Bajo la sombra de las nubes la sombra de los niños se torna más azul. La primera en cubrirme acerca consigo un frío desconocido. Una parte de su oscuridad altera la superficie del agua. Donde cubre la sombra el reflejo de la charca se hiela. Hilos de brea me atan la pluma. El niño de las botas sin cordones me busca con la mano extendida. Tardaron en levantarse lo que tarda la avispa en clavar el aguijón. El salto arrojó el ato. El libro de los pájaros desplegó una cola de páginas. El viento leyó en ellas. Picos de chova. Pareja de zampullines. El baño del charrán desde la altura. Manchas grises pintan el huevo gris de la agachadiza. Sacudí la calma de la orilla. La brea recogió arena. Mi golpe contra la tierra los avisó. Una eternidad me separaba de los tres niños. A pesar del salto se temen que nunca me alcancen. Corriendo cuentan los pasos de la carrera y al final suman una nada. Antes de encontrarme ya están sobre mí. Su sombra pesa como un sentimiento impropio en un pájaro.
Se canta que vence la hierba.
Porque su deseo absorbe la luz.
Porque da nombre a lugares sin sol.
Se canta que la sombra del hombre no pertenece a un animal.
De entre las sombras me asalta una sombra más azul y más pesada. La garra que me busca no despliega uñas. Esquivo los dedos redondos. El esparto paraliza mi ansia. El deseo de nacer de nuevo no me defiende. Hasta esta mañana cada madrugada ofrecía un retorno hacia el primer aliento. Como al agua que salta la cascada ninguna traba retenía el curso de mi tiempo. Intento levantar el vuelo pero sólo arrastro mayor estrago.
Aparta.
Huye.
Vuela.
Engaña a la sombra.
Hilos de brea me atan la pluma. Cuanto más ansío liberarme del esparto más siento mancharme. El ala se aparta donde no la domino. Temo si deja de obedecer porque dejó de pertenecerme. Resisto aun siendo menos pájaro. La orilla de la charca se acerca como otra amenaza mayor. Más barro y más esparto me siguen. Ya no guardo de pájaro más que el recuerdo de volar. Me detengo junto al agua. Me abandona la última fuerza que nació conmigo.
Coro: La sed que te ahoga ya no se calma. El cielo por el que desesperas ya no te cubre. El coro de pájaros no canta la palabra milagro. El viento ocupó para siempre el nido en que naciste hace una eternidad de pájaro. Los paisajes que has volado se cubren de nuevos retoños que no verás florecer. La lavandera pintada en el libro de los pájaros vuela con mayor libertad.
Al amanecer todo amanecía por primera vez. El valle se iluminó como si fuera un lugar nuevo. Desde la villa una campanada rizó el aire. El aliento del río condensaba capas grises y blancas sobre el curso del agua. La acequia me sirvió larvas de efímera durante la mañana. Después busqué semillas donde el pasto declina. La tarabilla cruzó hacia el hayedo. Le brillaba la pluma anaranjada. Cedió un aviso al pasar. Desapareció tras la nube de resina que descendía del aserradero. El sol era blanco y la luz brillaba blanca.