Aquella tarde recibí una invitación de Carnacki. Cuando llegué a su casa me lo encontré sentado y solitario. Al penetrar en su habitación, se levantó con un gesto imperceptible de desentumecimiento y me tendió su mano izquierda. Parecía tañer la cara tremendamente contusionada y lastimada y llevaba la mano derecha vendada. Me estrechó la mano y me ofreció su periódico, que yo rechacé. Seguidamente, me entregó un puñado de fotografías y volvió a sumirse en su lectura.
¡Bueno! ¡Así era Carnacki! Ni él ni yo intercambiamos una sola palabra. Más tarde me lo contaría todo. De manera que pasé cerca de media hora mirando las fotos, en su mayoría meras instantáneas (algunas de ellas tomadas con flash), de una muchacha extraordinariamente encantadora; sin embargo, en algunas de las fotografías se notaba que a pesar de toda su hermosura, los rasgos de aquella mujer estaban alterados por una tal expresión de miedo y de estremecimiento que no era difícil pensar que la habían fotografiado en presencia de un peligro tan inminente como espantoso.
Todas las fotos habían sido tomadas en el interior de habitaciones distintas y en cada una de ellas podía verse a la muchacha retratada a distancia o de cerca, pero en ningún caso se la veía de cuerpo entero, sino que los clichés se dedicaban en mostrar especialmente un brazo o una mano, una parte de la cabeza o del vestido. Todas las fotografías habían sido tomadas, sin lugar a dudas, con la intención de retratar, no ya a la muchacha en cuestión, sino cuanto la rodeaba, todo lo cual no hizo más que avivar sobre manera mi propia curiosidad, como bien lo pueden imaginar ustedes.
Al llegar casi al final del montón de fotografías, me encontré sin embargo con algo realmente extraordinario: la foto de la muchacha, de pie bajo la viva luz del flash. Tenía el rostro un tanto vuelto hacia arriba, como si de pronto algún ruido la hubiese hecho estremecer. Directamente sobre su cabeza, como una cosa difuminada y salida de las sombras, percibíase la forma de un enorme casco de caballo.
Examiné aquella foto durante largo rato, pero sin lograr entenderla mucho más de lo que hubiese comprendido alguno de los asuntos tan extraños por los que solía interesarse Carnacki.
Cuando Jessop, Arkright y Taylor llegaron, Carnacki volvió a tender la mano hacia las fotografías que yo le había devuelto con la misma naturalidad, y seguidamente, nos fuimos todos a cenar. Después de una hora pasada con toda tranquilidad en la mesa, nos acomodamos en nuestras sillas alrededor de Carnacki y éste comenzó su relato.
—Acabo de regresar del Norte —empezó diciendo lenta y fatigosamente entre las bocanadas de humo de su pipa—. Estuve en casa de los Hisgins, en el East Lancashire. Un caso sumamente extraño, como no dudo que así lo considerarán ustedes cuando termine de contárselo, había ocurrido en aquel lugar. Antes de llegar allí, ya había oído ciertas cosas acerca de la «historia del caballo», como así la llamaban, pero no se me ocurrió pensar en ella durante el viaje. Tengo que reconocer que hasta entonces me había negado a tomar en serio esa historia, y ello pese a mi regla de tener siempre la mente abierta a cualquier idea por extravagante que sea. Ahora sé. ¡Qué extraños son los seres humanos!
»Últimamente —prosiguió Carnacki— recibí un telegrama pidiéndome una entrevista, que me hizo pensar que algo inquietante pasaba en aquella casa. El capitán Hisgins vino a verme en la fecha establecida de antemano y me contó un montón de hechos nuevos acerca de la historia del famoso caballo; de todas maneras, yo ya estaba al corriente de los aspectos principales y sabía que si el primogénito de aquella familia era una hembra, ésta había de ser acosada y obsesionada por el caballo durante su noviazgo.
»Como pueden ustedes ver, se trata de una historia extraordinariamente extraña y aunque ya había oído hablar de ella, nunca pensé que fuera otra cosa más que una antigua leyenda, como ya he insinuado. Deben saber que, durante siete generaciones, la familia Hisgins tuvo siempre como primogénitos a niños varones y que durante mucho tiempo los propios Hisgins consideraron lo del caballo poco más o menos como un mito.
»Volviendo al presente, la mayor de la familia, llamada a ostentar el título aristocrático de la misma, es una muchacha, que en muchas ocasiones ha tenido que enfrentarse con las bromas de sus amigos y sus familiares por ser la primera hembra primogénita desde hace siete generaciones y que debe apartarse de los varones o entrar en un convento si desea escapar el acoso del fantasmal caballo. Creo que esto les demostrará hasta qué extremo habíase extendido esa leyenda para poderla considerar como algo carente de seriedad. ¿No les parece?
»Hace dos meses Miss Hisgins contrajo esponsales con un joven oficial de la Armada, Beaumont, y la noche misma en que debían prometerse oficialmente y antes de que se anunciara el noviazgo, acontecieron unos hechos muy extraños a raíz de los cuales el capitán Hisgins decidió entrevistarse conmigo y pedirme que me trasladara a su mansión para investigar el asunto.
»En los archivos y los viejos documentos de la familia que me fueron confiados, encontré algunos que atestiguaban qué ciento cincuenta años antes habían sucedido en aquel lugar unos hechos tan extraordinaria y desagradablemente similares, como para darle al caso el aspecto más apasionante. Durante los dos siglos anteriores a aquella fecha remota, en el seno de la familia Hisgins habían nacido cinco primogénitas en siete generaciones. Todas ellas habían sido criadas con los máximos cuidados, se habían prometido, y habían muerto durante su noviazgo de maneras distintas: dos por suicidio, una al caerse por una ventana, otra por «fallo al corazón» (cabe pensar que el fatal fallo cardíaco fue motivado por un shock originado por el espanto), y a la quinta la mataron una noche en el parque que rodea a la mansión; pero no se supo nunca concretamente cómo había ocurrido aquella muerte: lo único que pude averiguar es que parecía haber sido herida por la coz de un caballo. Cuando la encontraron ya estaba muerta.
»Como ya pueden ustedes comprender —prosiguio Carnacki— todas esas muertes, incluidos ambos suicidios, podían tener muy bien unas causas lógicas y naturales, pues me resisto a creer en los hechos y fenómenos sobrenaturales. Ahora bien, en cada uno de los casos es indudable que aquellas muchachas habían sufrido unas experiencias tan extraordinarias como aterradoras durante su noviazgo; ya que en todos los relatos que pide conocer se hablaba de una manera o de otra del relincho de un caballo invisible o del ruido de un fantasmal corcel al galope, así como de toda una serie de manifestaciones y circunstancias tan singulares como inexplicables. Así que ya se dan cuenta del intrincado asunto que me habían llamado a investigar.
»En uno de los relatos pude leer que el acoso a las muchachas era tan constante y espantoso que en dos ocasiones los novios no tuvieron más remedio que escapar, abandonando a sus infortunadas prometidas. Y fue este hecho el que me inclinó, más que cualquier otro, a pensar que en aquella mera serie de coincidencias se escondía alguna circunstancia que era necesario descubrir.
»A las pocas horas de estancia en la mansión, ya estaba al corriente de todos aquellos detalles del pasado. Acto seguido, traté de enterarme de los pormenores relativos a lo que había sucedido la noche en que miss Hisgins contrajo esponsales con Beaumont. Al parecer, los dos deambulaban por el vasto corredor de la planta baja de la casa, cuando comenzaba ya a cerrar la noche y antes de que encendieran las lámparas; de pronto, muy cerca de la pareja, se oyó un horrible relincho. Inmediatamente después, Beaumont recibió un tremendo golpe o una coz que le rompió el antebrazo; el resto de la familia y toda la servidumbre acudieron corriendo a ver lo que pasaba; encendieron todas las luces y registraron toda la casa de arriba abajo, pero sin encontrar nada digno de atención.
»Pueden figurarse el revuelo que se armó en toda la mansión y las conversaciones que aquella misteriosa y espantosa escena dio lugar: medio incrédulos y medio afirmativos o convencidos, todos evocaban la antigua leyenda. Después, unas horas más tarde, hacia la medianoche, el viejo capitán Hisgins fue despertado por el ruido de un caballo que galopaba alrededor del gran caserón.
