2006
La nariz y las mejillas algo tostadas de Lise-Lott Edell relucían absurdamente rojas en comparación con la palidez del resto de su cara.
—Respira —murmuró Tell al tiempo que, con tanta delicadeza como determinación, le agarraba la cabeza y se la empujaba hacia las rodillas. La mujer oponía resistencia quejándose, como si Tell estuviese haciéndole daño—. Tienes que respirar, inspira, espira, inspira, espira. Eso es.
Beckman asomó en silencio la cabeza por la puerta de la cocina para que Tell supiera que había llegado. Él le respondió con un breve gesto de asentimiento y se acuclilló ante Lise-Lott Edell.
—Sufres una conmoción y no debes estar sola. ¿Quieres que llamemos a alguien? ¿A un familiar, a una amiga? Karin Beckman, que acaba de llegar, te llevará a casa de quien quieras. Si lo deseas, podemos llevarte a que te vea un médico. Puede que necesites algo, descansar, algún tranquilizante.
Ella negó con la cabeza y dejó escapar un sollozo.
—No, no necesito ningún médico. Mi hermana es médico. Y vive a unos veinte kilómetros de aquí.
Beckman se inclinó y tomó dulcemente la mano de Lise-Lott.
—Te llevaré en cuanto estés lista.
Observó con tristeza el bonito anillo que la joven llevaba en la mano izquierda. El anillo de casada, con una turquesa. No podía decirse que hubiesen compartido mucho tiempo para amarse en lo bueno y en lo malo.
—Tenemos que hablar contigo, Lise-Lott, tan pronto como sea posible. Podemos hacerlo ahora, pero, claro, respetamos que no estés preparada. Un colega mío y yo podemos acompañarte a casa de tu hermana y hablamos allí. O si lo prefieres, lo dejamos para mañana por la mañana. También podemos llamar a tu hermana y pedirle que venga.
Lise-Lott volvió a negar con un gesto vehemente.
—No, no quiero que la policía vaya a casa de Angelika. Prefiero que hablemos ahora, cuanto antes mejor.
Beckman le lanzó una mirada inquisitiva a Tell, que se encogió de hombros sin que se notase apenas, como diciéndole «¡Adelante!».
—Vale, Lise-Lott. Te lo agradecemos. Cuanto antes aclaremos las circunstancias de este trágico… fallecimiento, tanto más rápido recibirá el autor su merecido castigo. Si quieres que paremos, no tienes más que avisar.
—Quisiera un vaso de agua.
Apretaba tanto las mandíbulas que se le empalidecieron las sienes. El bronceado parecía una máscara y Tell comprendió lo lejano que debía de resultarle ahora Puerto de la Cruz, el calor que había dejado atrás hacía tan sólo unas horas. Ahora el mundo se había resquebrajado bajo sus pies. Tell se armó de valor para no permitir que la empatía lo condujese a suposiciones infundadas.
* * *
—Tenía planes de hacer un libro de fotografías sobre la zona —explicó Lise-Lott señalando un montón de copias con detalles agrícolas y de las pequeñas aldeas que rodeaban la finca. La joven se había acurrucado en un rincón del sofá, con una manta sobre los hombros, y tenía las manos aferradas a la taza que Beckman había traído como por arte de magia, aunque el té caliente no era capaz de derretir el hielo que, poco a poco, iba cubriéndole el pecho—. Al parecer, lo llenaba de fascinación el paisaje de la zona, el que estuviese tan… intacto. Siempre habrá tenido el mismo aspecto, seguro —deslizó la mirada hacia el paisaje que se extendía al otro lado de la ventana—. He oído que el bosque de Kitjärn es una selva virgen. Fue un señor de las oficinas municipales quien se lo dijo a Lars. Y es porque la mano del hombre no lo ha tocado desde tiempo inmemorial.
Tell parecía dudar.
—Lars no era de la zona, por lo que he entendido.
