Tras el análisis constataron que la bala que atravesó la cabeza de Olof Bart procedía de la misma arma que había matado a Lars Waltz, con lo que pudieron establecer que el asesino fue el mismo en ambos casos.
El comisario Björkman y la inspectora Frisk de Borås se acomodaron en la sala de reuniones de la brigada criminal de Gotemburgo para celebrar la primera reunión conjunta.
En un principio, Tell se sorprendió de que Björkman no hubiera enviado a uno de los ayudantes involucrado en la investigación. Al acudir él mismo, venía a engrosar el ya nutrido grupo de comisarios. Estaba distraído preguntándose si la obsesión de Björkman por el orden con los años se habría convertido en una marcada necesidad de control, y, en ese caso, qué tipo de jefe sería. Por otra parte los compañeros que estaban bajo su mando, y que él conocía, parecían apreciar a su jefe. Tenía que admitir que sus prejuicios contra la policía de las ciudades pequeñas no se habían cumplido, por lo menos hasta el momento. Si es que podía decirse que Borås fuese una ciudad pequeña.
Östergren había solicitado una reunión con los dos comisarios para saber cómo pensaban continuar. En efecto, de forma totalmente inesperada, aquellas dos investigaciones de asesinato habían tomado un nuevo rumbo y requerían, por tanto, un nuevo modo de proceder. Quizá se tratase de una idea estratégica del nivel superior de la dirección para que los jefes participaran desde el inicio en esta nueva investigación.
—Tenemos que decidir si debemos hablar con la prensa —les dijo Östergren.
Tell suspiró, pues esperaba oír aquellas palabras.
—Los medios ya tienen una idea de lo ocurrido, aunque, a juzgar por la noticia tan confusa que se publicó en el diario Göteborgs Posten sobre el asesinato de Olofstorp, no conocen los detalles. La cuestión es si no ganaríamos más informando sobre el caso, a fin de evitar las especulaciones mediáticas.
* * *
Todos los colaboradores se encontraban en la sala de reuniones. Tell tomó la palabra, puesto que estaban en su distrito.
—Parto de la base de que todos sabéis por qué estamos aquí reunidos, por lo tanto, no pienso andarme con formalidades y repetirlo, ni siquiera para que conste en acta. También creo que todos —se dirigió principalmente a los policías de Borås— habéis estudiado el material de los interrogatorios relacionados con el asesinato de Olofstorp, así como los informes de la policía científica y los del forense.
Björkman y Frisk asintieron.
—Por lo tanto, propongo que expongáis vuestros avances y, una vez reunidos todos los datos, haremos una primera valoración.
Björkman asintió y colocó con pulcritud el montón de folios que tenía delante.
—Bueno, veamos. A Olof Bart lo asesinaron con la misma arma que a vuestro hombre, eso ya lo hemos comprobado. Tras un examen exhaustivo del lugar del crimen hallamos la bala, pero nada más. Al parecer, el asesino no se bajó del vehículo. En cambio, según el informe forense, la ejecución no se desarrolló siguiendo los planes exactos del asesino, como sucede en vuestro caso. La marca que Bart presentaba justo encima del ojo izquierdo indica que el asesino apoyó primero el arma contra la cabeza de la víctima. Sin embargo, el disparo se realizó a medio metro de distancia. Seguramente el asesino le apuntó y apretó el cañón de la pistola contra su cabeza para poder atarlo, pero Bart consiguió liberarse. El asesino pudo disparar mientras estaba sentado en su coche.
—Eso es muy raro —observó Gonzales—. El que no pueda estar a más de un metro de su coche. O es un vago de mierda o tiene algún tipo de minusvalía.
—Sí, es posible —admitió Björkman pensativo—, pero también es posible en ambos casos que el asesino saliera del coche, sólo que no dejó ninguna huella tras de sí. Como sabemos, ese día estuvo diluviando.
Todos los presentes asintieron visiblemente consternados: la lluvia era una de las peores pesadillas de la policía científica.
—Además de la sangre, hay restos de pintura en la chapa metálica abollada de la pared. Seguramente, podremos averiguar de qué clase de pintura se trata. También tenemos huellas de neumáticos. El suelo estaba embarrado por completo, pero en un par de sitios se pudieron sacar unos moldes bastante buenos. Ya volveré sobre esto más adelante.
Tomó aire y lo dejó salir por la comisura de los labios con un silbido.