»Tanto Beaumont como su novia afirmaron que habían oído varias veces después de aquella escena inicial el ruido de los cascos de un caballo, siempre a la puesta del sol y en diferentes habitaciones y pasillos de la mansión familiar.
»La tercera noche, Beaumont fue despertado por un extraño relincho, que parecía salir de la parte donde se encontraba el dormitorio de su novia. Corrió hacia la habitación del padre y ambos se apresuraron en entrar en el cuarto de la muchacha. La encontraron despierta, aterrorizada, pues había oído el horrible relincho, muy cerca de su cama, según pudo manifestar.
»La noche anterior a mi llegada —continuó Carnacki— el misterioso fenómeno se había reproducido y todos los que allí vivían, como muy bien pueden ustedes imaginar, tenían los nervios destrozados por el espanto.
»Como ya he dicho, me pasé casi todo el primer día informándome de los hechos; después de la cena, en lugar de volver a estudiar los antiguos documentos, jugué al billar con Beaumont y miss Hisgins. Dejamos de jugar a eso de las diez de la noche, tomamos café y entonces pedí al joven oficial de marina que me contara con todo detalle lo que había sucedido la noche anterior.
»Miss Hisgins y yo —me costestó— nos encontrábamos sentados tranquilamente en el saloncito de su tía que, al tiempo que leía un libro, servía de carabina a mi novia. Estaba oscureciendo y había una lámpara encendida sobre la mesa junto a ella. El resto de la casa aún estaba a oscuras, pese a que la noche había cerrado antes que de costumbre.
»De repente —siguió contándome Beamont— la muchacha exclamó: ¡Silencio! ¿Qué es ese ruido?
»Al parecer, la puerta del hall estaba abierta. Ambos jóvenes escucharon con atención, y, seguidamente, Beaumont oyó el ruido de un caballo delante de la puerta principal de la casa.
»Debe ser tu padre —sugirió el novio—, pero su prometida le recordó que su padre no había salido a caballo aquella tarde.
»Naturalmente, la joven pareja, como pueden ustedes figurarse quedó tremendamente impresionada, pero Beaumont hizo un esfuerzo y sobreponiéndose al pánico se dirigió al hall para ver si alguien había llegado a la casa. El hall estaba muy oscuro; al extremo del largo pasillo, pudo divisar los cristales de la puerta interior recortándose contra las tinieblas. Abrió la puerta y miró hacia la alameda, pero no vio nada insólito en los alrededores de la mansión.
»Nervioso y confuso, el joven oficial de marina salió de la casa y fue a echar un vistazo por los alrededores, por si acaso veía algún carruaje. Inmediatamente, la gran puerta del hall se cerró con estrépito a sus espaldas. Beaumont me confesó que entonces tuvo la impresión de haber sido atrapado, estas fueron sus palabras textuales. Se volvió y agarró el picaporte, pero algo o alguien parecía, sujetarlo fuertemente desde el interior del hall. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que ocurría en realidad, el picaporte se aflojó, pudo abrir la puerta y penetrar nuevamente en la casa.
»Se detuvo unos segundos y trató de escrutar la oscuridad del hall, puesto que ya había recobrado por completo su presencia de ánimo como para saber si estaba realmente asustado o no. En aquel momento, sintió a su amada que le daba un beso en medio de la oscuridad del hall y entonces se dio cuenta de que la muchacha le había seguido desde el saloncito en el que se encontraban. Le devolvió el beso y anduvo por el largo pasillo, creyendo que iba junto a ella. De repente, tuvo la amarga sensación de que no era su novia quien le había besado; se dio cuenta de que algo intentaba tentarle y seducirle en medio de las tinieblas y que su novia no había abandonado el saloncito. Dio un salto hacia atrás en el preciso momento en que volvía a sentir un beso muy cerca de él. Entonces gritó con todas sus fuerzas:
»¡Mary, quédate en el salón! ¡No te muevas de él hasta que llegue!
»Oyó que su prometida le contestaba algo desde el saloncito y fue en aquel momento cuando tuvo la idea de encender unas cerillas para ver lo que significaba todo aquello. Pero en el hall no había nadie, aunque mientras ardían las cerillas, volvieron a oírse delante del caserón los cascos de un poderoso caballo lanzado a todo galope por la alameda desierta…
»Como ya les he dicho —continuó Carnacki entre las bocanadas de humo de su pipa— tanto miss Hisgins como su novio habían oído el galope del caballo; sin embargo, cuando traté de interrogarles no sólo a ellos, sino a todos los que se hallaban en la casa, me encontré con que la anciana tía no se había enterado de nada; en verdad era algo dura de oído y estaba sentada en uno de los rincones del saloncito. Como pueden ustedes figurarse, la joven pareja estaba muy nerviosa y presta a oír cualquier ruido por imaginario que fuese. Muy bien pudo ocurrir que la puerta del hall se abriera y se cerrase luego bajo la acción del viento; por lo que respecta al picaporte, el mismo portazo pudo haberlo encasquillado aunque sólo fuera durante unos segundos.
»Ahora bien, en lo que atañe a los besos y al estruendo del caballo al galope, manifesté al joven oficial que, razonando con la necesaria calma y frialdad, aquellos ruidos a lo mejor le hubiesen parecido bastante naturales. Como le dije, y él también debía saberlo, el ruido de un caballo al galope suele oírse, llevado por el aire, a muy largas distancias, lo cual significa que aquel sonido que había llegado hasta él podía no ser otra cosa que el de una bestia corriendo a lo lejos. En cuanto al beso o los besos, en medio del silencio, el ruido débil de una hoja de papel o de árbol al estremecerse suelen parecerse al sonido de un beso, sobre todo si uno se halla en unas condiciones de sobreexcitación nerviosa e imagina cosas.
»Acabé con mi pequeño sermón de sentido común, tendente a aplacar los nervios de la joven pareja, al tiempo en que apagábamos las luces y dejábamos la sala de billar. Pero ni miss Hisgins ni Beaumont quisieron admitir que hubiera, en cuanto a los citados incidentes, cualquier atisbo de fantasía por su parte.
»Habíamos ya abandonado la sala de billar y deambulábamos por el pasillo, mientras yo seguía esforzándome por demostrar a la joven pareja que todos aquellos acontecimientos podían ser analizados con sentido común y naturalidad lo cual permitía desentrañarlos por muy extraños que fueran, cuando, ¡anda y fastídiate!, en la oscura sala de billar que acabábamos de dejar ¡se oyeron las pisadas de un caballo!
»Sentí yo mismo cómo se me ponía la carne de gallina y una extraña sensación corrió a lo largo de mi espina dorsal. Miss Hisgins se puso a toser como una niña que tiene la tosferina y de pronto echó a correr por el pasillo, soltando gritos entrecortados. Por su parte, Beaumont, dándose la vuelta retrocedió un par de yardas por el pasillo y yo con él, naturalmente.
»¡Ahí lo tiene! —exclamó con voz sorda y jadeante—. ¡Ahora, tal vez nos crea!
»Ciertamente, debe haber algo —murmuré, sin dejar de mirar hacia la puerta cerrada de la sala de billar.
»¡Silencio! —susurró Beaumont—. ¡Escuche! ¡Vuelve a oírse!
»Era un ruido semejante al que pudiera hacer un gran caballo andando lenta y deliberadamente por la sala de billar. Sentí un espantoso escalofrío y se me cortó la respiración… ¡Ya saben lo que uno puede sentir en tales casos! Luego me di cuenta de que habíamos andado sin saberlo hasta la salida del largo pasillo.
»Allí nos detuvimos, aguzando el oído: el ruido continuaba detrás de nosotros con una especie de horrenda y lenta intención, como si aquella bestia experimentara un malicioso placer en hollar el piso de la habitación que acabábamos de abandonar. ¿Comprenden lo que podía sentir en aquel instante?
»Después hubo una pausa y un largo silencio, turbado de pronto por el murmullo excitado de varias personas que se habían reunido en el vasto hall de la planta baja. El ruido de la gente subía claramente por el hueco de las escaleras; pensé que estaba reunida en torno a miss Hisgins y trataba de protegerla.
»Me figuro que Beaumont y yo debimos permanecer al final del pasillo durante unos cinco minutos, escuchando si algún ruido nos llegaba desde la sala de billar. Entonces me di cuenta de lo asustado que me encontraba y le dije:
»Voy a ver lo que pasa en esa habitación.