—No. Supongo que hay que venir de fuera para apreciar la grandeza de este entorno. Lars es de ciudad. O era. De Gotemburgo.
Ya había dejado de llorar, pero tenía la mirada empañada. Tell adivinó que se habría tomado algún tranquilizante cuando fue al baño hacía unos minutos. Y no se lo reprochaba.
—Yo llegué aquí de adolescente, cuando se mudaron mis padres. Claro que entonces esto me parecía la muerte.
Una sonrisa torcida le surcó la cara para, un segundo después, convertirse en una mueca. Lise-Lott dejó escapar un sollozo.
—Irradiaba tal alegría de vivir. Es terrible, impensable que alguien…
Tell pensaba esperar a que se serenase, pero Beckman se le adelantó.
—Precisamente eso es lo que nos extraña, por más que ahora te resulte difícil pensar en ello: ¿se te ocurre quién podría querer hacerle daño a Lars? Alguien con quien haya tenido un conflicto, en el trabajo o en… ¿Sabes si se vio involucrado en algún tipo de irregularidades? Son preguntas que tenemos que hacerte… —se apresuró a añadir al ver que Lise-Lott la miraba sorprendida.
—No, por supuesto que no. ¿Quién querría matar a Lars? Era un hombre honrado, bueno como él solo.
—Reflexiona —terció Tell—. Aunque resulte difícil señalar a nadie sin pruebas, aunque se te antojen sucesos banales. ¿Sabes si recibió alguna amenaza? ¿Ha ocurrido algo últimamente que te haya llamado la atención? ¿Algo fuera de lo habitual? —y presionó un poco más—: ¿Quizá una nueva amistad o contacto?
Lise-Lott frunció el entrecejo, claro indicio de que trataba de hacer memoria, pero terminó por menear la cabeza con impotencia.
—No, ya digo… No se me ocurre nadie con quien haya tenido un enfrentamiento. En todo caso, se trataría de algún cliente que no estuviese satisfecho con el precio. Me refiero al taller…
Se encogió de hombros para subrayar que no creía que a nadie se le pasara por la cabeza asesinar a Lars por esa razón.
—Bueno… Lars quizá tuvo un… en fin, llamarlo conflicto sería exagerar, tal vez, pero sí alguna diferencia con el funcionario municipal de Lerum, el que solía hacerle encargos. Se llama Per-Erik Stahre. Lars creía que estaban de acuerdo en que él tendría la exclusiva, por así decirlo, para todos los proyectos fotográficos que necesitara el municipio, en tanto que Stahre creía tener derecho a elegir según el precio, y el otoño pasado le asignó un gran encargo a un colega que trabajaba más barato. Se trataba de fotografiar una nueva zona residencial de las afueras y… bueno, era mucho dinero. En opinión de Lars, Stahre debería haber discutido el precio con él antes de contratar el trabajo con otra persona. Nos habría venido muy bien ese dinero.
Lise-Lott meneó la cabeza. Tell asentía e iba tomando notas, pero sintió que el ánimo empezaba a fallarle. Nadie se dedicaba a matar a la gente por la factura del taller ni por un leve revés laboral.
—Nos gustaría que nos informaras enseguida, si recuerdas algo más que pueda sernos de interés…
—Su exmujer. Lars se separó cuando nos conocimos y… las separaciones nunca son agradables. Siempre hay alguien que sale mejor parado. Ella no quería separarse y… hubo bastantes momentos amargos. Además, tiene dos hijos que aún no son adultos propiamente. De diecisiete y diecinueve años.
La experiencia le había enseñado a Tell que la gente hablaba más si se les hacían pocas preguntas y se permitía que el silencio surtiese su efecto. En especial, en las circunstancias extrañas y a menudo terribles que implicaba un interrogatorio policial.
Dejó el bolígrafo y sacó un cigarrillo del paquete.
—¿Puedo?
