FUE ERNEST, el danés, quien dio a Vilalcázar la primera noticia referente al robot. Con su proverbial reserva respecto a todo lo que a máquinas se refería, explicó lo que en aquellos momentos corría ya de boca en boca por toda Tumba uno: que había sido hallado un robot que se hacía pasar por un ser humano en la ciudad, y que en la actualidad se había logrado acorralarle por medio del ejército en la cúpula auxiliar de energía. Vilalcázar, que había empezado a escuchar sin demasiado interés el relato del hombre, prestó súbita atención a él.
—¿Un robot? —inquirió.
El otro vaciló un poco, pillado de sorpresa por aquel cambio de actitud.
—Sí —dijo—. Al menos, eso es lo que dicen. Aunque ya no acabo de comprender. ¿Cómo puede haber hecho un robot todo lo que dicen que ha hecho éste? Aseguran que ha matado incluso a algunos Selenes. Un robot nada menos. Yo me pregunto, ¿cómo puede matar un robot a un ser humano? ¡Es imposible!
Vilalcázar no respondió. En su mente acababa de formarse un cuadro completo, integrado por lo que había sucedido y el porqué había sucedido. Sabía qué era lo que Gabriel había ido a buscar en la cúpula de energía, y sabía también cuál era su situación actual. Parecía que el robot había perdido la partida, y esta vez definitivamente. ¿O quizá todavía no?
Observó unos instantes al danés, casi sin verle, sumido en sus propias meditaciones. Y de pronto preguntó:
—¿Estás seguro de que no tiene ninguna escapatoria?
—Esto es al menos lo que dicen. Al parecer le han lanzado un ultimátum, instándole a abandonar la cúpula sin resistencia, o en caso contrario atacarán. Aunque les retiene un poco el saber que probablemente tiene un fusil, arrebatado a uno de los soldados. De todos modos, está acorralado: la cúpula se encuentra completamente rodeada, de modo que es imposible salir de allí sin ser visto. No sé lo que sucederá ahora, pero estoy seguro de una cosa: ese robot, o lo que sea, no tiene ninguna salida. Si no se entrega, lo detendrán igualmente. Sea lo que sea lo que pretendía al ir allá, él mismo se ha encerrado dentro de un callejón sin salida. No tiene más que dos soluciones: o entregarse, o dejarse matar. Y no creo que ninguna de las dos le guste demasiado.
Vilalcázar sonrió levemente. Le vinieron a la memoria unas palabras que había dicho al robot, en su último encuentro. Le había vaticinado que llegaría un momento en el que no tendría más que dos caminos ante él para que pudiera seguirlos: uno, como hombre; otro, como robot. Ahora había llegado este momento. Al fin iba a saber.
Se levantó. El danés estaba hablando en aquellos momentos. Decía:
—Yo no creo que sea un robot como dicen, a pesar de todos los detalles que acumulan para demostrarlo. Un robot es, al fin y al cabo, una máquina, y una máquina no puede hacer ni la mitad de las cosas que dicen ha hecho éste, ¿no te parece?
Vilalcázar negó con la cabeza.
—Estás equivocado, Ernest —dijo—. Los que dicen que es un robot tienen razón. Al menos corporalmente, es un robot. Aunque mentalmente no esté tan seguro de ello.
—¡Pero esto es imposible! ¿Cómo creer algo así? ¿Y cómo sabes tú que es cierto? ¿Cómo tienes la seguridad de ello?
Vilalcázar sonrió de nuevo. Dirigió apenas una mirada al danés, antes de dirigirse hacia la puerta.
—Yo fui quien lo construyó —dijo.
El coronel Spar estaba enormemente preocupado. No había creído que las cosas pudieran llegar tan lejos. Se encontraba con el ejército terrestre casi a las puertas de su casa, y de repente se presentaba aquella complicación. Era preciso cortar de raíz todo aquello, pero lo malo era que no podían hacerlo. El robot o lo que demonios fuera que se encontraba encerrado en la cúpula auxiliar de energía aún tenía una baza que jugar, y la había jugado. Cuando se vio acorralado y sin escapatoria dentro de la cúpula, había enviado un mensaje amenazando con hacer volar desde allí todo el complejo del control de energías si no se accedía a sus peticiones. Acorralado como estaba, aún se atrevía a presentar exigencias. Y lo peor es que podía presentarlas.