»Entonces, yo también voy —me contestó el joven marino—. Estaba muy pálido, pero era valiente. Le dije que me esperara un minuto mientras iba hasta mi habitación para coger mi cámara y el flash.
»Antes de salir de mi habitación, me metí el revólver en el bolsillo y armé mi mano izquierda con un puño americano, con el que estaba presto a pegar, pudiendo manejar sin estorbo mi flash, en caso de necesidad, y corrí hacia donde había dejado a Beaumont.
»El muchacho me hizo una seña con la mano para indicarme que también llevaba su pistola; asentí con la cabeza, pero le dije en voz baja que no se apresurara a disparar, puesto que al fin y al cabo, era muy posible que tuviésemos que vérnoslas con algún bromista idiota. También había descolgado una de las lámparas que iluminaban el gran corredor del piso superior y la llevaba sujeta del gancho en el brazo lisiado, de modo que teníamos buena luz. Entonces, nos dirigimos hacia el pasillo que conducía a la sala de billar. Ya pueden figurarse lo nerviosos que debíamos estar Beaumont y yo.
»Durante todo aquel tiempo, no se había oído ningún ruido extraño, pero de repente, cuando nos hallábamos a un par de metros de la puerta, oímos el brusco y pesado pisoteo de unos cascos sobre el recio parquet de la sala de billar. A los pocos segundos, se me antojó que toda la estancia se estremecía bajo las tremendas pisadas de una bestia enorme que venía hacia la puerta.
»Beaumont y yo retrocedimos unos pasos, y haciendo de tripas corazón, como quien dice, esperamos a ver lo que pasaba. Las poderosas pisadas siguieron avanzando hacia la puerta, deteniéndose bruscamente; hubo un momento de silencio absoluto, durante el cual los latidos de mi corazón y de mis sienes casi me ensordecieron.
»Me atrevo a decir que esperamos allí más de medio minuto, hasta que pudimos escuchar de nuevo las pisadas de los enormes cascos. Inmediatamente después, el ruido se volvió más nítido frente a nosotros, como si un ente invisible atravesara la puerta cerrada y los pesados cascos estuvieran encima de nosotros. Los dos dimos un salto, arrimándonos a la pared del pasillo; confieso que me tiré al suelo allí mismo, contra la pared protectora… Beaumont había hecho otro tanto, tumbándose contra la pared opuesta. El clungk, clungk, clungk, clungk de los tremendos cascos pasó entre nuestros cuerpos y lentamente, con una implacable e intencionada potencia, siguió avanzando por el pasillo. Pude sentir las horribles pisadas a través de los fragorosos latidos de la sangre en mis oídos y en mis sienes, mientras todo mi cuerpo estaba tremendamente rígido y estirado, y jadeaba espantosamente. Así estuve un momento, con la cabeza vuelta hacia la salida del pasillo por si podía ver algo. Era consciente únicamente de que allí, en aquella casa, se cernía una horrorosa amenaza, que alguien corría un peligro espantoso.
»De pronto, recobré el valor. Sabía que el ruido de los cascos de la bestia acababan de resonar cerca del final del pasillo. Me incorporé rápidamente y enfocando mi cámara, disparé el flash de magnesio.
»A los pocos segundos, Beaumont, disparó su pistola hacia la salida del pasillo y se lanzó hacia adelante, gritando:
»¡Persigue a Mary! ¡Vamos, de prisa!
»Beaumont voló por el pasillo y yo tras él. Al llegar al descansillo principal pudimos escuchar el ruido de los cascos por las escaleras, y de pronto, nada; a partir de aquel momento, el ruido de las pisadas desapareció por completo.
»Por debajo de nosotros, en el gran hall, varios criados, rodeaban a miss Hisgins que parecía haberse desvanecido, mientras que los demás estaban reunidos un poco más allá, mirando hacia el descansillo principal sin decir ni una palabra. En medio de las escaleras, el viejo capitán Hisgins, con su espada desenvainada en la mano, acababa de detenerse al oír las últimas pisadas. Creo que nunca he visto una escena tan hermosa como la del anciano, firme en su puesto entre su hija y aquella infernal aparición.
»Se figurarán sin duda la extraña sensación de horror que experimenté al pasar por la parte de las escaleras donde el ruido de los cascos acababa de cesar. Era como si el monstruo prosiguiera allí mismo, agazapado e invisible. Y lo más singular es que ya no oíamos pisada alguna de caballo, ni escaleras arriba ni escaleras abajo.
»Después de que hubieran llevado a miss Hisgins a su habitación, pedí permiso para entrar en la misma tan pronto como fuera posible. Cuando me anunciaron que podía hacerlo cuando quisiera, pedí al padre que me echara una mano para transportar mi caja de instrumentos dentro de la habitación de la muchacha. Mandé colocar la cama en medio de la habitación e instalé una estrella eléctrica de cinco puntas a su alrededor.
»Seguidamente, mandé situar las lámparas a todo lo largo de las paredes, para que en ningún caso la luz diera dentro del recinto formado por la cabalística estrella; además, nadie debía entrar o salir del citado recinto, salvo la madre de miss Hisgins a quien mandé que se quedara dentro de la estrella, mientras que su doncella tenía que sentarse en la parte exterior, presta a avisar inmediatamente en el caso de que la muchacha tuviese que hacerlo, evitando así que miss Hisgins saliera del interior del pentáculo. Sugerí asimismo al capitán Hisgins que permaneciera toda la noche en la habitación de su hija y que por si acaso, llevase un arma consigo.
»Al dejar la habitación, me encontré a Beaumont que me esperaba en la puerta, en un estado de tremenda ansiedad. Le dije lo que acababa de hacer y le expliqué que muy probablemente miss Hisgins estaría perfectamente segura dentro de aquella «protección»; sin embargo, y para mayor seguridad, además de la guardia montada por el padre de su novia en la misma habitación, yo mismo permanecería de vigilancia en la puerta. Sabiendo que en el estado en que se hallaba, no lograría conciliar el sueño, pedí al joven oficial de marina que se quedase conmigo, a lo cual accedió gustosamente. Por mi parte, me alegré de tener a un compañero de guardia y, además, deseaba que no se alejara de mi lado por cuanto no cabía duda de que también él corría en aquellos momentos un peligro tan grande como el de su novia. Esa era mi opinión y sigue siéndola, como lo verán más adelante.
»Le pregunté si no le importaba que trazara alrededor suyo una estrella de cinco puntas para protegerle a él también durante la noche; el muchacho aceptó, pero me di cuenta que no era ni mucho menos supersticioso; tomó aquello como una tontería. Sin embargo, lo admitió con bastante seriedad cuando le expliqué algunos detalles acerca del asunto del Velo Negro, en el que murió el joven Aster. Ya recuerdan: afirmó que se trataba de una necia superstición, y quedó fuera de la figura cabalística. ¡Pobre diablo!
»La noche discurrió bastante tranquilamente, hasta que un poco antes del alba, Beaumont y yo oímos el ruido de un gran caballo que galopaba por los alrededores de la casa, tal como el capitán Hisgins nos lo había relatado. Pueden imaginar la extraña impresión que me causó aquel ruido; inmediatamente después oí que alguien se movía dentro de la habitación. Llamé a la puerta, pues estaba inquieto y el capitán salió. Le pregunté si todo estaba bien, me contestó afirmativamente y me preguntó a su vez si había oído un ruido de galope, con lo que comprendí que también él lo había oído. Entonces le sugerí que dejase la puerta de la habitación de su hija un poco entornada hasta que despuntara el alba y ver si realmente ocurría algo fuera de la casa. Así lo hizo y volvió a meterse en el dormitorio para estar cerca de su hija y su esposa.
»En este punto tengo que confesar que no estaba muy seguro de que la «defensa» que había montado en torno a miss Hisgins tuviera algún valor, puesto que lo que califico de «sonidos personales» de la manifestación eran tan extraordinariamente materiales, que me inclinaba a sentar un paralelo con el caso de Harford, en el que la mano del niño se encontraba materialmente dentro del pentáculo y acariciaba el suelo. Como recordarán ustedes, aquel fue un caso horrible.
»Sin embargo, por fortuna, aquella noche no pasó nada y tan pronto como se hizo de día totalmente, todos nos marchamos a dormir.
