1. LAS NOVELAS
Los rivales de Sherlock Holmes han permanecido durante mucho tiempo a la sombra del maestro.
Algunos de ellos eran hombres honrados, mientras que otros no eran sino viles estafadores; sin embargo, todos ellos no dejaban de ser realmente formidables. Desde los barrios orientales de Holborn y Temple hasta el occidental suburbio de Richmond, esos hombres dominaron el mundo del hampa londinense durante toda la época victoriana y eduardiana, a veces rescatando a sus clientes y, otras, eliminándolos. Era afortunado el hombre que, en un momento de apuro, llamaba a la puerta del despacho de Martin Hewitt o del Dr. Thorndyke, pero si se desviaba e iba a parar a la oficina de Dorrington o de Hicks, podía darse por muy venturoso si lograba escapar con vida. Los años que median entre 1891, cuando comenzaron a publicarse Las aventuras de Sherlock Holmes en el Strand Magazine, y 1914, marcan el gran período de los escritores de novelas cortas policiales, pues se daban por esos años todas las circunstancias económicas imprescindibles para estimular sus talentos: un público ávido de lectura y un vasto mercado para el libro. El Strand Magazine no era el único, pues existían asimismo el Pearson’s el Cassell’s, el Harmsworth’s, el Windsor y el Royal Magazine, y todos se disputaban las novelas policiales que se escribían.
Bajo la forma de libros, el principal editor de novelas cortas policiales fue, durante una década, Ward Lock, que las publicaba generalmente con ilustraciones de maestros como Stanley L. Wood, Sidney Paget, Gordon Browne, Sydney Cowell, Fred Barnard y Harold Piffard. Algunas de las ediciones originales de Ward Lock, como la obra de Max Pemberton Jewel Mysteries I Have Known, resplandecientes en sus encuadernaciones azules, plateadas o doradas, constituyen magníficos ejemplares en la edición del libro, e incluso las baratas ediciones de brillantes coloridos tenían que ser, en los escaparates de las librerías de las estaciones, una verdadera delicia para los ojos.
En las mejores novelas de este tipo, especialmente en las de Arthur Morrison, Austin Freeman y Clifford Ashdown, el Londres de aquella época recobra plenamente su vida. La acción discurre en unas calles verdaderas, resonantes del golpear de los cascos de los caballos, los personajes están relacionados con algún crimen mezquino, tienen un negocio a punto de arruinarse en los trasfondos de las calles de la City y fuera del Strand y la línea divisoria entre el estafador y el detective suele ser de las más tenues. El ferrocarril es el medio de transporte más rápido, y, en caso de apuro, siempre está a punto de salida un tren especial[*] en la estación de cualquier condado, pues los horarios son de fiar y si un tren lleva siete minutos de retraso es cosa alarmante.
El lugar donde se sitúa la acción de la mayoría de las novelas de este libro, se halla mucho más cerca de las «calles principales» de Raymond Chandler recorridas por Philip Marlowe, que de cualquier casa de un condado o de una antigua aldea, o sea del mundo en que transcurrían las novelas policiales inglesas de los años de entreguerras mundiales, cuando Agatha Christie, Margery Allingham, Nhaio Marsh y Dorothy Sayers ponían en acción sus monstruosos regimientos de mujeres. En este libro sólo tenemos a dos escritoras, ambas resueltamente metropolitanas y a la baronesa Orczy, la creadora de Pimpinela Escarlata, que, por muy sorprendente que parezca, solía calar mucho más hondo a la hora de escribir sus relatos policiales.
Sólo en una de estas novelas, escrita por William Hope Hodgson, en las calles de la ciudad no resuena el golpear de los cascos de los caballos. Pero es preciso recordar que los años eran también la gran época de las historias de fantasmas.
En este libro me he limitado a relatos en que los detectives cuentan con direcciones identificables o casi identificares en el Londres de nuestros días. Esto, a mi juicio, imparte a los personajes rasgos de exactitud y de realidad que los aproximan aún más al N.° 221 b de Baker Street. El paseo de King’s Bench, Bedford Street, la posada del 33 Furnival (a la izquierda cuando se llega de Holborn) y la Norfolk Street, el Strand, la sucursal de la «Aerated Bread Company»[*], tienen o tuvieron también sus fantasmas.