Spar sabía que aquella amenaza no era una bravata. El cierre de las compuertas aislaba la cúpula general de energía, pero no cortaba los controles. El que aumentara el nivel de radiación no impedía que los productores de energía siguieran funcionando normalmente, y los mandos de la cúpula auxiliar seguían conectados a ellos. Para hacer lo que Gabriel amenazaba se necesitaba poseer una gran especialización, conocer el lugar preciso donde debía alterarse el mecanismo; pero si Gabriel era realmente un robot, sabría hacerlo. Su amenaza no era vana.
Pero no podían atenderla.
Cuando su ayudante apareció en su despacho, indicándole que uno de los retenidos políticos deseaba hablar urgentemente con él, estuvo a punto de mandarlo al diablo. Pero sintió una extraña curiosidad por saber quién era el que deseaba hablarle en aquellos momentos, curiosidad fruto de sus deseos de evadirse como fuera de aquella situación. Preguntó:
—¿Cómo se llama?
—Vilalcázar, mi coronel —indicó el oficial—. Ha dicho que deseaba hablarle con respecto al robot que se encuentra encerrado en la cúpula auxiliar de energía.
El general se levantó de su sillón de un salto.
—¿Y qué espera aquí? ¡Hágalo pasar inmediatamente!
Cuando Vilalcázar penetró en el despacho, lo estudió detenidamente, analizando cada rasgo de su rostro. No sabía con respecto a qué ni por qué motivos deseaba hablarle aquel hombre, y por eso hizo buscar a toda prisa su expediente. Cuando lo tuvo ante él y le hubo echado la primera ojeada, se sorprendió grandemente al descubrir que el tal Gabriel Vilalcázar era nada menos que el constructor del pretendido robot, y que había sido retenido precisamente por aquel motivo, en previsión de que tuviera alguna conexión directa con sus actos. El general Spar había oído hablar por primera vez del robot al tener noticia de lo sucedido en la cúpula general de acceso de Tumba uno. Por eso, no se sorprendió menos al constatar que su presencia se había hecho notar en los días anteriores a la muerte del presidente Fhur, y precisamente con relación al mismo.
Indicó a Vilalcázar una silla, sin dejar de examinarle atentamente. No podía llegar a imaginarse para qué quería verle aquel hombre, como no fuera para hablarle como mediador del robot. Porque su mente asociaba inmediatamente lo que hacía la máquina con los actos de su creador. No podía imaginar que fueran dos elementos distintos e independientes: debía existir entre ambos alguna conexión.
—¿Qué es lo que desea? —inquirió, sin poder reprimir un cierto tono de brusquedad en su voz y mirando con suspicacia al visitante…
Vilalcázar cabalgó una pierna sobre otra, y observándole atentamente. Sus ideas respecto a lo que ocurría eran por completo distintas a las del coronel. Tras unos instantes de silencio, dijo:
—He sabido lo que está ocurriendo en la cúpula de energía. Y deseo hablar con usted respecto a ello.
El militar se puso en pie y empezó a pasear a lo largo de la habitación.
—Está bien; diga lo que tenga que decir.
—¿Cuál es con exactitud la situación actual?
—¿Acaso no la conoce?
—Sé lo que se dice por las calles: que el robot ha sido acorralado en la cúpula auxiliar de energía por algunas fuerzas del ejército. Pero nada más. Desearía conocer con la máxima exactitud posible la situación actual.
—¿Para qué? —la voz del coronel parecía querer acusar a Vilalcázar de algo.
—No lo sé todavía. Tal vez para ayudarles. O para ayudarme a mí mismo. Todo depende de lo que usted me diga.
El coronel se sentó bruscamente en su sillón giratorio, observando fijamente a Vilalcázar.
—Usted es el constructor de este… de este robot, ¿verdad?
—Creí que lo sabía ya.
—Sí, lo sé. Pero quiero oírlo de sus propios labios.
—Está bien: sí lo soy.
—¿Y no sabe lo que está haciendo en estos momentos su robot?
—Es un ser por completo independiente de mí. No tengo ninguna clase de dominio sobre él.
—Sin embargo, usted es su creador.
—Una cosa no implica la otra.
—¿Qué es lo que pretende su robot con lo que está haciendo?
Vilalcázar movió lentamente la cabeza de un lado para otro.
—Hablando así no llegaremos a ningún sitio, coronel. Si he venido a su despacho ha sido porque creo que puedo y debo intervenir en este asunto. Yo fui el creador del robot. Y en estas circunstancias debo tratar de hacer algo.
—¿Por qué fue detenido?
Vilalcázar suspiró.
