Hasta el castaño llegó vestido para celebrar convites. El lazo de color rojo cerraba la caja. Las figuras armadas se protegían entre virutas. Como rescatadas de una derrota en la nieve. El niño abuelo las pesaba todas en la mano antes de dejarlas en pie. Frente a la exaltación de la postura no les faltaba arrojo a los soldados de plomo. Uno más erguido levantaba la enseña. Ninguna figura ganaba a esta en filigrana y color. Si el reino del juego conquista al niño el abanderado lo hace cautivo. Tres aspas rojas sobre un paño de oro. El esmalte protegía el plomo con un brillo de agua pura. El estandarte se levantaba para oponerse al viento tiempo. Contra los vientos que querían abatirlo una vez vencido el tiempo de jugar. El castaño donde se cobija la figura es un retoño si se compara con la edad del plomo. Lo esconden ramas quebradas por todos los vientos del valle. Ha bebido en todas las nieves derretidas que después colmaron los lagos. Conserva los colores como si no hubiera de conocer jamás el otoño. Nunca nacieron moradores capaces de sobrevivir a sus construcciones. La última abubilla conserva en el valle la presencia de todas las abubillas. Vi construir la casona blanca y espero anidar sobre su ruina. Pues nace de todas las vidas de mi especie negad que surja de la vanidad este canto.
Soy el alcaudón.
Soy el autillo.
Soy la grulla.
Soy el alzacola.
Coro: El coro de pájaros no canta la palabra otro. La presa clavada en el espino sustenta a todos los alcaudones. El canto del autillo que entristece la noche no guarda propiedad. El viaje se perpetúa en todas las grullas de la bandada. Los colores del alzacola defienden el posadero que nunca se abandona.