El leñador y el niño se apretaban. Desatar el abrazo los separa para siempre. Una humana intuición les advierte. Al niño el miedo ocupa el lugar del llanto. Y el padre teme más que aquel. Y la jaula se pliega a la fuerza del abrazo. Y el alambre no puede impedir que lo atraviese el agua. La crecida arrastraba ramas de árboles que cubrían laderas por encima del soto.
Coro: Hombres y pájaros compartimos el temor hacia la tormenta. Este miedo no siempre nos detuvo. Ambos nos protegemos en huevos de agua antes de nacer. Pero esa agua desaparece cuando la vida nos reclama. Al nacer abrimos el pecho hasta que el aire harta nuestra sangre.
Tras la tarde el valle enmudece dentro de la voz de la tormenta. El sol quiso que lo taparan las montañas. La última luz rozó la cresta del roquedo. Tanto apretaba el niño la jaula contra sí que su corazón sacudía mi corazón. Cuanto falta para morir no se mide en tiempo cuando se espera la muerte. A pesar de envolvernos la lluvia el leñador escupe contra el agua. Llama a la mañana aunque aún la noche se adueña de nuestra espera. De su boca emana el aire del descuido. Caímos juntos pero el abrazo no se rompió. El barro no me permite cantaros.
Al escribano del soto quema por dentro.
Al escribano inunda el fuego.
No lo sofoca el agua de la tormenta.
Se le ahoga el canto en el morir.
Hasta que nazco en un nido nuevo. Igual que en aquel ocupo ahora una sombra seca. Me disimula el mostajo. Sus racimos de flores blancas coinciden con mi despertar. El nido se aprieta contra una roca elevada entre la maleza. Bajo tierra la piedra comunica con el risco que luego emerge en la montaña. El viento se enreda entre las ramas trenzadas del mostajo. El balanceo de las hojas marca el paso de esta primera tarde. La vida regresa sin haber partido. Este canto no busca cobijo ni precisa escucha. Tampoco mi vuelo ronda un único centro. El mostajo no me escogió pero me consiente. Oculta el nido cuyo huevo abrí por dentro. Hasta que vuele le debo la vida acabada en la tormenta. Vuelvo a nacer cerca de los cultivos donde germina mi próximo grano. Si morir valiera para volar por encima de las montañas. Ver siempre las nubes desde el lado del sol.
Coro: A los pájaros nos aturde el desvanecimiento que la lluvia extiende sobre el valle. Las horas retrasan su círculo bajo la lluvia. El agua nos retiene en oquedades y salientes. En el paraíso de los pájaros llueven semillas de trigo. A los árboles riega la sombra de los insectos. Toda agua permanece intacta y mansa en lagos subterráneos. En el sueño de los pájaros el cielo jamás se rinde a la tormenta.