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Antes de la oración de mediodía

Hasdai ben Shaprut miró fijamente el libro de registro encuadernado en piel de color pardo de Al Mursi. Dejó el tasbih sobre su escritorio y colocó los dedos sobre las marcas de tinta que había dejado el general Ghalib. Después, volteó el libro y deslizó las yemas de los dedos por la huella del pulgar del general. Se frotó los ojos con los nudillos, se levantó y se dirigió a la ventana.

Una vez allí, se arremangó la manga izquierda y colocó el antebrazo a contraluz. Deslizó lentamente las uñas de su mano derecha por el interior de su antebrazo y examinó las marcas blancas que habían dejado sobre su piel. A continuación, rodeó su antebrazo con la mano derecha y apretó con fuerza. Una vez más, examinó las marcas que habían dejado sus dedos. Cerró los ojos y se frotó la nuca mientras regresaba junto a su escritorio.

—¡Entrad! —exclamó cuando el guardia del corredor llamó a la puerta.

—Excelencia, sé que estáis esperando al general Ghalib, pero uno de los marinos del almirante ha pedido veros. Lleva esperando un buen rato.

—Hacedlo entrar —indicó el visir.

El guardia realizó una reverencia y se apartó a un lado para dejar paso al marino.

—Sentaos, por favor —pidió Hasdai señalando el taburete que había frente a su escritorio.

El joven marino asintió y se sentó delante del visir.

—¿Sobre qué queréis hablar conmigo? —preguntó Hasdai mientras agarraba el tasbih.

El marino miró alrededor antes de responder.

—Quería hablar con vos acerca del almirante —contestó finalmente.

—Comprendo —declaró Hasdai—. ¿Os referís al almirante Suhail?

El joven marino asintió.

—Sí, excelencia. —Retorció el turbante entre sus dedos y bajó la mirada hacia el suelo antes de continuar—. He estado pensando en lo que nos habéis dicho antes.

Hasdai deslizó las cuentas por la cadena de plata.

—Siento que tuvierais que oírlo. ¿Hay algo concreto de lo que queráis hablar?

El marino respiró hondo.

—Habría seguido a aquel hombre hasta la muerte —declaró—. No puedo creer que estuviera implicado en un complot para liberar ántrax en las naves de la flota.

—Como os he explicado durante la reunión, soy consciente de que no debe de resultaros fácil oír algo así de vuestro almirante —lo consoló Hasdai.

—Disculpadme, excelencia, pero no creo que seáis consciente de ello —replicó el marino con los ojos llenos de lágrimas. Bajó la cabeza hacia el suelo unos segundos y continuó—: El almirante al que yo conocía no era un traidor ni un ladrón. Todo este asunto del ámbar gris no tiene sentido. No encaja en absoluto con su carácter.

Hasdai dejó el tasbih sobre el escritorio, abrió un cajón y sacó una botella de cerámica. Sirvió un vaso de arak y se lo tendió al marino.

—Gracias, señor —contestó el joven antes de beber un sorbo de arak—. El día antes del asesinato lo oí discutir.

—¿Con quién? —preguntó Hasdai.

El marino sacudió la cabeza.

—Ese es el problema. No estoy seguro.

—¿Sabéis con seguridad que se trataba del almirante?

El marino bebió otro sorbo de arak y asintió.

—Habíamos acabado las clases y yo regresaba a mi habitación en el Alcázar cuando me di cuenta de que me había olvidado uno de los libros. Estábamos llegando al final de la formación y quería estudiar más a fondo las cartas náuticas que habíamos visto aquel día.

—De modo que regresasteis a la madraza.

—Sí, señor. Cuando llegué a la clase, oí la voz del almirante. Estaba muy enfadado.

—¿Qué decía?

—Gritaba. Yo nunca lo había oído gritar con tanta rabia antes.

—¿A quién le gritaba? ¿A uno de los marinos?

El joven se encogió de hombros.

—Sinceramente, no lo sé. La verdad es que solo oí con claridad la voz del almirante.

—¿Y qué oísteis?

El marino terminó el resto de arak.

—El almirante hablaba del ámbar gris. Decía que llevaba mucho tiempo encajando las piezas y que ya estaba preparado.

—¿Preparado para qué?

—No lo sé, señor.

El visir miró fijamente al marino durante unos segundos.

—¿Qué ocurrió después?

—Oí unos pasos en el interior del aula que se dirigían a la puerta. Yo no quería que el almirante supiera que los estaba escuchando, así que di media vuelta y me marché. Entonces regresé al Alcázar.

—¿Más tarde volvisteis a la madraza? —preguntó Hasdai.

El marino sacudió la cabeza.

—No, señor, poco después, un oficial de la guardia me indicó que debía permanecer en mi habitación hasta el amanecer. Me explicó que solo podíamos abandonar nuestras dependencias para asistir a las clases y que la orden procedía del almirante.

Hasdai lanzó una ojeada al libro de registro manchado de tinta y luego miró al joven a los ojos.

—¿Por qué me contáis esto? —preguntó finalmente Hasdai.

El marino se secó la boca.

—Les conté lo que oí al almirante Bandar y a su lugarteniente Siraj.

—¿Cuándo? —preguntó Hasdai.

—Ayer, en la tetería.

—¿Y cómo reaccionaron?

—Me ordenaron que no dijera nada. Querían proteger la reputación del almirante y no querían que el resto de los hombres supieran lo que yo había oído. Les preocupaba que afectara a la moral de la flota.

—¿Y por qué me lo contáis a mí ahora? —insistió Hasdai—. Si vuestro almirante os ha dado una orden, ¿por qué no la cumplís?

El marino se miró las manos durante unos segundos y luego levantó la cabeza.

—No estoy seguro, señor, pero creo que la discusión que oí era entre el almirante Suhail y Bandar. Si tengo razón y lo que nos habéis contado antes acerca del complot del ámbar gris es cierto, me preocupa que Bandar también esté implicado.

Hasdai ben Shaprut miró fijamente al marino, agarró el tasbih y deslizó las cuentas por la cadena. Mientras los dos hombres permanecían en silencio, alguien llamó a la puerta.

—¿Sí? —gritó Hasdai.

La puerta se abrió.

—Excelencia, el general Ghalib y Alí están aquí y solicitan veros —anunció el guardia.

—Ordenadles que esperen —declaró Hasdai. Y se volvió al marino—. Gracias por vuestra información. Os estoy muy agradecido. Lo que me habéis contado puede ser muy importante. Ahora lo mejor que podéis hacer es regresar a vuestros aposentos y descansar. Tenéis una gran tarea por delante.

El marino se puso de pie.

—Gracias, excelencia.

Mientras miraba cómo el marino salía de la habitación, Hasdai apretó con fuerza el tasbih en la mano. Resistió el impulso de servirse un vaso de arak, llamó al guardia para que hiciera entrar al general Ghalib y a Alí, y se acercó a la ventana.