Con las armas ya silenciadas y la carnicería detenida era imprescindible establecer las condiciones por las que se regiría el orden internacional de la posguerra. La guerra había terminado y las diplomacias se pusieron a trabajar para concretar, en forma de tratados, cómo quedaría el mundo y sobre todo Europa. Por supuesto las posibilidades de negociación estaban limitadas para aquellos que habían sido derrotados. Por lo tanto, las conversaciones no iban a ser equilibradas y tendrían lugar mediante dos tendencias: por un lado los vencedores tratarían de obtener el mayor beneficio posible; por otra parte, los vencidos, intentarían que las condiciones finales no fueran demasiado onerosas. Estaba claro que alemanes, austriacos o turcos iban a tener difícil el proceso negociador.
En 1919 se convocó una conferencia internacional en la ciudad francesa de Versalles con el objetivo de definir las condiciones para un tratado definitivo. A la ciudad acudieron 70 delegados de las 27 naciones vencedoras. La conferencia fue presidida por el francés Clemenceau. Ya se podía ver el camino que iban a tomar las negociaciones puesto que no asistieron representantes de las naciones vencidas. En la práctica Versalles iba a suponer un medio por el que se iban a definir qué se impondrían a los derrotados. Se creó un Consejo Supremo del que formaban parte 10 delegados, dos por cada una de las grandes naciones vencedoras, que llevarían la dirección de las conversaciones: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia y Japón. Si bien el punto inicial de los trabajos fueron los 14 puntos del presidente Wilson la realidad es que fueron ignorados desde un principio; mediante negociaciones secretas entre los vencedores se buscó un reparto de influencias de las áreas mundiales a costa de los países derrotados, en resumen, un reparto del botín.
El día 7 de mayo se entregó a la delegación alemana un documento con las condiciones que habían establecido los delegados del Consejo Supremo. El ministro alemán de asuntos exteriores, el conde Brockdorff-Rantzau, intentó que los vencedores fueran más benevolentes en sus exigencias y se resistió a aceptar lo propuesto. Como Alemania no aceptaba los aliados exigieron la firma inmediata de un tratado que se había redactado sin tener la más mínima consideración con los derrotados. El parlamento alemán temía que si no aceptaban se produciría una invasión inmediata de su territorio y se autorizó al ministro a firmar el documento, éste consideró humillante lo propuesto, se negó a rubricarlo y dimitió. El 28 de junio una nueva delegación alemana formada por Hermann Müller y Johannes Bell firmó el tratado en el palacio de Versalles por el cual Alemania aceptaba todas las condiciones impuestas.
El orden internacional quedaría garantizado gracias a la creación de la Sociedad de Naciones, un organismo internacional destinado al mantenimiento de la paz.
El reparto territorial acordado era oneroso para los vencidos. Las colonias alemanas y los territorios no otomanos del Imperio turco serían administrados por los estados vencedores. Alemania cedería los territorios de Alsacia-Lorena, Posnania, Prusia Occidental, Hlucin y Memel. Dánzig se convertiría en ciudad libre. La Sociedad de Naciones asumiría la administración del Sarre durante 15 años y se cedía la explotación de sus minas de carbón a Francia. En otras áreas de Alemania se convocaron referendos para determinar su adscripción; esto suponía, de facto, la fragmentación del territorio del Reich. Alemania renunciaba a sus colonias en beneficio de los vencedores. Se reconocían las modificaciones fronterizas realizadas por los aliados occidentales en los territorios de Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía.
Se creaban comisiones aliadas para controlar un desarme impuesto; por el que Alemania debía entregar una gran parte del material de guerra, reducir su ejército a cien mil hombres, suprimir su estado mayor y demoler las fortificaciones situadas a 50 kilómetros al este del Rin.
Las disposiciones sobre crímenes de guerra exponían que los criminales serían entregados a los aliados y el Káiser Guillermo II sería juzgado por un tribunal internacional.
Las reparaciones de guerra serían asumidas por las naciones responsables del inicio de la contienda. Los gobiernos aliados y sus asociados declaraban, y Alemania lo reconocía, que tanto ella como sus aliados eran responsables de los daños sufridos por los estados aliados y sus asociados como consecuencia de la guerra que les fue impuesta. Una comisión especial determinaría el importe de las indemnizaciones, que incluían: entrega de todos los buques mercantes de más de 1600 toneladas y de la mitad de los comprendidos entre las 1000 y las 1600, y de la cuarta parte de la flota pesquera; cesión de ganado, carbón, locomotoras, vagones y cables submarinos; la cantidad de deuda se determinó en la Conferencia de Boulogne el 21 de junio de 1920 y consistía en 269 mil millones de marcos-oro a pagar en 42 anualidades.
Como garantía de cumplimiento del tratado la orilla derecha del Rin se dividía en tres zonas de ocupación militar por parte de los vencedores que serían evacuadas en períodos de 5, 10 y 15 años.
El tratado entraba en vigor el 10 de enero de 1920.
El tratado de paz con Austria se firmó el 10 de septiembre de 1919 en Saint Germain-en Laye. Se cedía a Italia una parte importante de su territorio: Tirol del sur, parte de Dalmacia, Carintia y Carniola. Se reconocía la independencia de Hungría, Checoslovaquia Polonia y Yugoslavia. Su ejército se limitaba a 30.000 hombres.
La paz con Bulgaria se firmó el 27 de noviembre en Neully. Se entregaba a Grecia parte de los territorios tracios de la costa mediterránea. Su ejército se limitaba a 20.000 hombres.
Con Hungría se firmó el 4 de junio de 1920 un tratado separado del acordado con Austria. De esta forma se establecía de forma definitiva la división del imperio. Hungría, como antiguo miembro de la monarquía danubiana, era considerada responsable de la guerra y cedía Eslovaquia a Checoslovaquia, Croacia y Eslovenia a Yugoslavia y Transilvania a Rumanía. Su ejército se limitaba 35.000 hombres.
Por último, el 10 de agosto de 1920, se firmó el tratado con Turquía en Sèvres. Los estrechos de los Dardanelos y el Bósforo quedaban bajo administración internacional. Tracia oriental y la mayoría de las islas del Egeo pasaban a Grecia. Siria y Cilicia se concedían a Francia. Irak y Palestina se entregaban a los británicos, que obtenían también el protectorado de Arabia. El Dodecaneso y Rodas serían de soberanía italiana. Armenia lograba la independencia. Chipre y Egipto pasaban a Inglaterra. El Kurdistán obtenía la autonomía. El ejército turco se limitaba a 50.000 hombres.
Debido a la desintegración de Rusia el nuevo estado bolchevique no participó en las negociaciones. Por lo tanto no se tuvo en cuenta sus intereses y se crearon nuevos estados en el área del antiguo imperio zarista: Polonia, Lituania, Estonia, Letonia y Finlandia.
Como se ve, los distintos tratados imponían los intereses de los vencedores sin tener en la más mínima consideración a las naciones derrotadas, ya que consideraban a los perdedores como únicos responsables de lo sucedido y cargaban sobre ellos los enormes costes de la guerra. Las condiciones eran inaceptables y no era difícil prever que originarían nuevos conflictos.