Como le falta tumba la espigueta con el pie. El tallo dobla por encima de la tierra. Suena el chasquido a la que el tallo quiebra. El viejo se inclina a por él. Como le falta. Lo parte. Junta las mitades y vuelve a partirlas. Como le falta la certeza las manos no le consienten una calma entera. En otra mejor hora tomaría la dulzaina. El fieltro verde sobre las rodillas. Para admirarle el brillo frotaría la caña. La noche pasó sin que sonara. El viejo cruza por la espalda los tallos quebrados. Pone el oído de lado. Busca en la enramada. Sacude la sombra. Que se agita con el viento que desciende la montaña. Aquellas guindas picadas que al atardecer descubrió. Una mostraba el hueso. Sin pareja. Con el daño en la carne otras le herían la media mirada. Durante la noche al cárabo faltó el canto de la dulzaina. De madrugada el viejo se soñaba caído en la arena. Guinda herida por el metal se soñaba. Esperó el desplome del terraplén. La pala se clavaba en la carne hasta descubrir el hueso. La pierna picada por la pala. Oyó las campanas de la villa como el amparo de testigos ciegos. Al cernícalo despertó el tañido del vientre. La mañana viene. Como le falta. Agita los tallos quebrados y vueltos a quebrar. Busca entre el guindo. El cernícalo sigue la búsqueda desde la veleta.
La madrugada en el valle.
La luz aún desamparada.
El primer canto siempre húmedo.
En el valle despierta el color.
Como le falta. Con el tallo quebrado en las manos. La cojera no lo retrasa. El sueño reciente no lo entorpece. Aturde a los puerros cuando pasa. Busca nidos y furtivos. Hacia las ramas del guindo. Me imagina entre el canto de los pájaros que empieza a remover la mañana. Alza la mano al mentón. Que avisan del medio gesto. Como le falta la certeza aparta las ramas. El viejo de la cara rota fija la atención. Empuja fuera de la cuenca el único ojo. Con el cejo en forma de hoz. Más profunda al estrechar la arruga. Me roza la mirada. Me halla en el guindo pero nada se lo avisa. Pasa sin detenerse en la rama. El rostro delata que aborrece doblar la cerviz. La mañana se avergüenza de esa mueca.
Coro: El hombre que pretende nuestra alianza levanta el brazo. Cierra su puño para que reposemos en él. A esa altura nos enfrenta la mirada. Ve en nosotros un igual. El camachuelo no quiere recibir la mirada del viejo.
La guinda mostraba el hueso. Fuera de la tapia uno saluda. El viejo de la cara rota arruga la frente. Que se vuelve sin respuesta. Recuerda el paisano que el viejo no se gasta en atenciones. El mismo desdén vale para todos los de la villa. El cernícalo ganó la veleta después de superarla el sol. Ha girado un norte para acechar hacia el puente que salta el río. Mientras retiene el viento en otra estación. El del saludo remontó hacia el cercado de colmenas. Ya no anda en el camino. El viejo ni lo recuerda. Empuña los tallos de la espigueta quebrada y vuelta a quebrar. El viejo de la cara rota nunca agradeció los colores de mi pluma. Ayer conoció mi picada en la guinda. Porque nunca los admiró no los agradece. Hasta el hueso. Con la herida abierta en la guinda. Le duele como el recuerdo. Oyó las campanadas que no avisaban a nadie. La pala manchada de sangre. La piel abierta hasta el hueso como una guinda picada. De arena que entra en la brecha. Como una herida el dolor de la fruta abierta. La guinda me pertenece tanto. Se embellece tanto. De tanto frescor que el arroyo la envidia.
Cuando el viejo sestea el camachuelo pica la fruta.
Cuando el camachuelo siente el sueño del viejo.
Una mancha enrojece el pico del camachuelo.
El viejo levanta el puño pero no ofrece alianzas.