CANTO CUARTO

Ahora espiaré la verdad como nadie

la ha espiado hasta este momento. Ahora gritaré como

nadie ha gritado. Ahora intentaré lo que nadie

ha intentado. Ahora haré lo que nadie ha hecho.

Y hablando de esta maravillosa máquina:

840 Me desconcierta la diferencia entre

dos modos de componer: A, la manera

que sólo ocurre en la mente del poeta,

un ensayo de los juegos que pueden ejecutar las palabras,

mientras se enjabona por tercera vez una pierna; y B,

la otra manera, mucho más decorosa, cuando

está en su escritorio, escribiendo con una pluma.

En el método B la mano sostiene el pensamiento,

la abstracta batalla se libra concretamente.

La pluma se detiene en el aire, después cae para tachar

850 una puesta de sol o restaurar una estrella,

y guía así físicamente la frase

hacia un pálido resplandor diurno a través del laberinto de tinta.

¡Pero el método A es una tortura! El cerebro

queda pronto encerrado en un casco de dolor.

Una musa en ropa de faena dirige la perforadora

que tritura y que ningún esfuerzo de la voluntad

puede interrumpir, mientras que el autómata

saca lo que acaba de poner

o va con paso vivo a la tienda de la esquina

860 a comprar el diario que ya ha leído.

¿Por qué es así? Quizá porque

en el trabajo sin pluma no hay pausa de la pluma,

y uno debe usar tres manos al mismo tiempo,

teniendo que elegir la rima necesaria,

tener bajo los ojos el verso completo

y conservar en la mente todos los ensayos precedentes.

¿O el proceso es más profundo sin escritorio

para apoyar lo falso e izar lo poético?

Porque hay esos misteriosos momentos en que,

870 demasiado cansado para borrar, dejo caer la pluma,

deambulo y obedeciendo a alguna muda orden,

la palabra justa silba y se posa en mi mano.

Mi mejor momento es la mañana; mi casa

preferida el centro del verano. Una vez me oí

despertarme mientras la mitad de mí mismo

seguía durmiendo en la cama. Liberé violentamente mi espíritu

y me atrapé… en el jardín

donde las hojas de trébol recogían en su copa el topacio del alba,

y donde estaba Shade, de pie, en camisón y con un zapato.

880 Y entonces comprendí que esa mitad también

dormía profundamente; se rieron los dos y me desperté

seguro en mi cama mientras el día rompía su cáscara,

y los mirlos caminaban y se detenían, y en el húmedo

césped tachonado, ¡había un zapato marrón! Mi sello secreto,

la huella de Shade, el misterio innato.

Espejismos, milagros, mañana del centro del verano.

Como mi biógrafo quizá es demasiado grave

o sabe demasiado poco para poder afirmar que Shade

se afeitaba en su baño, aquí va:

Había instalado un sistema

890 de bisagra y tornillo, un soporte de acero

que atravesaba la bañera para mantener en su sitio

el espejo de afeitarse justo delante de la cara

y con el dedo gordo del pie, renovando el calor del grifo,

tronaba como un rey y sangraba como Marat.

Cuanto más peso, menos sólida es mi piel;

en algunos lugares es ridículamente fina;

así, junto a la boca: el lugar entre la comisura

y mi mueca, invita al tajo perverso.

O esta papada: algún día tendré que dejarme crecer

900 la barba de collar, inveterada en mí.

Mi nuez de Adán es un higo chumbo;

ahora hablaré del mal y la desesperanza

como nadie ha hablado. Cinco, seis, siete, ocho,

nueve golpes no bastan. Diez. Palpo

a través de la fresa con crema la ensangrentada papilla

y no encuentro nada cambiado en este cuadrado pinchudo.

Tengo mis dudas sobre ese tipo manco

que en los anuncios, de un solo golpe deslizante,

abre un sendero estrecho de la oreja al mentón,

910 después se lava la cara y palpa afectuosamente su piel.

Yo soy de la clase de los bimanos manícacos.

Así como un discreto efebo en malla de baile asiste

a una mujer en una danza acrobática,

mi mano izquierda ayuda, sostiene y se desplaza.

