.
—Sí. Mientras todavía estaba caliente. Siempre digo que el mejor momento de una mujer es cuando está muerta pero todavía caliente.
Waits miró a Rider para ver si había provocado una reacción. La detective no mostró nada.
—Waits —dijo Bosch—. Es usted basura inútil.
Waits miró a Bosch y puso la mueca en su rostro otra vez.
—Si ese es su mejor intento, detective Bosch, tendrá que hacerlo mucho mejor. Porque para usted sólo va a empeorar a partir de aquí. El sexo no es nada. Viva o muerta es transitorio. Pero le arrebaté el alma y nadie la recuperará.
Bosch bajó la mirada al expediente que tenía abierto delante de él, pero no vio las palabras impresas en los documentos.
—Sigamos adelante —dijo finalmente—. ¿Qué hizo a continuación?
—Limpié la furgoneta. Siempre llevo plásticos en la parte de atrás. La envolví y la preparé para enterrarla. Luego salí y cerré la furgoneta. Me llevé sus cosas otra vez a su coche. También tenía sus llaves. Entré en su coche y me largué. Pensé que esa sería la mejor manera de mantener a la policía alejada.
—¿Adónde fue?
—Ya sabe adónde fui, detective. A los High Tower. Sabía que había allí un garaje vacío que podría usar. Más o menos una semana antes, había ido a buscar trabajo allí y el gerente mencionó casualmente que había un apartamento libre. Me lo mostró porque hice ver que estaba interesado.
—¿También le mostró el garaje?
—No, sólo lo señaló. Al salir, vi que no había candado en la puerta.
—Así que llevó el coche de Marie Gesto allí y lo metió en el garaje.
—Exacto.
—¿Alguien le vio? ¿Vio usted a alguien?
—No y no. Tuve mucho cuidado. Recuerde que acababa de matar a alguien.
—¿Y su furgoneta? ¿Cuándo volvió a Beachwood para recogerla?
—Esperé a que se hiciera de noche. Pensé que sería mejor, porque tenía que cavar. Estoy seguro de que lo comprende.
—¿La furgoneta estaba pintada con el nombre de su empresa?
—No, entonces no. Acababa de empezar y todavía no quería atraer la atención. Trabajaba sobre todo por referencias, aún no tenía licencia municipal. Todo eso surgió después. De hecho, era otra furgoneta. Fue hace trece años. He cambiado de furgoneta desde entonces.
—¿Cómo volvió a los establos para recoger la furgoneta?
—Cogí un taxi.
—¿Recuerda de qué compañía?
—No lo recuerdo, porque no lo llamé. Después de dejar el coche en los High Tower me fui a un restaurante que me gustaba cuando vivía en Franklin, Bird’s. ¿Ha estado allí alguna vez? Hacen un buen pollo asado. En cualquier caso era un largo camino. Comí y cuando se hizo lo bastante tarde les dije que me pidieran un taxi. Pasé al lado de mi furgoneta, pero le pedí al taxista que me dejara en los establos para que no pareciera que la furgoneta era mía. Cuando estuve seguro de que no había nadie alrededor fui a la furgoneta y encontré un bonito lugar privado para plantar mi pequeña flor.
—¿Y todavía podrá encontrar ese sitio?
—Sin duda.
—Cavó un agujero.
—Sí.
—¿De qué profundidad?
—No lo sé, no muy profundo.
—¿Qué usó para cavar?
—Tenía una pala.
—¿Siempre lleva una pala en su furgoneta de limpiaventanas?
—No. La encontré apoyada en el granero, en los establos. Creo que era para limpiar las cuadras, esa clase de cosas.
—¿La devolvió cuando terminó?
—Por supuesto, detective. Yo robo almas, no palas.
Bosch miró el expediente que tenía delante.
—¿Cuándo fue la última vez que estuvo en el lugar donde enterró a Marie Gesto?
—Ummm, hace poco más de un año. Normalmente hago el viaje todos los 9 de septiembre. Ya sabe, detective, para celebrar nuestro aniversario. Este año estaba un poco ocupado, como sabe.
Sonrió afablemente.