—Como ya he dicho y si me lo permitís, el asesino tuvo mala suerte. El disparo no fue mortal, por lo menos no en un primer momento. El proyectil entró por la nariz y salió por detrás de la oreja, sin pasar por el cerebro. Bart habría sobrevivido con toda seguridad. Tendría una pinta espantosa pero, a menos que hubiera muerto de frío o desangrado, seguiría vivo. Como sabéis, el asesino prefirió asegurarse, de ahí que lo atropellara también.
Hojeó de nuevo sus papeles.
—El asesino atropelló a la víctima sobre el césped y le disparó delante del coche frente al garaje. Cuando el hombre estaba medio muerto contra la pared, el asesino aceleró y… bueno, podría decirse que le reventó los órganos internos que aún tuviera intactos. El asesino dio marcha atrás y arrastró a la víctima un par de metros… hasta el lugar del césped donde fue hallado el cadáver. Creemos saber la hora a la que esto ocurrió. Según la estimación de nuestro forense, fue entre las cuatro y las seis, y, según el testimonio de la vecina, Anette Persson, que al parecer padece de insomnio y se levantó de madrugada, eran las cinco menos cuarto cuando vio un jeep desconocido pasar cuesta abajo, en dirección a la casa de Bart. Creo que podemos suponer con cierto grado de seguridad que se trataba del asesino.
Sofia Frisk carraspeó.
—Además, a los Berntsson, los otros vecinos, los despertaron temprano unos ruidos procedentes del jardín de Olof Bart —observó—. Entre ellos, el de un motor en marcha. Maja Berntsson creyó que Bart habría madrugado y ya habría empezado a trabajar, lo que al parecer solía hacer con frecuencia, pero también es posible que estuviese oyendo el asesinato.
—¿No es extraño que no oyera nada más? Me refiero a gritos, por ejemplo —intervino Karlberg.
Björkman se encogió de hombros. Levantó la mirada, pero nadie tenía más preguntas sobre la causa de la muerte. Sacó un documento de una funda de plástico de color rojo y se puso las gafas, antes de continuar.
—Bien, encontraron el cadáver, como decía. Lo encontraron David Jansson y Klara Päivärinta, dos jóvenes que estaban dando un paseo. Su perro salió corriendo y comenzó a ladrar. Al parecer llegó hasta el cadáver y… en fin, no sé. Según el chico, el perro tenía el morro lleno de sangre. Lo primero que pensó fue que le habría mordido algún animal.
Björkman se estremeció al imaginar una escena tan desagradable.
—Llamaron directamente a la policía. Los inspectores de Kinna tardaron unas dos horas en llegar.
Un par de colegas asintieron sonrientes: habían captado el chiste.
—¿Los interrogaron? —quiso saber Tell, que no pensaba prestar atención a ningún tipo de humor corporativo.
—Los jóvenes estaban conmocionados, claro. Y sí, los interrogaron en el lugar de los hechos, pero no tenían mucho que decir. No vieron ni oyeron nada, aunque tampoco es de extrañar. Eran las tres o las cuatro de la tarde cuando dieron la alarma.
Björkman comenzó a remover sus papeles de nuevo, mientras Frisk aprovechaba para añadir:
—Michael y yo hablamos con Anette Persson. Además de la hora exacta, también nos pudo indicar el modelo del coche: un Jeep Grand Cherokee bastante nuevo…
—Un Grand Cherokee, sí —la interrumpió Tell.
Frisk carraspeó.
—Por lo visto, ellos habían tenido uno igual, por eso estaba tan segura. No lo estaba tanto del color, aunque creía que era negro o azul. Y otro dato: Sigvard Berntsson recordó que, poco antes de morir asesinado, Bart parecía preocupado. Estuvo hablando con él de comprar alarmas para el hogar y de organizar patrullas ciudadanas entre los vecinos, como si tuviera un presentimiento.
Björkman asintió pensativo y pasó a comentar el interrogatorio a los vecinos más próximos.
—Hay otra casa por la zona que está habitada todo el año, la del señor y la señora Tranström. El día del crimen estaban de viaje. Sin embargo, informaron de que una semana antes vieron en el pueblo a unos inmigrantes que conducían un coche deportivo y les resultó extraño.
Björkman hizo un gesto significativo que los colegas de Gotemburgo captaron enseguida.
—Vale —Tell retomó la palabra—. Seguiremos interrogando a los vecinos. La consigna es trabajar a partir del lugar del crimen.
Se puso de pie para ir escribiendo en la pizarra.
—Es decir, tenemos a un posible asesino con un Grand Cherokee. No puede haber tantos.
—No, teniendo en cuenta lo caros que son —añadió Karlberg.
—Lo que significa que nuestro asesino es de clase alta. Un político o un pijo —dijo Beckman, a lo que Bärneflod añadió:
—O un mecánico.
