Antes de la oración de la tarde
—¿Todos? —preguntó el general Ghalib.
—Sí, señor —contestó el oficial—. Todos los tarros salvo los de la capa superior. Solo estos tienen en su interior frascos con ámbar gris; los otros solo contienen mermelada de naranjas amargas.
El general asintió.
—Gracias —declaró, y cerró la puerta.
—Permitidme formularos una pregunta, general —dijo Hasdai mientras miraba por la ventana—. ¿Antes de que muriera habíais visto alguna vez a Shahid Jalal?
El general negó con la cabeza.
—Nunca, señor.
Hasdai se volvió hacia Ghalib y Alí.
—Entonces, cuando visteis el cadáver, ¿cómo supisteis que se trataba de él? De hecho, ¿cómo supieron Zaffar y sus hombres que se trataba de Jalal?
—Contábamos con la descripción que nos había proporcionado Al Jaziri y, ahora que lo pienso, también con la que nos dio Hamid al Mursi, el almotacén.
—Bien, ¿y cómo sabían ellos quién era Jalal? —preguntó Hasdai.
—Porque se alojaba en la alhóndiga y porque visitó la casa de baños de Al Mursi, donde realizó varias apuestas que constan en el libro de registro —explicó Ghalib señalando el libro manchado de tinta que había encima del escritorio del visir. Hasdai asintió.
—Exacto, general —confirmó, y se volvió hacia Alí—. ¿No lo encontráis extraño?
—Sí, señor —corroboró Alí asintiendo con la cabeza.
—¿En qué sentido os resulta extraño? —preguntó Ghalib.
—Por lo que sabemos, han tardado casi dos años en organizar la operación de contrabando —comentó Alí—, la cual precisaba de una red de agentes, una intrincada forma de ocultar el ámbar gris y un método complejo de transportarlo hasta la flota.
Ghalib asintió con la cabeza.
—Sin embargo, justo la noche que iban a trasladar el ámbar gris —continuó Hasdai—, Shahid Jalal, el cabecilla de la operación, apuesta al ajedrez y a la taba en una casa de baños. Y no solo eso, sino que se presenta a desconocidos y permite que su nombre figure en los libros de registro.
—Pero, señor, Nasim nos contó que eso formaba parte del plan. Él tenía que confirmarle que el pacto seguía adelante, por eso estaba Jalal en la casa de baños.
Hasdai sacudió la cabeza.
—Sospecho, general, que eso es lo que se supone que debemos creer.
—No lo comprendo, señor —contestó Ghalib.
—¿Qué tienen en común Al Jaziri y Al Mursi en relación con Shahid Jalal? —preguntó Hasdai.
Ghalib clavó la vista en el suelo, reflexionó unos instantes y, finalmente, sacudió la cabeza.
—Bueno, para empezar, general, ninguno de ellos conocía a Jalal con anterioridad —explicó Hasdai mientras cogía el tasbih de su escritorio.
Ghalib asintió y el visir volvió a mirar a Alí.
—Lo que significa, general, que ninguno de ellos tenía razones para sospechar que no se tratara de Shahid Jalal —concluyó Alí.
Ghalib abrió mucho los ojos.
—Exacto —confirmó Hasdai—. Empiezo a creer que el objetivo último consistía en que creyéramos que el cadáver que los hombres de Zaffar encontraron entre la maleza era el de Shahid Jalal, y que asesinaron al almirante porque el acuerdo salió mal. Y, quizá, que también creyéramos que él y Jalal lucharon. En cualquier caso, lo que pretendían era que llegáramos a la conclusión de que Shahid Jalal está muerto.
—¿Y vos creéis que el verdadero Shahid Jalal sigue con vida?
—Bueno, llama la atención que las únicas personas que pueden proporcionarnos una descripción de Jalal no lo conocieran hasta hace unos días.
Los tres hombres permanecieron en silencio durante unos instantes.
—También dimos por sentado que todos los tarros del almacén de la alhóndiga contenían ámbar gris —continuó Hasdai—. Pero ahora sabemos que esto solo es así en los de la capa superior. El resto contiene mermelada de naranjas amargas. Nasim nos contó que, cuando trasladaban el ámbar gris, la capa superior contenía mermelada y el resto de los tarros tenían en el interior un frasco pequeño con ámbar gris. De esta forma, si el envío llamaba la atención de algún guardia, una inspección rápida por parte de este no revelaría nada sospechoso. No estoy seguro de lo que sucedió, pero creo que el almirante Suhail cayó en una trampa.
