Se detuvo en el umbral. Respira en nuestra oscuridad. El relámpago ilumina el fondo del bosque. Un perfil de plata lo recorta contra la lluvia. El espejo en la pared devuelve la imagen del leñador. La derrota permanece un instante en el reflejo. Luego de tanta luz la noche lo apaga. El niño grita como la liebre en el cepo. Y el leñador entró en el oleaje. Y el trueno no llegó porque el agua tronaba en la casa. Y el leñador maldecía con la boca llena de madera. Le quedaba negarse pero se contuvo al abrazarlo.
Como si abrazara un secreto.
Como si rezara.
Rezaba al preguntar.
Preguntaba porque se oponía.
Coro: El coro de pájaro nunca canta la palabra dios. Una vida distinta a la que vivimos nos exigiría nacer en nidos que no aprendimos a construir. El aire nos mantiene sin preguntar qué mantiene al aire. Esperamos el cumplimiento de las estaciones mientras evitamos perturbarlas. Atravesamos la vida como el sol traspasa el agua transparente. Elegimos ramas inmóviles. El pájaro fía su camino a las estrellas. Al volar vemos tras el horizonte la distancia que las palabras persiguen en sus preguntas. Si adoráramos dioses tendrían nombres de color.
Y el llanto se abre con los brazos. Y el leñador los recoge entre los suyos. Y una nueva voz de advertencia suena a última. El niño confirmó. El padre lo atrajo. Se cubrieron bajo el gabán. Juntas las olas levantaron la mesa. La empujó para librarse de su deriva. La cuerda apretaba la cintura del leñador. Sumergida perdía su nombre la tierra. La tormenta se adueñaba del tiempo.
Mata el agua que no limpia.
Retiene la herida que no mata.
Hasta el roquedo cae cuando se le empuja.
El nudo afirma el extremo de la cuerda.
Quizá si la corriente no los retrasara. El agua en dirección al mar. El bosque que entraba por la puerta. La deriva en el abrazo. La prudencia que pesa como el miedo. El gabán se removió. Antes de salir el niño asoma para extender el brazo. Apunta a la jaula. El soto se partía en caminos que no volvían a encontrarse. El leñador vuelve el rostro. El valle anocheció más oscuro que la muerte. La mirada avisa de una luz que no señala retorno. El leñador descuelga la jaula. El niño me busca con las manos. Entre ambos pechos me golpean desiguales latidos. La casa se abandona en el cauce. El recuerdo del soto se alejaba hacia el mar.