2. LOS ESCRITORES
Max Pemberton, el autor de Jewel Mysteries I Have Known (Los misterios de joyas que he conocido), nació en 1863 y murió en 1950. Era, a mi juicio, uno de los ahora casi extinguidos periodistas pertenecientes a la casta de los clubman, un poco dandy (Lord Northcliffe admiraba mucho sus chalecos de fantasía), quien se movía alegre y elegantemente entre Fleet Street y el Savage Club. Dirigió la revista Chums, una revista juvenil, en sus años mozos, y más tarde, de 1896 a 1906, estuvo a la cabeza del Cassell’s Magazine. Allí publicó las primeras novelas de Austin Freeman, Clifford Ashdown, William Le Queux y las suyas propias. Entre su inmensa producción literaria cabe recordar dos libros: The Iron Pírate (publicado en 1893), que relata la historia de un gran acorazado movido por gas y capaz de aventajar a todas las flotas del mundo, y que sembraba el terror por las aguas del Atlántico, y su continuación, Captain Black (publicado en 1911). Fundó la Escuela de Periodismo de Londres en 1920, escribió una Vida de Lord Northclifje y fue nombrado Caballero.
Arthur Morrison, el autor de las historias de Martin Hewitt y de The Dorrington Deed-Box, es un escritor mucho más interesante y que inmerecidamente cayó en el olvido. Nacido en el mismo año que Max Pemberton, falleció en 1945. Además de novelas policiales, ha escrito un gran número de relatos y novelas cortas sobre el East End de Londres y la región del condado de Essex. El primero de sus libros, que él hubiese querido que se recordase, era Tales of Mean Streets (Cuentos de las calles principales), publicado en 1894. Fueron reeditados ocasionalmente A Child of the Jago (1896) y The Hole in the Wall (1902). Este último relato, acerca de las aventuras infantiles en Dockland a mediados del siglo xix, lo acreditó para pasar a la posteridad como un clásico de rango menor. En una carta a un amigo suyo, escrita a comienzos de los años 30, Arthur Morrison hace algo así como una referencia enigmática a sus obras más tempranas, al decir: «Tales of Mean Streets no era el primer volumen que publiqué, pues ya conoce una compilación de mis artículos, escritos en mi juventud para ganarme el pan y que desearía dejar en el olvido».
Solía decir que la obra que más valía para él, y de la que no se avergonzaba era Tales of Mean Streets. Hasta hace poco, temía que la «compilación de artículos» pudiera ser la primera colección de historias de Martin Hewitt, o sea, Martin Hewitt, Investigator, que, al igual que Tales of Mean Streets apareció en 1894 y fue seguida por The Chronicles of Martin Hewitt y The Adventures of Martin Hewitt. Sin embargo, últimamente encontré un pequeño volumen, impreso en un papel gris de embalaje y titulado: Shadows Around Us, Authentic Tales of the Supernatural, de Arthur Morrison. La segunda edición, que obra en mi poder, se publicó en 1891, al precio de un chelín, por la casa Hay Nisbet & Co. de Londres y Glasgow. Y ésta es, si cabe, una obra mucho más «para ganarse el pan» que los tres primeros volúmenes de historias de Martin Hewitt; nos referimos también a una colección posterior, The Red Triangle (El triángulo rojo), publicado en 1903 y muy inferior a las anteriores. Arthur Morrison estuvo a punto de lograr su deseo de que Shadow Around Us cayera en el olvido, pues la única bibliografía que conozco de sus obras no la menciona en absoluto. Morrison colaboró en el National Observer de W. E. Henley, junto con Rudyard Kipling, J. M. Barrie, R. L. Stevenson y Thomas Hardy, y se guarda la impresión de que esperaba que sus libros tuviesen una vida tan larga como los de sus compañeros de pluma. Arthur Morrison era un gran coleccionista de pinturas chinas y japonesas, que vendió al British Museum, y se enorgullecía del hecho de que en su cargo de Inspector Jefe de la Policía Especial en Epping Forest, fuese el primero en telefonear avisando del primer raid de los zepelines germanos sobre Londres en mayo de 1915.