Ahora hablaré… Mejor que el jabón

es la sensación que el poeta espera

cuando la inspiración de helada llama,

la imagen repentina y la frase inmediata

hacen correr por la piel una triple ondulación

920 que eriza todos los pelillos

como en la ampliación del dibujo animado

la barba segada cuando Nuestra Crema la sostiene.

Ahora hablaré del mal como nadie

hasta hoy ha hablado. Detesto esas cosas como el jazz;

el cretino de medias blancas que tortura a un toro

negro, estriado de rojo; el bric-à-brac de los abstractos;

las máscaras rituales primitivas; las escuelas progresivas;

la música en los supermercados; las piscinas;

los brutos, los pesados, los filisteos con conciencia de clase, Freud, Marx,

930 los falsos pensadores, los poetas hinchados, los impostores y los tiburones.

Y mientras la navaja rasca y cruje

en su viaje por el país de mi mejilla,

los autos pasan por la autopista, y subiendo la empinada cuesta,

grandes camiones trepan por mis maxilares,

y ahora un paquebote silencioso arriba y ahora

turistas de gafas negras visitan Beirut, y ahora aro

los campos de la vieja Zembla donde crece mi barba gris

y donde los esclavos juntan el heno entre mi boca y mi nariz.

La vida del hombre como comentario de un hermético

940 e inconcluso poema. Nota para uso ulterior.

Vistiéndome en todas las habitaciones, rimo y deambulo

por la casa, con un peine en la mano

o un calzador que se convierte en cuchara

con la que como el huevo. Por la tarde

me llevas en auto a la biblioteca. Comemos

a las seis y media. Y esa extraña musa mía

que me dicta los versos, está conmigo en todas partes,

en la biblioteca y en el auto y en mi sillón.

Y todo el tiempo, todo el tiempo, mi amor,

950 estás aquí, tú también, debajo de la palabra, sobre

la palabra, para subrayar e intensificar

el ritmo vital. Se oía crujir un vestido de mujer

en los tiempos de antaño. A menudo he percibido

el sonido y el sentido de tu pensamiento próximo.

Y todo en ti es juventud, y vuelves nuevas,

mencionándolas, viejas cosas que hice para ti.

Golfo de sombra fue mi primer libro (versos libres); Resaca nocturna

vino después, luego Copa de Hebe, último carro

en ese carnaval mojado, porque ahora llamo

960 a todo «Poemas», y no me exaspera más.

(Pero esta charla transparente exige

algún título lunar. ¡Ayúdame, Will! Pálido Fuego).

Suavemente el día ha pasado en un ligero murmullo

de sostenida armonía. El cerebro está vacío,

y una espiga marrón y el sustantivo que yo quería

usar, pero rechacé, se secan en el cemento.

Quizá mi amor sensual por la consonne

d'appui, hijo muerto de Eco, se basa

en el sentimiento de una vida fantásticamente planeada

970 y ricamente rimada.

Creo que entiendo

la existencia, o por lo menos una minúscula parte

de mi existencia, sólo a través de mi arte,

en términos de placer combinatorio;

y si mi universo privado se escande correctamente,

lo mismo ocurrirá con el verso de las galaxias divinas

del cual sospecho que es un yámbico.

Estoy razonablemente seguro de que sobrevivimos

y de que mi tesoro vive en alguna parte,

como estoy razonablemente seguro de que

980 mañana me despertaré a las seis, el veintidós de julio

de mil novecientos cincuenta y nueve,

y de que el tiempo será probablemente bueno.

Entonces que me dejen poner este despertador,

bostezar y devolver los «Poemas» de Shade a su anaquel.

Pero todavía no es hora de acostarse. El sol

alcanza las dos últimas ventanas del viejo Dr. Sutton.

Ese hombre tendrá… ¿cuántos años? ¿Ochenta? ¿Ochenta y dos?

Me doblaba en edad el año que me casé contigo.

¿Dónde estás? En el jardín. Veo

990 parte de tu sombra cerca del nogal.

En alguna parte juegan con el herrón. Clik. Clank

(la herradura apoyada contra el farol como una borracha).

Una sombría Vanessa de raya carmesí

gira en el sol bajo, se posa en la arena

y muestra sus alas de puntas azul negro manchadas de blanco.

Y a través de la sombra fluida y de la luz menguante,

un hombre, indiferente a la mariposa

—el jardinero de algún vecino, supongo, —pasa,

remonta el sendero empujando una carretilla vacía.