»Beaumont vino a llamarme a eso del mediodía; bajé al comedor y desayuné y almorcé a un tiempo. Miss Hisgins ya se hallaba allí y parecía estar de muy buen humor, dadas las circunstancias. Me dijo que gracias a mí se sentía casi segura por primera vez desde hacía muchos días. También me hizo saber que un primo suyo, Harry Parsket, iba a llegar de Londres y que sin duda nos ayudaría a luchar contra la espantosa aparición. Después del almuerzo, ella y Beaumont salieron a dar un paseo por el campo.
»Yo también me fui a tomar el aire y me di una vuelta por los alrededores de la mansión, pero no vi ninguna huella de cascos de caballo; me pasé el resto del día observando la casa y sus dependencias, pero sin encontrar nada interesante o que fuera susceptible de ponerme sobre alguna pista.
»Di por terminada mi investigación antes de que cayera la noche y subí a mi habitación para cambiarme de ropa. Cuando bajé, al salón, el primo de miss Hisgins acababa de llegar y me encontré con uno de los hombres más simpáticos que había conocido desde hacía largo tiempo. Era un muchacho muy valiente y pertenecía a esa clase de hombres que me gusta tener al lado en un caso tan peliagudo como el que en aquellos momentos me ocupaba.
»He de confesar que lo que más desconcertó a Parsket fue nuestra creencia en la autenticidad del acoso a miss Hisgins por parte del espantoso animal invisible, hasta el punto que me hizo desear que algo sucediera para demostrarle cuán real era lo que afirmábamos. Afortunadamente, así sucedió.
»Beaumont y su novia habían salido a pasear antes del crepúsculo y el capitán Hisgins me había llamado a su despacho para conversar un rato, mientras Parsket subía las escaleras con sus bártulos, pues no llevaba ningún servidor consigo.
Durante mi larga conversación con el anciano capitán, le indiqué que a juicio mío la «aparición» no tenía ninguna conexión especial con la casa, sino únicamente con su propia hija y que cuanto antes se casara mejor, puesto que entonces Beaumont podría permanecer todo el tiempo junto a ella y que después de la boda, era muy probable que las manifestaciones cesaran por completo.
»EL anciano estuvo de acuerdo con ello, sobre todo con la primera parte de mis afirmaciones y me recordó que tres de las muchachas de las que se decía que habían sido acosadas por la aparición habían sido mandadas fuera de la mansión y habían muerto durante su estancia lejos de ella.
»Seguíamos conversando tranquilamente, cuando, bruscamente, el viejo mayordomo penetró en nuestra habitación, pálido y agitadísimo:
»¡Miss Mary, sir! ¡Miss Mary, sir! ¡Está gritando! ¡allí… en el parque, sir! ¡Dicen que oyen al caballo!
»EL capitán se lanzó hacia la panoplia de armas y descolgando su antigua espada salió precipitadamente de la casa, blandiendo furiosamente su arma, mientras yo, por mi parte, subía a toda prisa a mi habitación para coger mi cámara y mi flash y mi grueso revólver. Al pasar ante la puerta de Parsket pegué un grito: ¡El caballo! y salí corriendo hacia el parque.
»A cierta distancia, en medio de la oscuridad del parque, se oía un griterío confuso y a los pocos segundos se escucharon unos disparos entre los árboles. Seguidamente, de las sombras que había a mi izquierda, surgió bruscamente una especie de relincho infernal. Inmediatamente corrí hacia allí y disparé el flash; a la luz cegadora del magnesio, pude divisar las hojas del gran árbol mecidas por la brisa nocturna, pero no vi nada más y cuando las tinieblas volvieron a caer sobre mí, oí a Parsket que gritaba a corta distancia detrás de donde me encontraba preguntándome si había visto algo.
»A los pocos segundos, estaba a mi lado y me sentí más seguro en su compañía, pues cerca de nosotros sucedía algo muy extraño y espantoso y la luz resplandecedora del flash me había cegado por un momento.
»¿Qué sucede? ¿qué sucede? —repetía Parsket con gran excitación—, mientras yo no apartaba mi mirada de la oscuridad del parque, y le contestaba maquinalmente:
»No lo sé, no lo sé.
»De pronto, oímos un grito delante de nosotros y luego un disparo. Nos lanzamos corriendo hacia la parte de donde llegaban los sonidos, ordenando a la gente que no disparara; el pánico y la oscuridad podían causar tremendas desgracias si se usaban las armas de fuego. En aquel momento vimos a dos guardamontes corriendo por el sendero del bosque con sus linternas y sus fusiles; al poco rato, una hilera de luces vino en nuestra dirección desde la casa, llevadas por algunos servidores.
»Al llegar los portadores de linternas, hachas y antorchas, me di cuenta que estábamos cerca de Beaumont, quien, inclinado sobre el cuerpo de miss Hisgins desvanecida, llevaba su revólver en la mano. Entonces me fijé en su rostro y vi que tenía una larga herida en la frente. El capitán se hallaba junto al muchacho, blandiendo su espada hacia la oscuridad del bosque; un poco más allá, vi al viejo mayordomo armado con un hacha de guerra que había cogido al pasar de la panoplia del gran hall. No obstante, por aquellos parajes no llegamos a ver nada de extraño o singular.
»Llevamos a miss Hisgins a su habitación donde la dejamos junto a su madre y a Beaumont, mientras un criado iba en busca del médico. Todos los demás, con cuatro guardamontes armados con fusiles y llevando linternas, nos dedicamos a investigar por todo el parque; pero sin resultado.
»Cuando regresamos, el médico ya había venido. Curó la herida de Beaumont, que afortunadamente no era muy profunda y ordenó que miss Hisgins se quedara en la cama. Subí las escaleras junto con el padre de la muchacha y nos encontramos a Beaumont montando la guardia a la puerta de la habitación de su prometida. Le pregunté cómo se sentía y acto seguido, tan pronto como la muchacha y su madre nos lo permitieron entré con el capitán en el dormitorio y volví a colocar la cabalística estrella de cinco puntas, o pentáculo, alrededor de la cama. Ya habían instalado las lámparas a lo largo de las paredes de la habitación. De modo que di las mismas órdenes de vigilancia que la noche anterior y salí para reunirme con Beaumont en la puerta del dormitorio.
»Mientras tanto, Parsket había subido a reunirse con nosotros y Beaumont nos contó lo que le había sucedido en el parque. Al parecer, su novia y él regresaban a la casa después de su paseo en dirección del pabellón de caza del Oeste. Ya había cerrado la noche cuando de pronto miss Hisgins se detuvo y dijo: «¡Silencio!». Los dos aguzaron el oído durante un rato, pero no oyeron nada extraño entre el rumor del bosque. Bruscamente, Beaumont sintió algo: el ruido de un caballo que galopaba a lo lejos; el estruendo de los cascos se acercaba más y más hacia donde se encontraban. El joven tranquilizó a su novia, diciéndole que no se asustara y que corriera hacia su casa, pero naturalmente la muchacha no se había equivocado. En menos de un minuto, el ruido pareció echárseles encima en medio de la oscuridad del bosque y ambos echaron a correr, pero miss Hisgins tropezó en una raíz que afloraba del suelo y cayó, empezando a gritar.
»Esos fueron los gritos que el mayordomo había oído. Al arrodillarse para auxiliar a la muchacha, Beaumont tuvo la impresión que el espantoso animal corría derecho hacia él. Se incorporó rápidamente para proteger a su novia y fue entonces cuando disparó todas las balas de su revólver contra el lugar de donde venía el ruido. Nos aseguró que había visto algo que se parecía a una enorme cabeza de caballo directamente encima de él, al resplandor de los disparos. A los pocos segundos, recibió un golpe que dio con él en el suelo, un golpe tremendo, y fue entonces cuando llegaron gritando el padre de su novia y el mayordomo. Lo que sucedió luego, ya lo saben ustedes.
»Hacia las diez de la noche, el viejo mayordomo nos trajo unas bebidas y unos pasteles, cosa que le agradecí, por cuanto la noche anterior estuve desfallecido de hambre. Sin embargo, advertí a Beaumont que no tomara ningún alcohol y le dije asimismo que me dejara su pipa y sus cerillas.
