Se puso entonces a escuchar los distantes sonidos producidos por una frenética actividad, que atravesaban los mamparos de la Estación de Tránsito Vega. Completamente confundido, se sentó al borde de la cama, sin darse cuenta de que Karen se había movido ligeramente a su lado, antes de sumirse en un sueño aún más profundo.
Concentrándose en la hiperpercepción, su atención se enfocó en la distante Tierra, con sus temblorosas líneas de fuerza magnética que se extendían como dedos de fuego frío, para pulsar las vibrantes corrientes eléctricas de la estación. A estas impresiones cósmicas se mezclaban los rasgos superficiales de la cara iluminada y de la cara oscura de la Tierra. No podía por menos de captar las intrigantes redes de energía eléctrica que moteaban las zonas continentales, señalando el emplazamiento de las grandes metrópolis.
Y luego captó las sutiles hiperemanaciones de desesperación, cuando la Tierra empezó a salir inexorablemente de la Estigumbra y nuevos miles de seres humanos experimentaron los primeros y espantosos ataques provocados por su sensibilidad al rault.
Acto seguido, y de manera repentina, se encontró zylfando la propia estación. Cada corredor y compartimiento, cada una de las cargas que circulaban por los instrumentos electrónicos, todos y cada uno de los pernos y remaches de los paneles metálicos, los componentes individuales de docenas de sistemas y su maquinaria de soporte. Tan abrumador era aquel diluvio de datos sensoriales, que comprendió que jamás podría asimilarlos.
Su percepción cambió y se puso a zylfar únicamente las remolineantes corrientes de aire que corrían por los sistemas de ventilación de Vega. Era como si tuviese un plano esquemático extendido ante él y localizase instantáneamente cada filtro y cada inyector, cada unidad química de reciclaje, todos y cada uno de los millares de conductos y rejillas de ventilación.
Y luego percibió a los cientos de personas que se hallaban a bordo de la estación… muchas todavía dormidas, otras corriendo para atender a la situación de emergencia creada por la avería del supresor. Gregson notó con alivio que todos se hallaban demasiado ocupados para advertir que él estaba zylfando atentamente sus acciones.
Fue entonces cuando captó el débil y pulsante campo de estigum que envolvía al eje de la estación y comprendió que finalmente había localizado al supersupresor. Naturalmente, era lógico que el generador de estigum se encontrase en el mismísimo centro geométrico de Vega, donde la fuerza centrífuga mínima simplificaría su montaje y donde existirían menos problemas de seguridad. Y sólo entonces pensó que se le presentaba una magnífica oportunidad de averiguar si Helen y su tío se encontraban a bordo.
Se puso a zylfar ansiosamente de un compartimiento a otro, abarcando secciones enteras del anillo periférico con una sola mirada hiperperceptiva, recorriendo concienzudamente el satélite una y otra vez.
Entretanto, el campo de estigum que rodeaba el eje se expansionaba y se encontraría como un monstruoso animal marino arrojado a la playa, que estuviese dando sus últimas boqueadas.
Por último quedó convencido de que Bill y Helen no se encontraban al alcance de sus facultades de zylfante. Si se hallaban a bordo de Vega, solamente podían estar en el eje, donde se hallaba instalado el supresor de rault.
De pronto el campo de estigum se extendió en círculos concéntricos, abarcando toda la estación y dejando a Gregson hipersensitivamente ciego. Y luego, con la misma brusquedad, volvió a contraerse. Pero entonces se dio cuenta de que alguien trataba de llamarle la atención… alguien que se encontraba en un compartimiento ópticamente oscurecido del anillo exterior, a un cuarto del camino siguiendo el corredor periférico. Sentía los suaves tirones en su mente consciente, comparables a delicados golpecitos en el hombro.