—Concentraos —les advirtió Tell—. Buscad en el registro nacional de tráfico a todos los propietarios de un Grand Cherokee. Comenzad por los de color negro y azul oscuro. Empezaremos por los de Gotemburgo y Borås, luego iremos ampliando al resto del país.
—¿Dónde estableceremos el límite? —preguntó Frisk.
—Aún no lo sabemos —respondió Tell.
Björkman alzó la mano.
—Un momento. Existe un detalle relacionado con las huellas de neumático sobre el que quiero insistir. Cuando menos, resulta irritante. Los moldes muestran que las huellas de los dos escenarios no corresponden al mismo coche. O mejor dicho: no pertenecen a las mismas ruedas.
Todos permanecieron en silencio, reflexionando sobre lo que acababan de oír.
—Pero, según nuestros expertos, las huellas proceden de un modelo de vehículo pesado, como un jeep —protestó Gonzales.
—Sí. Hemos hablado con un fabricante de neumáticos que ha reconocido el modelo específico de los moldes tomados en la casa de Olofstorp —dijo Tell—. Además, tenemos la distancia exacta entre las ruedas. Puedo añadir que el Grand Cherokee también se ajusta a nuestro caso.
Dicho esto, arrojó el bolígrafo sobre la mesa con cierta frustración y lo dejó rodar hasta que cayó al suelo.
—Pero ¿eso qué significa? ¿Acaso no se trata del mismo asesino? ¿O quizá cambió de coche y llevaba otro del mismo modelo? ¿O que le cambió las ruedas? —preguntó Karlberg.
—Es el mismo asesino, el arma es la misma —intervino Beckman.
—Joder —murmuró Tell—. Vale, de todos modos, comprobaremos el registro de tráfico —reflexionó, antes de añadir—: Teniendo en cuenta esa información, investigaremos también las compañías de alquiler de coches de la zona que tengan en su flota modelos de Jeep Grand Cherokee. Procederemos del mismo modo. Partimos del centro e iremos ampliando el radio. Controlad si las compañías de alquiler tienen cámaras de seguridad, en ese caso las grabaciones podrían sernos útiles.
Se sintió un tanto desanimado, pues notó que no era fácil continuar con el mismo entusiasmo, pero enseguida cuestionó aquella actitud, que consideraba poco profesional. A decir verdad, habían conseguido más información de la que cabía esperar al comienzo de una investigación. Tenían la hora exacta y el modelo de vehículo utilizado. Aun cuando no se tratase del mismo coche en ambos asesinatos, podían relacionar uno de los vehículos con una de las muertes gracias al particular desgaste de los neumáticos y, comprobando el registro de tráfico, las compañías de alquiler de vehículos o los datos de los testigos, quizá pudieran relacionar el coche con el asesino. Y finalmente dar con el responsable de ambas muertes a través del arma homicida.
Y así recobró el ánimo.
—La forma de proceder es la misma, el arma también. Debemos encontrar un denominador común entre Lars Waltz y Olof Bart. Para ello, necesitamos examinar los antecedentes de ambos. Como sabéis por los informes, en el caso de Waltz hemos progresado bastante. Tendremos que hacer lo propio con Bart. El objetivo debe ser hallar algún punto en el que el camino de estos dos hombres se haya cruzado. ¿Alguna idea así, sin más?
—Tienen la misma edad —dijo Beckman y Karlberg asintió.
—Waltz es dos años mayor.
—Quizá crecieron en la misma zona. O fueron a la misma escuela.
Björkman negó con un gesto.
—Lo único que tenemos claro hasta ahora es que Olof Bart ha sido Olof Bart sólo durante… diez años. Cambió de nombre en 1997. Hasta entonces se llamaba Pilgren. Extraño, ¿no? No hemos podido localizar a ningún familiar, por ahora. Los padres murieron. Parece que tiene una hermana mayor, Susanne Pilgren, aunque lleva años sin dirección fija. Al parecer es una drogadicta declarada. Pero cuando Bart, seguiremos llamándolo así, era niño su familia vivía en Gotemburgo. En Angered, para ser exactos —se rascó la cabeza—. Parece que lo pasaron mal. Sabemos que la hermana quedó bajo la tutela de Asuntos Sociales, pero ahí se acaba el rastro, ya sabéis, la confidencialidad y mierdas por el estilo. Si queremos conseguir más información, necesitaremos una orden.
