¡L'if, árbol sin vida! Tu gran Quizá, Rabelais:
la gran patata.
I. P. H., un laico Instituto (I) de Preparación (P)
para el Hades (H), o If, como lo llamábamos
—¡Si con mayúscula[1]! —me contrató por un semestre
para hablar sobre la muerte («para discurrir sobre el Gusano»,
me escribió el Presidente McAber).
y ella, entonces pequeñita, nos trasladamos de New Wye
a Yewshade, en otro Estado, más alto.
510 Amo las grandes montañas. Desde la verja de entrada
de la casa destartalada que alquilamos allí
se veía una forma nevada, tan lejana, tan bella
que sólo cabía lanzar un suspiro, como si
pudiera ayudar a asimilarla.
era un nido de larvas y una violeta:
una fosa en la primavera precoz de la Razón. Y sin embargo
faltaba lo esencial de la cosa; faltaba
lo que más interesa al preterista;
pues morimos cada día; el olvido prospera
520 no con fémures secos sino con vidas llenas de savia
y nuestros mejores ayeres, son ahora fétidos montones
de nombres arrugados, números telefónicos y fichas descoloridas.
Estoy dispuesto a convertirme en una florecilla
o en un moscón, pero a olvidar, jamás.
Y rechazaré la eternidad a menos que
la melancolía y la ternura
de la vida mortal; la pasión y el dolor;
la luz clarete de ese avión que desaparece
a la altura de Hesperus; tu gesto consternado
530 cuando se han acabado los cigarrillos; la manera
en que sonríes a los perros; la huella de baba plateada
que dejan los caracoles en las piedras; esta buena tinta, esta rima,
esta ficha, este delgado elástico
que cae siempre en forma de ocho,
estén en el cielo a disposición de los que acaban de morir
almacenados en sus cajas fuertes a través de los años.
el Instituto estimaba que sería quizá prudente
no esperar demasiado del paraíso:
¿Qué hacer si no hay nadie que salude
al recién llegado, ni recepción, ni
540 adoctrinamiento? ¿Qué pasa si uno es arrojado
a un vacío sin fin, la orientación perdida,
el espíritu desnudo y absolutamente solo,
la tarea inacabada, la desesperación desconocida,
el cuerpo que empieza apenas a pudrirse,
indesvestible con traje de mañana,
la viuda postrada en una cama incierta,
ella misma borrón en la cabeza que se disuelve?
Poniendo a los dioses en su lugar, incluyendo al D. con mayúscula,
550 Iph tomaba algunos desechos periféricos
de las visiones místicas; y ofrecía triquiñuelas
(las gafas ahumadas para el eclipse de la vida).
para no perder la cabeza cuando uno se convierte en fantasma:
deslizarse de costado, elegir una curva suave y dejarse caer,
encontrar cuerpos sólidos y atravesarlos de un resbalón,
o dejar que una persona circule en usted.
Cómo reconocer en las tinieblas, con un sobresalto
Terra la Bella, una bola de jaspe.
Cómo conservar la razón en tipos de espacio en espiral.
560 Precauciones que han de adoptarse en caso
de una reencarnación monstruosa: qué hacer
al descubrir de pronto que uno
es ahora un sapo joven y vulnerable
instalado en medio de un camino frecuentado,
o un osezno bajo un pino ardiendo,
o una polilla en un libro eclesiástico otra vez de moda.
El tiempo significa sucesión, y la sucesión, cambio:
la eternidad debe, pues, perturbar
los horarios del sentimiento. Aconsejamos
570 al viudo. Se ha casado dos veces;
se encuentra con sus dos esposas, las dos amadas, amantes
y celosas una de otra. El tiempo significa crecimiento
y el crecimiento no significa nada en la vida elísea.
Acariciando a un niño, inmutable, la esposa de cabellos de lino
se duele al borde de un recordado estanque
lleno de un cielo soñador. Y rubia también,
pero con un toque leonado en la sombra,
las manos enlazando las rodillas, en una balaustrada de piedra
apoyados los pies, la otra está sentada y mira
580 con ojos húmedos la impenetrable y leve bruma azul.
¿Cómo empezar? ¿A quién besar primero? ¿Qué juguete
dar al niño? ¿Ese chiquillo solemne sabe
que un choque de frente, una salvaje noche de marzo,
mató a la madre y al hijo?