A Guy Boothby se le recuerda, sobre todo, por sus novelas del Dr. Nikola. Nació en Adelaida en 1867, donde escribió una serie de comedias carentes de éxito, y ocupó el cargo de secretario del alcalde de aquella ciudad, capital de la Australia meridional. Se estableció en Inglaterra en 1894 y desde entonces hasta su fallecimiento a causa de la gripe o influenza en 1905, en Bornemouth, escribió más de una cincuentena de libros entre los que, si tengo buena memoria, solamente se cuentan cuatro novelas policiales.
Clifford Ashdow es el seudónimo utilizado al comienzo de su carrera de escritor por R. Austin Freeman, el creador del Dr. Thorndyque y, en mi opinión, uno de los mejores autores de historias policiales de todos los tiempos. Dos series de relatos suyos sobre Romney Pringle aparecieron en el Cassell’s Magazine en 1902 y 1903, y fueron escritas en colaboración con el Dr. James Pitcairn, un médico del servicio penitenciario. La primera serie de relatos, titulada Las Aventuras de Romney Pringle, apareció bajo forma de libro en 1902 en la editorial Ward Lock y constituyen uno de los más raros relatos del género policial.
La segunda serie, de la cual hemos extraído El submarino, no se editó nunca en volumen. Clifford Ashdown vuelve a aparecer en las páginas del Cassell’s Magazine entre diciembre de 1904 y mayo de 1905 con una serie de seis relatos de crímenes médicos titulada From a Surgeon’s Diary, que se parece mucho al estilo de Mrs. L. T. Meade. Esta serie tampoco llegó a editarse en forma de volumen. En los últimos años de su vida, Austin Freeman parece olvidarse, o bien avergonzarse, de sus primeros pasos como Clifford Ashdown. En un artículo que escribió para el Twentieth Century Authors, afirma que se dedicó a escribir en el año 1904 en forma permanente debido a su mal estado de salud, no habiendo publicado hasta entonces, según él, nada más que un libro de viajes por Africa. Esto nos deja otra singularidad sin aclarar: en 1902[*], R. Austin Freeman colaboraba en el Cassell’s Magazine bajo su verdadero nombre con tres novelas cortas de carácter medianamente humorístico, y con un artículo sobre los faros y señales marítimas de Inglaterra. Estos escritos eran infinitamente inferiores a Las Aventuras de Romney y Pringle aparecidas en ese mismo período bajo el seudónimo de Clifford Ashdown. Uno no deja de asombrarse ante el hecho de que un oscuro colaborador como el Dr. Pitcairn, acerca del cual no he podido descubrir nada fuera de su profesión, pudiera contribuir, más de lo que uno podía esperar, al desarrollo de R. Austin Freeman como gran escritor de novelas policiales.
Mrs. L. T. Meade, la autora de The Sorceress of the Strand (La bruja del Strand), hija de un rector del Condado de Cork, nació en 1854 y murió en 1914. Ha sido uno de los autores más prolíficos de cuantos en los años 80 y 90 del siglo pasado y comienzos de este siglo se dedicaron al género policial; escribía generalmente sobre temas médicos o científicos, en colaboración con facultativos. Es difícil hojear una revista de aquellos tiempos sin encontrar algún testimonio de su obra, la cual suele ser siempre muy amena aun cuando no alcance la cumbre del arte. En la publicación original de La bruja del Strand por el Strand Magazine, aunque no en el libro, se acredita a Robert Eustace como colaborador. Robert Eustace no deja de ser una figura misteriosa. Ya colaboraba con Mrs. Meade en los años 90 del siglo pasado, cuando se puso a escribir con Edgar Jepson la famosa novela corta The Tea Leaf, que figura en la antología de Dorothy Sayers Tales of Detection, y colaboró con la propia Dorothy Sayers en la obra The Documents in the Case en 1930, o sea un larguísimo y extraordinario período en el que se limitó a desempeñar un papel claramente secundario. Su verdadera identidad no deja de ser harto evasiva. Ciertas personas que al parecer estaban enteradas del asunto, me han asegurado que su verdadero nombre era E. Rawlins (me dijeron que era novelista, pero me ha sido imposible encontrar la menor huella de sus libros), y también me aseguraron que se trataba del propio marido de Dorothy Sayers. De hecho, resulta que ha existido un Dr. Eustace Robert Barton, Miembro del Real Colegio de Cirujanos, médico diplomado, quien después de servir en el Cuerpo de Sanidad del Ejército británico, se retiró a Cornualles donde vivió durante la década del 40. La Dirección Médica lo describe en 1947 como «Retirado del trabajo y viajante». Y a partir de entonces se pierden sus huellas. En ninguna publicación médica figura la noticia de su muerte.