Se sintió como la única persona con vista en una gran sala llena de ciegos, donde de pronto vio a alguien que miraba en su dirección y le hacía señas. Quiso apartar de sí aquella turbadora sensación, pero sin embargo enfocó la atención de sus células gliales en el tenebroso compartimento abarrotado de cajas estibadas hasta el techo. Percibió la puerta cerrada con llave, y, tras ella, a Andelia, la joven valeriana. La desesperación y el espanto la rodeaban como un nimbo, fluorescente en la hiperradiación. Pero externamente parecía estar tranquila, mientras se apoyaba en una caja de embalaje y correspondía a su atención directa. Luego él zylfó directamente en su cerebro, captando su actitud de contenida desesperación, participando en las imágenes mentales que se formaban en su mente. Era como si pudiera penetrar a gran profundidad en ella para interceptar los pensamientos que Andelia le presentaba, para que él los percibiese.
«No debes hacer lo que te ordenan, Gregson», —le advertía ella con desesperación. Y sus emociones llegaron hasta él con tal claridad y sinceridad, que le resultó imposible seguir sospechando de ella. Pues la hiperradiación era como una luz que lo revelaba todo, un fuego purificador que desenmascaraba el engaño y exponía los atributos fundamentales del alma en toda su desnudez espiritual.
«El supresor no debe emplearse», —suplicaba ella—. «Tenemos que negarnos a ayudarles».
«¡Pero yo no puedo!», —pensó él.
«Sé que es horrible negar a la Tierra la protección que representa el supresor. ¡Sin embargo, tenemos que hacerlo… al menos por un tiempo!».
«¡Pero dentro de pocos días, millones de personas morirán entre horribles alaridos!».
Él sintió la intensidad de su deseo de convencerlo, cuando Andelia le suplicó:
«¿No comprendes que tenemos que esperar? Estamos poniendo a punto un plan… con Wellford y dos jefes de la expedición valoriana».
«¿Cuál es ese plan?».
«Sólo ellos tres lo saben. Así es muy poco probable que el Departamento averigüe nuestros planes, aunque capture a uno de nosotros».
«¿Y cómo podemos ayudarles, si ni siquiera sabemos lo que se proponen hacer?».
En todos los lugares de la estación, el personal del Departamento de Seguridad se hallaba en plena conmoción, tratando de coordinar sus esfuerzos para restablecer el campo del supresor de rault. Se hallaban tan absortos en su tarea, que el íntimo contacto que Gregson y la joven valoriana habían establecido les pasó desapercibido por completo. ¿Quién oiría una conversación en susurros en la platea de un teatro donde la gente salía en tropel después de oír el frenético grito de «¡Fuego, fuego!»?
«¿No es lógico» —pensó Andelia—, «que cualquier acción que ellos preparen esté prevista para un futuro inmediato?».
«¿Para cuando el Departamento trate de desplazar a la estación?».
«¡Quizás incluso para antes!».
«¿Así, tenemos que retrasarlo todo en espera de que Wellford y sus amigos pasen a la acción?».
«Exactamente. Y todo cuanto tú y yo podamos hacer para poner trabas al Departamento, será una aportación decisiva».
Gregson examinó hipervisualmente a Andelia por un momento. Su sinceridad resultaba abrumadora. Y ello le hizo experimentar una profunda sensación de culpa, y se maldijo por haber dudado alguna vez de Wellford y de los valorianos, lo que le había hecho perder una ocasión única.
Pero Andelia le tranquilizó:
«Comprendemos muy bien tus reacciones. Nos dimos cuenta, luego, de que éramos nosotros mismos los responsables de las sospechas que debiste de sentir en el castillo. Pero no sabíamos hasta qué punto te habían condicionado contra nosotros».
«¿Es que los valorianos… no poseen facultades hipnóticas?», —preguntó Gregson, embarazado al pensar que había sido tan crédulo.
«No, Greg. En absoluto».
«Bien, ¿qué puedo hacer yo?».
«Debes procurar que la estación no abandone esta órbita antes de que nosotros nos hallemos en disposición de actuar».
«¡Pero es que tú no lo comprendes! ¡No estoy en libertad de hacer mi voluntad! Ellos quieren que…».
De una manera brusca, sus pensamientos quedaron limitados a los confines de su propia mente, pues la esfera de estigum había vuelto a abarcar la estación, esta vez con fuerza decisiva.
Dos horas después aún seguía sentado al borde del lecho mientras Karen Rakaar, la holandesa, dormía apaciblemente a su lado. Hubiera deseado preguntarle tantas cosas a Andelia… Quizás ella supiese si Helen y Bill se encontraban en el eje de la estación.
