La larga marcha hacia el mar

La derrota alemana en el Marne y el fracaso de la ofensiva francesa en Alsacia y Lorena habían demostrado que los planes de guerra eran inútiles, a pesar de todo los estados mayores pensaban que la guerra podía acabar antes de navidad. Los franco-británicos creían que la retirada alemana era un preludio de su derrota. Pero cuando las tropas germanas se retiraban hacia el Aisne de forma precipitada, hostigadas y con un gran número de bajas, no se producía una desbandada definitiva sino un repliegue táctico. Los hombres del Káiser se retiraban para establecer una línea defensiva y fortificada en un lugar apropiado para ello, ya que el enemigo tendría que cruzar un río si quería atacar. Cavaban trincheras, establecían líneas de alambradas, puestos de ametralladoras y situaban sus piezas de artillería para poder batir con contundencia cualquier avance aliado. Por lo tanto, los alemanes no estaban derrotados, los aliados no tenían capacidad para expulsarlos de forma definitiva de su territorio. Aunque la guerra había empezado hacía poco tiempo las bajas eran ya enormes y el castigo que habían sufrido los franceses, tanto en la ofensiva sobre Alsacia como en los alrededores de París, había supuesto un gran desgaste. El ejército aliado estaba muy tocado y había visto reducida su capacidad ofensiva, a pesar de esto el mando franco-británico pensaba que los alemanes estaban maduros y que podían ser vencidos. Para conseguir la victoria definitiva lanzaron una ofensiva en el Aisne el día 13 de septiembre a cargo del quinto y sexto ejército francés más las fuerzas expedicionarias británicas. Este ataque reflejó una situación que se repetiría a lo largo de toda la guerra: una vez que un ejército está atrincherado los asaltos frontales fracasan ante la eficacia de las armas defensivas, sobre todo de las ametralladoras; lo que consiguen los asaltantes es un enorme sacrificio de hombres. El ataque frontal era ya una opción ineficaz, brutal y sangrienta. La acción aliada consiguió cruzar el río y establecer una cabeza de puente, pero fueron rechazados por una contraofensiva enemiga. Ante el fracaso y el gran coste en vidas la ofensiva aliada se detuvo el 28 de septiembre.

¿Y ahora qué? Esta podía ser la pregunta que se hicieron los mandos después del fracaso de todas sus previsiones. Ambos contendientes necesitaba un nuevo planteamiento estratégico, una nueva forma de actuar en el campo de batalla. Después de la malograda ofensiva alemana von Moltke fue destituido y su lugar fue ocupado por Erich von Falkenhayn, como nuevo jefe del ejército alemán recibió un plazo de seis meses para derrotar a los aliados en el frente occidental. El plan de Falkenhayn era alcanzar la costa belga y francesa para controlar los puertos del Canal de la Mancha. De esta forma pretendía evitar la llegada de suministros para los aliados desde Inglaterra. Una vez que tuvieran el control de los puertos podían lanzarse de nuevo sobre París, ya que un ejército desabastecido sería más fácil de derrotar. El intento alemán de acceder a los puertos y la acción aliada para impedirlo es lo que se conoció como la marcha hacia el mar; una serie de acciones que pretendían desbordar al enemigo de forma rápida y que acabaron en numerosas batallas, con ataques frontales y un gran desgaste por ambos lados. El intento alemán se realizaría entre el Aisne y la frontera de Bélgica, una zona que estaba asignada a los británicos y a lo poco que quedaba del ejército belga.

Amberes era un lugar clave ya que permitía el acceso a los puertos del mar del Norte. Los aliados querían que la ciudad resistiera el tiempo suficiente para establecer una línea defensiva de trincheras en Flandes con la que contener el empuje alemán. Los alemanes empezaron a bombardear de forma intensa la ciudad con su artillería el 26 de septiembre. El objetivo era dañar las posiciones fortificadas que permitían el acceso a la ciudad y vencer cualquier resistencia, para ello concentraron una gran cantidad de piezas que propiciaron un castigo brutal a toda la zona. El bombardeo de Amberes fue el primer ejemplo de cómo una ciudad podía ser machacada con la artillería hasta que cundiera el pánico, el desánimo y conseguir la rendición sin un ataque de infantería. A pesar de la resistencia de las tropas británicas y belgas la ciudad capituló el día 10 de octubre. Esto permitió a los alemanes avanzar y tomar Ostende el día 15. Pero la caída de Amberes no fue un fracaso para los aliados; el tiempo que resistió la ciudad les dio el margen suficiente para reforzar la línea defensiva en Flandes, allí tratarían de aguantar.

Pero el objetivo alemán no era Flandes en sí misma, sino los puertos, en concreto tres: Dunkerque, Calais y Boulogne. El asalto lo realizaron en una zona que estaba bajo el nivel del mar y protegida por diques, el canal de Yser, defendido por el pequeño ejército belga. El ataque alemán fue muy agresivo. Los belgas estaban apoyados desde el mar por la marina británica, cuyos buques bombardeaban las posiciones alemanas. Pero no lograron detenerlos, el día 22 de octubre establecieron una cabeza de puente que les daba acceso a su objetivo. Ante la inminencia de la derrota el rey de Bélgica ordenó abrir las esclusas de los diques que protegían la zona. Como consecuencia se produjo una inundación que generó el caos entre las líneas alemanas y forzó su retirada; fue un espectáculo que minó aún más la moral de todos, un nuevo episodio que añadir a los campos devastados y a las aldeas en ruinas, una lista que sería interminable. Ante el fracaso los alemanes dirigieron su ofensiva a la mayor ciudad del occidente de Flandes, Ypres, un lugar próspero que había florecido en el siglo XIII gracias al comercio y a la industria de tapices y que se iba a convertir en uno de los lugares que representarían lo espantoso de esta guerra. En Ypres se combatió durante todo el conflicto, ahí se formaría una línea que no consiguió ser sobrepasada por ningún bando. La zona quedaría arrasada y los soldados de los dos ejércitos fueron sacrificados durante cuatro años sin apenas modificar las posiciones que se fijaron en 1914.