Mrs. Meade, que estaba casada con Alfred Toulmin-Smitn, era, igualmente, según confesó, una prolífica escritora de libros para muchachas, con títulos como A World of Girls, Sweet Girl Gradúate, Bashful Fifteen y Girls of Merton College (desgraciadamente no me ha sido posible encontrar ningún ejemplar de estas obras). He de agradecerle a un librero de ocasión que pensaba que La Bruja del Strand era un libro para muchachas y lo puso en una estantería equivocada, lo cual me permitió adquirir la primera edición por unos cuantos chelines.
William Le Queux (nacido en 1864 y fallecido en 1927) fue quizás uno de los escritores más prolíficos de todos los tiempos. Apenas si Edgar Wallace puede comparársele al respecto. Tengo en mis estanterías 60 obras suyas (con el sello de 15 editores diferentes), y estoy casi seguro de no poseer más de la cuarta parte de su producción total. William Le Queux solía proclamar que todas eran de su puño y letra, pues nunca dictaba ni se servía de la máquina de escribir. Tras un principio bastante desalentador (los editores de uno de sus primeros libros, la «Power Publishing Company», se declararon en quiebra), sus novelas se vendieron bien. Una de sus grandes admiradoras fue la princesa, y más tarde reina, Alexandra, y es muy posible que en algún olvidado rincón de la biblioteca de la Familia Real siga encontrándose aún la colección completa de primeras ediciones dedicadas. En la cima de su fama, a comienzos de siglo, ya tenía unas villas en Florencia y en Signa, en las estribaciones de los Apeninos, una casa en Londres y otra en las cercanías de Peterborough, en el sudeste del Ontario, Canadá. En Londres, fue Encargado de Negocios de la República de San Marino, una agradable sinecura, que le permitió llenarse el pecho de brillantes condecoraciones. Su pasión era el espionaje, y los peligros de una invasión a Inglaterra era la abeja que no dejaba de rondarle la cabeza constantemente. Quizá su mejor libro sea La Gran Guerra de Inglaterra en 1897 (publicado en 1894 con el respaldo de Lord Roberts), en el que describe la invasión de Inglaterra por Francia y Rusia, saliendo en ayuda de la nación inglesa las fuerzas germanas e italianas. En 1899 publicó la obra England’s Peril en la que la guerra con Francia apenas se perfila, y en 1906 se editó una nueva obra, The Invasión of 1910 (igualmente respaldada por Lord Roberts), en la que los invasores son ya los alemanes.
William Le Queux se consideraba a sí mismo como una especie de agente secreto internacional, aficionado, pero muy serio, y como el amigo de las cabezas coronadas de la época (principalmente de los Balcanes, que por entonces ofrecían una riquísima selección); así lo pone de manifiesto en su autobiografía Las cosas que conocí (Things I Know) como reza su título inglés. Una verdadera curiosidad de tipo editorial es la biografía de Le Queux por N. St. Barbe Sladen, en la que un capítulo tras otro repite largos pasajes de la autobiografía trasladados de la primera a la tercera persona. Le Queux fue un motorista apasionado y uno de los pioneros de la radio (tengo algunas cartas suyas que le escribía a un amigo igualmente aficionado a la radio en 1921). Entre sus primeras obras cabe reseñar títulos como The Mystery of a Motor Car y The Lady in the Car, y hacia el final de su carrera de escritor publicó Tracked by Wireless y The Voice from the Void.