Y ella, el segundo amor, pies desnudos en negras zapatillas
de baile, ¿por qué lleva pendientes
sacados del estuche de joyas de la otra?
¿Y por qué aparta su joven y apasionado rostro?
Porque, como nos enseñan los sueños, ¡es tan difícil
590 hablar con nuestros muertos queridos! Se desentienden
de nuestra aprensión, de nuestros escrúpulos y nuestra vergüenza…
la terrible sensación de que no son del todo los mismos.
Y nuestro compañero de escuela muerto en una guerra lejana
no se sorprende de vernos a su puerta,
y con una mezcla de ligereza y melancolía
señala los charcos en su cuarto del subsuelo.
¿Pero quién puede enseñar los pensamientos a que deberíamos recurrir
cuando la mañana nos descubra caminando hacia la pared,
bajo la dirección escénica de algún político
600 cretino, de algún babuino de uniforme?
Pensaremos en cosas que sólo nosotros sabemos:
imperios de la rima, Indias del cálculo;
escuchar el canto distante de los gallos, y discernir
bajo el rugoso muro gris un polipodio raro;
y mientras nos atan las regias manos,
abrumar a nuestros inferiores con sarcasmos, alegremente ridículizar
a los imbéciles dedicados a la causa, y escupirles
en los ojos sólo por pasar el rato.
Tampoco se puede ayudar al exiliado, al viejo
610 que agoniza en un motel, con el ventilador ruidoso
girando en la tórrida noche de la sabana,
y desde afuera un poco de luz coloreada
llega hasta su cama, sombrías manos del pasado
que ofrecen gemas; y la muerte viene rápido.
Se ahoga y conjura en dos lenguas
a las nebulosas que se dilatan en sus pulmones.
Un violento dolor, un desgarrón: es todo lo que se puede prever.
Quizá descubre uno le grand néant; quizá
otra vez de la yema del tubérculo sube uno en espiral.
620 Como lo señalaste la última vez que pasamos
delante del Instituto: «Verdaderamente no podría decir
cuál es la diferencia entre este lugar y el infierno».
Escuchamos a los partidarios de la cremación ahogarse de risa
y resoplar cuando Grabermann acusó al Horno
de atentar contra el nacimiento de los espectros.
Todos evitábamos criticar las creencias.
El gran Starover Blue analizó el papel
desempeñado por los planetas como recaladas del alma.
Se meditó en el destino de las bestias. Un chino
630 se explayó sobre el ceremonial de los tés
con los antepasados, y hasta dónde remontarse.
Yo destrocé las fantasías de Poe,
y me referí a recuerdos infantiles de extraños
fulgores nacarados que no están al alcance de los adultos.
Entre nuestros oyentes habían un joven sacerdote
y un viejo comunista. Iph podía por lo menos
rivalizar con las iglesias y la línea del partido.
En los años siguientes empezó a decaer;
el Budismo se arraigó. Un médium introdujo fraudulentamente
640 pálidas jaleas y una mandolina flotante.
Fra Karamazof se deslizó en algunas clases
murmurando su inepto Todo está permitido;
y para satisfacer el deseo de pez del seno materno
una escuela de freudianos bajó a la tumba.
Esta insípida aventura me ayudó en cierto sentido.
Aprendí lo que había que ignorar en mi estudio
del abismo de la muerte. Y cuando perdimos a nuestra hija
yo sabía que no habría nada: ningún supuesto
espíritu tocaría en mi teclado de madera seca
650 para deletrear su apodo; ningún fantasma
se levantaría graciosamente para acogernos, a ti y a mí,
en el sombrío jardín, cerca del nogal.
«¿Qué es ese curioso crujido… lo oyes?».
«Es el postigo de la escalera, querida».
«Si no duermes, encendamos la luz.
¡Detesto ese viento! Juguemos un poco al ajedrez». «De acuerdo».
«Estoy segura de que no es el postigo. Mira… otra vez».
«Es el zarcillo de una planta que golpea contra el vidrio».
«¿Qué es lo que se ha deslizado por el tejado con ese ruido sordo?».
660 «Es el viejo invierno que rueda en el barro».
«¿Y ahora, qué haré? Mi caballo está clavado».
¿Quién deambula tan tarde en la noche y el viento?