Ypres era importante para todos, su situación da acceso a los puertos del Canal de la Mancha; por lo tanto su control era vital. Era el punto en el que se habían juntado los dos ejércitos en su intento de llegar al mar del Norte: los aliados desde Nieuport y los alemanes desde Amberes y Ostende. En Ypres se fortificaron las tropas aliadas, sobre todo británicas. La ciudad permitía establecer una buena posición defensiva que rodeaba la población. Los alemanes pensaban que el asalto a Ypres era la oportunidad de acabar, de una vez por todas, el camino hacia el mar. Lo cierto es que a pesar de los horrores sufridos en el canal de Yser y de un número insoportable de bajas estaban consiguiendo su acceso a los puertos. Pero Ypres sería el final de la marcha hacia el mar, el lugar donde el frente se estancaría de forma definitiva. Falkenhayn dispuso que el ataque final sobre Ypres sería realizado por el cuarto y sexto ejército en una ofensiva con la mayor intensidad posible sobre un área muy reducida. Las fuerzas aliadas eran inferiores en número pero estaban en posiciones defensivas, algo que como hemos visto les permitía ser más eficaces. El 31 de octubre comenzó el ataque alemán, pese a la intensidad de la ofensiva los británicos consiguieron contenerlos. Un nuevo intento fue realizado el 11 de noviembre, en este caso los alemanes tuvieron éxito y consiguieron avanzar; pero el terreno conquistado no pudo ser consolidado y tuvieron que retirarse a sus posiciones iniciales. El esquema se repetía ya de forma habitual: un ataque intensivo conseguía avanzar a costa de un gran precio en vidas pero el terreno no podía ser mantenido y los atacantes se retiraban al punto de partida. Esto continuó hasta el 22 de noviembre, con la llegada de lluvias intensas y de frío el terreno se hizo impracticable y los combates cesaron. Cuando la batalla se detuvo los británicos habían sufrido 80.000 bajas; su territorio formaba una especie de península que se introducía en territorio alemán, el saliente de Ypres, que fue el escenario de sucesivas batallas en toda la guerra en el cual los británicos aguantarían sin ceder hasta el final. Desde entonces el nombre de Ypres es un lugar mítico en la historia del ejército británico, un ejemplo de su capacidad de resistencia. Allí luchó un joven alemán de origen austriaco que fue condecorado con la Cruz de Hierro por su valor, se llamaba Adolf Hitler.

Los combates en el saliente de Ypres aportaron una novedad en la guerra moderna cuya finalidad era intentar romper la defensa enemiga: el gas. Los alemanes lo utilizaron allí por primera vez el 22 de abril de 1915, se trataba de cloro que se emitía desde botellas cuando el viento soplaba en la dirección favorable. Se lanzó una enorme nube y el resultado fue el pánico. Los franceses tuvieron 15.000 bajas como consecuencia de ese ataque, pero a pesar del éxito inicial los alemanes no consiguieron romper el frente. El gas se sumó a la lista de horrores que hacía penosa la vida de los combatientes, pero no fue un arma definitiva. El Alto Mando alemán empezó a confiar en la nueva arma y se puso a fabricar otro tipo de gases y a desarrollar nuevos métodos como gases de fosgeno y granadas de gas; más adelante se pasó al arsénico y después al ácido cianhídrico, que descompone la sangre. En 1917 se usó el gas mostaza que actúa a través de la piel. Toda arma requiere una defensa y por ello se creó la máscara antigás que debía ser empleada tanto por los atacantes como por los defensores, para el gas mostaza no servía la máscara y debía utilizarse un traje completo para todo el cuerpo. Aunque este nuevo método empezó a ser utilizado por los alemanes en poco tiempo todos los ejércitos lo incorporaron a su arsenal.

Tras la marcha hacia el mar nadie pensaba en una guerra corta. La idea de un conflicto limitado era una quimera. La lógica macabra del frente había enseñado cómo sería todo a partir de ese momento: la mejora tecnológica permitía ser más eficaz al defender una posición que al atacarla. Las embestidas frontales podían ser contenidas si el otro ejército estaba bien atrincherado. Se combatía por metros de tierra, sólo se podía avanzar mediante un sacrificio enorme de vidas y medios materiales. Una vez conquistado el terreno era casi imposible conservarlo y los atacantes debían regresar a su línea de trincheras, después la tierra de nadie se quedaba llena de cadáveres que se descomponían entre el barro y la humedad permanente. Se había construido una enorme línea de trincheras que iba desde Flandes hasta la frontera suiza. Para mantener ese gigantesco teatro de operaciones y sustituir el enorme número de bajas sería necesario aportar una ingente cantidad de combatientes. Se recurrió de forma sistemática a la leva forzosa, el frente iba a engullir a toda la juventud disponible. El requerimiento de combatientes tuvo como consecuencia la escasez de mano de obra en la retaguardia, sobre todo en el lado alemán. Como resultado se empezó a abusar de la población civil de las zonas ocupadas. Los habitantes de la pequeña Bélgica, un estado que no había declarado la guerra a nadie y que fue invadido solo porque estaba de camino a Francia, sufrieron la ocupación alemana. Más de 100.000 belgas fueron deportados como trabajadores en circunstancias penosas, una mano de obra casi en condiciones de esclavitud.