Cae con la ladera. Agita la retama que puebla el borde del sendero. Una vez en la vega salta los primeros cercados de lajas. Llegar hasta el guindo se retrasa un instante. Después deriva hacia la ribera envuelto en su propio murmullo. Como la nube envuelve a la luna. Vuela y remueve el aire que traspasa. Tantas que ninguna forma las atrapa. Como el viento cargado de hojas secas ha descendido. El colmenero levantó la tapa y el enjambre se asomó al valle. El sol da a la cera colores de miel. Las abejas admiten al colmenero como al rey que les falta. Miel viva hasta la muerte de la estación. Colores de alas tan frágiles. Que vive hasta destaparla el colmenero. Cuando el calor agoste las flores. De la villa pocos se acercan a las colmenas.
Coro: Ningún miedo más puro que el del hombre hacia la abeja. Su visión detiene al más osado. El enjambre nunca evoca el azúcar que guarda la miel.
Tampoco en la villa la música del viejo agrada. Una virtud que no espera admiración. Demasiado ajena. Por el valle suena la despedida del día que recita el viejo de la cara rota. La dulzaina solo ayuda a olvidar. El soplo desanuda el aire de la caña. Hacer orden del remolino alivia el dolor del hueso. Que retira el peso de las estaciones. De siempre la fama del viejo espantó al caminante. El daño en la pierna no lo ayuda a domar el trato. Los villanos prefieren la trocha del aserradero. Antes de rondar la tapia de la huerta. Al volver de la villa. Por si alguno se lo encontrara de frente. Los foráneos que se asoman conocen pronto su voz. Suena a noche que nunca alcanza la mañana. El dolor ya le mora en la pierna. De agujeros de dulzaina. Donde el hueso semeja una caña. Antes de la caída el viejo vivía de la arena. De los cauces que descubrieron las edades de arroyos extinguidos. Llegado el invierno las fosas que el viejo ahondaba se cubrían de hojarasca. La arena se cargaba en medidas para la fuerza de los bueyes. Después de caer sintió asombro. Siguió dolor. La arena ocultó la pierna. Al poco la sangre manchaba la arena. A lo largo de la trocha del arenal la correhuela cubre las lindes. En los taludes que miran hacia el río remonta la sombra. Asoma al sol y cunde hacia la pendiente del arenal. Mientras las larvas de la esfinge se dispersan entre la correhuela. Durante la noche el erizo hurga por ellas de hoja en hoja. Durante el día se guarda en el talud. Nidos donde duerme el erizo. De las paredes del arenal. La larva lo despierta con el rozar de la hoja. La abeja bebe en la flor de la correhuela. Dulce de color rosa. El viejo de la cara rota espanta a los villanos. Como a pájaros en las ramas del guindo. El viejo recela de los que pasean sin prisa. Llevados por antojo al lado de la tapia. A quien pregunta devuelve ausencia. Si una voz lo llama el viejo se sacude. Vuelve la espalda a la voz que saluda. En todos supone un camino distinto al propio. El viejo de la cara rota desprecia a los hermanos. La soledad del viejo fraterniza con el silencio de los valles cubiertos por el hielo.
El sol en la miel.
El tiempo en la guinda.
Un cauce interior las riega.
Un aguijón las custodia.
De agua que embellece a las piedras. Por donde la trocha declina se arrima un arroyo. Lame la tapia de la huerta en su paso hacia el río. Mejor noticia no espera el viejo que se le traiga. Prefiere la novedad del agua helada. Que se le traiga nunca pidió. Desprecia la cercanía que los hombres llaman amistad. Antes la aspereza del viento en invierno que el saludo del villano. El viejo de la cara rota solo atiende al verde de los frutos. Riega la dulce espera. Vela la noche de la huerta. Nadie le ronda el guindo. Si no acechara desde el campanario. Entre la sombra ve el cernícalo. Temo esa vista que se prodiga como relámpago. La villa se centra en torno suyo. El campanario dispone la plaza en cuartos de mercado. Del cernícalo se canta que pactó con el animal humano. A cambio de engrasar las veletas recibe el otero y su ventaja.
Coro: Al camachuelo empavorece encontrarlo en la veleta. Los que no recelan tampoco lo admiran. Pero jamás el camachuelo desearía ser cernícalo. El coro de pájaros no canta la palabra identidad. Aceptamos pertenecer al valle. Vivimos de acaso en acaso. Las libertades vienen cedidas hasta nuestra necesidad.