»A medianoche, tracé en torno al joven oficial una estrella de cinco puntas mientras Parsket y yo nos sentábamos a ambos lados de él, pero fuera de la figura cabalística, puesto que no temía que pudiera producirse ninguna manifestación en contra de nadie, a no ser Beaumont o miss Hisgins.
»Finalizada aquella operación, nos quedamos los tres muy tranquilos. El pasillo donde nos encontrábamos estaba iluminado en cada uno de sus extremos por una gran lámpara, de manera que teníamos suficiente luz; los tres íbamos armados: Beaumont y yo con nuestros revólveres y Parsket con una buena escopeta. Además de mi revólver, yo llevaba mi cámara y mi flash.
»De vez en cuando, conversábamos en voz baja, y por dos veces el capitán Hisgins salió de la habitación de su hija para intercambiar unas palabras con nosotros. A eso de la una y media de la madrugada, todos estábamos muy callados, aguantando el sueño, cuando levanté la mano sin decir una palabra: fuera parecía sentirse un ruido de galope en la noche. Llamé inmediatamente a la puerta para que el capitán abriera y cuando apareció le dije en voz baja que me parecía haber oído el caballo. Escuchamos durante un rato; Parsket y el capitán también creían haberlo oído, pero ahora yo ya no estaba tan seguro, ni Beaumont tampoco.
»Sin embargo, unos minutos después, me pareció que volvía a oír las pisadas del espantoso animal. Le dije al capitán que era mejor que regresara a la habitación de su hija y dejara la puerta entornada. Así lo hizo. Pero a partir de aquel momento, ya no oímos nada y el alba volvió a despuntar sin novedad, marchándonos todos a dormir, que buena falta nos hacía.
»Cuando al mediodía bajé al comedor para el almuerzo, me llevé una pequeña sorpresa, pues el capitán Hisgins me manifestó que habían celebrado un consejo de familia y decidido consultarme con miras a que la boda tuviera lugar lo antes posible. Beaumont ya había salido para Londres para solicitar un permiso especial y deseaban celebrar la boda al día siguiente.
»Esto me alegró porque a mi juicio era lo más acertado que podía hacerse en aquellas circunstancias tan extraordinarias, aunque por mi parte proseguiría mis investigaciones. De todas maneras, hasta que tuviera lugar el enlace, mi mayor deseo era que miss Hisgins continuase bajo mi vigilancia y protección.
»Después del almuerzo, se me ocurrió la idea de tomar algunas fotografías experimentales de miss Hisgins y de cuanto la rodeaba. Pues a veces la cámara suele percibir cosas que pueden parecerle muy extrañas a la vista normal de un ser humano.
»Con esa intención y en parte como excusa para tenerla a mi lado durante el mayor tiempo posible, rogué a miss Hisgins que se uniera a mis experimentos fotográficos. Aceptó de muy buena gana y así pasé varias horas con ella, recorriendo toda la casa, habitación tras habitación y pasillo tras pasillo, tomando fotografías allí donde mejor se me antojaba.
»Después de haber visitado de esa manera toda la antigua mansión, ya no nos quedaba más que las bodegas y los sótanos por recorrer. Entonces pregunté a la muchacha si se sentía con ánimos suficientes para bajar hasta allí. Dijo que estaba dispuesta a hacerlo y llamé al capitán Hisgins y a Parsket para que nos acompañaran hasta las oscuras bodegas para ayudarme a tomar las fotografías y también por si ocurría algo en medio de aquellas tinieblas.
»Cuando todo estuvo listo, nos dirigimos hacia la bodega del vino. El padre de la muchacha llevaba una escopeta y Parsket un panel de fondo especialmente preparado y una linterna. Una vez llegados, situé a miss Hisgins en el centro de la bodega mientras que su padre y Parsket colocaban y sujetaban el panel de fondo detrás de ella. Seguidamente, disparé mi flash y pasamos a la bodega contigua, donde repetimos el experimento.
»Así llegamos a la tercera bodega, un lugar tenebroso en extremo, algo extraordinario y espantoso de por sí. Acababa de colocar a la muchacha en el centro de aquel antro, con su padre y su primo sujetando el panel de fondo, como siempre. Cuando todos estuvimos listos y disparé el botón del flash, oímos allí mismo el espantoso relincho que ya habíamos escuchado entre los árboles del parque; aquel relincho aterrador parecía llegar de algún lugar por encima de la muchacha y en medio del relámpago de luz del flash la vi con la mirada clavada hacia arriba, hacia una cosa invisible; inmediatamente, grité al capitán y a Parsket que sacaran a miss Hisgins a la luz del día.
»Mientras los tres escapaban corriendo escaleras arriba, cerré apresuradamente con llave la puerta de la bodega, tras lo cual hice los signos Primero y Octavo del Ritual Saaamaaa en cada montante de la puerta, reuniendo ambos signos con una triple raya sobre el travesaño.
»Mientras Parsket y el capitán se llevaban a la muchacha y la dejaban con su madre, pues la pobre estaba medio desfallecida, me quedé montando guardia delante de la puerta de la bodega, preso de una horrible impresión, por cuanto sabía que dentro de aquella bodega había algo tremendamente espantoso, pero al mismo tiempo me sentía casi avergonzado y más bien miserable, por haber expuesto a miss Hisgins a semejante peligro.
»Me había quedado con la escopeta del capitán mientras salían de la bodega. Cuando regresaron a mi lado, ambos venían armados con sendas escopetas y llevaban linternas. Huelga decir lo aliviado que me sentí de cuerpo y alma cuando volvieron junto a mí. ¿Imaginan ustedes lo que yo sentía, allí solo, ante la puerta de aquella infernal bodega?
»Recuerdo haber observado, en el momento de volver a abrir la puerta de la bodega, lo pálido que Parsket estaba y la tez grisácea del viejo capitán; supongo que mi rostro se parecería al de mis compañeros. Sin embargo, toda aquella escena tuvo un efecto muy distinto sobre mis nervios, pues parecía que aquella monstruosidad me había intimidado en gran manera, y confieso que sólo la pura fuerza de voluntad me llevó hasta aquella puerta y me hizo girar la llave.
»Tras unos segundos de vacilación, empujé nerviosamente la puerta, abriéndola de par en par, y proyecté la luz de mi linterna en el interior de la bodega; Parsket y el capitán entraron a su vez; con las tres linternas el lugar quedó iluminado por completo, pero lo encontramos completamente vacío… Naturalmente, no confié en aquella somera inspección y con la ayuda de mis dos compañeros, estuvimos varias horas metidos en aquella bodega, inspeccionando cada palmo cuadrado del piso, del techo y de las paredes.
»Sin embargo, al final no tuve más remedio que admitir que en aquel lugar todo parecía ser absolutamente normal. De modo que dimos por terminada nuestra inspección y dejamos la bodega, después de cerrar la puerta con llave y de volver a trazar en su parte exterior los signos Primero y Octavo del Ritual Saaamaaa, reunidos como antes con una triple raya. ¿Imaginan ustedes lo que pudo ser la inspección de aquella bodega?
»De manera que volvimos a subir las escaleras y una vez arriba, lo primero que hice fue preguntar cómo se encontraba miss Hisgins. La muchacha personalmente vino a decirme que se sentía muy bien y no tenía por qué preocuparme ni excusarme de haberla llevado hasta las bodegas.
»Tranquilizado por las palabras de la muchacha, fui a cambiarme para la cena y después de la misma, Parsket y yo nos encerramos en uno de los cuartos de baño para revelar los negativos que había tomado en compañía de miss Hisgins aquel mismo día. Ninguna de las placas nos reveló nada interesante hasta que llegamos a la que habíamos impresionado en la bodega. Parsket estaba revelando los clichés mientras yo los examinaba después de fijados uno tras otro a la luz de la lámpara.
»Seguía atareado con el lote de clichés cuando Parsket soltó un grito; al llegar junto a él, lo hallé mirando un negativo a medio revelar a la luz de la lámpara roja. En dicho negativo se veía claramente a la muchacha, mirando hacia arriba como yo mismo había visto que lo hacía cuando había disparado el flash dentro de la tercera bodega, pero lo que me asombró fue la sombra de un casco enorme que aparecía directamente encima de su cabeza, como si se precipitase sobre la muchacha desde las sombras. Como ya saben, yo mismo la había expuesto voluntariamente, aunque sin saberlo, a aquel peligro y eso era lo que más me preocupaba.
