Introducción

Con sus seis mil millones de años de antigüedad y sus 18 000 pársecs de diámetro, la gran formación lenticular titila en su grandeza cósmica, mientras gira majestuosamente en la negrura de ébano del infinito.

En términos generales, para aquellas formas de vida que aún se hallan en el nivel semántico, se trata de una «galaxia». Una especie viviente, amiga de las expresiones extrañas y románticas, la bautizó con el nombre de «Vía Láctea». Para otra especie, es «Uno de los billones de ojos de Dios».

Estas interpretaciones puramente subjetivas del concepto galáctico son comprensibles. Pues la llamada «Vía Láctea» nunca podrá ser abarcada plenamente por un intelecto evolucionado.

Cien mil millones de soles de infinita variedad y agrupados en formas constantemente variadas. Cúmulos resplandecientes que lucen su rutilante luminosidad celestial como miríadas de joyas engarzadas en magníficas coronas. Millares de nebulosas. Grandes nubes de materia opaca y cuerpos no luminosos que emiten a frecuencias que no pueden detectar los órganos de la «visión» únicamente visibles en la gama de los 2800 angstroms. Millones y millones de planetas, satélites, cometas, meteoritos y fragmentos interestelares.

El todo detenido en una sobrecogedora vorágine de movimiento congelado. Arrastrando tenues brazos que se envuelven sobre sí mismos en graciosa espiral vaporosa. Rutilando con el llameante resplandor de los soles que explotan… de manera muy parecida al brillo esporádico de la desintegración atómica en un microgramo de radio.

Efectúa una rotación sobre su eje cada 200 millones de años, según la medida arbitraria del tiempo que emplea la especie que con tanta despreocupación considera el majestuoso sistema como «su galaxia». Que semejante conglomerado superestelar sea considerado como algo incomprensible, está de acuerdo con la naturaleza de los seres cuya longevidad equivale aproximadamente a la mitad de la vida del samario 151.

Girando. Cambiando de forma imperceptiblemente. Resplandeciendo con la apagada pero potente luz de la combustión estelar. Evolucionando constantemente, al condensar gotitas, que no son más que soles nacientes, gracias a los átomos de hidrógeno. Dando a luz jóvenes y ardientes estrellas que inician orgullosas su ciclo vital, para finalmente, en medio de un furioso cataclismo, desplomarse sobre sí mismas y arrojar al espacio los restos a la deriva de los que nacerán sus descendientes de segunda generación.

Luego hay el núcleo brillantísimo e inaccesible del sistema. Su acceso está prohibido para siempre, a causa de su espantosa densidad, a la especie aventurera cuya curiosidad la lanza a navegar por las insondables profundidades del espacio en frágiles artilugios. Allí se encuentran apiñadas las estrellas Lyrae… como las llaman los seres que se consideran dueños de la Galaxia.

Y finalmente está… Chandeen, como la conoce una especie inteligente.

Quizás Chandeen sea la radiación conjunta de las estrellas variables tipo Lyrae. O el resultado total de sus oscilaciones. O tal vez sea sencillamente un precipitado de fuerza metafísica en el mismísimo centro de la Galaxia, foco de todas las fuerzas físicas.

¿Cómo describir este concepto hipermaterial a los seres que llaman «Vía Láctea» a la Galaxia?

Habría que decirles que Chandeen es como un sol. Que sus emisiones metafísicas (bautizadas con el nombre de «rault» por una cultura sensible al rault) son como la luz. Pero ahí termina toda analogía, porque del mismo modo que sería imposible explicar lo que nuestra especie llama «ver» a un ser que no fuese «sensible a la luz», resulta también imposible describir lo que es «zylfar» a uno que no sea «sensible al rault».

Baste con decir que el rault emitido por Chandeen penetra en todos los objetos físicos, bañando al mismo tiempo la mente del perceptor sensible al rault. Y vincula al que contempla y a todo lo contemplado en una grandiosa unidad.

Zylfar, para cualquier especie que zylfe, es ciertamente una forma de percepción inimaginable para los seres que llaman «Vía Láctea» a la Galaxia. Para éstos —cuyo contacto con el medio ambiente sólo incluye la percepción táctil, la excitación epitelial, las reacciones olfativas, la recepción de vibraciones moleculares en un medio gaseoso y la sensibilidad a diversas bandas del espectro electromagnético—, para estos seres, repito, zylfar correspondería a las funciones de un sexto sentido.