Antes de la oración del crepúsculo
El general Ghalib miró por la ventana de la sala de trabajo del visir mientras este hablaba con el secretario.
—Me parece bien —accedió Hasdai—. Podéis colgarlo en el muro de la Gran Mezquita después de la oración del crepúsculo. Supongo que habéis enviado una copia al departamento de la guardia de palacio para que se lleven a cabo los preparativos necesarios.
—Así es, excelencia —contestó el secretario—. Las puertas de la ciudad permanecerán abiertas toda la noche.
—Bien. Podéis marcharos.
—Gracias, excelencia.
El secretario realizó una reverencia y tomó los papeles del escritorio.
—¿Hay algo más? —preguntó Hasdai al ver que el secretario se entretenía.
Ghalib se volvió hacia él.
—Disculpadme, señor —dijo el secretario—, lo siento, pero el chambelán me ha pedido que os preguntara si deseabais hacer algún comentario respecto al borrador de la proclama del califa.
Hasdai cerró momentáneamente los ojos.
—Informad al chambelán de que recibirá el borrador a tiempo.
—Muy bien, señor.
El secretario realizó otra reverencia y abandonó la sala con rapidez.
Cuando la puerta se cerró, volvió a oírse el chasquido de las cuentas del tasbih.
—¡Dos celebraciones en una semana, general! —comentó el visir—. Primero la Ascensión de Mahoma, y ahora el príncipe heredero considera adecuado organizar una feria en honor de la flota califal. El pueblo se sentirá desilusionado cuando todo vuelva a la normalidad.
—Desde luego —contestó Ghalib—. El pueblo está demasiado consentido. —Mientras hablaba, examinó los comunicados que el secretario había dejado encima del escritorio—. Mirad esto, señor. Lo envía el coronel Zaffar.
Hasdai tomó el papel que Ghalib le tendía y lo leyó con rapidez.
—En fin, será mejor que vayamos a la alhóndiga y averigüemos qué es tan importante —anunció.
Tomó una carpeta de piel roja del escritorio y la sostuvo en alto.
—Cuando regresemos, en verdad tengo que encontrar tiempo para revisar la proclama.
—¿Qué quiere decir el califa? —preguntó Ghalib.
—Lo de costumbre. Quiere explicarle al pueblo que la causa contra Bagdad es justa y que los valerosos oficiales de la flota merecen nuestro eterno agradecimiento por arriesgar sus vidas en el combate. El departamento del chambelán ha tenido que volver a escribirlo para centrarlo en Bandar en lugar del almirante Suhail.
Hasdai dejó caer la carpeta sobre el escritorio.
—¿Qué ocurre, general?
—No estoy seguro, señor —contestó Ghalib—. Por alguna razón, de repente me he acordado del mulazim Haitham.
—Sí —confirmó Hasdai—. Siento mucho la muerte de ese joven soldado. ¿Habéis visitado a su madre?
El general negó con la cabeza.
—Todavía no, señor, pero lo haré tan pronto como pueda.
—Aseguraos de encontrar el tiempo para visitarla.
—Señor —prosiguió Ghalib—, también he estado pensando en lo que Nasim nos ha contado antes.
—Yo también —repuso Hasdai—. ¿Qué conclusión habéis sacado?
El general apretó los labios y reflexionó durante unos segundos.
—Yo no conocía mucho al almirante, señor, de modo que no puedo responder por él.
—Creo que os comprendo —intervino Hasdai—. No podéis responder por el almirante Suhail, pero sí que podéis responder por el mulazim Haitham.
El general asintió con la cabeza.
—Exacto —dijo.
Hasdai se frotó la nuca.
—Debo admitir que yo también lo he pensado. O el joven mulazim era un cómplice de la trama…
—O descubrió lo que estaba ocurriendo y el almirante lo asesinó —terminó Ghalib.
Los dos hombres guardaron silencio durante un rato.
Cuando el muecín inició la llamada a la oración del crepúsculo, Hasdai se levantó y señaló la puerta.
—No pensemos en eso ahora, general —declaró—. Debemos ir a ver al coronel Zaffar. Con un poco de suerte, tendrá buenas noticias para nosotros.