—Claro, fuma si quieres. Además, estaba la casa. Ella, o sea, su exmujer, no podía permitirse seguir pagando la casa y… por si fuera poco, se deprimió muchísimo. En cierto modo la comprendo. A su edad, a nuestra edad… no es fácil quedarse sola.
Lise-Lott soltó una carcajada, una risa dura, que quedó como enterrada en la garganta cuando, súbitamente, comprendió que ella acababa de quedarse en la misma situación. Tell encendió el cigarrillo e ignoró el gesto elocuente de Beckman, que se apartó sentándose más lejos en el sofá.
—Al decir que se deprimió —comenzó Beckman—, ¿quieres decir que presentaba algún tipo de inestabilidad psíquica?
—No. Bueno, sí, tenía problemas de nervios, como suele decirse, desde antes, aun así… Claro que hubo un periodo, al principio, cuando se enteró de dónde vivía Lars desde que se mudó; entonces era capaz de llamar por las noches y… comportarse como una insensata. En más de una ocasión llegó a presentarse aquí y montó alguna escena. Pero aquello pasó. Luego empezó a discutir por las cosas, por las pertenencias de ambos. Sin embargo, no creo que Lars haya tenido con Maria ningún contacto digno de tal nombre desde hace un par de años.
—¿Y con los hijos?
—Joakim y Viktor. No, por desgracia, no mucho. Ésa era la gran pena de Lars. Él lo intentaba, aunque… supongo que ellos pensaban que había traicionado a la familia. De eso los convenció su madre y ellos se mostraban leales para con ella. Es lo que suelen hacer los hijos, ¿no? En cualquier caso, se negaban a venir aquí y veían a su padre en la calle, de vez en cuando. Iban a una pizzería o a algún sitio por el estilo. En fin, Lars sentía remordimientos por los chicos y era un dolor verlo. Yo no tengo. Hijos, quiero decir. Nunca los tuve con mi primer marido, aunque al principio queríamos. Nunca nos enteramos bien de si era por él o por mí y, de pronto, ya era demasiado tarde.
Beckman, que había tenido su primer hijo cerca de los cuarenta, sintió la tentación de protestar y explicar las ventajas que disfrutaban las madres con experiencia de la vida, pero se mordió la lengua y decidió que más valía impedir que Lise-Lott Edell hablara abiertamente de más sentimientos íntimos.
Era habitual que la gente que se hallaba en estado de shock le confiase a la policía sus pensamientos y sentimientos más secretos durante el interrogatorio. Y demasiado tarde, comprendían que aquello los hacía sentirse aún más débiles. Naturalmente, se trataba de guardar un equilibrio, puesto que gran parte del trabajo de investigación consistía en hacer que la gente revelase justo lo que más le interesaba ocultar. En cualquier caso, ella no creía que Lise-Lott Edell hubiese estado involucrada en la muerte de su marido y no tardarían en saberlo con certeza, tan pronto como lo hubiesen comprobado con la agencia de viajes.
Y justo cuando Beckman pensaba ofrecerse a preparar más té, se presentó en la entrada una mujer con un abrigo rojo. Fue taconeando sobre el suelo de parqué y, en un segundo, llegó hasta donde estaba Lise-Lott y la abrazó cariñosamente.
—¡Pobrecita mía!
Empezó a mecer a su hermana de manera convulsiva, mientras las lágrimas barrían el abundante maquillaje de sus pestañas. Tell cerró el bloc de notas y apagó discretamente el cigarrillo contra la suela del zapato, pues no halló ningún cenicero. Y carraspeó.
—Tendremos que seguir hablando más adelante, Lise-Lott, pero por ahora es suficiente. Sólo quiero transmitirte una vez más mis condolencias.
Por encima de la cabeza de Lise-Lott, la mirada de Tell se cruzó con la de la hermana, que le hizo un gesto tranquilizador. Ella se encargaría de la joven. Ya podían marcharse.