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En la tarde del 19 de agosto de 1964, en Long Beach, California, sobre las cuatro (lo que significaba que serían las seis de la tarde en Chicago, es decir la hora en que Oberdorffer llegaba a su casa, repleto de salchichas y sauerkraut, dispuesto a empezar a trabajar en su supervibrador), Margie Deveraux se detuvo en el umbral del despacho del doctor Snyder y preguntó:

—¿Está ocupado, doctor?

—Nada de eso, Margie —dijo el doctor Snyder, que tenía más trabajo del que podía hacer en una semana—. Pase y siéntese.

Ella se sentó.

—Doctor —dijo un poco excitada—, por fin he tenido una idea sobre el paradero de Luke.

—Espero que sea válida, Margie. Ya han pasado dos semanas.

En realidad había pasado un día más. Eran quince días y cuatro horas los que habían transcurrido desde que Margie subiera a su habitación para despertar a Luke y encontrarse la nota en lugar de a su marido.

Había corrido con la nota al doctor Snyder, y su primera idea, ya que sabían que Luke no tenía dinero, excepto unos cuantos dólares en el bolso de Margie, había sido llamar al banco. Allí les dijeron que acababa de sacar quinientos dólares de la cuenta conjunta.

Sólo tuvieron otra noticia del paradero de Luke después de aquello. La policía se enteró al día siguiente de que, cosa de una hora después de la visita de Luke al banco, un hombre que respondía a sus señas particulares, pero que dio un nombre distinto, había comprado un coche de segunda mano en un garaje y lo había pagado con cien dólares en efectivo.

El doctor Snyder tenía cierta influencia en la jefatura, y todas las comisarías del Sudoeste recibieron la descripción de Luke y de su coche, un viejo Mercury de 1957, amarillo. El doctor Snyder también avisó a todas las instituciones mentales de la zona.

—Estábamos de acuerdo —decía Margie— en que el sitio adonde probablemente se dirigiría sería aquella cabaña del desierto donde se encontraba la noche en que llegaron los marcianos. ¿Sigue pensando lo mismo?

—Desde luego. Él cree que inventó a los marcianos, así lo dice en esa nota que le dejó. Por lo tanto es lógico pensar que ha debido volver al mismo sitio para tratar de reconstruir las mismas circunstancias, a fin de deshacer lo que cree que hizo. Pero dijo que no tenía la menor idea de dónde se encontraba esa cabaña.

—Y aún no la tengo; sólo sé que se encuentra cerca de Los Ángeles. Pero acabo de recordar algo, doctor. Recuerdo que Luke me dijo, hace varios años, que Carter Benson había comprado una cabaña en alguna parte, creo que dijo cerca de Indio. Ése podría ser el lugar. Apostaría cualquier cosa a que no me equivoco.

—Pero habló con ese Benson, ¿no?

—Le llamé por teléfono, sí. Pero sólo le pregunté si había visto u oído algo de Luke desde que se marchó de aquí. Me dijo que no, pero me prometió avisarme si se enteraba de su paradero. Sin embargo, no pensé en preguntarle si Luke había usado su cabaña en marzo. Y él no me habló de eso, porque yo no le conté toda la historia ni que pensábamos que Luke podía estar donde se encontraba en marzo pasado. Porque…, bueno, no se me ocurrió decírselo.

—Ya —dijo el doctor Snyder—. Bien, es una posibilidad. Pero ¿cree que Luke usaría la cabaña sin el permiso de Carter?

—Probablemente tenía permiso en marzo. Y no se olvide que esta vez se esconde de nosotros. No querrá que Carter sepa dónde se encuentra. Y debía de estar seguro de que Carter no usaría la cabaña en agosto.

—Es cierto. ¿Quiere volver a telefonear a Benson entonces? Aquí tiene el teléfono.

—Usaré el que está en el vestíbulo, doctor. Es posible que tarde algún tiempo en localizarle y usted está ocupado, aunque diga lo contrario.

Pero no le costó mucho tiempo encontrar a Carter Benson, después de todo. Margie regresó al cabo de unos minutos, con los ojos brillantes.

—Doctor, fue en la cabaña de Carter donde estuvo Luke en marzo. Y me ha dado las instrucciones necesarias para llegar hasta allí.

Agitó en el aire un trozo de papel.

—¡Buena chica! ¿Qué debemos hacer ahora? ¿Telefonear a la policía de Indio o…?

—Nada de policía. Yo iré a buscarle. Tan pronto como termine mi turno.

—No necesita esperar, querida. Pero ¿está segura que quiere ir sola? No sabemos cómo habrá progresado su enfermedad y es posible que le encuentre… perturbado.

—Si no lo está, seré yo quién le perturbe. En serio, doctor, no se preocupe. Puedo manejarle, cualquiera que sea su estado. —Margie miró su reloj de pulsera—. Las cuatro y cuarto. Si realmente no le importa que me marche ahora, puedo llegar allí a las nueve o las diez de la noche.

—¿Está segura de que no quiere que la acompañe uno de los enfermeros?

—Completamente segura.

—Muy bien, querida. Tenga cuidado con el tráfico.