Cuando se produjo la parálisis de los frentes principales en el primer año de guerra los estados mayores trataron de imponerse mediante la actuación en otros escenarios de menor importancia. El objetivo era atacar al enemigo en lugares donde pudiera ser más débil, para obligarle a detraer recursos y debilitar su actuación en los grandes teatros de operaciones de Francia y Rusia. También se buscaba dificultar la línea de suministros para entorpecer la gestión económica del conflicto. Esta estrategia no había tenido éxito, sólo había conseguido extender el enfrentamiento y aumentar la necesidad de recursos, tanto humanos como económicos de ambos mandos. Pero en 1917 la situación iba a cambiar en esos escenarios secundarios. El abandono de la guerra por parte de Rusia hizo que los Imperios Centrales dispusieran de más tropas para dedicarlas al frente alpino. Por otra parte, el Imperio Otomano se desintegraba, tanto por los movimientos nacionalistas internos, sobre todo árabes, como por la necesidad de combatir en un amplio número de áreas sin tener recursos suficientes: Armenia, Persia, Palestina, Mesopotamia, Yemen, Tracia, Los Dardanelos y Rumanía.
La situación en el frente de los Alpes era complicada para ambos bandos antes del estallido de la revolución en Rusia. Los austro-húngaros se mantenían en la guerra gracias al apoyo alemán, combatían en tres frentes y no podían resistir más. Sus enemigos, los italianos, no estaban en una situación mejor. Si bien es cierto que el frente en el río Isonzo estaba inmovilizado cualquiera podía haber capitulado debido a su complicada situación. El cambio se iba a producir a partir de una ofensiva italiana veraniega sin éxito, comandada por el general Cardona. En otoño los austriacos empezaron a recibir una gran cantidad de refuerzos con tropas que habían sido trasladadas desde el frente ruso. La revolución ponía a disposición de los Imperios Centrales una ingente cantidad de combatientes. En octubre, tras reforzar sus posiciones, los imperiales se lanzaron contra los italianos. El incremento de tropas les facilitó la tarea y consiguieron hacer retroceder a unos italianos que deseaban acabar la guerra de una vez por todas. Las tropas italianas, cansadas, se retiraron y empezaron a rendirse en masa, 300.000 hombres depusieron las armas ante los austriacos, en la que fue conocida como derrota de Caporetto. En la retirada llegaron hasta el río Piave y todo parecía indicar que la guerra había acabado para Italia. Pero el mando franco-británico tenía otros planes y querían evitar a toda costa la capitulación de su frágil aliado. Para evitar su caída enviaron ocho divisiones de refuerzo al mando del general Foch. La llegada de sus aliados evitó el desastre y permitió que se reforzara, una vez más, la línea del frente. La derrota de Caporetto sólo había conseguido retrasar la línea de combate. Pese a lo crítico de la situación y al deseo de la población por terminar la guerra, que se expresaba en revueltas generalizadas, Italia continuaba en la lucha.
Los bolcheviques también habían ayudado, sin pretenderlo, a los turcos. La revolución detuvo la presión sobre los otomanos en Armenia, que pasaron de estar al borde de la derrota a poder tomar la iniciativa en el Cáucaso, donde atacaron a un ejército que se había ya desintegrado. Pero el principal problema de los turcos no era el frente con Rusia sino su crisis interna. Aunque habían dominado el mundo musulmán desde el final de la Edad Media su posición no era vista por los pueblos árabes como un liderazgo religioso, sino como un dominio imperialista. Los árabes estaban hartos y deseaba liberarse de su yugo. El nacionalismo árabe era la principal fuerza disgregadora y continuaba otro proceso que se había iniciado mucho antes de la guerra. El dominio de la Sublime Puerta se había desintegrado en Europa. El reparto de sus fragmentos propició la aparición de estados como Bulgaria, Grecia o Serbia. Los árabes eran una quinta columna dentro del Imperio otomano. Los británicos conocían esa debilidad y estaban dispuestos a utilizarla al máximo; para ello favorecieron cualquier movimiento secesionista con el objetivo de entorpecer la situación de su enemigo oriental y, de esa forma, facilitar la labor de sus tropas en el Próximo Oriente, que habían mejorado su actuación en Mesopotamia: remontaron el Tigris y tomaron Bagdad en febrero. Pero en Palestina se habían atascado. Tras intentar tomar Gaza fueron vencidos por los turcos y el mando de la zona cambió. La dirección de las acciones quedaría a cargo del general Allenby.
Las tribus árabes iban a sublevarse con apoyo británico y ese levantamiento sería definitivo. Para conseguir el alzamiento el mando inglés envió agentes secretos a la zona con el objetivo de forzar la situación. El plan era desencadenar una rebelión generalizada bajo la promesa de creación de un estado árabe al final de la guerra. Uno de los hombres encargados de esa misión era Thomas Edward Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia. Hussein, un jefe tribal, se había revelado y con sus hombres había conquistado la Meca. Intentó realizar la misma acción en Medina pero no tuvo éxito. Cuando llegó a Arabia Lawrence contactó con el hijo de Hussein, Feisal, con el que estableció una gran amistad. Lawrence se unió a los árabes y favoreció un cambio de estrategia. En lugar de obcecarse en tomar Medina se dedicaron al hostigamiento de las líneas de suministro turcas, realizaron acciones de sabotaje sobre las líneas ferroviarias que se dirigían a Damasco. Después, tras atravesar el desierto, se lanzaron a la conquista de Áqaba, en el Mar Rojo. Lo lograron y tras ello se unieron a las tropas de Allenby en Palestina. Juntos consiguieron tomar Jerusalén y, más tarde, Damasco. Los otomanos estaban heridos de muerte y su derrota era ya inevitable.
Lawrence alcanzó una gran popularidad y se convirtió en un paladín de la causa árabe. Defendía la creación de un gran estado árabe en todo Próximo Oriente y estaba en contra de la fragmentación en áreas de influencia que se realizó al final de la guerra. El objetivo de un estado fue apoyado por los británicos durante la guerra como una forma de debilitar a los turcos. Pero en la misma línea se habían apoyado otras iniciativas que eran contradictorias, entre ellas estaba la conocida como Declaración Balfour, firmada en 1917, por la que se prometía a los judíos la creación de un estado en Palestina. Las bases de un nuevo conflicto se estaban generando. Cuando acabó la guerra los británicos y franceses estaban más interesados en el reparto de los restos de las antiguas posesiones de Estambul que en el cumplimiento de sus promesas. La decepción en el mundo árabe no tardaría en aparecer y, sin duda, es uno de los elementos que hay que tener en cuenta para entender la desconfianza que desde entonces ha rodeado las relaciones entre Europa y los países árabes.