Cuanto más cerca más ventaja. Más próximos el vehículo verde y el pájaro azul. Más un mismo animal en una sola pendiente. Según suceden las mañanas más. El hombre que cuece el pan lo cree una casualidad. Coincidencias que alivian misterios. De esas redes que el valle tiende a sus pobladores. Coincidencias que sorprenden presas desprevenidas. A falta de espinas en la nuca. El hombre que cuece el pan no recela del alcotán. Me piensa un pájaro más. De esos pájaros que cruzan su camino buscando refugio. Pájaros que pactan con las grietas de la piedra y la oquedad de los árboles. Por desatender las preguntas del valle se confunde el hombre que cuece el pan. Habita el valle sin atender a sus cuestiones. Esa desprevención me aventaja. Nada sugiere la ocasión que la prisa del vehículo verde ofrece. La pendiente vive sin seguirnos. Cuanto me extraña ensancha mi oportunidad. Más próximos el vehículo verde y el pájaro azul. Cuanto más juntos más ventaja. Según suceden las mañanas más. Desde que la tormenta inundó el valle. La prisa crece desde que un viento nuevo deshace la niebla. Se acorta el tiempo hasta la villa. Cuanto más rápido más ventaja. Se acorta el tiempo que me separa del pinzón. El hombre que cuece el pan se demora al amanecer. Lo retiene el respirar de la mujer. El calor de la mujer. El sueño de caminar de la mujer. Mientras la sombra del cedro retiene la llegada de la mañana sobre el empedrado. En el descenso el vehículo verde despide piedras cruzadas por venas marrones. La huella de la última tarde se endureció durante la noche. El hombre se balancea según lo impulsa la pendiente. Cuento las distancias que desciende el vehículo verde. En los intervalos del sol se mide nuestra prisa. De la pedanía al manantial. Del manantial a las ruinas del molino. Del molino al quiebro de la garganta. De la garganta al puente donde caza el martín pescador. Del puente al cruce de la vía. Del cruce al campo de centeno. Los pinzones esquilman la cosecha sin amo. Cuando la noche de la tormenta. Esos granos arrojados sobre la pista. Cuanto más cerca más fácil alcanzar al pinzón.
Con el tiempo el alcotán aprendió a medir el tiempo.
Aprendió de la paciencia de su estirpe.
Aprendió a dividir el movimiento.
El movimiento del sol es ventaja para el alcotán.
Por detrás de mi volar. Por detrás la sombra del vehículo verde se extiende sobre la pista. Me cubre la sombra cuando me quiero bajo ella. Quiero teñir mi dorso azul dentro del reflejo verde. Cuando el sol ya anuncia que pretende dominar el valle. El vuelo se confunde con el ruido del vehículo verde. Abajo los pinzones sacuden la espiga atrapada entre sedimentos de barro y centeno. La piel del vehículo no ofrece el tiempo que necesita para descubrirme. Rápido como el descenso del rayo muere. En el último reflejo flotan en el aire plumas de pinzón.
Con el tiempo el alcotán aprendió a vivir sin culpa.
Aprendió de la necesidad de su estirpe.
Aprendió a esconderse en el ruido.
En la costumbre del pinzón gana experiencia el alcotán.
Según pasan las mañanas más. El hombre que cuece el pan arrastra su costumbre. La mujer tendida de lado. El lecho caliente bajo el peso inerte. La plaza en cuarterones de piedra donde aprende a comer el gorrión. De la mano que obliga al agua y la harina. Desprecio esa historia que revive la fatiga de siempre. Nada en el animal humano es digno para el animal que mira desde el cielo. Me quiero en su ventaja hasta servirme de él. A la hora en que el vehículo verde regresa el valle oscurece. Junto a los canastos vacíos carga las sacas. Polvo de centeno para cebar al gorrión. Encuentra la cama y la mujer. Anida en la costumbre. Según pasan las mañanas más. Según la niebla huye la montaña más penetra en el reflejo verde. La piel se le puebla con los secretos de la vida. Más profunda se hunde la superficie de la ladera. Más clara se hace la sombra en la espesura del bosque. La montaña vive en el reflejo verde. Remonto el vuelo después de apretar el pecho del pinzón. La corteza de los fresnos se desmorona en escamas. El envés de las hojas alberga crisálidas. La tarabilla ocultó su nido entre malezas. Los brotes del helecho se desenvuelven en hojas enanas. La orina del zorro marca la roca. Las viejas ramas se pudren en las aguas varadas tras la tormenta.