La niebla os ocultó el morir de la tórtola. Cuando al amanecer. Nada más que la niebla negra lo observa en la montaña. Después lo supo el resto del valle. Al extenderse la mañana muchos se disputaron el cadáver. Encontraron que la herida los esperaba desnuda. Se abate una pareja de urracas a las que avisó la quietud del cuerpo sobre la pista. Las sorprende una carne tan reciente. Esperando que la muerte se endureciera en ella las urracas regresaron al bosque. Como a otros pájaros negros la luz del amanecer comenzaba a cubrirlas de azul. Porque el vehículo verde se vierte temprano a la pendiente temprano lo sigo. El hombre que cuece el pan cargó más canastos que de costumbre. La mujer no sintió el despertar. Lo demás se refugiaba como la mujer. Casi noche aún. A la pedanía no sube el tiempo que emerge del fondo del valle. Los pollos de la lechuza duermen como vegetales. El hombre que cuece el pan decide según una mayor prisa. Contra la niebla. Mientras las urracas esconden el pico posadas en la rama. Por ocupar la altura esa muerte me señaló. El tiempo que he vivido en el corazón de la tórtola ha durado como la vida de una burbuja en la cascada. Llegué en el último latido. El silencio del valle demostraba las soledades en que vive cada animal. La altura consigue ventaja de los silencios. La soledad de la montaña concede una visión anticipada de lo inminente. Tan rápido como el morir del rayo fue la muerte de la tórtola. Contra el vehículo verde. Cruzaron caminos que los separaban. Para que se encontraran la niebla los atrajo. Antes de golpear contra el metal se forja el golpe de ala que la tórtola opuso. Le faltó una barba más en la punta de cada pluma. Si la tórtola hubiera nacido en el nido del alcotán. A través de la niebla. Minúsculas e incontables gotas se abren hasta mi volar dejando paso al chasquido. El golpe me encuentra. Al cazar mis presas nunca provoqué ese ruido de huesos rotos. La pista reblandecida por la niebla alargó la caída de la tórtola. Parada sobre el ala. Al volar sobre ella vi que también quería volar. A punto de morir siente el peso del aire. Por primera vez en su vida lo siente la tórtola. Luego dejo de oírle el corazón. El cuerpo inerte calentó la tierra durante un instante. El vehículo verde reflejó la quietud y el silencio que quedaron detrás. Ningún otro animal en el valle advirtió el suceso. Una barba más en la pluma faltó a la tórtola.
Coro: Las mañanas difieren en los cadáveres que abandona la noche. Ninguna niebla es igual a otra. En cada amanecer el valle despierta diferente.
Desde que abandonó la pedanía. Hunde el filo de las piedras en la pista húmeda. Por detrás del vehículo verde se deshace la consistencia de la niebla. Un hueco de nada queda como estela. Después la niebla lo engulle. El hombre que cuece el pan escruta en la caída de la ladera. La densidad de la niebla se ablanda en lo más próximo. Dentro del bosque crujen viejas cortezas. El musgo retoma el respirar. La tormenta ha traído insectos que pertenecían a otra estación. Cuanto aguardaba en la oscuridad amanece a la vez. La primera urraca disimuló el primer picotazo. Esas que roban en nidos ajenos. Volvieron sobre el cuerpo una vez frío y duro. La tórtola ya no parecía tórtola. Tomé a ese pájaro por criatura que la vida privilegia. Los pollos de tórtola abarrotan el nido. Los campos se abarrotan de semillas que ceban a los pollos de tórtola. Nada en el valle ha lamentado esa muerte. Ninguno de nosotros se comprueba ese olvido. Una mañana más el vehículo verde levanta el bando de pinzones. Al final de la pendiente.
La temeridad del alcotán.
El vuelo como de insecto.
El hombre que lo descubre no lo olvida.
Volar como alcotán y recordar como hombre.
Coro: Una falsa muerte adelantó la muerte de la tórtola. La muerte verdadera mata sin desolación. A su encuentro vuelan los pájaros viejos. Para que nada los turbe buscan la rama que nace en el centro de la niebla. El pájaro a punto de morir se posa en el lugar adonde nada se asoma. Al cabo vuela sin desplegar las alas. Cae sobre la tierra mientras el cielo cae a la vez. La niebla envuelve en su telar al pájaro. El valle come nuestro cuerpo después.