Bosch sabía que había cubierto todo en términos generales. Todo se reduciría a si Waits podía llevarlos al cadáver y si Forense confirmaba la historia.
—Llegó un momento después del asesinato en que los medios prestaron mucha atención a la desaparición de Marie Gesto —dijo Bosch—. ¿Lo recuerda?
—Por supuesto. Eso me enseñó una buena lección. Nunca volví a actuar tan impulsivamente. Después fui más cuidadoso con las flores que elegía.
—Llamó a los investigadores del caso, ¿no?
—La verdad es que sí. Lo recuerdo. Llamé y les dije que la había visto en la tienda Mayfair y que no estaba con nadie.
—¿Por qué llamó?
Waits se encogió de hombros.
—No lo sé. Sólo pensaba que sería divertido. Ya sabe, para hablar realmente con uno de los hombres que me estaba cazando. ¿Era usted?
—Mi compañero.
—Sí, pensaba que podría alejar el foco del Mayfair. Al fin y al cabo, yo había estado allí y pensaba que, quién sabe, quizás alguien podría describirme.
Bosch asintió.
—Dio el nombre de Robert Saxon cuando llamó. ¿Por qué?
Waits se encogió de hombros otra vez.
—Era sólo un nombre que usaba de vez en cuando.
—¿No es su nombre real?
—No, detective. Ya conoce mi nombre real.
—¿Y si le digo que no me creo ni una sola palabra de lo que ha dicho aquí hoy? ¿Qué diría de eso?
—Diría que me lleve a Beachwood Canyon y probaré todas las palabras que he dicho aquí.
—Sí, bueno, ya veremos.
Bosch apartó su silla y les dijo a los otros que quería departir con ellos en el pasillo. Dejando a Waits y Swann atrás, pasaron de la sala de interrogatorios al aire acondicionado del pasillo.
—¿Pueden dejarnos un poco de espacio? —dijo O’Shea a los dos ayudantes del sheriff.
Cuando todos los demás estuvieron en el pasillo y la puerta de la sala de interrogatorios quedó cerrada, O’Shea continuó.
—Falta el aire ahí dentro —dijo.
—Sí, con todas esas mentiras —dijo Bosch.
—¿Y ahora qué, Bosch? —preguntó el fiscal.
—Y ahora no me lo creo.
—¿Por qué no?
—Porque conoce todas las respuestas. Y algunas de ellas no funcionan. Pasamos una semana con las compañías de taxis revisando los registros de dónde cogieron y dejaron pasaje. Sabíamos que si el tipo llevó el coche a los High Tower, necesitaba algún tipo de transporte de vuelta a su propio vehículo. Los establos eran uno de los puntos que comprobamos. Todas las compañías de taxi de la ciudad. Nadie recogió ni dejó a nadie allí ese día o noche.
Olivas intervino en la conversación colocándose al lado de O’Shea.
—Eso no sirve al ciento por ciento, y lo sabe, Bosch —dijo—. Un taxista podía haberlo llevado sin apuntarlo en los libros. Lo hacen muy a menudo. También hay taxis ilegales. Están a las puertas de los restaurantes en toda la ciudad.
—Todavía no me creo sus cuentos chinos. Tiene una respuesta para todo. La pala resulta que está apoyada contra el granero. ¿Cómo pensaba enterrarla si no la hubiera visto?
O’Shea extendió los brazos.
—Hay una forma de ponerlo a prueba —dijo—. Lo sacamos de expedición y si nos lleva al cadáver de la chica, entonces los pequeños detalles que le molestan no van a importar. Por otro lado, si no hay cuerpo, no hay trato.
—¿Cuándo vamos? —preguntó Bosch.
—Hoy veré al juez. Podemos ir mañana por la mañana si quiere.
—Espere un minuto —dijo Olivas—. ¿Y las otras siete? Todavía tenemos un montón de casas de qué hablar con ese cabrón.
O’Shea levantó una mano en un movimiento de calma.
—Hagamos que Gesto sea el caso de prueba. O está a la altura o se calla con este. Partiremos de ahí.
O’Shea se volvió y miró directamente a Bosch.
—¿Va a estar preparado para esto? —preguntó.
Bosch asintió.
—Llevo trece años preparado.