Días atrás la tormenta cantó. Para que admirara su voz el animal que no la teme. Otra en el inagotable recuento de tormentas que honran al valle. Como siempre el valle la consintió. Los árboles se plegaron obedeciendo al viento. Algún rayo prendía. En la misma tormenta se sofocó. Cauces secos despertaron ese invierno que duerme entre las guijas. Arrastrando mejor que fuego. La lluvia ocultó viejas cicatrices y abrió nuevas. El viento orientó la inclinación de los cultivos. La tormenta alivió el orden que somete a la tierra. Cuando la noche se desconvocaba el silencio. Los débiles temían la tormenta. Sacó al topo de la galería. Mejor cantó el cárabo. Ahogó al sapo en el carrizal. Mejor cantó la cigüeña. Arrancó el grano a la espiga. Mejor cantó el pinzón. Mejor la tormenta que el fuego. No alimenta la ceniza. El árbol quemado no brinda frutos. Mejor la tormenta. Para el pinzón. Para el alcotán también. Mejor.
El alcotán nunca miente.
Cantan que anhela el mar.
Para competir con las olas.
Para beber la sal.
Desciende la pista una mañana nueva. La niebla se tendió sobre el valle acompañando a la noche. En la pedanía brumas altas desgastaban las aristas de la plaza. La lechuza voló a las ramas bajas del cedro. El viento corría por encima de la niebla apretándola sobre la vega. Al alba quiso rozarse con el roquedo. Hurgaba en la hendidura que cobija mi progenie. El viento y la piedra cantaban para dormirla. Contra mi ventaja la niebla quedó como dueña del día. El vehículo verde bajó en ella. Me quiero delante. Me quiero entrar en su reflejo. Que roce las plumas de mi cola. Pero el vehículo verde desciende con la precaución de los animales ciegos. La niebla lo entorpece. Al encontrar el pliegue de la pendiente se detiene. Detengo mi volar. Se inclina hacia el vacío. Inclino mi horizonte. El reflejo de las copas se insinúa en el vehículo verde. La niebla diluye el contorno del cielo. Gotas de agua tiemblan sobre el metal. Al fin mi reflejo aparece. Del revés. Atravieso las letras. Un mensaje sólo para hombres ocupa los costados. Letras que adornan con colores desapacibles solo por permanecer próximos. Espigas que crecerían como enemigas se enlazan en la piel verde del vehículo verde. El adorno repele el mirar. Esa figura nada debe al ímpetu que perfecciona lo vivo. Ese mensaje no parece originado por el valle. No quiero mostrarme al pinzón. La lentitud me descubre. La cascada de ruido nos proclama. Demasiada prevención en el hombre que cuece el pan. Cuando la niebla. Mi perfil se desvela a punto de tocar la tierra. El bando de pinzones canta un aviso que ocupa una eternidad. La ventaja se pierde antes de formarse. Me elevo sobre el último círculo del eco. Vi al erizo entre el barro. En el cielo adquirí tamaño de insecto. Al final de la pista la tormenta depositó el fruto de la espiga. En nidos de cañas y granos. Mejor arrastrando que fuego.