—Bien, Björkman, es suficiente —dijo Tell—. Alguien tiene que remover el historial social de Bart, si es que aún existe, y controlar a la familia en general, madre, padre, posibles casas de acogida, correccionales, estancias en la cárcel, lo que sea. Yo me puedo encargar de ello. Si la cosa se complica desde el punto de vista burocrático, recurriré a Östergren —añadió para sí mismo—. Y ya que estamos con el reparto de tareas, Karlberg, tú puedes hablar con el tipo que compartía local con Bart. Y tú, Bärneflod, para empezar te puedes ocupar de localizar el coche en el registro de tráfico. Comprueba también si hay alguna empresa de transportes que realice servicios por la posible ruta del asesino y en ese caso consigue la ruta de los conductores. Alguno pudo haber visto a nuestro hombre en una gasolinera o en un área de servicio, por ejemplo. Y también las compañías de taxis que hayan trabajado en la zona. Ocurrió a una hora intempestiva del día, seguro que no había mucha gente en la calle. Por supuesto, no olvides a los dependientes de las gasolineras y restaurantes, sabemos que conducía un Grand Cherokee oscuro. Quizá pusiera gasolina o comiera durante el trayecto. Las cámaras de vigilancia también pueden ser de gran ayuda. Bueno, como siempre, nos tendremos que amoldar a la cantidad de efectivos que podamos asignar, ya sabéis que también hemos de ocuparnos de otros casos. Sencillamente aprovechemos las circunstancias, puesto que ahora contamos con más recursos. La policía de Angered y creo que la de Kinna también están, en parte, a nuestra disposición. No obstante, contad con que nos esperan un par de días de mucho trabajo. Hablaré con Östergren para saber de cuánta gente disponemos.
Tell se apresuró a decir esto último al ver que la angustia de Bärneflod iba en aumento.
—Comenzaremos así. Aún es pronto para hablar del móvil. Antes necesitamos tener una idea clara de quién era la víctima número dos y conocer su relación con la número uno Pero partiremos de la base de que el asesino tenía algún tipo de relación con ambas.
Alargó el brazo para coger una botella de agua mineral con gas de la máquina expendedora, la última adquisición de la comisaría en su proceso de modernización repentina.
—¿Preguntas?
—Sí. ¿Por qué?
Preguntó Frisk.
—¿Por qué? —repitió Tell con cara de tonto.
—Sí, ¿por qué tenemos que partir de la base de que el asesino tenía relación con las víctimas?
Por un instante, la mesa quedó en completo silencio. Karlberg se inclinó para coger una cajita de tabaco de mascar que alguien había olvidado sobre la mesa. La abrió y se contentó con olerla. A veces bastaba con eso.
—Porque la otra opción es que nos hallemos ante un maníaco que mata al azar. Desde un punto de vista puramente estadístico, todos sabemos lo raro que es que no exista relación alguna entre la víctima y el asesino. Además, no concuerda con la forma de proceder ni con las pistas. O mejor dicho, con la ausencia de pistas.
Beckman asintió.
—Exacto. Un loco habría dejado más pistas. Además, el procedimiento indica que el asesino actuó con demasiado… odio, diría yo, para considerarlo un acto impulsivo. Quiero decir que a ambos les dispararon y los atropellaron no una sino dos veces: a uno le pasaron por encima del cuerpo con el vehículo y al otro lo aplastaron contra la pared. Todo apunta a…
Guardó silencio y Tell la apremió.
—¿Apunta a qué?
Ella se encogió de hombros, ruborizada ante la atención de que era objeto. Aún no había madurado su hipótesis.
—No estoy segura, pero creo que todo apunta a una rabia posiblemente motivada por un agravio antiguo. La verdad es que, en un primer momento, pensé en algo de carácter sexual, pero no puedo explicar por qué.
—¿Quieres decir que los crímenes los cometió una mujer? —dijo Gonzales.
—No, no me refería a eso. Es sólo que yo creo que había un odio inmenso detrás de esos crímenes. Se necesita mucho tiempo para acumular tanto odio y, normalmente, se dirige contra una persona que significa algo para ti. Creo que cualquier experto en perfiles estaría de acuerdo conmigo —dijo ella y no se le escapó la mirada elocuente que Bärneflod le lanzó a Karlberg que, por suerte, no hizo ningún comentario.
—Sí, creo que estás en lo cierto. Y a eso me refería al decir que debíamos partir de la base de que la víctima y el asesino se conocían —Tell se volvió hacia Frisk—. Pero estoy de acuerdo contigo. Es evidente que no podemos descartar ninguna alternativa. No nos limitaremos a una hipótesis mientras no tengamos pruebas que la confirmen. Ha sido una buena observación.
Y así terminó su intervención, convencido de ser un jefe excelente: pedagógico, atento, generoso, constructivo.