No deja de ser curioso que este autor de historias fantásticas, quien supo dar muestras de tanta fantasía en su vida privada como periodista joven en París, y más tarde en Londres, después de sus primeros fracasos, fue estimulado a proseguir su carrera de novelista por el propio Zola.
Emmuska, baronesa Orczy, nació en 1865 en Tarna Ors, en Hungría; según su propia afirmación, era hija de una noble familia cuyos antepasados se remontan a la época de Arpad y figuran entre los caballeros que entraron en Hungría 200 años antes de la Conquista de los Normandos.
En 1867, sus padres, campesinos, al verse perjudicados por la introducción de la maquinaria agrícola, prendieron fuego a sus cosechas y a sus casas, y junto con su familia se fueron a vivir primeramente a Budapest, luego a Bruselas y finalmente, cuando la baronesa Orczy tenía ocho años, a Londres. No cabe sorprenderse pues de que la imaginación de Emmuska, en cualquier caso en sus novelas históricas, y muy especialmente en la serie de Pimpinela Escarlata, sea siempre tan desbordante. Sus novelas policiales de la serie Old Man in the Comer (El anciano de la esquina), son mucho más sobrias, y representan una genuina innovación por su método indirecto de narración. Su historial en cuanto a publicar no deja de ser un verdadero misterio. La primera serie de la obra Old Man in the Comer, apareció en 1901 y 1902 en el Royal Magazine, y los relatos que hemos escogido para este libro pertenecen a 1901. Estas novelas no se publicaron en volumen hasta 1909. Mientras tanto, una segunda —y muy inferior— serie apareció igualmente en el Royal Magazine, y se editó en 1905 en forma de volumen bajo el descolorido título de The Case of Miss Elliott. En esta obra no se refleja el menor signo de lo que la baronesa Orczy había logrado con El anciano de la esquina al crear un verdadero clásico, aunque menor, de la ficción policial. Ella prefería sobre todo a Sir Percy Blakeney y es un hecho que éste le valió mucha más fama y dinero. La baronesa Orczy falleció en noviembre de 1947 a los quince días de la publicación de sus memorias, Links in the Chain of Life una biografía de Pimpinela Escarlata que la autobiografía de su creadora. En ellas cita dos veces a El anciano de la esquina y ni una sola vez a Lady Molí, pero afirma que la creación de Pimpinela Escarlata le fue inspirada directamente por Dios.
Richard Austin Freeman, nombre que surge del muy talentoso Clifford Ashdow, creó, a semejanza de Conan Doyle, un mundo. El doctor John Thorndyke y su amigo el doctor Jervis, su asistente de laboratorio Mr. Polton, y el recio policía que tan a menudo se dirige a ellos en busca de consejos, el inspector Miller, de Scotland Yard, aún siguen rondando por King’s Bench Walk, donde Thorndyke tenía sus habitaciones y su laboratorio. Thorndyke, abogado de los tribunales y experto en jurisprudencia médica, es un personaje aún mucho más realista que Sherlock Holmes. Puede creerse sin dificultad en su existencia como consejero de la policía y detective privado.
Austin Freeman, nacido en 1862, era médico de profesión, y tras haber ejercido en el Middlesex Hospital marchó a la Costa de Oro en 1887 como Médico Asistente Colonial. Tuvo una distinguida carrera como médico y como político (fue miembro de una de las Comisiones anglo-alemanas encargadas del trazado de fronteras), antes de retirarse del servicio colonial debido a la malaria. Durante cierto período fue Médico de la Cárcel de Holloway; trabajó también con las Autoridades del Puerto de Londres (sobre lo cual podemos hallar ciertos rastros en sus novelas). Como facultativo privado era otorrinolaringólogo.
