CANTO TERCERO

¡L'if, árbol sin vida! Tu gran Quizá, Rabelais:

la gran patata.

I. P. H., un laico Instituto (I) de Preparación (P)

para el Hades (H), o If, como lo llamábamos

—¡Si con mayúscula[1]! —me contrató por un semestre

para hablar sobre la muerte («para discurrir sobre el Gusano»,

me escribió el Presidente McAber).

Tú y yo,

y ella, entonces pequeñita, nos trasladamos de New Wye

a Yewshade, en otro Estado, más alto.

510 Amo las grandes montañas. Desde la verja de entrada

de la casa destartalada que alquilamos allí

se veía una forma nevada, tan lejana, tan bella

que sólo cabía lanzar un suspiro, como si

pudiera ayudar a asimilarla.

Iph

era un nido de larvas y una violeta:

una fosa en la primavera precoz de la Razón. Y sin embargo

faltaba lo esencial de la cosa; faltaba

lo que más interesa al preterista;

pues morimos cada día; el olvido prospera

520 no con fémures secos sino con vidas llenas de savia

y nuestros mejores ayeres, son ahora fétidos montones

de nombres arrugados, números telefónicos y fichas descoloridas.

Estoy dispuesto a convertirme en una florecilla

o en un moscón, pero a olvidar, jamás.

Y rechazaré la eternidad a menos que

la melancolía y la ternura

de la vida mortal; la pasión y el dolor;

la luz clarete de ese avión que desaparece

a la altura de Hesperus; tu gesto consternado

530 cuando se han acabado los cigarrillos; la manera

en que sonríes a los perros; la huella de baba plateada

que dejan los caracoles en las piedras; esta buena tinta, esta rima,

esta ficha, este delgado elástico

que cae siempre en forma de ocho,

estén en el cielo a disposición de los que acaban de morir

almacenados en sus cajas fuertes a través de los años.

En cambio

el Instituto estimaba que sería quizá prudente

no esperar demasiado del paraíso:

¿Qué hacer si no hay nadie que salude

al recién llegado, ni recepción, ni

540 adoctrinamiento? ¿Qué pasa si uno es arrojado

a un vacío sin fin, la orientación perdida,

el espíritu desnudo y absolutamente solo,

la tarea inacabada, la desesperación desconocida,

el cuerpo que empieza apenas a pudrirse,

indesvestible con traje de mañana,

la viuda postrada en una cama incierta,

ella misma borrón en la cabeza que se disuelve?

Poniendo a los dioses en su lugar, incluyendo al D. con mayúscula,

550 Iph tomaba algunos desechos periféricos

de las visiones místicas; y ofrecía triquiñuelas

(las gafas ahumadas para el eclipse de la vida).

para no perder la cabeza cuando uno se convierte en fantasma:

deslizarse de costado, elegir una curva suave y dejarse caer,

encontrar cuerpos sólidos y atravesarlos de un resbalón,

o dejar que una persona circule en usted.

Cómo reconocer en las tinieblas, con un sobresalto

Terra la Bella, una bola de jaspe.

Cómo conservar la razón en tipos de espacio en espiral.

560 Precauciones que han de adoptarse en caso

de una reencarnación monstruosa: qué hacer

al descubrir de pronto que uno

es ahora un sapo joven y vulnerable

instalado en medio de un camino frecuentado,

o un osezno bajo un pino ardiendo,

o una polilla en un libro eclesiástico otra vez de moda.

El tiempo significa sucesión, y la sucesión, cambio:

la eternidad debe, pues, perturbar

los horarios del sentimiento. Aconsejamos

570 al viudo. Se ha casado dos veces;

se encuentra con sus dos esposas, las dos amadas, amantes

y celosas una de otra. El tiempo significa crecimiento

y el crecimiento no significa nada en la vida elísea.

Acariciando a un niño, inmutable, la esposa de cabellos de lino

se duele al borde de un recordado estanque

lleno de un cielo soñador. Y rubia también,

pero con un toque leonado en la sombra,

las manos enlazando las rodillas, en una balaustrada de piedra

apoyados los pies, la otra está sentada y mira

580 con ojos húmedos la impenetrable y leve bruma azul.

¿Cómo empezar? ¿A quién besar primero? ¿Qué juguete

dar al niño? ¿Ese chiquillo solemne sabe

que un choque de frente, una salvaje noche de marzo,

mató a la madre y al hijo?