Ghalib frunció el ceño y se inclinó para frotarse la rodilla.
—Hace un rato, uno de los marinos ha venido a verme y me ha contado algo que me hace sospechar que hemos estado siguiendo una línea deductiva equivocada —prosiguió Hasdai.
Ghalib y Alí se miraron.
—Soy consciente de que el califa está de camino a la capital y de que esta noche se celebrará una recepción aquí, en el Alcázar, pero creo que antes tenemos mucho trabajo que realizar.
Hasdai tomó el borrador de la proclama del califa y se lo tendió a Alí.
—Leed el apartado que trata sobre los marinos —pidió.
Alí tomó el documento y leyó la hoja con rapidez. Sus ojos se abrieron como platos y luego miró al visir, quien asintió lentamente.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ghalib.
—Aquí dice que la primera misión que realizó el almirante Bandar fue a Saida y que, a lo largo de su carrera, ha estado allí muchas veces —explicó Alí.
—Hace unos días —intervino Hasdai—, Bandar me dijo que su primer destino fue Malta y que sentía envidia de la flotilla de avanzada porque pronto atracarían allí.
—¿Por qué es relevante el hecho de que su primer destino fuera Saida? —preguntó Ghalib.
Hasdai miró a Alí.
—Saida es el lugar perfecto para desembarcar mercancías con destino a Damasco —explicó Alí—. Suponiendo que esas mercancías provengan de Al Ándalus.
El general miró al visir.
—Aparte de Al Ándalus, Damasco es el mercado más importante de ámbar gris —terminó Hasdai mientras levantaba la mano—. Gracias, Alí. Este documento lleva más de dos días en mi escritorio. Debería haberlo leído antes.
—Habéis estado muy ocupado, señor —lo tranquilizó Ghalib—. No creo que…
—Y tampoco se me ocurrió examinar el resto de los tarros de la alhóndiga —continuó Hasdai—. La verdad es que no he dispuesto de tiempo para pensar con claridad.
Ghalib lanzó una mirada a Alí.
—Señor, ¿estáis convencido de que tanto el almirante Suhail como Bandar estaban implicados en la trama? —preguntó el general.
Hasdai exhaló un profundo suspiro.
—Implicados sí, pero de forma distinta. ¿Os acordáis de los arañazos que tenía la muchacha de la alhóndiga?
—Sí, señor, nos contó que el almirante se los había realizado al intentar liberarla.
—Exacto. Hasta hace un rato no he caído en la cuenta de que había visto ese tipo de arañazos antes, pero en otra persona.
—¿En quién? —preguntó Ghalib.
—En Bandar —contestó Hasdai—. La mañana siguiente a la celebración de la Ascensión de Mahoma, él y el vicealmirante Siraj vinieron aquí y fuimos juntos a informar al príncipe, pero antes le di a Bandar un remedio para que se curara unos arañazos que tenía en el brazo. Me contó que se los había hecho un gato. Al principio, no le di importancia, pero ahora estoy convencido de que se los causó el almirante Suhail. Las señales eran del mismo tamaño que las que presentaba la muchacha. No fue un gato quien se las produjo.
—¿Creéis que Bandar asesinó a Suhail? —preguntó Ghalib.
Hasdai sacudió la cabeza.
—No. En cualquier caso, no directamente. Cuando el almirante y el mulazim fueron asesinados, los marinos estaban confinados en sus aposentos y la orden procedía del almirante Suhail en persona. Uno de los marinos ha venido a verme antes y me ha contado que había oído a Suhail discutir con alguien en la madraza. El cree que la otra persona era Bandar. También me ha contado que, al poco rato de llegar a su habitación, aquí, en el Alcázar, un guardia le advirtió de que no podía salir hasta el alba. Esto ocurrió el día del asesinato y creo que Bandar recibió los arañazos durante aquella discusión.
—¿Sobre qué discutían? —preguntó Alí.
—Sobre el ámbar gris —contestó Hasdai—. El joven marino me ha contado que oyó a Suhail decir que le había dedicado mucho tiempo.
—¿Os referís a la trama del contrabando de ámbar gris? —preguntó Ghalib.
Hasdai asintió con la cabeza.
—Con la diferencia de que ahora creo que el almirante Suhail intentaba poner fin al contrabando. Creo que descubrió la trama y dedicó largo tiempo a reunir las pruebas necesarias para encararse a Bandar. Y también creo que lo que descubrió fue la causa de que él y el mulazim Haitham fueran asesinados.
Ghalib frunció el ceño.
—No lo comprendo —declaró finalmente.
Hasdai le tendió una hoja de papel.