—Escuche, coronel. Supongo que en algún sitio debe de existir un informe relativo a mí, y seguramente usted debe haberlo leído ya. Lo que no encuentre en este informe es algo muy largo de explicar, y no creo que tengamos tiempo para hacerlo. Le he hecho una pregunta, y creo que sería muy beneficioso para los dos que la contestara. ¿Cuál es exactamente la situación actual?
El coronel Spar permaneció unos momentos silencioso, trazando con su índice imaginarios círculos sobre la mesa. Respondió secamente:
—Ha amenazado con hacer volar la cúpula donde está encerrado si no atendemos a sus demandas.
—¿Y eso qué implica?
—La destrucción de los mandos de la cúpula de energía que regulan el cauce de emisión a las distintas Tumbas. El control se desbordará, y los almacenes de energía recibirán mayor cantidad de la que pueden almacenar. Tolo estallará. Y las Tumbas quedarán aniquiladas completamente.
—¿Cuáles son sus demandas?
El coronel Spar suspiró.
—Exige que la nación Selene no ofrezca ningún obstáculo a la invasión terrestre. En otras palabras, desea que nos rindamos.
—¿Y ustedes qué piensan hacer?
—Creo que es algo que a usted no le incumbe.
—Por supuesto. Pero yo creo que sería conveniente que me lo dijera de todos modos. Claro que también puedo adivinarlo yo mismo.
—¿De veras?
—Por supuesto. Ustedes se encuentran ahora ante una amenaza a la que solamente pueden responder con otra amenaza. Ustedes creen que el robot intenta favorecer a los terrestres, ¿verdad?
—¿Y qué podemos pensar?
—Nada más, es cierto. Y pensando esto, suponen que amenazándole con hacer algún daño considerable a la Tierra anularán su amenaza. Por lo tanto, dispondrán por ejemplo una conexión de la central de energía con algún grupo de cohetes teledirigidos que apunten a sitios vitales de la Tierra. De modo que si la cúpula estallara, los cohetes partirían hacia su destino. ¿Me equivoco?
El coronel negó con la cabeza.
—No, no se equivoca. Nuestros técnicos están trabajando en la actualidad en esto. Todos los proyectiles de alta potencia destructiva que tenemos como reserva están siendo conectados de modo que un aumento considerable en las líneas de energía los dispare automáticamente.
—Así, naturalmente, cuando el robot sepa lo que ustedes hacen, se encontrará inmovilizado, incapaz de llevar a cabo su amenaza, ¿no es cierto?
—Exacto.
—¿Y si a pesar de todo, la cumple?
Se hizo un silencio. Spar le miró sin responder. Vilalcázar se llevó una mano a la barbilla, y apoyó en ella la cabeza.
—Bien —dijo—. Así, nos encontramos ante lo que podríamos definir como una jugada resuelta en tablas. Con la conexión de los proyectiles se garantiza que el robot no pueda cumplir su amenaza sin causar un serio daño a los terrestres. Pero con ello no están seguros de evitar que llegue a cumplir lo que ha amenazado. No tienen ninguna clase de garantía de ello. ¿Qué piensan hacer entonces?
El coronel volvió a levantarse y a pasear por la estancia. No respondió.
—Y el ejército de la Tierra se encuentra a punto de atacar. Si repelen su ataque, se exponen a que el robot cumpla a pesar de todo su amenaza por no haber aceptado ustedes lo que exigía. ¿Qué sucederá entonces?
El coronel se enfrentó bruscamente con él.
—¡De acuerdo, tiene razón! ¡Todo esto es cierto! Pero no podemos hacer nada, ¿no lo comprende? Nada más de lo que hemos hecho… y esperar… seguir esperando.
—Por supuesto, habrán intentado neutralizar de algún modo el poder que tiene el robot en sus manos, ¿verdad?
El coronel asintió con la cabeza.
—Hemos intentado cortar las conexiones que unen la cúpula auxiliar con la general y manejarlas desde aquí, pero es algo que requiere mucho más tiempo del que disponemos. No, no se puede hacer nada. Nos encontramos ante un callejón sin salida. Y lo peor es que no nos queda ni el consuelo de volvernos atrás.
—Pero la responsabilidad de la resolución es suya, coronel.
—¡Ya lo sé! El Consejo del Gobierno ha dicho que obre de acuerdo con mi buen criterio, lo que quiere decir que declinan toda responsabilidad. Soy yo quien debe enfrentarse con el problema. ¡Pero no encuentro ninguna solución!
