El Somme

El fracaso de la brutal ofensiva alemana en Verdún fue una lección que debió estudiarse por el mando aliado. Quedaba patente que sólo mediante la escalada de los ataques no se conseguía cambiar el equilibro de fuerzas. Franceses y británicos podían haber obtenido conclusiones que hubieran ahorrado centenares de miles de vidas, pero como en tantas otras ocasiones no se realizó una interpretación correcta de lo que sucedía en las trincheras. En lugar de eso se persistió en el error y se continuó por el camino que llevaba al desastre. La estrategia de los aliados occidentales para 1916 era, en esencia, la misma que habían empleado los alemanes: la apuesta total, el ataque absoluto con todo lo disponible. La única diferencia en el plan aliado era que no se basaba, al menos de forma única, en un planteamiento de desgaste. Ingleses, franceses, rusos e italianos habían acordado en una conferencia previa en Chantilly, en diciembre de 1915, realizar un asalto conjunto en 1916. La táctica era similar a la empleada en Verdún, pero en lugar de un único ataque en un punto se realizarían ofensivas simultaneas en todos los frentes principales. Si rusos, italianos y franco-británicos atacaban de forma intensiva y coordinada se podía lograr romper alguna de las líneas. La acción conjunta impedía, además, que las fuerzas alemanas y austriacas pudieran acudir a reforzar los frentes más castigados como había sucedido en otras ocasiones, ya que estarían ocupados en sus propias zonas. Pero la coordinación de los aliados iba a ser complicada, las capacidades de los ejércitos eran muy diferentes. Ingleses y franceses tenían tropas bien abastecidas y equipadas. Ya hemos visto los problemas endémicos de las fuerzas rusas, como la escasa movilidad, el deficiente entrenamiento, la falta de artillería o la baja calidad de sus mandos. Por otra parte, el ejército italiano era débil y bastante tenía con aguantar a los austriacos en el Isonzo. Todo esto dificultaba una ofensiva conjunta y eficaz. Si alguno de los atacantes flaqueaba acabaría por dejar todo el esfuerzo en el resto de los frentes, la consecuencia de esta estrategia generó la mayor carnicería de todo el conflicto.

A franceses y británicos les fue asignada una ofensiva en la cuenca del Somme, un río del norte de Francia que desemboca en el Canal de la Mancha. Los británicos preferían un ataque en Flandes para añadir a los objetivos ya indicados la posibilidad de acceder a las bases de submarinos alemanes, que hostigaban a sus buques mercantes en el Atlántico. La elección final fue una zona de 40 kilómetros en el Somme, por ser un lugar en el que se unían las fuerzas francesas e inglesas. Pero como los galos estaban conteniendo a los alemanes en Verdún el mayor peso de la acción caería en manos de la fuerza expedicionaria británica al mando de Douglas Haig.

El avance fue precedido del mayor ataque artillero de la historia. Durante dos semanas las trincheras alemanas fueron barridas con la esperanza de que no quedara nada vivo cuando los aliados salieran de sus parapetos. Para complementar la devastación artillera se habían excavado 10 túneles que llegaban hasta las líneas germanas y se habían rellenado con explosivos, en algunos de ellos se llegó a las 20 toneladas métricas que tratarían de reventar las defensas enemigas. El uno de julio a las siete y media de la mañana 19 divisiones aliadas, la mayoría británicas, saltaron de sus trincheras en dirección a las posiciones alemanas. A los soldados ingleses y franceses se les había dicho que las defensas enemigas estarían destruidas y que ese día podía cambiar el curso de la guerra. Todos ellos iban con una gran cantidad de equipo, que superaba los 20 kilos, y que dificultaría el avance. El ataque artillero y las minas en los túneles habían devastado las defensas alemanas, se había creado un paisaje en el que sólo se podían identificar cráteres y cuerpos destrozados. La primera impresión fue que no había un alemán vivo capaz de detenerles, se equivocaron. Aunque las bajas alemanas habían sido numerosas muchos soldados habían aguantado en sus posiciones fortificadas. Cien mil hombres trataron de conquistar las líneas enemigas en el mayor ataque realizado en un solo día. El uno de julio de 1916 las primeras oleadas aliadas fueron exterminadas. Aunque muchas ametralladoras habían sido destruidas las que quedaron fueron suficientes para barrer a los atacantes, que se movían de forma torpe entre los cráteres, las alambradas y los distintos obstáculos debido al pesado equipo que cargaban. El fracaso fue total. Para que las siguientes oleadas salieran de las trincheras fue necesario que los mandos empujaran a los hombres con sus bayonetas; todos eran conscientes de que no había esperanza, salir de la trinchera era dirigirse de forma segura a la muerte o la mutilación. En las contadas ocasiones en las que se alcanzaban las posiciones enemigas éstas no podían mantenerse ya que era imposible la llegada de refuerzos y lo que había costado tanto conseguir tenía que abandonarse. Sólo se consiguieron ocupar dos objetivos parciales en la parte francesa de la línea: Mametz y Montauban. El primer día de la ofensiva fue un fracaso absoluto para los aliados. Sólo durante el 1 de julio murieron 20.000 británicos y 35.000 fueron heridos, muchas unidades de la fuerza expedicionaria fueron exterminadas ese día. En el ejército británico había tradición de agrupar los soldados en batallones según el lugar de procedencia, de esta forma si en una localidad se alistaban varios jóvenes con relación entre ellos (familiares o amigos) todos servían en el mismo batallón. Hubo pequeñas ciudades británicas que perdieron a todos sus jóvenes el mismo día: hermanos, amigos y primos perecieron juntos en el Somme el uno de julio, la tragedia tuvo así un especial carácter macabro.