—Este es el informe que nos han enviado los hombres que Zaffar tiene en la alhóndiga. ¿Os acordáis de que les ordenamos que comprobaran si algún otro nombre de la lista del almirante figuraba en los libros de registro antiguos de la alhóndiga? Sabemos que en el libro actual de huéspedes solo figura Jalal o quienquiera que fuera ese hombre.
Ghalib leyó los nombres de la página.
—Los nombres que he marcado aparecen en ambos lugares. Puede que sean la misma persona o personas, pero, en cualquier caso, se han alojado en la alhóndiga varias veces durante los últimos años.
Ghalib miró al visir y este le tendió otra hoja de papel.
—Esto estaba entre las notas que se utilizaron para preparar el borrador de la proclama del califa —continuó Hasdai—. Si os fijáis en las fechas en las que los nombres marcados figuran como huéspedes de la alhóndiga y las fechas en las que Bandar estuvo aquí, en Córdoba, para atender cuestiones navales, veréis que se solapan.
—¿Entonces, cuando el marino oyó discutir a Suhail, vos creéis que estaba advirtiendo a Bandar de que conocía sus planes de contrabando? —preguntó Alí.
Hasdai asintió.
—Sí. —Luego suspiró y añadió—: Debería haber leído el borrador antes.
—¿Y qué me decís del complot del ántrax, señor? —preguntó Ghalib—. A la larga, Suhail lo habría descubierto.
—Sí, a la larga sí, general —contestó Hasdai—. Si hubiera seguido con vida, habría oído la información que Alí nos reveló hace unos días, cuando llegó a Córdoba, y, más tarde, cuando recibimos el mensaje procedente de Malta, Suhail también se habría enterado de lo que le ocurrió a la flotilla de avanzada. Puede que incluso decidiera ordenar el registro de la flota principal en Almería.
—Entonces habría encontrado el ántrax —concluyó Ghalib.
—Exacto, general —corroboró Hasdai—, pero Bandar no sabría que Alí había regresado a Córdoba y que nos había informado de que Bagdad había descubierto cómo convertir el ántrax en un arma letal y, por lo tanto, Bandar creería que Suhail pensaba que se trataba de un brote trágico aunque ordinario de ántrax y que no haría nada al respecto. Si tenemos razón acerca del complot para destruir una de las naves de la flota, entonces, en algún lugar de una de esas naves hay ántrax suficiente para acabar con todos los seres vivos de a bordo.
Hasdai tomó el tasbih y deslizó las cuentas por la cadena durante unos instantes.
—Sin embargo, supongamos, por un momento, que Bandar contaba con que el almirante Suhail y el príncipe heredero ordenarían el registro de la flota principal. ¿Qué haría entonces para ocultar el ántrax?
—¿Y si el ántrax todavía no ha sido embarcado en la flota? —sugirió Alí—. ¿Y si está camino de Almería en una de las caravanas que parten del campamento Ma’aqul? Podría estar oculto en el cargamento de mermelada de naranja que descubrí y que saldrá mañana por la mañana.
Hasdai asintió con la cabeza.
—Eso encajaría. Por otro lado, si Suhail no se hubiera enterado del complot del ántrax y la flota principal hubiera zarpado sin incidentes, la nave que comandaría Bandar podría fondear en Saida y, una vez allí, él podría, simplemente, desaparecer.
—Pero el almirante. Suhail y los demás se habrían enterado, ¿no? —preguntó Ghalib—. Y habrían encontrado los cadáveres en la nave.
Hasdai sacudió la cabeza.
—Cuando descubrieron que se había producido un brote de ántrax en la nave de la flotilla, quemaron la nave y la hundieron. Lo mismo ocurriría con la nave de la flota principal. Eso suponiendo que la encontraran. Bandar podría fácilmente atracar en Saida, desembarcar el ámbar gris y no volver a subir a bordo. El ántrax se encargaría de acabar con el resto de los navegantes y todos supondrían que su cadáver estaba entre las cenizas de la nave incendiada. En ese caso, a Bandar se lo consideraría un héroe.
Ghalib se atusó el bigote y guardó silencio mientras intentaba asimilar la nueva información.
—¿Podría Bandar hacer lo mismo siendo el almirante de la flota? —preguntó finalmente.