Más, por último, tuvo que convencerse de que la avería del supresor había sido reparada y que, si quería obtener más información de Andelia, tendría que procurársela hablando oralmente con ella. Cuando la suave sirena de las ocho resonó en el corredor, se fue a tomar un café al snack bar, antes de regresar a la suite de Karen para recuperar el sueño que había perdido durante la noche.
Cuatro horas después estaba almorzando con Karen en el comedor principal. La joven, que se mostraba excepcionalmente efusiva, llevaba su cabello cobrizo recogido y peinado cuidadosamente, como salvaguardia contra lo que pudiera ocurrirle a causa de las fluctuaciones que experimentase Vega al cambiar de órbita, bajo los impulsos de las fuerzas centrífuga y de aceleración. Sus ojos, siempre provocativos, eran especialmente insinuantes cuando miraba a Gregson de vez en cuando.
—Haz lo que te piden, Greg —le dijo con voz suplicante—. Como te decía, puedes poner precio a tus servicios… el precio que tú quieras.
Él pinchaba, como si estuviese indeciso, la comida que tenía en el plato con el tenedor. Tenía que ver a Andelia. Pero ¿cómo?
Karen le puso su mano fina y bien manicurada en el antebrazo.
—¿No comprendes que Radcliff te necesita? Al dirigir las operaciones de Vega en condiciones de estigum total, le rendirás un servicio que nadie más podría ofrecerle… por más dinero que estuviera dispuesto a pagar.
Él fingió reflexionar muy en serio acerca de su proposición, dando gracias en su fuero interno al supresor que, al anular completamente el rault, impedía que sus pensamientos fuesen leídos. Pero al propio tiempo, le contrariaba el estigum porque le impedía zylfar a Andelia.
—Quizás podría hacer que me destinasen a bordo con carácter permanente, ¿sabes? —le dijo ella, insinuante, mirándole a los ojos.
Pero lo que hacía Gregson entonces era reconstruir mentalmente el sistema de tuberías de ventilación que había zylfado durante la avería del supresor. Según recordaba, había una gran rejilla de ventilación en el parque, disimulada tras un bosquecillo de arbustos y a uno de los lados de la piscina. A menos de sesenta metros de allí, la misma tubería daba a otra rejilla situada en el almacén donde estaba prisionera la joven valeriana.
—Y Vega será mucho más que el albergue del supresor de rault —prosiguió Karen—. Será el lugar donde residirá la autoridad suprema. Poco a poco lo ampliarán, lo transformarán en el más lujoso…
Radcliff apareció de pronto junto a la mesa.
—Supongo que no les interrumpo —dijo en tono satisfecho.
Karen sonrió a Gregson y luego al director.
Radcliff tomó una silla y se sentó.
—Esta mañana le he permitido unos momentos de asueto —dijo a Gregson—, para que pueda recargar sus baterías. Mañana por la noche empezaremos a descender hacia la nueva órbita de tres mil kilómetros, y eso hará que esté muy atareado a partir de ahora, y hasta que la operación esté terminada.
Gregson se mostró sorprendido.
—¿Sigue pensando en efectuar el cambio de órbita después de que…?
Se mordió los labios para no continuar, pero ya había dicho demasiado.
Radcliff enarcó una ceja.
—¡Ah, de modo que está enterado de la avería que ha sufrido el supresor! ¿Es que zylfó lo que ocurrió?
—¿Una avería? —preguntó Karen, con expresión de extrañeza.
—No —mintió Gregson—. Lo oí mencionar esta mañana. Cuando ocurrió, estábamos dormidos.
—¿Estábamos dormidos cuando ocurrió qué? —quiso saber Karen.
—Nuestro supresor estuvo casi tres horas seguidas sin funcionar a primeras horas de esta mañana —le explicó el director.
—¿Fue grave la avería?
—¡Oh, no! Finalmente conseguimos conectar todos nuestros generadores de estigum y fue entonces cuando el campo cesó, por sobrecarga del circuito.
—¿Pero ahora ya funciona?