»Tan pronto como acabamos el revelado del negativo, fijé la placa y estuve examinándola atentamente con buena luz. No cabía duda alguna: lo que aparecía sobre la cabeza de miss Hisgins era la sombra gigantesca de un casco de caballo. Sin embargo, distaba mucho de tener cualquier conocimiento definitivo de aquel fenómeno y lo único que pude hacer fue advertir a Parsket que no dijera nada acerca de aquello a la muchacha, ya que sólo conseguiríamos aumentar su espanto. No obstante, se lo comuniqué al padre, por considerar que éste debía estar enterado de aquel hecho tan singular.
»Aquella noche, tomamos para la seguridad de miss Hisgins las mismas precauciones que las dos noches anteriores y Parsket se quedó conmigo montando la guardia. Pero, una vez más, el alba clareó sin que sucediera nada nuevo y nos fuimos a descansar.
»Cuando bajé para el almuerzo, me comunicaron que Beaumont había mandado un telegrama en el que avisaba que esperaba regresar de Londres a eso de las cuatro de la tarde; me enteré también que habían mandado llamar al sacerdote. Como es natural, todas las mujeres de la casa estaban muy atareadas con los preparativos de la boda.
»EL tren en el que Beaumont viajaba tuvo algún retraso y el joven no llegó a la mansión de los Hisgins hasta las cinco; por su parte, el sacerdote tampoco había aparecido a esa hora, pues el mayordomo vino a decir que el cochero había regresado sin el señor cura, quien, al parecer, había tenido que salir inesperadamente para otro lugar. Volvieron a mandar el carruaje dos veces más, pero el sacerdote no había regresado aún a su casa y no hubo más remedio que retrasar el enlace hasta el día siguiente.
»Esa misma noche, volví a montar todo el tinglado «defensivo» alrededor de la cama de la muchacha, mientras sus padres permanecían junto a ella como las noches anteriores. Tal como era de esperar, Beaumont insistió en montar la guardia conmigo, pues parecía estar muy inquieto, no por sí mismo, sino, como era lógico, por su novia. Me confió que tenía la horrible impresión de que aquella misma noche habría de producirse el atentado definitivo contra la muchacha.
»Yo le contesté naturalmente que aquella impresión no era otra cosa que su estado de nerviosismo, pero en realidad, esa intuición suya me causó una gran ansiedad, pues ya había presenciado demasiadas escenas en mi vida como para no saber que en tales circunstancias, una convicción premonitoria ante un peligro inminente no debe achacarse necesariamente a los nervios. Beaumont estaba tan sinceramente preocupado y convencido de que esa misma noche había de suceder algún hecho extraordinario, que mandé a Parsket que atara una larga cuerda al alambre que pendía de la campanilla del mayordomo, de manera que pudiésemos hacerla sonar desde el mismo pasillo en caso de urgencia.
»Además, ordené el mayordomo que se acostara vestido y que mandase seguir su ejemplo a otros dos criados. Si oía la campana, había de acudir en el acto con los dos criados y las linternas que habrían de quedar encendidas durante toda la noche. En caso de que no sonara la campana y que oyeran mi silbato, también debían correr hacia donde nos encontrábamos.
»Después de arreglar todos aquellos pequeños detalles, tracé nuevamente una estrella de cinco puntas alrededor de Beaumont, advirtiéndole que no se moviera de su interior, pasara lo que pasara. Cuando todo estuvo listo, no hubo más que esperar y pedir al cielo que aquella noche discurriera tan tranquilamente como las anteriores.
»Apenas si conversamos durante las primeras horas de la noche. A eso de la una de la madrugada, Parsket se levantó y se puso a pasear de un extremo a otro del pasillo para estirar un poco las piernas. Inmediatamente después, seguí su ejemplo y ambos estuvimos deambulando por el pasillo y conversando en voz baja durante más de una hora, hasta que, al darme la vuelta, me enredé el pie con la cuerda de la campana y di con mi cuerpo en el suelo, pero afortunadamente, sin hacerme daño ni armar demasiado ruido.
»Cuando volví a encontrarme de pie, Parsket me susurró:
»¿Se ha fijado en que la campana no se ha oído?
»¡Caramba! Tiene usted razón, no ha sonado.
»Espere usted un minuto —replicó Parsket—. Voy a comprobar si la cuerda se ha enganchado en algún lugar.
»Dejó su escopeta y se deslizó por el pasillo con su linterna de gavia, deambulando sigilosamente por la casa, armado con el revólver de Beaumont y presto a disparar. Parsket era un tipo valiente como bien lo demostró en aquel preciso momento y también más tarde.
»Fue entonces cuando Beaumont me hizo una señal, instándome a guardar el silencio más absoluto. Inmediatamente pude escuchar lo que él mismo acababa de oír: el ruido de un caballo al galope, fuera en la noche Me estremecí. El ruido pareció extinguirse a lo lejos, dejando en el aire una horrible y desolada sensación de misterio sobrenatural. Entonces agarré la cuerda de la campana, creyendo que Parsket ya la había vuelto a poner en orden, y me quedé a la espera, mirando hacia delante y hacia atrás.
»Transcurrieron un par de minutos llenos del más expectante de los silencios, cuando, de repente, al extremo del pasillo iluminado resonó la pisada de un gran casco de caballo e instantáneamente la lámpara se vino abajo con un estrépito tremendo y nos quedamos a oscuras. Tiré de la cuerda y al mismo tiempo hice sonar mi silbato; seguidamente, me apresuré a colocar mi cámara y disparé el flash; el pasillo entero apareció bajo el resplandor del magnesio, pero allí no había nada, y las tinieblas volvieron a caer como un trueno. Oí al capitán a la puerta de la habitación de su hija y le grité que trajera una lámpara lo más rápidamente posible; pero en aquel mismo momento algo empujó la puerta y oí al capitán que blasfemaba en la habitación, en medio del griterío de las mujeres. Tuve bruscamente un miedo espantoso al imaginar que el monstruo había podido colocarse dentro de la habitación, pero en aquel preciso momento, desde el otro extremo del pasillo llegó hasta nosotros el odioso relincho que ya habíamos oído en el parque y en los sótanos de la casa. Volví a hacer sonar mi silbato y sacudí furiosamente la cuerda de la campana, gritando a Beaumont que no saliese del recinto del cabalístico pentáculo por lo que más quisiera. Llamé nuevamente al capitán pidiéndole que sacara una lámpara y en aquel instante se oyó un estruendo terrible contra la puerta. Saqué mis cerillas para hacer un poco de luz antes de que el increíble e invisible monstruo se nos echara encima.
»Acababa de encender mi primera cerilla, cuando bruscamente oí un ruido a mis espaldas. Me volví con una especie de terror salvaje y entonces pude percibir, a la luz vacilante y tenue de la cerilla, una monstruosa cabeza de caballo muy cerca de Beaumont.
»¡Cuidado, Beaumont! —grité—. ¡Está detrás de usted!
»Mi cerilla se apagó bruscamente e instantáneamente sonaron los disparos de la escopeta de dos cañones de Parsket (ambos a la vez), pues Beaumont había apretado ambos gatillos a un tiempo. Ensordecido por aquellos tiros disparados a quemarropa, pude percibir en medio del fogonazo y del humo un casco enorme descendiendo sobre Beaumont. En aquel mismo momento, disparé tres balas de mi revólver. Oí el ruido de un golpe sordo y el espantoso relincho volvió a estallar a mi lado; disparé de nuevo dos veces seguidas y fue cuando algo me asestó un golpe y caí de espaldas contra el piso. Volví a levantarme, pidiendo auxilio con todas mis fuerzas; mientras oía a las mujeres que gritaban detrás de la puerta de la habitación, me di cuenta que alguien derribaba la puerta desde el interior. Cerca de mí, Beaumont luchaba con un ser horrible en medio de la oscuridad; estúpidamente, me eché para atrás, paralizado por el terror, pero al cabo de unos segundos, ciegamente y con una especie de sudor frío por toda mi carne, me lancé a prestarle auxilio, gritando su nombre. Puedo asegurarles que estaba casi a punto de vomitar del miedo que sentía. En medio de las tinieblas sonó un grito sordo y pegué un salto hacia donde parecía haber surgido: mis manos se agarraron a una oreja peluda y enorme, y en ese mismo instante recibí otro golpe que me arrancó un grito de dolor; devolví el golpe como pude, ciego y sin fuerzas y aferrado con ambas manos a aquella cosa increíble y asquerosa. De repente, sentí un terrible estruendo detrás de mí y hubo una explosión de luz. Por el pasillo acudían varios hombres con sus lámparas, gritando cómo demonios. Tenía las uñas torcidas por la furia con que me había agarrado a aquella bestia invisible; cerré los ojos estúpidamente y oí un aullido encima de mí y luego un hálito pesado, como el de un carnicero cortando la carne, y algo se me vino encima.