Y ella, el segundo amor, pies desnudos en negras zapatillas

de baile, ¿por qué lleva pendientes

sacados del estuche de joyas de la otra?

¿Y por qué aparta su joven y apasionado rostro?

Porque, como nos enseñan los sueños, ¡es tan difícil

590 hablar con nuestros muertos queridos! Se desentienden

de nuestra aprensión, de nuestros escrúpulos y nuestra vergüenza…

la terrible sensación de que no son del todo los mismos.

Y nuestro compañero de escuela muerto en una guerra lejana

no se sorprende de vernos a su puerta,

y con una mezcla de ligereza y melancolía

señala los charcos en su cuarto del subsuelo.

¿Pero quién puede enseñar los pensamientos a que deberíamos recurrir

cuando la mañana nos descubra caminando hacia la pared,

bajo la dirección escénica de algún político

600 cretino, de algún babuino de uniforme?

Pensaremos en cosas que sólo nosotros sabemos:

imperios de la rima, Indias del cálculo;

escuchar el canto distante de los gallos, y discernir

bajo el rugoso muro gris un polipodio raro;

y mientras nos atan las regias manos,

abrumar a nuestros inferiores con sarcasmos, alegremente ridículizar

a los imbéciles dedicados a la causa, y escupirles

en los ojos sólo por pasar el rato.

Tampoco se puede ayudar al exiliado, al viejo

610 que agoniza en un motel, con el ventilador ruidoso

girando en la tórrida noche de la sabana,

y desde afuera un poco de luz coloreada

llega hasta su cama, sombrías manos del pasado

que ofrecen gemas; y la muerte viene rápido.

Se ahoga y conjura en dos lenguas

a las nebulosas que se dilatan en sus pulmones.

Un violento dolor, un desgarrón: es todo lo que se puede prever.

Quizá descubre uno le grand néant; quizá

otra vez de la yema del tubérculo sube uno en espiral.

620 Como lo señalaste la última vez que pasamos

delante del Instituto: «Verdaderamente no podría decir

cuál es la diferencia entre este lugar y el infierno».

Escuchamos a los partidarios de la cremación ahogarse de risa

y resoplar cuando Grabermann acusó al Horno

de atentar contra el nacimiento de los espectros.

Todos evitábamos criticar las creencias.

El gran Starover Blue analizó el papel

desempeñado por los planetas como recaladas del alma.

Se meditó en el destino de las bestias. Un chino

630 se explayó sobre el ceremonial de los tés

con los antepasados, y hasta dónde remontarse.

Yo destrocé las fantasías de Poe,

y me referí a recuerdos infantiles de extraños

fulgores nacarados que no están al alcance de los adultos.

Entre nuestros oyentes habían un joven sacerdote

y un viejo comunista. Iph podía por lo menos

rivalizar con las iglesias y la línea del partido.

En los años siguientes empezó a decaer;

el Budismo se arraigó. Un médium introdujo fraudulentamente

640 pálidas jaleas y una mandolina flotante.

Fra Karamazof se deslizó en algunas clases

murmurando su inepto Todo está permitido;

y para satisfacer el deseo de pez del seno materno

una escuela de freudianos bajó a la tumba.

Esta insípida aventura me ayudó en cierto sentido.

Aprendí lo que había que ignorar en mi estudio

del abismo de la muerte. Y cuando perdimos a nuestra hija

yo sabía que no habría nada: ningún supuesto

espíritu tocaría en mi teclado de madera seca

650 para deletrear su apodo; ningún fantasma

se levantaría graciosamente para acogernos, a ti y a mí,

en el sombrío jardín, cerca del nogal.

«¿Qué es ese curioso crujido… lo oyes?».

«Es el postigo de la escalera, querida».

«Si no duermes, encendamos la luz.

¡Detesto ese viento! Juguemos un poco al ajedrez». «De acuerdo».

«Estoy segura de que no es el postigo. Mira… otra vez».

«Es el zarcillo de una planta que golpea contra el vidrio».

«¿Qué es lo que se ha deslizado por el tejado con ese ruido sordo?».

660 «Es el viejo invierno que rueda en el barro».

«¿Y ahora, qué haré? Mi caballo está clavado».

¿Quién deambula tan tarde en la noche y el viento?