—Perfectamente. Hemos instalado dos unidades de energía suplementarias y la avería no se repetirá. Cuando estemos ya preparados para nuestra maniobra transorbital, el supresor habrá sido probado durante treinta horas.
Consultó su reloj de pulsera.
—Lo siento, pero la luna de miel ha terminado —dijo con ironía—. Es hora ya de que vaya usted a comprobar nuestro sistema de propulsión, Greg. Tengo a un equipo de técnicos preparados en el Mando Central.
Como tuvo que trabajar constantemente con su personal técnico durante el resto del día, sólo hasta primeras horas de la noche Gregson no dispuso de unos minutos para sí mismo.
Por dos veces, durante aquella tarde, pasó por el corredor periférico y frente al almacén donde estaba prisionera Andelia. Y puesto que cada vez estaba acompañado por sus ayudantes, evitó siquiera mirar a la puerta cerrada. Pero un poco antes, cuando se hallaba en el parque ordenando a un equipo de operarios que vaciasen la piscina como preparación para las maniobras de cambio de órbita, consiguió meterse detrás de los arbustos para examinar la rejilla de ventilación. Era tal como él la había zylfado. Bastaría con quitar cuatro tornillos para desprenderla, lo que le permitiría meterse por el conducto de ventilación.
Luego se dedicó a observar la operación consistente en cargar de combustible los cohetes que controlaban la rotación de Vega, y luego asignó a dos equipos la tarea de asegurar todo cuanto estuviese suelto a bordo de la estación y de proveer a todas las literas con sacos antiinercia. Finalmente, después de dar instrucciones al turno de las ocho, desechó con un simple ademán los cumplidos de Radcliff por su «excelente trabajo», y le informó que se iba a cenar.
Pero mientras se dirigía al comedor, se detuvo en el corredor para cerciorarse de que no era observado, y entonces se coló de rondón en el parque, a la sazón desierto.
Consiguió desprender fácilmente la rejilla y acto seguido empezó a arrastrarse por la tubería de ventilación, pasando con cierta dificultad por los puntos en que ésta formaba un recodo y felicitándose por la precisión con que habían quedado grabadas en su mente sus hiperimpresiones del sistema de ventilación.
Llegó ante la rejilla que daba al almacén y llamó quedamente a Andelia, antes de desprender de un golpe la rejilla. Luego se abrió paso entre el laberinto de cajas estibadas y encontró a la joven valeriana donde la había zylfado la noche anterior.
—Sabía que vendrías por el sistema de ventilación —le dijo ella—. Leí el plan en tu mente.
—¡Pero si entonces ni siquiera había pensado en él!
—Es posible que no lo hubieses pensado conscientemente. Pero se estaba formando en tu subconsciente.
Andelia estaba sentada en una caja próxima a la puerta.
—Quieren que Vega inicie el cambio de órbita mañana —le reveló él.
—Ya lo sabía. Ellos me lo dijeron.
—He estado haciendo los preparativos necesarios.
—¿Quiere eso decir que has decidido complacerles?
—No tengo más remedio. —Y extendió ambas manos con gesto desvalido—. No es tan sencillo como parece a primera vista engañar a Radcliff. Además, tiene a dos rehenes…
Ella bajó la mirada.
—Uno de ellos es alguien que significa mucho para ti.
—Ambos significan mucho para mí.
—¿Pero no te das cuenta que…? —Se interrumpió y apartó la mirada—. Iba a decir que no son más que dos personas.
—No es cuestión de número —repuso él, en tono colérico—. ¿Están aquí… a bordo de Vega?
—Lo ignoro. Caso de estar, se hallarán en el eje. No puedo censurarte que desees protegerlos.
—Aún no lo tengo decidido… de momento. Sé muy bien lo que está en juego. Lo único que puedo decirte es que Vega no abandonará su órbita a la hora prevista.
Una sonrisa de aprobación suavizó las ascéticas facciones de la valoriana.
—¿Así, has resuelto retrasar la maniobra?
—Provocaré alguna clase de avería en el último momento… haciendo que parezca auténtica a fin de tener una buena excusa.
Ella empezó a pasear por el pequeño espacio despejado que había ante la puerta.