Es la pena del escritor. Es el salvaje
viento de marzo. Es el padre y su hijo.
Después vinieron minutos, horas, al fin días enteros,
en que ella estuvo ausente de nuestros pensamientos, tan rápida
corría la vida, vellosa oruga.
Fuimos a Italia. Tendidos al sol
en una playa blanca con otros norteamericanos
670 rosados o morenos. Volvimos en avión a nuestra pequeña ciudad.
Supe que mi serie de ensayos El hipocampo
bravío era «universalmente aclamado».
(Se vendieron trescientos ejemplares en un año).
De nuevo empezaron los cursos, y en las laderas de las colinas
surcadas de caminos lejanos, se veía la corriente continua
de los faros de los coches volviendo todos al sueño
de la educación universitaria. Seguiste
traduciendo a Marvell y a Donne al francés.
Fue un año de tormentas: el ciclón Lolita
680 sopló de Florida a Maine.
Marzo resplandeció. Se casaron shahs. Rusos sombríos espiaban.
Lang hizo tu retrato. Y una noche morí.
El Crashaw Club me había pagado para que explicara
por qué la Poesía tiene Sentido para Nosotros.
Pronuncié mi sermón, aburrido pero breve.
Cuando me iba con cierta prisa, para evitar
el llamado «momento de las preguntas» del final,
uno de esos individuos atrabiliarios que van
a esas charlas sólo para decir que no están de acuerdo,
690 se levantó y me señaló con la pipa.
Y entonces se produjo —el ataque, el trance
o una de mis viejas crisis—. Había por casualidad
un médico en la primera fila. A sus pies
oportunamente caí. Mi corazón había dejado de latir,
parece, y pasaron varios momentos
antes de que palpitara y continuara penosamente
hacia un destino más concluyente. Préstenme ahora
toda su atención.
lo supe… pero yo sabía que había cruzado
700 la frontera. Todo lo que amaba estaba perdido
pero no había aorta que señalara pesadumbre.
Un sol de goma convulso se ocultó,
y la nada negro sangre empezó a tejer
un sistema de células encadenadas en el interior
de células encadenadas en el interior de células encadenadas
en el interior de un único vástago. Y horriblemente clara
contra la oscuridad, una alta fontana blanca jugaba.
Me di cuenta, claro, de que no estaba formada
de nuestros átomos; que el sentido detrás
710 de la escena no era nuestro sentido. En la vida, el espíritu
de cualquier hombre reconoce rápidamente
las ilusiones de la naturaleza, y entonces delante de sus ojos
la caña se convierte en pájaro, la ramita nudosa
en una oruga geómetra, y la cabeza de la cobra, en una gran
falena malignamente replegada. Pero en el caso
de mi fontana blanca lo que sustituía
perceptivamente era algo que, yo lo sentía,
sólo podía ser comprendido por el que residiera
en el extraño mundo donde yo era un simple extraviado. 720
720 Y ahora vi que se desvanecía:
aunque aún inconsciente, yo estaba de vuelta en la tierra.
La historia que conté provocó la hilaridad de mi médico.
Dudaba mucho de que en el estado en que
me había encontrado, «se pudiera tener alucinaciones
o cualquier tipo de sueños. Más tarde, quizá,
pero no durante el colapso mismo.
No, Sr. Shade».
Sonrió. «No del todo: justo la mitad de una sombra», dijo.
Sin embargo, yo vacilaba. Mentalmente seguía 730
730 repasando toda la escena. De nuevo bajé
del estrado, y me sentí extraño y acalorado,
y vi que el tipo se levantaba, y me desplomé, no
porque un importuno me señalara con la pipa,
sino probablemente porque el tiempo estaba maduro
para ese sobrevuelo preciso y ese desfallecimiento
de un globo desinflado, de un viejo corazón inestable.
Mi visión trasudaba veracidad. Tenía el tono,
la quididad y la singularidad de su propia
realidad. Era. A medida que pasaba el tiempo 740
740 su vertical constante brillaba triunfalmente.
A menudo, cuando turbado por el resplandor exterior
de la calle y su pugna, me volvía a mí mismo y allí,
allí en el trasfondo de mi alma la encontraba,
¡Vieja Fiel! Y su presencia me consolaba siempre
maravillosamente. Entonces, un día,
encontré algo que parecía una manifestación idéntica.