»EL capitán y el mayordomo me ayudaron a levantarme. Sobre el piso yacía una enorme cabeza de caballo de la cual salían un tronco humano y unas piernas; en cada mano el portador de aquella odiosa máscara llevaba sujetos unos cascos gigantescos: ¡ése era el monstruo! El capitán cortó algo con su espada y arrancó la máscara, dejando aparecer el rostro del que la llevaba: ¡Era Parsket! Tenía una gran herida en la frente, producida por la espada que el capitán había asestado al supuesto monstruo y sus ojos alocados se clavaron en el anciano y luego en Beaumont, quien acababa de incorporarse y estaba apoyado en la pared opuesta del pasillo. Entonces volví a fijarme en Parsket; por fin exclamé:
»¡Caramba, qué faena la suya! —pero me sentí avergonzado por él y me calmé—. ¿Se da cuenta de lo que estaba usted haciendo?
»Parsket volvió a abrir los ojos. Como pueden imaginar, yo mismo estaba tan asustado como él. Cuando recobró sus sentidos, se quedó mirándonos a todos y empezó a recordar; en aquel mismo instante, sucedió un hecho tan extraño como increíble: al final del pasillo volvió a oírse bruscamente la pisada de un gran casco. Miré hacia allí e inmediatamente después hacia Parsket y entonces vi un espanto indecible reflejado en sus ojos y en todo su rostro; se volvió débilmente y se quedó paralizado de horror, mirando alocadamente hacia donde se acababan de oír las pisadas, y todos nosotros también, helados de espanto.
»Recuerdo vagamente los llantos y los gritos sordos que nos llegaban de la habitación de Miss Hisgins, mientras que ni yo ni los que rae rodeaban podíamos reaccionar ante aquel fenómeno sobrenatural.
»Hubo un silencio y, nuevamente, volvió a oírse el estruendo de las pisadas del caballo hacia el final del pasillo, e inmediatamente, el clungk, clungk, clungk, clungk de los cascos que avanzaban hacia nosotros.
»Entonces, la mayoría de los que estábamos allí llegamos a pensar que aquello no podía ser sino el ruido de algún mecanismo montado por el propio Parsket y que aún seguía en acción; un sentimiento extraño, mezcla de miedo y de duda, nos embargó a todos. Creo que todos mirábamos a Parsket. Bruscamente, el capitán gritó:
»¡Acaba ya con esa maldita locura! ¿Acaso no hiciste bastante daño ya?
»Por mi parte, me sentía más asustado que nunca, pues algo me decía que en aquel fenómeno había una maldad horrible. Fue entonces cuando Parsket consiguió gritar:
»¡No soy yo! ¡Por Dios, no soy yo! ¡Créame, por Dios, no soy yo!
»Como pueden figurar, todos pensaron en escapar ante aquella aterradora aparición que avanzaba por el pasillo. Hubo un pánico infernal y hasta el propio capitán Hisgins se echó para atrás con el mayordomo y los demás criados. Beaumont perdió totalmente el sentido, pues como me enteré más tarde había recibido un golpe terrible, mientras yo mismo me aplastaba literalmente contra la pared, vacilante sobre mis piernas y demasiado entumecido y alelado para echar a correr. Casi en aquel mismo segundo, los pesados cascos sonaron muy cerca de mí; parecía como si el piso se hundiera a su paso. De repente, el estruendo cesó y me di cuenta con una especie de angustia de que aquello se había detenido enfrente de la puerta del dormitorio de la muchacha. Luego vi que Parsket estaba de pie, vacilante y con los brazos extendidos sobre la puerta, como si quisiera cerrar el paso con su cuerpo. Estaba terriblemente pálido y la sangre que manaba de la herida de su frente le chorreaba por todo el rostro; parecía mirar algo en el pasillo con unos ojos increíblemente fijos y desesperadamente imperiosos. Pero allí no había realmente nada que ver. De nuevo, el clungk, clungk se dejó oír hasta alejarse por el pasillo. En aquel preciso momento, Parsket se desplomó y dio con la frente en la puerta.
»La gente seguía corriendo atropelladamente por el pasillo, detrás del mayordomo y los criados portadores de linternas, mientras que el anciano capitán se había quedado apoyado contra una de las paredes, con su farol levantado por encima de su cabeza. Las lentas pisadas del caballo pasaron junto a él, dejándolo sano y salvo y pude escuchar cómo los monstruosos cascos seguían alejándose más y más a través de la casa; luego, se hizo un silencio mortal.
»EL capitán acudió hacia nosotros, con paso lento y vacilante; tenía el rostro ceniciento.
»Me deslicé hacia Parsket, ayudado por el capitán. Lo volvimos y entonces me di cuenta de que estaba muerto. ¡Imaginen ustedes lo que pude sentir en ese momento!
»Me quedé mirando al capitán, quien exclamó de pronto:
»¡Este!… ¡Ese!… ¡Este hombre! —y adivinó que me quería decir que Parsket había tratado de interponerse entre su hija y lo que fuera que acababa de pasar por el corredor.
»Traté de sujetar al anciano para que no cayera, aunque yo mismo no me sentía muy firme. Pero de pronto su rostro se animó y arrodillándose junto al cuerpo de Parsket, se puso a llorar como un niño. Las mujeres salieron de la habitación y lo dejé con ellas mientras me acercaba a Beaumont.
»Esa es prácticamente toda la historia —dijo Carnacki— y lo único que me queda es tratar de aclarar ahora mismo algunos de los puntos del enigma.
»Sin duda se dieron ustedes cuenta de que Parsket estaba enamorado de Miss Hisgins y ese hecho es la clave de ese caso tan extraordinario. Él fue el responsable de buena parte del famoso «acoso» del caballo; en realidad, creo que de la totalidad, pero no puedo probarlo y todo cuanto voy a decirles principalmente es resultado de mis deducciones.
»En primer lugar, está claro que la intención de Parsket era la de asustar a Beaumont para apartarlo de Miss Hisgins, pero al percatarse que no lo conseguiría, creo que sintió una desesperación tal que trató realmente de matarlo. Odio decir eso, pero los mismos hechos me inclinan a pensarlo.
»Estoy completamente seguro de que fue Parsket quien le fracturó el brazo a Beaumont. Conocía todos los detalles de la llamada «Leyenda del Caballo» y se le ocurrió aprovechar esa idea para sus fines personales. Naturalmente, conocía la manera de entrar y salir de la antigua mansión de los Hisgins sin ser visto; es muy probable que lo hiciera por una de las numerosas ventanas francesas del edificio o que tuviera, sencillamente, la llave de una de las puertas del jardín; de forma que cuando le creían en Londres u otro lugar alejado, Parsket no hacía sino marcharse tranquilamente a un lugar poco apartado en el que se escondía.
»En cuanto al incidente del beso en la oscuridad del hall, muy bien podemos achacárselo al nerviosismo imaginario de Beaumont y de Miss Hisgins; sin embargo, reconozco que el ruido del caballo galopando delante de la puerta de la casa es un poco más difícil de explicar. Pero sigo inclinándome hacia mi primera idea al respecto, según la cual no hay nada de verdaderamente sobrenatural en ese fenómeno.
»Las pisadas de los cascos en la sala de billar y en el pasillo, las producía el mismo Parsket desde el piso inferior al golpear el techo entarimado con un bloque de madera sujeto a uno de los ganchos de las ventanas. Esto puede comprobarlo al proceder a un examen del techo donde se percibían las abolladuras provocadas por el bloque de madera.