—¡Si pudieras escapar! Entonces no podrían cambiar de órbita a la estación.
—No podría irme… sabiendo que ellos tienen prisioneros a Helen y Bill.
Ella se volvió hacia él con gesto de ansiedad.
—¡Hay una navecilla en el eje, casi con carácter permanente! Suponiendo que ahora haya una atracada allí, y que tus amigos se encuentran también en aquel lugar…
Andelia se sobresaltó al oír girar una llave en la cerradura.
Gregson se ocultó inmediatamente detrás de una caja.
La puerta se abrió y entró un guardia, que luego cerró cuidadosamente a sus espaldas. Vuelto de espaldas a Gregson, se dirigió a la valeriana con estas palabras:
—Radcliff dice que tú eres un exceso de carga y voy a arreglarlo inmediatamente.
El destello carmesí de su pistola láser, que acababa de disparar un rayo, rasgó la penumbra del compartimiento y Andelia cayó con ambas manos en el pecho, en el lugar donde el rayo fatal había atravesado sus dos corazones.
Furioso consigo mismo por no haber podido prever ni evitar aquel brutal asesinato, Gregson saltó sobre el guardia y le derribó con un terrible golpe en la nuca, asestado con el canto de su mano.
Mientras su víctima se debatía a causa de los efectos paralizadores del golpe, Gregson se apoderó de su arma y paseó el rayo por el cuerpo del guardia. Sólo cuando el mortífero rayo empezó a debilitarse comprendió que estaba malgastando su carga. Luego, embolsándose la pistola, salió cautelosamente al corredor.
Se habían terminado sus complacencias con el Departamento. No podía seguir contemporizando. Porque únicamente sospecharían de él cuando terminasen por descubrir los dos cadáveres. Tenía que pasar inmediatamente a la acción. Y su primer movimiento consistiría en averiguar si Bill y Helen se hallaban efectivamente en el eje de la estación, si se hallaban muy vigilados y si allí se encontraba atracada una navecilla. Ni corto ni perezoso, se dirigió hacia el ascensor radial más próximo.
Mientras ascendía por el radio hacia el centro de la gigantesca rueda, consultó el indicador de la pistola y vio que el rayo pronto dejaría de ser de intensidad mortífera. Poco a poco su peso fue disminuyendo hasta que solamente la aceleración calculada y graduada del ascensor mantuvo sus pies pegados al suelo. Cuando la luz roja se encendió, asió con ambas manos la barra horizontal de sostén. El ascensor deceleró suavemente y su cuerpo giró en torno a la barra, hasta que sus pies se posaron en el techo.
El ascensor se detuvo y la portezuela corredera se abrió. Se propulsó al corredor periférico del centro y avanzó flotando hacia la entrada más próxima. Pero al seguir la curva, no consiguió detenerse a tiempo antes de chocar con el cuerpo flotante de un guardia, que por lo visto había perecido por la acción de un rayo láser.
Se impulsó cautelosamente de un mamparo a otro hasta llegar frente a la entrada. En el interior, la iluminación era tenue. Los tirantes estructurales arrojaban anchas sombras sobre las paredes cilíndricas. En el mamparo axial, una compuerta neumática de diafragma estaba abierta rodeando la esbelta proa de una navecilla pintada de negro, con la escotilla de acceso entornada y con el casco recubierto de discos destinados a anular los impulsos de radar.
Y fue entonces cuando vio finalmente el supresor de rault de la estación… una enorme masa de componentes electrónicos aislados mediante cables y tirantes a un enorme generador adosado al mamparo. Pero en torno al generador flotaban tres hombres, armados de bloques de notas y lápices. Después de mirar por un momento a las diversas piezas, se detenían para tomar notas o hacer dibujos.
Gregson se haló a lo largo de una vigueta en Y, acercándose para ver mejor lo que ocurría. Pero su hombro chocó con una pistola de láser flotante que no había visto. El arma rebotó con gran estrépito en una pieza de la estructura. Instantáneamente los tres hombres se volvieron. El más próximo a él era Wellford. Con expresión pensativa, disparó un rayo láser con certera puntería, pese a su extraña posición.