Cuanto más. Como tijera de esquiladores. Otras guindas como ayer. Cuanto más tenso. De tan brillante la piel encarnaba la mañana. El hilo cortaba. Los nudos ni consentían el aire. Cuanto más por volar. Más se aprieta el ala cuanto más quiero librarla. La pluma se aja como empapada por la lluvia. La veleta giraba desnuda. Donde estuviera el cernícalo. Otra amenaza ocupa otro lugar. Que se oculta cuando el acecho lo aconseja. Las ramas del guindo me ocultaban a su ausencia. Una voz llamó desde la trampa. No puedo cantar qué cantaba. Solo recordar y lo olvido. El día se cedió al sol. La misma evocación en los campos y la misma convocación a vivirlos. Cuanto más se descuelga la red menos caigo. Menos me aprieta el hambre. Sin presentimiento del secreto que la noche albergaba. Alguna rama se meció sin que el viento la meciera. Menos cielo me cubre. La red me aprieta con la aspereza de los nidos abandonados. Se inclinó el balance y se quebraron las ramas del guindo. A mi lado volaron hojas. El valle oscurece fuera de los hilos. Ni un canto más puedo.
El camachuelo en la red.
Despeinada la pluma rosa.
La sorpresa lo aturde.
Como las estrellas teme caer al vacío.
Coro: La garganta le calla solo por recordar. Se comprende que olvide. Cantamos lo que sigue una vez en la red. El camachuelo empavorece. Habría de desterrar el miedo de su corazón para que el hilo no lo apretara. Porque nunca se le previno el espanto lo condena. El nudo se desliza y el lazo corre por el cordón. La red se cierra como el puño del viejo que sigue la escena. El camachuelo busca el aire. El pecho rosa arde rojo por dentro. Pequeñas plumas asoman entre los hilos. No se acuerda de la guinda el camachuelo. Si a los pájaros advirtieran presentimientos de animal humano habría desconfiado del silencio de la huerta. Del instante en que se detenía el valle mientras el curso de la vida pasaba solo para su vida. Cuanto sigue aún lo empavorece más. La sombra cubre al camachuelo. No parece que el sol traspase la intención. Con la media mirada el viejo de la cara rota le apunta. La satisfacción no alivia el gesto torvo. Se tienta el apoyo sobre una rama baja. Le prueba la firmeza y cuando se convence suelta las manos. El último intento del camachuelo aprieta más la red. Como a toda presa el engaño y la esperanza se le revelan iguales magnitudes. Y queda un instante por cantar. El camachuelo no se agita más. Quedaba entregarse al viejo y ya lo hemos cantado.
Despide la media mirada como si en ella se viera un valle diferente. Le falta el brillo que al ojo confieren los colores. Setenta veces el viejo de la cara rota se contaba. De aquel lado se volvía para mirar. Se contaba las guindas antes de aflojar los nudos. El viejo mastica la fruta que ya no puedo picar. Que se deshacían en los dedos. La cara se le rompía en la frente. Hunde el ojo hacia su agua. En la piel una arruga cruza las demás. Lo profundo no le impide. Una sonrisa curva la boca. La dicha le hiere el rostro tanto como el dolor.