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La joven de ojos grises acerca la bandeja. Sobre los campos de centeno la tarde se inclina como un animal dócil. Las esquinas de la casona blanca ablandan su filo. La sombra se alarga hacia el zaguán de entrada. La joven despliega el paño. Lo asienta sobre la mesa de mimbre. Se incorpora y atiende a la distancia. A través de los ojos grises la joven evacua un pensamiento tan amplio como el valle. Al poco recibe la respuesta de los colores disminuidos por el atardecer. La sombra se atreve a cubrirles la cabeza. Una satisfacción desconocida en los pájaros ocupaba al nieto y al abuelo. La hacienda se extendía tan dotada que los protegía del apremio de vivir. La vega venía hacia ellos colmada. Ni uno ni otro reparaban en el abatimiento de los árboles. No los entristecía la huida repentina de los cantos. Que los verdes del hayedo mudaran su brillo por el desmayo del agua parda no les turbaba la tarde. Pues el sol se desgastaba para todos menos para el nieto y el abuelo. A diario les sirven en la galería abierta a los campos de centeno. La forma de los hojaldres imita la luna. El azúcar de los dulces se derrumba sobre el paño blanco. El niño toma templada la leche. Para el abuelo la joven vierte agua de colores. El humo asoma como si el fondo de la taza ardiera. Antes de abandonarlos la joven inunda el pecho ahogándolo en la calma. Días atrás el tábano superó el invierno. Sus larvas negras espesaron los remansos del río. Las últimas remontaban la espiga de agua en busca del aire. A las más tempranas les verdeaba el ojo transparente. El abejaruco tomó medida de sus edades. Las hayas más elevadas aún recogían el sol. A través de la vega se esparcieron avisos sostenidos en círculos. El niño y el abuelo se inclinan sobre la bandeja con desiguales ganas. Al contrario que los pájaros recién nacidos el nieto se entretiene en cada bocado. El abuelo pellizca trozos de hojaldre liquen que después se retrasan en la mano. Antes de llevárselos a la boca habla. A la voz no dificulta la demencia. Pues lo ocupan ideas perfectas aparenta conservar la sensatez. Habla sin temblor mientras abandona un rastro de palabras por donde el niño regresa. Desde el castaño me descolgué hacia la ribera. La espiga me peinaba la pluma del vientre. En los granos verdes se añadía un filo amarillo. La lluvia venidera se presagiaba en la consistencia del aire. La luz había resuelto abandonar el valle. El nieto escuchaba al abuelo sin percibir la porosidad de los gestos. Atendía entre bocados y sorbos. Pues la voz endulzaba las palabras el niño creyó en la voz. No importa qué acento los hubiera corregido. Tampoco qué lado del valle descubrieron juntos mientras recorrían el camino de la despedida. La desgracia humana no merece mayor consuelo que la de otro animal. Cantad vosotros las palabras devanadas allí.

El hayedo huele a anís.

Las nubes saben a nata.

El pájaro vuela como las culebras.

Y extiende alas de mariposa.

Susurra en los ojos del nieto el nombre del pájaro. Le cruza el dedo sobre los labios. El nieto promete el silencio con un gesto callado. La mirada sigue el perfil de cresta en que remata la montaña. El niño menciona el nombre en el pensamiento para que nada en el valle lo oiga. Ocultarlo prometieron. Pues los secretos se guardan a toda intención que no comparta el momento. El abuelo recitaba verdades innaturales como si le dictaran al oído. El hayedo huele a anís. Las nubes saben a nata. Alas de mariposa y vuelo de culebra. El pájaro retorna a la memoria cuando se perdió la facultad de recordar. Al niño cada bocado le sabía a descubrimiento. Confiándose lo tomó por verdad solo porque fue escuchado en el valle. Si lo cabalgó en las rodillas no podía extraviarlo. Aunque no comprendía escogió creer en el abuelo. Y creyó en el fondo de la vida como si la vida tuviera fondo. Hace rato que la taza no despide vapor. El hojaldre resbala y cae sobre el paño sin mediar acción. El pozo de nieve acoge el regreso de las currucas. El cielo se tensa a punto de estallar en polvo morado. Del cansancio ya no es testigo el sol cuando atardece. Por el zaguán asoma el aviso de unos pasos. El abuelo empuña el bastón. Se incorpora para inclinarse hacia el niño. En voz baja le predice el momento en que me conoce. El pájaro secreto repta sobre las espigas. Vuelo de culebra. Rompe los verdes del centeno. Alas de mariposa. Le pide que no lo espante. Pero se guarda de nombrarlo. El pájaro roba el recuerdo a quien menciona su nombre.