Después la tormenta anegó la charca. Con la crecida se unió al caudal del río. El agua estancada recuperó la vitalidad de un animal. Las primeras gotas de lluvia resbalaron por el esparto manchado de brea. Humedecieron la tierra y la tierra sudó el olor a lluvia. Al oscurecerse el cielo aún más se ennegrecía el fondo de la charca. Pronto la orilla ensanchó. Antes de la noche el agua cubrió las varas de esparto. Hasta la crecida del río se mantuvieron sumergidas pero yertas. Sólo después de formarse la corriente se desclavó el esparto. Las varas se unían al desbrozo arrastrado por la crecida. La brea se fundió con el barro. Según el libro de los pájaros la pluma se adhiere con solo rozarla. La costra de brea brilla oscura en el fondo del puchero. El asa conserva el arco del alambre. El fuego ennegrece las piedras. Han previsto un haz de ramas para cuando mengüe la llama. Escuchan en el libro de los pájaros. Los tres niños se sientan sobre la hierba. A su edad nada es insoportable todavía. El sol salía para ellos porque ellos lo esperaban. Del valle cubrieron hasta donde les consentía el tiempo de volver. Eran capaces de despreciar el sueño pero el tedio anulaba su esperanza. En la calma no vivían. Las horas que los adultos miden les pasaban como viajes inmóviles. Compartieron el libro de los pájaros como si aplacaran con él una misma ansia. El libro colorea huevos de tamaño real. Mide envergaduras entre puntas de ala. Recita artes de caza. Según el libro de los pájaros la pluma manchada de brea debe cortarse o el pájaro muere. Pero no traen a la charca el rigor de los cazadores antiguos. Tampoco disputan nada que no esté ya en ellos. La brea que dificultaba mi huida se manchó de barro. El sol intentó rasgar las nubes. Las tres sombras se perfilaron envolviéndome. En el hueco de luz que consentían descubrí que nadie les contó sobre los caminos que abandonan el valle. Que otros inviernos no conocían. Que los tres niños jugaban a muertes para comprender la vida. En el puchero la brea desprende humo y hedor. En volutas moradas el aire deshace el vapor negro. La brea aparenta lodo y huele a lodo. Del fondo emerge una pompa del tamaño de un huevo de perdiz. Al pronto casca y los tres niños festejan el ruido grave y hueco. El libro dice. La brea adquiere densidad conforme al fuego. Cocer hasta cuando la brea se adhiere a la piel. Que se adhiere con la consistencia de la resina dice después. Olvida de qué árbol. También dice que la brea acaba en un color de arena limpia. Pero los niños se asomaban al puchero y los confundía la negrura del fondo. Uno de ellos se desató los cordones y los arrojó al puchero. Rieron la idea. Los cordones prendieron en una flama que les amenazó la frente. Reían y se peleaban por reír con más gana. Después de nacer disfruto del viento sin sospechar que consiente sentirlo como un juego.
La voluntad del aire.
El imán de las estrellas.
Peligros tramados como nidos.
Donde el lugar de la trampa.
De la trampa no se me avisó al nacer. Mientras volaba sobre los prados del valle no obedecía llamadas. Advertí que nunca habrían de alimentarme ofrendas domésticas. Gracias al desarraigo de la tierra disfruté el vacío. Una paz lejana señaló el lugar de mis inviernos. Sobrevolé lugares donde los vientos se desorientan. Me despertaron alboradas de colores nunca vistos en el amanecer del valle. Pero mi sed acaba al borde de la charca apenas rozar el agua. Ninguna libertad me aconseja cómo evitar las cruces de esparto.
Coro: El lamento de la lavandera ya se escuchó antes entre nosotros. La queja de la vida que muere no es menor que la necesidad de la vida que mata. Queja y necesidad alimentan al valle. Salvo la dirección del peligro todo se nos cedió al nacer. Cuanto conocemos nos es propio. Lo que empieza en nosotros perdura en nosotros para siempre. Ninguna libertad privilegia el vuelo de los pájaros. Los hombres buscan libertades y encuentran palabras. Para volar ninguno de nosotros necesita este canto.
Las ascuas rozan el puchero. El niño de las botas sin cordones retira la brea. El asa de alambre lo quema. Sopla la mano y grita a la vez. La risa regresó como una ventolina cargada de alivio.