El objetivo aliado era romper la línea contraria y no sólo desangrar al enemigo. Ante el fracaso del avance, cuando se constató que la enorme preparación artillera no había conseguido despejar el camino para la infantería, el mando británico debía haberse replanteado sus opciones. En lugar de cambiar de táctica el general Haig persistió en su error y lanzó nuevas oleadas contra los alemanes, sólo logró aumentar el número de bajas. A pesar de la gran cantidad de medios que se habían concentrado para el asalto en el Somme los alemanes estaban bien asentados y comenzaron a fortalecer sus posiciones ya a partir del dos de julio. Iba a ser imposible expulsarlos de sus trincheras.

La batalla del Somme se transformó en una lucha de desgaste en la que se iba a pelear por pequeños objetivos con gran coste en vidas sin un plan claro de acción, sólo por no reconocer el fracaso de los planteamientos iniciales se persistió en la carnicería. Lugares como Bazentin, Pozières o la Granja Mouquet protagonizaron batallas localizadas muy sangrientas y sin una finalidad clara.

El 15 de septiembre los británicos realizaron un último intento para sobrepasar a sus enemigos en Flers-Courcelette. Allí los alemanes observaron asustados como un nuevo vehículo se dirigía a sus posiciones. Se trataba del primer tanque que entró en acción en la historia, el Mark-I. Con la imposibilidad de romper las líneas defensivas los ejércitos habían pensado en utilizar vehículos blindados que realizaran una función similar a los buques acorazados en el mar. La nueva arma podía avanzar sin ser abatida y proteger a la infantería tras ella. Contaba con ametralladoras y pequeños cañones que le permitían batir la zona sobre la que progresaba. En la primera acción en Flers-Courcelette participaron 13 carros de combate Mark-I. De forma inicial generaron el terror entre los alemanes, que huían despavoridos ante algo contra lo que no sabían luchar. Pero el papel de estos vehículos fue anecdótico. En primer lugar, un número tan reducido no podía cambiar la situación en un frente tan amplio. Además, se trataba de unidades experimentales que sufrían frecuentes averías, una vez detenido por un problema técnico un tanque podía ser destruido mediante el fuego de la artillería. Pero el principal problema fue que el mando no sabía como utilizarlos. Los carros de combate son eficaces si se lanzan de forma concentrada sobre un único punto, de esta forma se abre una brecha en las líneas contrarias que puede ser utilizada por la infantería. En lugar de actuar así los británicos utilizaron sus carros de forma aislada, así eran más vulnerables y menos eficaces. En cualquier caso no existían una doctrina militar sobre su uso, de hecho la nueva técnica de combate fue desarrollada en la posguerra y puesta a prueba por primera vez de forma eficaz en la siguiente guerra. Si los aliados hubieran esperado a tener un mayor número de unidades y las hubieran lanzado de forma conjunta el resultado de la batalla del Somme podría haber sido distinto.

Los tanques no cambiaron la situación y en septiembre el estancamiento en el frente persistía. El mando alemán decidió cambiar de táctica por una opción más conservadora y defensiva. Hindenburg y Luddendorf ordenaron la retirada a una línea de contención mejor fortificada, la posición Sigfrido, que los aliados denominaron línea Hindenburg. La batalla de desgaste continuó hasta octubre, cuando el agotamiento llegó a su punto máximo y se detuvieron los ataques.

La batalla del Somme se había convertido en la más sangrienta de la guerra y de la historia. Los alemanes perdieron medio millón de hombres, los británicos 420.000 y los franceses 200.000, más de un millón en total. Tras Verdún y el Somme los dos contendientes estaban desangrados y agotados, sin posibilidad de reacción y abrumados por el número de bajas. El tremendo esfuerzo había sido inútil, la línea del frente apenas se había movido. El gasto económico y humano era ya insoportable para las sociedades y no era descartable que pudieran quebrarse. Sin duda, la Gran Guerra había llegado a un punto límite, a una situación de no retorno. Con los estados mayores sin ideas lo que sucediera a partir de ese momento era imprevisible. ¿Quién aguantaría más antes de llegar al colapso?