64

Antes de la oración del crepúsculo

Según me explicasteis, os advirtieron de que alguien visitaría vuestra tienda —declaró Hasdai ben Shaprut—, y que esa persona establecería contacto con vos de una forma específica; que os hablaría de la taba y que compraría un perfume manifestando que era para su esposa. Pero también me dijisteis que no os comunicaron su nombre. ¿Es eso correcto?

Nasim bin Faraj, el comerciante de perfumes, bajó la mirada hacia el suelo.

—Sí, es correcto —afirmó.

—¿No sospechasteis de quién podía tratarse? —preguntó Hasdai.

—¿Os referís a su nombre?

—O a su aspecto —añadió Hasdai.

Nasim sacudió la cabeza.

—No —contestó—. ¿Cómo podía suponer de quién se trataba? Solo me informaron de que alguien acudiría a mi tienda y de que me demostraría que se trataba de la persona indicada.

Hasdai deslizó las cuentas por la cadena y luego las dejó sobre el escritorio.

—El hombre que os advirtió de ello —continuó Hasdai—; el hombre del que me hablasteis y que responde al nombre de Shahid Jalal, ¿cuándo os lo comunicó?

—Hace aproximadamente un mes —contestó Nasim.

—¿Y os lo comunicó en persona?

—No, me envió un mensaje.

—¿Todavía lo tenéis? —preguntó Hasdai.

—No —contestó Nasim. Levantó la vista y miró al visir—. ¿Por qué me formuláis estas preguntas?

Hasdai miró fijamente a Nasim hasta que este bajó los ojos.

—La última vez que hablamos, me contasteis que no habíais visto nunca a Shahid Jalal hasta hace unos días.

—Es cierto —confirmó Nasim—. Lo conocí en la casa de baños que está en las proximidades de la puerta de Al Jadid la noche de la celebración de la Ascensión de Mahoma.

Hasdai se frotó la nuca y se alisó el cabello.

—Puede que esto os sorprenda, pero el hombre al que conocisteis en la casa de baños del almotacén está muerto.

Nasim miró al visir.

—Además, no creo que se llamara Shahid Jalal ni que fuera él quien organizó la trama de contrabando del ámbar gris. Creo que le pagaron, en nombre de quien realmente está al mando de la operación de contrabando, para que se hiciera pasar por Jalal. Una vez cumplida su misión, lo mataron, y sospecho que lo hizo la misma persona que asesinó al almirante y a su escolta.

Nasim sacudió la cabeza y río con tristeza.

—Hace uno o dos días me acusasteis de matar al almirante y…

La mirada de Hasdai hizo que se interrumpiera.

—Si sabéis todo esto, ¿qué queréis de mí? —preguntó Nasim en voz baja.

—Creo que todavía podéis ayudarme —repuso Hasdai.

Nasim le lanzó una mirada furiosa.

—Me prometisteis que tendría una muerte rápida e indolora, pero esto es todo menos eso.

Hasdai volvió a tomar el tasbih.

—Os aseguré que evitaría que tuvierais una muerte dolorosa y mantendré mi promesa, pero primero deberéis responder a mis preguntas.

Nasim se encogió de hombros.

—Los tarros de la alhóndiga contenían mermelada de naranjas amargas —anunció Hasdai.

—Lo sé, señor. Yo mismo os lo dije —respondió Nasim.

—Exacto, pero también me dijisteis que en el interior de los tarros había unos frascos pequeños que contenían ámbar gris, como los que entregasteis al almirante, como los dos que encontré en sus aposentos.

Nasim asintió con la cabeza.

—También me contasteis que, cuando el ámbar gris se trasladaba de un lugar a otro, los tarros de la capa superior contenían, únicamente, mermelada de naranjas amargas.

—Así es —confirmó Nasim.

—Sin embargo, en el cargamento de la alhóndiga ocurre justo lo contrario. La capa superior contiene frascos con ámbar gris, pero el resto de los tarros solo contienen mermelada de naranjas amargas.

Nasim levantó la cabeza sorprendido.

—¿De verdad?

Hasdai ben Shaprut asintió con la cabeza.

—Creo que el almirante cayó en una trampa. Creo que el auténtico Shahid Jalal, si ese es su verdadero nombre, preparó un señuelo. De algún modo, Jalal averiguó que el almirante había descubierto la trama del ámbar gris e ideó una artimaña para distraerlo de lo que realmente estaba sucediendo. Una artimaña que, sin duda, es muy ingeniosa y de la que vos formabais parte.

—¿Estáis seguro? —preguntó Nasim.

—Tanto como puedo estarlo —replicó Hasdai.

—Pero, entonces, si el almirante no era el comprador de Jalal, ¿quién lo era? —preguntó Nasim.

—Eso no os importa —contestó Hasdai, y reflexionó durante unos instantes—. ¿Qué podéis contarme de Shahid Jalal? No del hombre al que conocisteis, sino del auténtico Jalal, del jefe de la operación.

Nasim apoyó la cabeza entre las manos y gimió.

—Por favor —declaró—, no sé qué más contaros. Yo, sinceramente, creía que el hombre al que conocí en la casa de baños era Shahid Jalal. No tenía ninguna razón para sospechar que no lo fuera.

Hasdai se levantó, salió de detrás del escritorio y apoyó una mano en el brazo de Nasim.

—Sé que estáis asustado —lo consoló—. Solo necesito conocer todos los detalles, por muy dolorosa que os resulte esta situación. ¿Alguna vez oísteis algo acerca de Jalal? ¿Hablasteis de él con alguno de los otros agentes?

Nasim se enjugó los ojos.

—Realmente no —contestó—. En cierta ocasión, alguien me comentó que era originario de Trípoli, pero no recuerdo quién me lo dijo.

Hasdai regresó a su asiento.

—¿No os resulta extraño? —preguntó.

—¿El qué? —replicó Nasim.

—Si era originario de Trípoli, significa que era bereber, y debo confesaros que creo que en esto tenéis razón.

—¿Y por qué os parece extraño?

—El hombre al que conocisteis en los baños y a quien encontramos muerto entre la maleza cercana a la muralla de la ciudad no era bereber. Al menos no por el color de su piel ni por su forma de vestir.

Nasim levantó la cabeza y reflexionó durante unos segundos.

—Nunca se me había ocurrido pensarlo —reconoció.

Hasdai lo contempló un rato y luego sonrió.

—Creo que esa es la cuestión. Sea quien sea el verdadero Shahid Jalal sin duda es muy inteligente.