Era un artículo aparecido en una revista
acerca de una tal Sra. Z. cuyo corazón
había sido reanimado por la mano pronta de un cirujano. 750
750 Habló al periodista de «la tierra
más allá del Velo» y el relato contenía
una alusión a los ángeles, y un reflejo
de vitrales, y un poco de música suave, y una selección
de cánticos, y la voz de su madre:
«Más allá de este huerto a través de una especie de humo
entreví una alta fontana blanca… y me desperté».
Si en alguna isla innombrada el Capitán Schmidt
760 ve un animal desconocido y lo atrapa,
y si, un poco después, el Capitán Smith
trae una piel, esa isla no es un mito.
¡Nuestra fontana era una señal y una marca
objetivamente perdurable en las tinieblas,
sólida como un hueso, sustancial como un diente,
y casi vulgar en su robusta verdad!
El artículo era de Jim Coates. A Jim
le escribí de inmediato. Me dio la dirección de la Sra. Z.
Hice en auto trescientas millas para hablarle.
770 Llegué. Me acogió con un murmullo apasionado.
Vi aquel pelo azul, aquellas manos pecosas, aquel aire
de orquídea extasiada… y supe que había caído en la trampa.
«¿Quién perdería la oportunidad de conocer
a tan eminente poeta?». ¡Era encantador
de mi parte haber ido! Desesperadamente traté
de hacerle mis preguntas. Fueron descartadas:
«Otra vez quizá». El periodista
tenía aún sus garabatos. Yo no debía insistir.
Me atiborró de budín de frutas, convirtiéndolo todo
780 en una estúpida visita de cortesía.
«¡No puedo creer, decía, que sea usted!
Me encantó su poema de la Blue Review,
Ese sobre el Mon Blon. Una sobrina mía
escaló el Matterhorn. El otro poema
no lo entendí. El sentido, quiero decir.
Porque claro, la sonoridad… ¡Pero soy tan bruta!».
Lo era. Pude haber perseverado. Pude
haberle dicho que me contara más sobre la fontana
blanca que los dos habíamos visto «más allá del velo».
790 Pero si (pensé) mencionaba ese detalle,
ella le saltaría encima como sobre una dulce
afinidad, un lazo sacramental
que nos unía místicamente a ella y a mí,
y en un instante nuestras dos almas serían
como hermano y hermana temblando al borde
de un tierno incesto. «Creo, dije, que se está
haciendo tarde.
Temía haber perdido las notas de la Sra. Z.
Sacó su artículo de un fichero metálico
800 "Es fiel. No le he cambiado el estilo.
Hay una errata… no es que importe mucho:
montaña, no fontana. El toque majestuoso».
¡Vida Eterna… basada en una errata!
Mientras volvía a casa reflexioné: ¿aceptar la sugestión
y dejar de investigar mi abismo?
Pero de pronto vi que allí estaba
la verdadera cuestión, el tema en contrapunto;
nada más que esto: no el texto sino la textura; no el sueño
sino la coincidencia invertida,
810 no el absurdo fútil sino una trama de sentido.
¡Sí! Bastaba que yo pudiera encontrar en la vida
algún vínculo laberíntico, una especie
de estructura concordante en el juego,
un arte plexiforme y algo del mismo
placer que quienes lo jugaban encontraban.
No importaba saber quiénes eran. Ningún ruido,
ninguna luz furtiva salía de su intrincada
morada, pero allí estaban, apartados y mudos,
jugando a un juego de mundos, transformando peones
820 en unicornios de marfil y faunos de ébano;
manteniendo aquí una larga vida, extinguiendo
allá una breve; matando a un rey balcánico;
haciendo caer del cielo un gran trozo de hielo formado
en un avión que vuela a gran altura
y causando la muerte de un granjero; escondiendo mis llaves,
mis anteojos o mi pipa. Coordinando estos
acontecimientos y estos objetos con sucesos lejanos
y objetos desaparecidos. Haciendo ornamentos
de accidentes y posibilidades.
830 Con el impermeable puesto entré en casa: Sybil, tengo
la firme convicción… «Querido, cierra la puerta.
¿Tuviste un buen viaje?». Espléndido… pero más aún,
he vuelto convencido de que puedo avanzar a tientas
hacia alguna… alguna… «¿Qué, querido?». Vaga esperanza.