—Yo podría encontrarle algunas, coronel. Aunque ninguna plenamente satisfactoria. Por un lado cabe la solución de atacarle directamente en la cúpula, aún a riesgo de que cumpla su amenaza. Otra, intentar cerrar los contactos, aunque requiera largo tiempo y sea difícil de realizar. Una tercera, hacer caso omiso de su presencia en la cúpula, y actuar como si no hubiera sucedido nada. Pero siempre les queda la misma puerta abierta: el peligro de que cumpla su amenaza. Claro que por otra parte existe la garantía de que si el robot cumple lo que ha prometido la Tierra también recibirá su parte, pero no creo que sea muy consolador saberlo.
»Sin embargo, aún existe una cuarta solución. La más satisfactoria, y la única que no deja ninguna puerta abierta: acceder a los deseos del robot aceptando su petición. ¿Por qué no lo hacen? Sería la solución más lógica.
—Sabe que es imposible. Somos responsables ante toda una nación. Ella ha decidido su destino, y nosotros no podemos obligarla a torcerlo.
—Sí, es cierto. Los hombres somos así. Tenemos ante nosotros la razón, pero no sabemos aceptarla. ¿Cuál será su decisión entonces, comandante? ¿Creer que el robot va a aceptar su derrota y seguir adelante? ¿O acaso antes estudiar mejor el asunto?
Spar se paró ante él.
—Usted es su constructor, Vilalcázar. Usted lo conoce mejor de lo que pueda conocerlo nadie. ¿Qué cree que hará?
—Es curioso —dijo—. Hemos estado examinando el asunto desde su punto de vista, coronel, sin detenernos a pensar en ningún momento que el robot se encuentra también en su misma situación. El también ha visto que su amenaza puede volverse contra sí y el beneficio convertirse en un perjuicio. Sabe que si lleva a cabo lo que amenaza hacer puede producir un cataclismo. El también tiene ante sí dos caminos que no puede eludir, y de los cuales puede escoger solamente uno. Comandante, ¿no se ha detenido en pensar nunca que sus actos no parecen ser los correspondientes a un robot?
Sí, Spar había pensado en ello. Lo había pensado cuando supo la amenaza de Gabriel. Y aquel pensamiento había sido el que le había hecho dudar respecto a la resolución a tomar. Si hubiera sido un hombre, hubiera sabido lo que debía hacer. Si hubiera sido enteramente un robot, también. Pero Gabriel había demostrado tener algo de ambas cosas. Y aquello era lo que le hacía vacilar.
—¿Qué quiere decir? —preguntó.
Vilalcázar juntó las manos.
—Desde que le di la vida se planteó ante mí esta cuestión. El robot que había creado no era en realidad tal robot; tenía muchos atributos que no correspondían a su naturaleza mecánica. Pero ¿qué era entonces? Al crearlo intenté construir algo que fuera completamente idéntico, tanto física como mentalmente, a un hombre. Pero no pude quitar de él lo que debía tener de máquina, de autómata mecánico. ¿Cuál fue el resultado? ¿Acaso al darle todos los atributos y todas las cualidades de un ser humano llegué a infundirle algo muy parecido a un alma? Ésta es la pregunta que me he formulado desde el momento en que lo conecté y que no he podido llegar a responderme todavía. La respuesta a esta pregunta se lo resolverá todo, le dará la línea de conducta a seguir. Pero yo no puedo dársela. Sé que es lo que usted hará a pesar de todo, porque usted es humano, coronel. Pero no sé lo que hará él al ver que su demanda no es atendida. ¡No lo sé, ¿comprende?! ¡No lo sé en absoluto!
Se produjo un largo silencio. Vilalcázar se pasó una mano por el rostro, como si quisiera alejar un pensamiento inoportuno que rondaba muy cerca de su cabeza.
—Coronel —dijo—, cuando he entrado aquí le he dicho que no sabía si venía a ayudarle a usted o ayudarme a mí mismo. Ahora ya lo sé. No me importa en absoluto lo que hagan ustedes; no me importa en absoluto que los Selenes y los terrestres se destruyan en una guerra estúpida, ni me importa que Gabriel cumpla su amenaza y destruya de una vez el loco conjunto de este mundo. Pero hay algo que necesito saber, algo que me persigue desde tiempo y que no puedo eludir aunque lo intento. ¡Necesito saberlo, coronel! ¡Es preciso que lo sepa!
Se puso en pie, y sus manos temblaban. El coronel Spar estaba sorprendido, indeciso. No sabía qué hacer. Tras un lapso de vacilación preguntó, con voz poco firme.
—¿Qué es lo que desea?
Vilalcázar se pasó de nuevo una mano por el rostro. Avanzó unos pasos hacia Spar.
—Quiero hablar con el robot, coronel. Exijo hablar con el robot. Necesito hablar con el robot.