Me gustaría dar las gracias a mi espléndido editor, Keith Kahla; a mi editora, Sally Richardson; y al resto del equipo de Saint Martin’s Press, incluyendo —aunque no pueda citarlos a todos— a Matthew Baldacci, Jeff Capshew, Kathleen Conn, Ann Day, Brian Heller, Ken Holland, John Murphy, Lisa Senz, Matthew Shear, Tom Siino, Martin Quinn y George White. También a mi editor inglés, David Shelley y a la plantilla tan competente de Sphere. A los superagentes Lisa Erbach Vance y Aaron Priest. A mis queridos abogados, Stephen F. Breimer y Marc H. Glick. A Rich Green de CAA. A Maureen Sugden, mi correctora, por mejorar mi gramática, mi dicción e incluso mi postura. A Geoff Baehr, mi gurú en tecnología, que a veces parece EL gurú en tecnología. A Jess Taylor por sus tempranas observaciones. A Philip Eisner, que puso a mi servicio su considerable talento como lector. A Simba, mi fiel ridgeback de Rodesia, el perfecto compañero bajo la mesa de un escritor. A Lucy Childs, Caspian Dennis, Melissa Hurwitz, doctora en medicina, Nicole Kenealy, Bret Nelson, doctor en medicina, Emily Prior y John Richmond por llevar a cabo diversas tareas inestimables. Y finalmente, a Delinah, Rose Lenore y Natty: mi corazón colectivo.