Antes de la oración del crepúsculo
—Deberéis ir con cuidado cuando os sentéis llevando esto —río Miriam.
Hasdai ben Shaprut no pudo evitar reírse él también.
—Lo sé —asintió. Levantó la daga con empuñadura de jade y exquisitamente adornada con joyas que le había regalado el califa y que se le había resbalado por el cinturón hasta la entrepierna—. Por mucho que la lleve, no consigo acostumbrarme a su peso. ¿Podéis apretar el cinturón, por favor?
Se volvió de espaldas a Miriam y, cuando ella se inclinó para apretar la hebilla del cinturón de piel escarlata, percibió su aliento y el aroma a almizcle de su perfume, y el vello de su nuca se erizó.
Se hallaban en los aposentos privados del visir en el Alcázar, esperando a que los llamaran para acudir al banquete que se celebraría en la sala de audiencias. Deberían entrar por separado, claro, pero Miriam había enviado un mensaje a Hasdai pidiéndole que la recibiera antes del banquete.
Había dejado a su padre, Yanus ibn Firnas, en una de las antesalas y, mientras avanzaba por los corredores del Alcázar, los guardias no pudieron evitar maravillarse ante su belleza y el esplendor de sus ropas. Miriam vestía una salwar jameez de seda salvaje de colores naranja oscuro y dorado sobre pantalones ajustados carmesí oscuro con vueltas decoradas con bordados dorados. Cubría su brillante cabello cobrizo con una estola de seda también de color carmesí y ricamente bordada con hilo de oro, y la mantenía en su lugar con las manos, que había adornado con un intrincado diseño de estrellas y la luna creciente realizado con hena. Quizá lo que más admiraba Hasdai en ella, aparte de su vivo intelecto, era el hecho de que parecía indiferente al efecto que su belleza causaba en los hombres que la rodeaban.
Hasdai introdujo los pulgares en el cinturón para realizar un último ajuste y lo apoyó en sus caderas de modo que la daga colgara de su cintura.
—Gracias —declaró mientras se arreglaba el turbante de seda—. ¿De qué queríais hablarme? ¿Queréis beber algo? Creo que tenemos tiempo para tomar un vaso de vino de Sherish. Por aquí tengo una jarra.
—No quiero beber vino, gracias. Probablemente beberemos bastante después. Quería hablaros sobre un par de cosas. La primera es Lubna, mi pupila.
—¿Lubna? ¿Qué ocurre con ella?
—Sé que el príncipe Hakam le ha ordenado que asista al banquete de esta noche.
—Sí, ya lo sabía, pero ¿por qué lo consideráis importante?
—Me preocupa que el príncipe tenga otros planes para ella aparte de incluirla entre los miembros de su secretaría.
—Para ser sincero —contestó Hasdai—, no tengo forma de saber con exactitud qué planes tiene el príncipe para ella, pero, por lo que sé, su único propósito es que actúe como escribiente y mantenga un registro de los eventos de la corte. Lubna es muy inteligente y vos la habéis enseñado muy bien. Se trata de una mujer competente, trabajadora y, por encima de todo, muy discreta, y el príncipe Hakam valora mucho estos atributos. No tengo razones para creer que el príncipe haya planeado encargarle otras tareas. Lubna no participará en el banquete de esta noche, solo estará trabajando.
—Me siento aliviada —comentó Miriam.
—¿De qué más queríais hablar?
—En realidad, de dos cosas más.
—¡Ahora será mejor que vayáis deprisa!
—¡Sí! La primera es que quería preguntaros cómo va la investigación sobre la muerte del almirante Suhail. Ayer por la noche pensaba en ello y debo contaros algo. En su momento, no me pareció relevante, pero lo cierto es que, la última vez que el almirante estuvo en la madraza, lo oí discutir con alguien. Creo que podría tratarse de Bandar, aunque no estoy segura.
—Eso es interesante —murmuró Hasdai—. Sois la segunda persona que me cuenta que…, al menos que Suhail discutía. Hablaremos de ello cuando dispongamos de más tiempo. ¿Cuál era la otra cuestión?
—Bueno, aunque la muerte del almirante Suhail es importante, esto todavía puede serlo más. Incluso podría afectar a toda la flota.
—¡Vaya! —exclamó Hasdai—. Entonces será mejor que me lo contéis ahora mismo.
—¿Os acordáis del almanaque que utilizamos con el nuevo astrolabio?
—Sí, lo he visto, pero no lo entiendo.
Miriam sonrió.
—Quizá no, pero Bandar sí. De hecho, identificó un error en las tablas.
—¿Cómo lo hizo?
—Por alguna razón, estaba particularmente interesado en conocer las coordenadas de varios lugares de la costa de Siria aparte de Latakia, que es el destino planeado para la flota. Para que dejara de interrumpir las clases, le di unos ejercicios extras y él descubrió que las tablas de aquella región no eran tan precisas como las demás.
—¿Qué significa eso exactamente? —preguntó Hasdai.
—Significa que la información del astrolabio no puede transferirse con exactitud a las cartas náuticas del sur de Latakia. Esto sería, evidentemente, importante si alguna nave tuviera que atracar en esa zona por una emergencia. En tal caso, su posición sería incorrecta por bastante distancia.
—¿Tenéis una solución para este problema?
—Sí, mi padre y yo identificamos las tablas que no eran exactas y hemos elaborado un algoritmo que puede utilizarse para ajustar el desvío.
—Bueno, eso parece bastante simple. ¿Podéis anotar el algoritmo para que, en caso necesario, puedan utilizarlo los marinos?
—Podríamos, pero resultaría más sencillo que Yanus y yo pudiéramos tener otra sesión con ellos antes de que partieran hacia Almería. De esta forma, nos aseguraríamos de que entienden bien los ajustes.
Hasdai la contempló largamente.
—¿Otra sesión, decís?
—Sí.
—Eso puede arreglarse fácilmente y puede que resulte mucho más útil de lo que imagináis.
—¿A qué os referís?
—Ahora no puedo explicároslo —contestó Hasdai—. Debemos acudir al banquete. Por cierto, ¿os he comentado que hoy estáis extremada y asombrosamente bella?
—No, no me lo habíais comentado —respondió Miriam en voz baja.
Se sonrojó, sonrió y su mano adornada con hena agarró la estrella de David de oro que colgaba de su cuello. Se trataba de un regalo del visir.
—Gracias —dijo apretando la estrella en su puño.