»Es muy posible que el ruido del caballo galopando alrededor de la mansión también lo hiciera Parsket, al dejar un caballo suelto por el bosque cercano, a no ser, naturalmente, que se las arreglará para simular aquel ruido con sus propios medios; pero dudo que pudiera correr con la debida velocidad como para crear esa ilusión de galope. En cualquier caso, no tengo ninguna certidumbre a este respecto. Como ya recordarán, no conseguí encontrar ninguna huella de los cascos.
»En lo que atañe al relincho en el parque, se trataba de una manifestación del arte de ventrílocuo que Parsket dominaba a la perfección, y fue él también quien agredió a Beaumont en medio del parque aquella noche, pues cuando yo mismo le creía en su dormitorio, el taimado primo debía estar escondido en el oscuro bosque, acechando a su víctima, y no tuvo más que acudir hacia mí cuando yo salí precipitadamente de la casa. Eso sería lo más probable. Sigo pensando que Parsket era culpable de todo aquello; de haber sido más razonable se habría dado cuenta de que sus artimañas no le servían para nada y habría renunciado a sus locuras. No alcanzo a imaginar cómo escapó a las balas disparadas contra él por Beaumont tanto en el parque como en el pasillo durante la última y tremenda escena que acabo de contarles. Desde luego, era un hombre que no conocía el miedo y extraordinariamente atrevido.
»Durante todo el tiempo en que Parsket estuvo con nosotros en el pasillo y cuando nos pareció oír al caballo galopando alrededor de la casa, debíamos estar equivocados, pues ninguno estaba muy seguro, salvo, naturalmente, Parsket, quien no tenía otro remedio que alentarnos en aquella creencia que tanto favorecía sus malos designios.
»También existe el relincho que oímos dentro de la bodega, y aquí es donde considero que Parsket llegó a sospechar por primera vez que en todo aquello había algo más en acción que su propia maquinación relacionada con el fingido acoso a Miss Hisgins y su novio. Es evidente que el mismo Parsket lanzó el relincho al igual que lo hizo en el parque; pero al recordar lo macabro que parecía su semblante después de escuchar el grito bestial, estoy seguro que aquel sonido debía tener alguna característica infernal que Parsket no conocía y que le asustó, pues él mismo se percató de que era de lo más fantástico. Además, no puedo olvidar que el efecto causado por aquel grito demoníaco sobre Miss Hisgins tuvo que hacerle sentirse muy desgraciado.
»Nos queda por explicar el problema del sacerdote, quien, al parecer, había sido llamado fuera de su casa cuando mandaron el carruaje a buscarlo para celebrar la boda. Bien, pues después supe que se trataba de un mensaje falso, o mejor dicho de una falsa llamada y que Parsket estaba metido en aquel asunto, con vistas a disponer de unas horas más para conseguir totalmente sus fines, los cuales, con un poco de imaginación, no dejan de ser muy claros. Pero se encontró con que Beaumont no se dejaba amilanar. Ya saben que odio pronunciar estas palabras, pero no tengo más remedio y está claro que Parsket estaba fuera de sus casillas: ¡el amor es una enfermedad extraña!
»Prosigamos: no cabe la menor duda que la última noche, cuando los tres montábamos la guardia en el pasillo ante la puerta de la habitación de Miss Hisgins, fue Parsket quien dejó la cuerda de la campana del mayordomo enganchada en algún sitio, para así tener una excusa y escapar de nuestro lado, lo cual le permitió asimismo derribar una de las lámparas. Luego, solamente tuvo que romper la otra para dejar el pasillo totalmente a oscuras y agredir nuevamente a Beaumont.
»También fue Parsket quien cerró la puerta de la habitación de la muchacha y se guardó la llave (pues la encontramos en uno de sus bolsillos). Eso impidió que el capitán saliese de allí con la luz, como yo mismo se lo pedí para que acudiera en nuestro auxilio. Pero el anciano derribó la puerta con ayuda de un pesado morillo sacado del hogar de la chimenea y ése fue el estruendo que tan espantosamente sonó en medio de la oscuridad del pasillo.
»En cuanto a la foto que mostraba el monstruoso casco sobre la cabeza de Miss Hisgins en la bodega, es una de las cosas sobre las que estoy menos seguro. Es muy posible que Parsket trucara aquel negativo mientras yo estaba fuera del cuarto de baño donde se efectuaba el revelado de las placas, cosa que no deja de ser bastante fácil cuando se conoce el método. Sin embargo, no parecía ni mucho menos que se tratara de algún hábil trucaje; digamos que tanto podía serlo como no serlo; puesto que no dispongo de los elementos de juicio suficientes como para aseverar que se trataba de una foto trucada, prefiero no pronunciarme ni en pro ni en contra. De todas maneras, esa foto es horrorosa.
»Y ahora llegamos al hecho más terrible, al final de toda esa pesadilla. Como quiera que posteriormente no se produjeron otras manifestaciones anormales, no puedo por menos que llegar a unas conclusiones extraordinariamente inseguras. Si no hubiésemos escuchado aquellos últimos ruidos y Parsket no hubiese expresado aquella tremenda sensación de espanto, todo el caso quedaría explicado del modo que acabo de hacerlo. En realidad, tal como dije hace un rato, opino que casi todos los fenómenos se prestan a un esclarecimiento normal, pero confieso que no consigo explicarme yo mismo los últimos ruidos que escuchamos por el pasillo y luego por toda la casa ni el pavoroso espanto de Parsket ante aquella postrera manifestación del fatídico caballo.
»Su muerte, por lo demás, no nos aportó ninguna lu. Según parece, murió a consecuencia de un espasmo cardíaco, cosa que me parece bastante natural en aquellas circunstancias; sin embargo, ello nos deja totalmente a oscuras en cuanto a saber si perdió la vida o no por haberse interpuesto entre la muchacha que amaba y algún ser tan monstruoso como invisible.
»EL rostro de Parsket y las cosas que gritó al oír las pisadas de los enormes cascos avanzando por el pasillo, parecen señalar que en ese momento tuvo ante sí la brusca realización, la encarnación si podemos decirlo, de lo que anteriormente no pudo ser más que una horrible sospecha, me refiero al relincho oído en la última bodega. Y su pavor y su conciencia del tremendo peligro que se iba acercando tuvieron que ser mucho más acusados que cuanto yo mismo podía experimentar. Y luego ¡cómo se comportó en defensa de su amada!
—Bueno, pero ¿cuál fue la causa concreta? ¿Quién o qué cosa se hallaba en la base de toda esa historia —pregunté.
Carnacki se limitó a mover la cabeza:
—Sólo Dios lo sabe —contestó con una peculiar y sincera reverencia—. Se trata de una de esas cosas que parecen tener una explicación razonable, pero que resultaría absolutamente mala. Sin embargo, he pensado, aunque ello requiere una larga conferencia sobre el Pensamiento por Inducción, exponerles a todos ustedes mis razones, para demostrar de qué manera Parsket consiguió provocar lo que pudiéramos llamar como una especie de «aparición inducida», una especie de simulación inducida de sus concepciones mentales, debida a sus desesperadas cavilaciones. Pero es imposible aclararlo en pocas palabras.
—Pero, ¿y la vieja leyenda? —volví a preguntar—. ¿Acaso no encerraba algo?
—Es muy posible que sí —replicó Carnacki—, pero no creo que tuviera que ver nada con el caso. Aún no he meditado lo suficiente acerca de mi teoría, pero más tarde estaré en condiciones de exponerles a ustedes mis ideas al respecto.
—¿Y la boda? ¿Y la bodega? Por fin se encontró algo en ella? —preguntó Taylor.
—La boda se celebró aquel mismo día a pesar de la tragedia —aclaró Carnacki—. Era lo mejor que podía hacerse teniendo en cuenta esas cosas que aún no puedo explicar. En cuanto a la bodega, levantaron el piso de la misma por cuanto yo tenía la impresión de que allí podría encontrar algo que me diera un poco de luz, pero tampoco encontramos nada.
»Ya lo ven: todo ese asunto es tan extraordinario como espantoso. Nunca olvidaré el rostro de Parsket antes de morir ni el sonido pavoroso de los enormes cascos alejándose por la casa silenciosa en medio de la oscuridad.
Carnacki se levantó:
—¡Y ahora, todos a la calle! —exclamó con tono amistoso, utilizando la consabida fórmula.
Todos salimos inmediatamente, y tras un paseo por las orillas del Támesis, nos fuimos a casa.