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Para abrirse paso hacia la leñera avanzó de costado. La casa aguarda al leñador como abandonada. El niño hipa. Un rayo alcanza la roca de los murallones. El resplandor azul entra en la casa como un reflejo del mar donde pesca el gavión. Más gana la señal del agua en las paredes. La mesa se resiste a nadar porque el niño aguanta sobre la tabla. Una lengua de barro negro descendió la ladera. Por detrás se abrió un arroyo nuevo. La cerca los contuvo y derivó el cauce hacia la casa. En lo profundo del bosque el rayo entraba en la tierra bajo los árboles. El fuego prendía desde la raíz. La llama se extinguía bajo la lluvia. A la aspereza del viento se añadió olor de carbones apagados. Y el leñador desata los perros. Y los desampara en la ladera para salvarlos. Y el último ladrido desciende como el caer de una estrella. Ayer la montaña vertía hacia el valle la transparencia de los manantiales.

El recuerdo duele como herida.

La herida calma mientras duerme.

La tierra descansa con la noche.

La noche siempre sobreviene.

Es cierto que la avenida no lo tumbó. Mantuvo la cuerda en el torso. El brazo la apretaba contra el cuerpo. Vueltas de cuerda apretaban el puño. Que las rodillas se le cubrieran no frenó al leñador. Lo guiaba su vestigio de animal feroz.

Coro: Ninguna otra especie se enfrenta a la tormenta.

Ata la cuerda al brocal del pozo. La higuera se inclina hasta hundir las ramas en el agua. En lugar de volver se dirige hacia el puente. Según avanza contra la corriente libera la cuerda. Al leñador guía en la noche el recuerdo de las mañanas. Como los animales ciegos seguía el camino. La corriente de barro y ramas lo tentaba más arriba de las rodillas. Al llegar al puente se volvió para tensar la cuerda. La distancia sumergida lo obligó a retroceder. El leñador ata el extremo al álamo que da principio al camino. El cabello parece quemado por el barro. Un trueno inicia el regreso. Sobre el agua la cuerda se curvaba como el filo del hacha.

Se deshace de la duda.

Brilla entre la renuncia.

No la corta ni el descuido.

La cuerda que salva ofrece tacto de caricia.

La corriente abrió la ventana para salir al valle. Las ropas navegan junto al colchón. La antigua cuna se hunde. Las astillas de prender flotan como peces muertos en el lago. La mesa gira en el eje del niño. Deslizándose amaga nadar. La detiene el rincón bajo la jaula. El niño se aprieta en el gabán. Tuerce la cara y grita. Nada se le oye. El ruido que arrastra la crecida devasta la casa. Ramas de árboles que contaban tiempos desterrados se le enredan entre las piernas. De dónde provengan solo el viento responde. Llorando el niño lava el miedo de la cara. Pero deja de llorar cuando el agua lo golpea contra la pared. Si lo asolara el pensamiento de los adultos el niño aceptaría que nada tiene salvación. La tormenta ha traído el mar para que conociéramos el reflujo de las olas.