—Como almirante, podría hacer lo que quisiera —contestó Alí—. De hecho, ser almirante le facilitaría mucho las cosas. Podría dar órdenes sin que nadie se las cuestionara. Por lo que dijisteis hace uno o dos días, visir, Bandar es el marino más hábil con el astrolabio, así que, de todos modos, nadie habría cuestionado sus decisiones. Si fuera el único marino de su nave que supiera manejar el astrolabio, cuando estuvieran en alta mar y no avistaran tierra, nadie sabría dónde estaban salvo él. En ese caso, podría desembarcar en Saida y ser el único que lo supiera.
Ghalib frunció el ceño.
—Pero, si el ántrax no está todavía a bordo de la nave, el ámbar gris sí que debe de estarlo, ¿no?
—Sí, general —contestó Hasdai—, pero la cuestión es que Bandar contaba con que Suhail se enteraría de la existencia del ántrax o del ámbar gris, pero no de la de ambos. En cuyo caso, debería asesinarlo.
El general lo miró sin comprender.
—A mí también me ha tomado un poco de tiempo comprender algunas cosas —comentó Hasdai—. Para empezar, el hecho de que el almirante confinara a los marinos a sus aposentos no tenía sentido para mí.
—¿Qué queréis decir? —preguntó Alí.
—Bueno, yo he deducido que el almirante lo había hecho para poder investigar la trama del ámbar gris sin que Bandar lo importunara. Además, así Bandar no podía advertir a Shahid Jalal de que el almirante había descubierto su plan.
—Quizá no necesitaba advertirlo —intervino Alí—. Quizá Jalal había organizado la compra del ámbar gris de la alhóndiga para mantener al almirante alejado de lo que en realidad estaba ocurriendo.
Hasdai asintió con la cabeza.
—Exacto. Según nos ha contado Nasim, le avisaron de que un hombre visitaría su tienda varias veces antes de comprar un perfume para su mujer. Luego, él debía invitarlo a jugar a la taba en la casa de baños del yemení. Yo creo que el barbero al que asesinaron en los alrededores del reñidero también estaba en la casa de baños, y supongo que ese tal Yazid también, y que él era el encargado de eliminar a todos los que habían participado en la trama. Yazid no tuvo que matar a Antonio ni a Nasim porque el general los arrestó enseguida.
»Cuando Suhail llegó a la casa de baños del yemení, sabía que le presentarían a Antonio y que este lo llevaría a conocer a Shahid Jalal… o al hombre que fingía serlo. Pero Nasim nunca nos dijo quién esperaba que apareciera en su tienda. Nos dijo que no sabía quién era. Por otro lado, ahora sabemos que el almirante dio la orden de confinar a los marinos a sus aposentos cuando acabaran las lecciones sobre el astrolabio el día anterior a su muerte. Esto significa que, hasta entonces, Bandar podía moverse por la ciudad y pudo averiguar o le advirtieron de que quien acudía a la tienda de Nasim era el almirante. Al principio, me preguntaba por qué Bandar no intentó detenerlo, pero entonces se me ha ocurrido que no tenía por qué hacerlo. El almirante confinó a los marinos en sus aposentos para poder encontrarse con Jalal en la alhóndiga sin que Bandar lo siguiera, pero ahora creo que Bandar nunca tuvo la intención de seguirlo porque sabía que se trataba de una trampa, sin duda muy ingeniosa, y que el almirante sería asesinado.
—Y, en consecuencia, sabía que nadie registraría la flota en busca del ámbar gris —concluyó Ghalib asintiendo con la cabeza.
—Exacto, general —corroboró Hasdai.
—Eso significa que hemos estado buscando en el lugar equivocado —declaró Alí.
Hasdai asintió lentamente.
—De algún modo, Bandar se enteró de que el almirante sospechaba de él y no le resultó difícil conducirlo hasta la tienda de Nasim y, de allí, a la alhóndiga para que se encontrara con Shahid Jalal. Debía de tenerlo planeado desde hacía tiempo y, cuando se enteró de que el almirante había, efectivamente, acudido a la tienda de Nasim, lo único que tuvo que hacer fue esperar a que lo asesinaran. Incluso el mismo almirante le proporcionó la coartada perfecta porque había un guardia vigilando la puerta de su habitación.
Hasdai se detuvo unos instantes.
—Quiero volver a interrogar a Nasim —declaró por fin.
Alí lanzó una mirada a Ghalib.
—Creí que estaba muerto, señor. He oído decir que intentó escapar y que los guardias lo mataron.
—No deberíais creer todo lo que oís en el zoco —le advirtió Hasdai.
—¿Qué queréis decir? —preguntó Alí con expresión de perplejidad.
—Le he contado esa historia al príncipe esta mañana y me he asegurado de que llegara a oídos de unos cuantos comerciantes del zoco, pero, en realidad, Nasim sigue vivo. Está abajo, encerrado en una celda.
