El camarero estaba equivocado. Se calculó más tarde que llegaron unos mil millones de marcianos, todo lo exactamente que era posible contarlos. Más o menos, uno por cada tres seres humanos, hombres, mujeres o niños.
Cerca de sesenta millones sólo en Estados Unidos, y un número equivalente en proporción a la población en todos lo demás países del mundo. Todos aparecieron, según pudo determinarse, en el mismo instante en todas partes. En el huso horario del Pacífico, fue a las 8:14 de la tarde. En otros husos horarios, a otras horas. En Nueva York fue tres horas más tarde, a las 11:14 de la noche, a la salida de los teatros y cuando los clubs nocturnos empezaban a animarse. (Se animaron mucho más tras la llegada de los marcianos). En Londres fue a las 4:14 de la madrugada, pero la gente se despertó en el acto por obra y gracia de los marcianos. En Moscú eran las 7:14 de la mañana, cuando sus habitantes se disponían a marcharse al trabajo, y el hecho de que muchos de ellos fueran a trabajar demuestra su valor. O quizás es que temían más al kremlin que a los marcianos. En Tokio eran las 13:14 horas, y en Honolulu las 6:14 de la tarde.
Un gran número de personas murieron aquella noche. O aquella mañana o tarde, según donde se encontraran. Sólo en Estados Unidos, las víctimas se calcularon en más de treinta mil, la mayor parte pocos minutos después de la llegada de los marcianos.
Algunos fallecieron de un ataque al corazón a causa del susto. Otros de apoplejía. También de heridas por arma de fuego, porque muchos sacaron sus escopetas y trataron de disparar sobre los marcianos; las balas los atravesaron sin ningún efecto aparente, y con lamentable frecuencia fueron a enterrarse en carne humana. Otro gran número perecieron en accidentes de automóvil. Algunos marcianos habían kwimmado de repente a vehículos en movimiento, generalmente al asiento contiguo al del conductor. Las palabras «Más aprisa, Mack, más aprisa», surgiendo de lo que el conductor suponía un asiento vacío, no le ayudaban en nada a mantener el control del coche, aunque no se volviera para mirar.
No hubo víctimas entre los marcianos, aunque muchos les atacaron —unas veces sin previo aviso; otras, como en el caso de Luke Deveraux, más tarde, tras llegar a la exasperación— con pistolas, cuchillos, hachas, sillas, platos, garrotes, instrumentos musicales, libros, mesas, herramientas, guadañas, lámparas, cortadoras de césped…, cualquier cosa que tuvieran a mano. Los marcianos se limitaban a mofarse de los ataques y proferir comentarios insultantes.
Otras personas, por el contrario, trataron de darles la bienvenida y mostrarse amistosos. Con éstos, los marcianos fueron mucho más insultantes.
Pero, en cualquier parte donde llegaron, y fuera cual fuese el modo en que los recibieron, decir que causaron dificultades y sembraron la confusión es decir poco.