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Mira el pinzón sin ver en el reflejo. El bando se colma en la ruina de la cosecha. Quiero el pan que guarda el vientre del pinzón. Mi progenie comería agua y centeno amasados por la tormenta. De la vega al nido en el roquedo. Aún caliente el pan. Del vientre del pinzón al vientre del alcotán. Cuando el viento arrastró la niebla. Desde la tormenta. La piedra de la montaña imantó los restos de nubes antes de desvanecerse. Cada mañana el vapor descendía para descansar sobre el valle. Hasta los rebalses subterráneos sorbían en la niebla. Porque el viento se demoraba en otros valles. Mientras mi progenie se mantenía del jugo de las mariposas. El vehículo verde refleja una ilusión. El valle se adentra en cada gota de niebla. En cada valle flotan gotas que reflejan una infinidad de valles cubiertos por la niebla. Inmune al engaño los atravieso todos. Ningún aprecio me retrasa. El costado hacia la tierra. El vientre ofrecido a la ladera. Mi dorso compite con los azules del metal. El hombre que cuece el pan aprendió a buscarme. Lo dejo admirar. Desprecio su admiración. La pluma esconde mis cicatrices. Que se me admire no me libra de matar.

Como la nube a la estrella.

Como el dolor a la libertad.

Si se oculta el alcotán.

A la presa el descuido condena.

Coro: Contra el presente nada cabe. Una primavera perfecta jamás llega. A cuanto vive conmina la vida. El peligro nació en nuestro propio huevo. Demasiado lamento en un valle vestido por la luz. Como si nada de cuanto habita en el valle participara en la creación del valle. Como si el alma del valle fuera creada a la medida de un animal carente de alma. Que el alcotán sea fiel a su especie concluye este canto. En el huevo del pinzón ganaban calor los días de amenaza. El coro de pájaros no canta la palabra historia. La herida siempre duele hoy.

Quiero ver que el hombre que cuece el pan quiera verme. Como animal de tierra admirado del volar. Por soñado más irreal. Con la emoción como prueba de la ligereza del sueño. En la fuerza de este engaño ambos nos cubrimos. Acechamos juntos el final de todas las pendientes. Tras el vidrio despierta al verme. El rostro lo delata. El ánimo se le agita. Cansado de soñar los pasos de la mujer el vuelo le provoca admiración. Siempre lejos del final del sueño. Para avivar su velocidad imito en el aire la espiral de los caracoles. Penetramos las capas de sombra que sólo el topo ve con los ojos cerrados. Las trampas del viento no nos detienen. El vehículo verde me sigue como el bando sigue a la grulla más fuerte. Domino al hombre que cuece el pan porque domino su costumbre. Cuando vuelva al atardecer. Donde el bando de pinzones espigaba el centeno. Tan rápida la muerte. Al paso por el lugar no resiste la emergencia del recuerdo. Mira al frente evitando encontrar testigos. Siente el frío del corazón que la sangre no templa. Donde el pinzón picaba semillas que ya germinan en el vientre de mi progenie.

Cuanto ve la vida no lo ve el valle.

Cuanto sabe la vida no lo sabe el valle.

A la vida el valle pregunta.

Secreta es la respuesta de la vida.

Atrás quedan los vientos que me impulsaban. Por detrás me sigue el vehículo verde y el reflejo en el que me disimulo. Pliego las alas. Anuncio las garras. El bando de pinzones asalta el cielo. El golpe no me detiene. El corazón al que apuntaba ya late contra mi fuerza. Como el rayo desaparece la vida. El vehículo verde llega más tarde. La escena ha roto la boca del hombre que cuece el pan. La sangre del pinzón derrite la escarcha que la noche dejó en el filo de mis uñas. El cielo refleja más azul que nunca la luz de mi dorso azul. Volamos juntos sobre el bosque. En la pedanía los gorriones disputan migas aún calientes.

Coro: El coro de pájaros no canta la palabra culpa. La vida y la inocencia no se incuban juntas. Si la montaña acusara de sus heridas al rayo. Si el pinzón acusara al alcotán. El entusiasmo que la primavera despierta en los libros delata la ignorancia que contienen. Solo la ceguera provoca más error. La devoción con que las palabras evocan los lugares sagrados no consigue darles existencia. En nombre del vientre se celebran los sacrificios que mantienen la vida. Qué dios de los hombres creó el hambre debe responderlo el hombre.