Ghalib miró a Hasdai y sonrió con lentitud.
—¿Queréis que vaya a buscarlo, señor?
—Traedlo de inmediato —contestó Hasdai—. Necesito asegurarme de que Nasim no conocía la identidad del hombre que acudiría a su tienda. Y luego quiero que vayáis a visitar a la madre del mulazim Haitham. Si Suhail no estaba involucrado en la trama y lo único que pretendía era descubrir a Bandar, debía de saber que su vida corría peligro y, aparte de su sobrino Haitham, la única persona a la que habría confiado lo que estaba haciendo es la madre de Haitham. Id a verla y averiguad si le contó algo. Nos veremos más tarde en la recepción.
Ghalib se levantó, inclinó la cabeza y se dirigió a la puerta.
Cuando salió de la habitación, Hasdai deslizó las cuentas por la cadena a gran velocidad.
—No nos perjudicaría que se contaran historias en el zoco sobre cómo murió Nasim. De hecho, nos ayudaría mucho. Ahora contadme más cosas sobre el aprendiz del herrero —le ordenó a Alí.
—No hay mucho que contar —repuso Alí—. Todavía está histérico y lo que dice no tiene mucho sentido.
—¿Qué has visto exactamente? —preguntó Hasdai.
—Me ha contado que ha entrevisto a un hombre vestido con un albornoz negro de lana. Ha oído que él y Yazid hablaban de algo que llevaban años planeando y decían que todo el mundo culparía al almirante. Yazid ha dicho que quería parar, que quería retirarse y cobrar el dinero que le correspondía. Después ha oído cómo aquel hombre mataba a Yazid con un martillo. Por lo visto, el hombre del albornoz y Yazid eran primos.
—¿Sabemos algo de ese hombre?
—Creo que lo vi ayer en el campamento. O, al menos, vi a un hombre que vestía un albornoz negro. Y también lo he visto alguna vez en la tetería Al Bisharah. Estaba allí anoche cuando Yazid bebió realmente en exceso.
—¿Con quién estaba? —preguntó Hasdai.
—Con nadie —respondió Alí—. Estaba solo, pero vi que entregaba un mensaje con el que había envuelto una moneda a un niño mendigo.
—¿Para quién era el mensaje? —preguntó Hasdai.
—No lo sé. Podría haber sido para Yazid. Su aprendiz me ha contado que, ocasionalmente, un niño llevaba un mensaje a Yazid a la fragua. El herrero leía el mensaje y entregaba la moneda al niño.
—Si ayer por la noche estaba en la misma tetería que Yazid, ¿por qué no le entregó el mensaje personalmente?
—No lo sé, señor —contestó Alí—. Quizás el destinatario era otra persona.
Hasdai asintió con la cabeza.
—¿Sabéis qué decían los mensajes?
—No con certeza, señor —contestó Alí—. El aprendiz me ha dicho que se trataba de dibujos. Al menos los que él vio. A su parecer, se trata de símbolos bereberes o algo similar.
—¿Quién creéis que es el hombre del albornoz? —preguntó Hasdai.
Alí tragó saliva con dificultad.
—Si tenéis razón en lo de la trama, bien podría tratarse del verdadero Shahid Jalal —contestó Alí.
—Quiero que encontréis a ese hombre —ordenó Hasdai haciendo entrechocar las cuentas—. No abandonará Córdoba sin tener la certeza de que el trato con Bandar no corre peligro. Si vuestra presunción es correcta, los tarros de mermelada del campamento podrían contener el ántrax. Averiguad todo lo que podáis sobre ese hombre, pero no habléis con él personalmente.
Alí asintió.
—¿Qué haréis con Bandar? —preguntó.
Hasdai reflexionó durante unos segundos.
—De momento, no haré nada. No quiero que sospeche que lo hemos descubierto. Si el hombre del albornoz es realmente el jefe de la banda, utilizaba a su primo Yazid para silenciar a todos los que se interponían en su camino.
—¿Queréis decir que Yazid pudo ser el asesino del almirante? —preguntó Alí.
Hasdai asintió con la cabeza.
—El problema es que no puedo demostrar nada de esto; no sin antes averiguar quién es el hombre del albornoz. Ya le he contado al príncipe mi anterior teoría y a raíz de ello ordenó la ejecución de Antonio.
Hasdai deslizó las cuentas por la cadena y contempló las sombras que se iban alargando cada vez más al otro lado de la ventana. El muecín llamó a los creyentes a la oración.