Es la pena del escritor. Es el salvaje

viento de marzo. Es el padre y su hijo.

Después vinieron minutos, horas, al fin días enteros,

en que ella estuvo ausente de nuestros pensamientos, tan rápida

corría la vida, vellosa oruga.

Fuimos a Italia. Tendidos al sol

en una playa blanca con otros norteamericanos

670 rosados o morenos. Volvimos en avión a nuestra pequeña ciudad.

Supe que mi serie de ensayos El hipocampo

bravío era «universalmente aclamado».

(Se vendieron trescientos ejemplares en un año).

De nuevo empezaron los cursos, y en las laderas de las colinas

surcadas de caminos lejanos, se veía la corriente continua

de los faros de los coches volviendo todos al sueño

de la educación universitaria. Seguiste

traduciendo a Marvell y a Donne al francés.

Fue un año de tormentas: el ciclón Lolita

680 sopló de Florida a Maine.

Marzo resplandeció. Se casaron shahs. Rusos sombríos espiaban.

Lang hizo tu retrato. Y una noche morí.

El Crashaw Club me había pagado para que explicara

por qué la Poesía tiene Sentido para Nosotros.

Pronuncié mi sermón, aburrido pero breve.

Cuando me iba con cierta prisa, para evitar

el llamado «momento de las preguntas» del final,

uno de esos individuos atrabiliarios que van

a esas charlas sólo para decir que no están de acuerdo,

690 se levantó y me señaló con la pipa.

Y entonces se produjo —el ataque, el trance

o una de mis viejas crisis—. Había por casualidad

un médico en la primera fila. A sus pies

oportunamente caí. Mi corazón había dejado de latir,

parece, y pasaron varios momentos

antes de que palpitara y continuara penosamente

hacia un destino más concluyente. Préstenme ahora

toda su atención.

No puedo decirles cómo

lo supe… pero yo sabía que había cruzado

700 la frontera. Todo lo que amaba estaba perdido

pero no había aorta que señalara pesadumbre.

Un sol de goma convulso se ocultó,

y la nada negro sangre empezó a tejer

un sistema de células encadenadas en el interior

de células encadenadas en el interior de células encadenadas

en el interior de un único vástago. Y horriblemente clara

contra la oscuridad, una alta fontana blanca jugaba.

Me di cuenta, claro, de que no estaba formada

de nuestros átomos; que el sentido detrás

710 de la escena no era nuestro sentido. En la vida, el espíritu

de cualquier hombre reconoce rápidamente

las ilusiones de la naturaleza, y entonces delante de sus ojos

la caña se convierte en pájaro, la ramita nudosa

en una oruga geómetra, y la cabeza de la cobra, en una gran

falena malignamente replegada. Pero en el caso

de mi fontana blanca lo que sustituía

perceptivamente era algo que, yo lo sentía,

sólo podía ser comprendido por el que residiera

en el extraño mundo donde yo era un simple extraviado. 720

720 Y ahora vi que se desvanecía:

aunque aún inconsciente, yo estaba de vuelta en la tierra.

La historia que conté provocó la hilaridad de mi médico.

Dudaba mucho de que en el estado en que

me había encontrado, «se pudiera tener alucinaciones

o cualquier tipo de sueños. Más tarde, quizá,

pero no durante el colapso mismo.

No, Sr. Shade».

¡Pero Doctor, yo estaba muerto!

Sonrió. «No del todo: justo la mitad de una sombra», dijo.

Sin embargo, yo vacilaba. Mentalmente seguía 730

730 repasando toda la escena. De nuevo bajé

del estrado, y me sentí extraño y acalorado,

y vi que el tipo se levantaba, y me desplomé, no

porque un importuno me señalara con la pipa,

sino probablemente porque el tiempo estaba maduro

para ese sobrevuelo preciso y ese desfallecimiento

de un globo desinflado, de un viejo corazón inestable.

Mi visión trasudaba veracidad. Tenía el tono,

la quididad y la singularidad de su propia

realidad. Era. A medida que pasaba el tiempo 740

740 su vertical constante brillaba triunfalmente.

A menudo, cuando turbado por el resplandor exterior

de la calle y su pugna, me volvía a mí mismo y allí,

allí en el trasfondo de mi alma la encontraba,

¡Vieja Fiel! Y su presencia me consolaba siempre

maravillosamente. Entonces, un día,

encontré algo que parecía una manifestación idéntica.

