3

Refleja el sol como la piel del lagarto. Lo cubre ese color verde que se alimenta de toda la luz del bosque. Tan verde que marchita el reflejo verde de las hojas del acebo. Verde la peña de la montaña. El cielo verde. Verdes mis alas azules cuando las refleja el vehículo verde. Otro animal de la montaña no se arrastra tan rápido. El viento que enfría el amanecer desciende con él. El vehículo abandona la pedanía sin que la pedanía presienta su ir. Por el valle derrama el ruido de la cascada contra la piedra. Cuando la prisa. Lo persigo desde que la vida despertó a mi nidada. Luego de la tormenta que sedimentó la cosecha en capas de barro y grano. Me quiero junto al vehículo verde. En el reflejo que repite los reflejos del bosque. A la distancia medida el pinzón pica entre el barro. Llegar hasta el pinzón con la velocidad de un reflejo. Antes que el calor del barro pudra la espiga. El vehículo verde arrojado desde la pedanía. Cruza el empedrado sin esperar el canto del alcaraván. El principio de la mañana se curva en el cielo como el dorso de la teja. Al paso del vehículo verde tiemblan las casas de la pedanía. Entre sus paredes el eco dura un latido. El hombre que cuece el pan cargó los canastos. Cubiertos de paño por debajo del asa. Traspasados por el vapor de la miga caliente. El vehículo verde toma la pista endurecida por la noche. Se arroja a la pendiente vertiendo borbotones. El valle lo recibe indiferente. Las últimas casas se invierten. Hasta que desaparecen en el reflejo verde. Como el cuello de la garza tuerce la pista. Los árboles nos cubren. Me quiero en ese reflejo donde vuelo al revés. Entre ramas invertidas. Me quiero en la prisa que lo atrae hacia la vega. Tose cuando se enfrenta a la madrugada. Cargado del pan que calmaría el hambre de todos los gorriones del valle. Respira el calor que emana de los canastos. Al toser funde su vapor con el vapor del pan. Lo gasta la fatiga antes de terminar el amanecer. Me quiero en la prisa del hombre que cuece el pan cuando desciende. La pedanía lo olvida. La montaña oculta el vehículo verde. Al lado de la pista descubro el erizo que cubrió el barro. Me quiero en el reflejo.

En el viento afila la uña el alcotán.

Desprecia el alcotán faltarle el canto.

La escena siempre lo esconde.

La sombra jamás lo delata.

Coro: Se repite desde el principio de las estaciones. La brevedad de nuestro canto no resta constancia a la verdad que canta. Cuanto vive se condena a devorarse para que perdure la vida. Cantamos que el valle quedó maldito desde su primer instante. El alcotán no gana culpa en la muerte del pinzón. Consentimos que el alcotán desee la presa. Ningún pájaro mata y se lamenta a la vez. El coro de pájaros no canta la palabra remordimiento.