Dedicado plenamente a escribir, su primer libro fue The Red Thumb Mark (La señal del pulgar rojo) que se publicó en 1907. Desde las primeras páginas, nos encontramos con el Dr. Thorndyke, tan vivo como Holmes en Estudio en Escarlata. Tal vez no sea pura coincidencia que al igual que Conan Doyle, Austin Freeman modelara su personaje principal bajo el aspecto de un antiguo profesor de jurisprudencia médic» o forense, y que tuviese un laboratorio en el que realizaba los experimentos descritos en sus libros.
Austin Freeman vivió hasta 1943, y casi todos los años, aun c ido nunca alcanzara un auditorio muy extenso, publicó una nueva novela de las aventuras del doctor Thorndyke, manteniendo siempre un asombrosamente elevado nivel en su obra. Tanto Thorndyke como su amigo Jervis parecen seguir deambulando por las calles alumbradas por las farolas de gas del eterno Londres eduardiano, aun cuando su creador murió bajo las bombas que caían sobre el barrio de Temple.
William Hope Hodgson nació en 1877 y murió en el Frente Occidental el 17 de abril de 1918, cuando ostentaba el grado de segundo teniente del 40.° Regimiento de las tropas británicas durante la Primera Guerra Mundial. En su juventud pasó varios años en la Marina Mercante y se dio a conocer al principio como autor de misteriosos relatos marinos. William Hope Hodgson era un verdadero atleta, boxeador y estupendo nadador, distinguido con la medalla de la Royal Humane Society por salvar vidas en el mar. Su obra Carnacki the Ghost-Finder es una colección de novelas policiales en las que uno no deja de advertir su admiración ante el valor y el arrojo en los momentos de gran peligro. Cuando estalló la guerra, en 1914, Hodgson vivía en el sur de Francia desde donde regresó inmediatamente a Inglaterra para ingresar en el Batallón de la Universidad de Londres con el grado de oficial de artillería. A consecuencia de un grave accidente durante un ejercicio fue dado de baja del Ejército en 1916, pero estaba decidido a pelear en el frente y se reintegró en marzo de 1917. Un año más tarde, encontró la muerte durante una misión como oficial de observación. Su comandante escribió acerca de su actuación: «Era la vida y el alma de la mesa de oficiales, siempre voluntarioso y querido por todos. Siempre se presentaba como voluntario para las misiones más peligrosas y probablemente encontró la muerte por su total falta de temor ante ella».
Ernest Bramah Smith (así reza su nombre entero), nació probablemente en 1869 (es curioso que solamente dos de los escritores presentados en este libro no nacieron en los años 60 del siglo pasado) y murió en 1942. Decimos «nació probablemente» por cuanto se desconoce la fecha exacta de su nacimiento. No es casual que en uno de los libros de referencia se le describa como «uno de los autores modernos que más le gusta permanecer retraído». Su primer libro, publicado en 1894, llevaba por título English Farming and Why I Turned it up (La agricultura inglesa y como volví a ella). Creó los personajes de Kai Lung y de Max Carrados, el detective ciego, sobre el que escribió tres volúmenes de novelas cortas. Únicamente, parece haber dejado tras cíe si la reputación de ser un «hombrecito calvo con unos ojos negros muy brillantes» y de inmensa bondad.
Y con ello hemos llegado al final de nuestra lista de autores.
3. DIRECCIONES DE LOS DETECTIVES
Carnacki: Cheyne Walk, Chelsea.
Max Carrados: «The Turret’s», Richmond.
Dorrington y Hicks: Bedford Street, Covent Garden.
Duckworth Drew: Guilford Street, Bloomsbury.
Martin Hewitt: En las afueras del Strand, a unas 30 yardas de la Estación de Charing Cross.
Klimo alias Simón Carne: 1, Belverton Terrace, Park Lañe (cerca de la puerta de Porchester House).
Lady Molly: Scotland Yard.
El Anciano de la esquina: Salón de té A.B.C., Norfolk Street, Strand.
Romney Pringle: 33, Furnival’s Inn (a la izquierda conforme se entra viniendo de Holborn).
Bernard Stutton (joyero): Bond Street.
Dr. John Thorndyke: King’s Bench Walk.
Eric Vandeleur (Médico de la policía del Distrito de Westminster): 192, Victoria Street.
Hugh Greene