Era un artículo aparecido en una revista

acerca de una tal Sra. Z. cuyo corazón

había sido reanimado por la mano pronta de un cirujano. 750

750 Habló al periodista de «la tierra

más allá del Velo» y el relato contenía

una alusión a los ángeles, y un reflejo

de vitrales, y un poco de música suave, y una selección

de cánticos, y la voz de su madre:

«Más allá de este huerto a través de una especie de humo

entreví una alta fontana blanca… y me desperté».

Si en alguna isla innombrada el Capitán Schmidt

760 ve un animal desconocido y lo atrapa,

y si, un poco después, el Capitán Smith

trae una piel, esa isla no es un mito.

¡Nuestra fontana era una señal y una marca

objetivamente perdurable en las tinieblas,

sólida como un hueso, sustancial como un diente,

y casi vulgar en su robusta verdad!

El artículo era de Jim Coates. A Jim

le escribí de inmediato. Me dio la dirección de la Sra. Z.

Hice en auto trescientas millas para hablarle.

770 Llegué. Me acogió con un murmullo apasionado.

Vi aquel pelo azul, aquellas manos pecosas, aquel aire

de orquídea extasiada… y supe que había caído en la trampa.

«¿Quién perdería la oportunidad de conocer

a tan eminente poeta?». ¡Era encantador

de mi parte haber ido! Desesperadamente traté

de hacerle mis preguntas. Fueron descartadas:

«Otra vez quizá». El periodista

tenía aún sus garabatos. Yo no debía insistir.

Me atiborró de budín de frutas, convirtiéndolo todo

780 en una estúpida visita de cortesía.

«¡No puedo creer, decía, que sea usted!

Me encantó su poema de la Blue Review,

Ese sobre el Mon Blon. Una sobrina mía

escaló el Matterhorn. El otro poema

no lo entendí. El sentido, quiero decir.

Porque claro, la sonoridad… ¡Pero soy tan bruta!».

Lo era. Pude haber perseverado. Pude

haberle dicho que me contara más sobre la fontana

blanca que los dos habíamos visto «más allá del velo».

790 Pero si (pensé) mencionaba ese detalle,

ella le saltaría encima como sobre una dulce

afinidad, un lazo sacramental

que nos unía místicamente a ella y a mí,

y en un instante nuestras dos almas serían

como hermano y hermana temblando al borde

de un tierno incesto. «Creo, dije, que se está

haciendo tarde.

También visité a Coates.

Temía haber perdido las notas de la Sra. Z.

Sacó su artículo de un fichero metálico

800 "Es fiel. No le he cambiado el estilo.

Hay una errata… no es que importe mucho:

montaña, no fontana. El toque majestuoso».

¡Vida Eterna… basada en una errata!

Mientras volvía a casa reflexioné: ¿aceptar la sugestión

y dejar de investigar mi abismo?

Pero de pronto vi que allí estaba

la verdadera cuestión, el tema en contrapunto;

nada más que esto: no el texto sino la textura; no el sueño

sino la coincidencia invertida,

810 no el absurdo fútil sino una trama de sentido.

¡Sí! Bastaba que yo pudiera encontrar en la vida

algún vínculo laberíntico, una especie

de estructura concordante en el juego,

un arte plexiforme y algo del mismo

placer que quienes lo jugaban encontraban.

No importaba saber quiénes eran. Ningún ruido,

ninguna luz furtiva salía de su intrincada

morada, pero allí estaban, apartados y mudos,

jugando a un juego de mundos, transformando peones

820 en unicornios de marfil y faunos de ébano;

manteniendo aquí una larga vida, extinguiendo

allá una breve; matando a un rey balcánico;

haciendo caer del cielo un gran trozo de hielo formado

en un avión que vuela a gran altura

y causando la muerte de un granjero; escondiendo mis llaves,

mis anteojos o mi pipa. Coordinando estos

acontecimientos y estos objetos con sucesos lejanos

y objetos desaparecidos. Haciendo ornamentos

de accidentes y posibilidades.

830 Con el impermeable puesto entré en casa: Sybil, tengo

la firme convicción… «Querido, cierra la puerta.

¿Tuviste un buen viaje?». Espléndido… pero más aún,

he vuelto convencido de que puedo avanzar a tientas

hacia alguna… alguna… «¿Qué, querido?». Vaga esperanza.